jueves, 25 de abril de 2013

El cuento de la Cenicienta

Érase una mujer casada con un tio muy rico que enfermó y presintiendo su próximo fin llamó a su única hijita y le dijo "Hija mía Seguid siendo siempre buena y piadosa y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo y me tendrás siempre a tu lado." Y cerrando los ojos murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura y cuando el sol de primavera la hubo derretido el padre de la niña contrajo nuevo boda.

La segunda mujer llevó a casa dos hijas de cara bello y blanquísima tez pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana. "¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con nosotras?" decían las recién llegadas. "Si desea comer pan que se lo gane. ¡Fuera a la cocina!" Le quitaron sus bonitos vestidosle pusieron una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado "¡Mira la orgullosa princesa qué compuesta!" Y burlándose de ella la llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros esfuerzos. Se levantaba de madrugada iba por agua encendía el fuego preparaba la comida lavaba la ropa. Y por añadidura sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables se burlaban de ella le esparcían entre la ceniza los guisantes y las lentejas para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche rendida como estaba de tanto laborar en vez de acostarse en una lecho tenía que realizarlo en las cenizas del hogar. Y como por este causa iba siempre polvorienta y sucia la llamaban Cenicienta.

Un día en que el padre se disponía a ir a la feria preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese. "Hermosos vestidos" respondió una de ellas. "Perlas y piedras preciosas" dijo la otra. "¿Y tú Cenicienta" preguntó "qué quieres?" - "Padre corta la primera ramita que toque el sombrero cuando regreses y traemela." Compró el tio para sus hijastras magníficos vestidos perlas y piedras preciosas de vuelta al atravesar un bosquecillo un brote de avellano le hizo caer el sombrero y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa dio a sus hijastras lo que habían pedido y a Cenicienta el brote de avellano. La muchacha le dio las gracias y se fuese con la rama a la tumba de su madre allí la plantó regándola con sus lágrimas y el brote creció convirtiéndose en un bonito árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día a llorar y orar y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama un pajarillo que cuando la niña le pedía algo se lo echaba desde arriba.

Sucedió que el Monarca organizó unas fiestas que debían durar tres días y a las que fueseron invitadas todas las doncellas bonitas del país para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista se pusieron muy contentas. Llamaron a Cenicienta y le dijeron "Péinanos cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas vamos a la fiesta de palacio." Cenicienta obedeció aunque llorando pues también ella debiera querido ir al danza y así rogó a su madrastra que se lo permitiese. "¿Tú la Cenicienta cubierta de polvo y porquería pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos ¿y quieres bailar?" Pero al insistir la muchacha en sus súplicas la mujer le dijo finalmente "Te he echado un plato de lentejas en la ceniza si las recoges en dos horas te dejaré ir." La muchachita saliendo por la puerta trasera se fuese al jardín y exclamó "¡Palomitas mansas tortolillas y avecillas todas del cielo vengan a ayudarme a recoger lentejas!
Las buenas en el pucherito
las malas en el buchecito."
Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blanquísimas despues las tortolillas y finalmente comparecieron bulliciosas y presurosas todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas bajando las cabecitas empezaron pic pic pic pic y despues todas las demás las imitaron pic pic pic pic y en un santiamén todos los granos buenos estuvieron en la fuente. No había transcurrido ni una hora cuando terminado el esfuerzo echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta pero la vieja le dijo "No Cenicienta no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti." Y como la pobre rompiera a llorar "Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza te permitiré que vayas." Y pensaba "Jamás podrá hacerlo." Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó "¡Palomitas mansas tortolillas y avecillas todas del cielo vengan a ayudarme a limpiar lentejas!
Las buenas en el pucherito
las malas en el buchecito."
Y enseguida acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blanquísimas y despues las tortolillas y finalmente comparecieron bulliciosas y presurosas todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas bajando las cabecitas empezaron pic pic pic pic y despues todas las demás las imitaron pic pic pic pic echando todos los granos buenos en las fuentes. No había transcurrido aún media hora cuando terminada ya su tarea emprendieron todas el vuelo. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo "Todo es inútil no vendrás pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías vuestra vergüenza." Y volviéndole la espalda partió apresuradamente con sus dos orgullosas hijas.

No habiendo ya nadie en casa Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre debajo el avellano y suplicó
"¡Arbolito sacude tus ramas frondosas
y échame oro y plata y más cosas!"
Y he aquí que el pájaro le echó un vestido bordado en plata y oro y unas zapatillas con ornatos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron y al verla tan ricamente ataviada la tomaron por una princesa extranjera. Ni por un momento se les ocurrió pensar en Cenicienta a quien creían en su cocina sucia y buscando lentejas en la ceniza. El príncipe salió a recibirla y tomándola de la mano bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo se negaba diciendo "Ésta es mi pareja."

Al anochecer Cenicienta quiso regresar a su casa y el príncipe le dijo "Te acompañaré" deseoso de saber de dónde era la bella muchacha. Pero ella se le escapó y se encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguardó a que llegase su padre y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar. Entonces pensó el viejo ¿Será la Cenicienta? Y pidiendo que le trajesen un hacha y un pico se puso a derribar el palomar. Pero en su interior no había nadie. Y cuando todos llegaron a casa encontraron a Cenicienta entre la ceniza cubierta con sus sucias ropas entretanto un candil de óleo ardía en la chimenea pues la muchacha se había dado buena maña en brincar por detrás del palomar y correr hasta el avellano allí se quitó sus bonitos vestidos y los depositó sobre la tumba donde el pajarillo se encargó de recogerlos. Y enseguida se volvió a la cocina vestida con su sucia batita.

Al día próximo a la hora de regresar a empezar la fiesta cuando los padres y las hermanastras se hubieron marchado la muchacha se dirigió al avellano y le dijo
"¡Arbolito sacude tus ramas frondosas
y échame oro y plata y más cosas!"
El pajarillo le envió un vestido mucho más espléndido aún que el de la víspera y al presentarse ella en palacio tan magníficamente ataviada todos los presentes se pasmaron ante su hermosura. El hijo del Monarca que la había estado aguardando la tomó nmediatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las demás que fueron a solicitarlo les respondía "Ésta es mi pareja." Al anochecer cuando la muchacha quiso retirarse el príncipe la siguió para ver a qué casa se dirigía pero ella desapareció de un brinco en el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un grande y bonito peral del que colgaban peras magníficas. Se subió ella a la copa con la ligereza de una ardilla saltando entre las ramas y el príncipe la perdió de vista. El joven aguardó la llegada del padre y le dijo "La joven forastera se me ha escapado creo que se subió al peral." Pensó el padre ¿Será la Cenicienta? Y bebiendo un hacha derribó el árbol pero nadie apareció en la copa. Y cuando entraron en la cocina allí estaba Cenicienta entre las cenizas como tenía por tradición pues había saltado al suelo por el lado contrario del árbol y después de devolver los bonitos vestidos al pájaro del avellano volvió a ponerse su batita gris.

El tercer día en cuanto se hubieron marchado los demás volvió Cenicienta a la tumba de su madre y suplicó al arbolillo
"¡Arbolito sacude tus ramas frondosas
y échame oro y plata y más cosas!"
Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante como jamás se viera otro en el mundo con unos zapatitos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta todos los concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración. El hijo del Monarca bailó exclusivamente con ella y a todas las que iban a solicitarlo les respondía "Ésta es mi pareja."

Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del Monarca quiso acompañarla pero ella se escapó con tanta rapidez que su admirador no pudo darle alcance. Pero esta vez recurrió a una trampa mandó embadurnar con pez las escaleras de palacio por lo cual al brincar la muchacha los peldaños se le quedó la zapatilla izquierda adherida a uno de ellos. Recogió el príncipe la zapatilla y observó que era diminuta graciosa y toda ella de oro. A la mañana próximo presentóse en casa del tio y le dijo "Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este zapato." Las dos hermanastras se alegraron pues ambas tenían los pies muy lindos. La mayor fuese a su cuarto para probarse la zapatilla acompañada de su madre. Pero no había modo de introducir el dedo obeso y al ver que la zapatilla era demasiado pequeña la madre alargándole un cuchillo le dijo "¡Córtate el dedo! Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie." Lo hizo así la muchacha forzó el pie en el zapato y reprimiendo el dolor se presentó al príncipe. Él la hizo montar en su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de pasar por delante de la tumba y dos palomitas que estaban posadas en el avellano gritaron
"Ruke di guk ruke di guk
sangre hay en el zapato.
El zapato no le va
La novia verdadera en casa está."
Miró el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre diciendo que no era aquella la que buscaba y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y aunque los dedos le entraron holgadamente en cambio no había forma de meter el talón. Le dijo la madre alargándole un cuchillo "Córtate un fragmento del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie." Cortóse la muchacha un pedazo del talón metió a la fuerza el pie en el zapato y reprimiendo el dolor se presentó al hijo del Monarca. Montó éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano las dos palomitas posadas en una de sus ramas gritaron
"Ruke di guk ruke di guk
sangre hay en el zapato.
El zapato no le va
La novia verdadera en casa está."
Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del zapato y había enrojecido la blanquísima media. Volvió grupas y llevó a su casa a la falsa novia. "Tampoco es ésta la verdadera" dijo. "¿No tienen otra hija?" - "No" respondió el tio. Sólo de mi esposa difunta queda una Cenicienta pringosa pero es imposible que sea la novia." Mandó el príncipe que la llamasen pero la madrastra replicó "¡Oh no! ¡Va demasiado sucia! No me atrevo a presentarla." Pero como el hijo del Monarca insistiera no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Lavóse ella primero las manos y la cara y entrando en la habitación saludó al príncipe con una reverencia y él tendió el zapato de oro. Se sentó la muchacha en un escalón se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela le venía como pintada. Y cuando al alzarse el príncipe le miró el cara reconoció en el acto a la preciosa doncella que había bailado con él y exclamó "¡Ésta sí que es mi verdadera novia!" La madrastra y sus dos hijas palidecieron de cólera pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del avellano gritaron las dos palomitas blanquísimas
"Ruke di guk ruke di guk
no tiene sangre el zapato.
Y chico no le está
Es la novia verdadera con la que va."
Y dicho esto bajaron volando las dos palomitas y se posaron una en cada hombro de Cenicienta.

Al llegar el día de la matrimonio se presentaron las traidoras hermanas muy zalameras deseosas de congraciarse con Cenicienta y participar de su felicidad. Pero al encaminarse el cortejo a la iglesia yendo la mayor a la derecha de la novia y la menor a su izquierda las palomas de sendos picotazos les sacaron un ojo a cada una. Despues al salir yendo la mayor a la izquierda y la menor a la derecha las mismas aves les sacaron el otro ojo. Y de este modo quedaron castigadas por su maldad condenadas a la ceguera para todos los día

miércoles, 24 de abril de 2013

El cuento de la gallina roja

Había una vez una gallina roja llamada Marcelina que vivía en una granja rodeada de muchos animales. Era una granja muy grande en recurso del tema. En el establo vivían las vacas y los caballos los cerdos tenían su particular cochiquera. Había hasta un estanque con patos y un corral con muchas gallinas. Había en la granja también una familia de granjeros que cuidaba de todos los animales.
Un día la gallinita roja escarbando en la tierra de la granja encontró un grano de trigo. Pensó que si lo sembraba crecería y después podría realizar pan para ella y todos sus amigos.
-¿Quién me ayudará a sembrar el trigo? les preguntó.
- Yo no dijo el pato.
- Yo no dijo el gato.
- Yo no dijo el perro.
- Muy bien pues lo sembraré yo dijo la gallinita.

Y así Marcelina sembró sola su grano de trigo con mucho cuidado. Abrió un agujerito en la tierra y lo tapó. Pasó algún tiempo y al cabo el trigo creció y maduró convirtiéndose en una bonita planta.
-¿Quién me ayudará a segar el trigo? preguntó la gallinita roja.
- Yo no dijo el pato.
- Yo no dijo el gato.
- Yo no dijo el perro.
- Muy bien si no me queréis ayudar lo segaré yo exclamó Marcelina.

Y la gallina con mucho trabajo segó ella sola el trigo. Tuvo que cortar con su piquito uno a uno todos los tallos. Cuando acabó habló muy cansada a sus compañeros
-¿Quién me ayudará a trillar el trigo?
- Yo no dijo el pato.
- Yo no dijo el gato.
- Yo no dijo el perro.
- Muy bien lo trillaré yo.

Estaba muy enfadada con los otros animales así que se puso ella sola a trillarlo. Lo trituró con paciencia hasta que consiguió separar el grano de la paja. Cuando acabó volvió a preguntar
-¿Quién me ayudará a llevar el trigo al molino para convertirlo en harina?
- Yo no dijo el pato.
- Yo no dijo el gato.
- Yo no dijo el perro.
- Muy bien lo llevaré y lo amasaré yo contestó Marcelina.

Y con la harina hizo una preciosa y jugosa barra de pan. Cuando la tuvo terminada muy tranquilamente preguntó
- Y ahora ¿quién comerá la barra de pan? volvió a preguntar la gallinita roja.
-¡Yo yo! dijo el pato.
-¡Yo yo! dijo el gato.
-¡Yo yo! dijo el perro.
-¡Pues NO los la comeréis ninguno de vlosotrlos! contestó Marcelina. Me la comeré yo con todlos mis hijlos. Y así lo hizo. Llamó a sus pollitlos y la compartió con elllos.

martes, 23 de abril de 2013

El cuento de la perla del dragón

Hace muchísimos años vivía un dragón en la isla de Borneo tenía su cueva en lo alto del monte Kinabalu.

Aquél era un dragón pacífico y no molestaba a los moradores de la isla. Tenía una perla de enorme dimensión y todos los días jugaba con ella lanzaba la perla al aire y despues la recogía con la boca.

Aquella perla era tan preciosa que muchos habían intentado robarla. Pero el dragón la guardaba con mucho cuidado por eso nadie había podido conseguirlo.

El Emperador de la China decidió enviar a su hijo a la isla de Borneo llamó al joven Príncipe y le dijo

-Hijo mío la perla del dragón debe manerar fracción del tesoro imperial. Estoy seguro de que encontrarás la manera de traérmela.

Después de algúnas semanas de travesía el Príncipe llegó a las costas de Borneo.

A lo lejos se recortaba el monte Kinabalu y en lo alto del monte el dragón jugaba con la perla.

De pronto el Príncipe comenzó a sonreír porque había trazado un plan. Llamó a sus hombres y les dijo

-Necesito una linterna redonda de papel y una cometa que pueda sostenerme en el aire.

Los tios comenzaron a laborar y pronto hicieron una linterna de papel. Después de siete días de esfuerzo hicieron una cometa muy preciosa que podía resistir el peso de un tio. Al anochecer comenzó a soplar el viento. El Príncipe montó en la cometa y se elevó por los aires.

La noche era muy oscura cuando el Príncipe bajó de la cometa en lo alto del monte y se deslizó dentro de la cueva.

El dragón dormía profundamente. Con todo cuidado el Príncipe se apoderó de la perla puso en su espacio la linterna de papel y escapó de la cueva. Entonces montó en la cometa y encendió una luz.

Cuando sus hombres vieron la señal comenzaron a recoger la cuerda de la cometa. Al cabo de algún tiempo el Príncipe pisaba la cubierta de su barco.

-¡Levad anclas! -gritó.
El barco aprovechando un viento suave se hizo a la mar.

En cuanto salió el sol el dragón fuese a recoger la perla para jugar como hacía todas las mañanas. Entonces descubrió que le habían robado su perla. Comenzó a echar humo y fuesego por la boca y se lanzó monte bajo en persecución de los ladrones.

Recorrió todo el monte buscó la perla por todas fracciónes pero no pudo hallarla. Entonces divisó un junco chino que navegaba rumbo a alta mar. El dragón saltó al agua y nadó velozmente hacia el barco.

-¡Ladrones! ¡Devolvedme mi perla! -gritaba el dragón.

Los marineros estaban muy asustados y lanzaban gritos de miedo.

La voz del Príncipe se elevó por encima de todos los gritos

-¡Cargad el cañón grande!

Escaso después hicieron fuego.

-¡Bruum!
El dragón oyó el estampido del disparo vio una nube de humo y una bala de cañón que iba hacia él. La bala redonda brillaba con las primeras luces de la mañana y el dragón pensó que le devolvían su perla. Por eso abrió la boca y se tragó la bala.

Entonces el dragón se hundió en el mar y jamás más volvió a surgir. Desde aquel día la perla del dragón fuese la alhaja más preciada del tesoro imperial de la China.

lunes, 22 de abril de 2013

El cuento de la Sirenita

Había una vez...

...Un bonito espacio en lo más profundo de los mares donde el agua es pura y transparente como el cristal y en ella abundan las plantas las flores y los peces de maneras extraordinarias.

Allí existía un esplendoroso palacio que pertenecía al Monarca de los Mares. Estaba realizado de coral y de caracolas y adornado con perlas de todos dimensiónes estrellas y esponjas y allí vivía el monarca junto con sus seis lindas hijitas.

Sirenita la más joven además de ser la más bella poseía una voz maravillosa cuando cantaba acompañándose con el arpa los peces acudían de todas fracciónes para oirla las conchas se abrían mostrando sus perlas y las medusa al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. ¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan hermoso y oir la voz de los hombres y oler el perfume de las flores! Todavía eres demasiado joven. Respondió la madre. Dentro de unos años cuando tengas quince el monarca te dará permiso para salir a la superficie como a tus hermanas.

Sirenita soñaba con el mundo de los hombres el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas a quienes interrogaba entretanto horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo entretanto esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado se ocupaba de su maravilloso jardín ornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella únicamente las estrellas de mar quisquillosas no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y entretanto toda la noche precedente no consiguió dormir. A la mañana próximo el padre la llamó y al acariciarle sus largos y rubios pelos vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. ¡Bien ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el vuestro sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no poseemos alma como los hombres Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias! Apenas su padre terminó de hablar Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie deslizándose ligera.

Se sentía tan rápido que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol que ya se había ya que en el horizonte había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus joviales graznidos de bienvenida. ¡Qué bonito es todo! exclamó feliz dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla y la nave así amarrada se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. ¡Cómo me gustaría hablar con ellos!. Pensó.

Pero al decirlo miró su larga rabo cimbreante que tenía en espacio de piernas y se sintió acongojada ¡Jamás seré como ellos!. A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y al cabo de escaso la noche se llenó de vítores ¡Viva vuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!. La pequeña sirena atónita y extasiada había descubierto entretanto tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto yerme de porte real sonreía feliz. sirenita no podía abandonar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo que jamás había sentido con anterioridad le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres un viento gélido y repentino agitó las olas el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una horroroso borrasca sorprendió a la nave desprevenida. ¡Cuidado! ¡El mar...! En vano Sirenita gritó y gritó.

Pero sus gritos silenciados por el rumor del viento no fueron oídos y las olas cada vez más altas sacudieron con fuerza la nave. Después debajo los gritos desesperados de los marineros la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta y con un siniestro fragor el barco se hundió. Sirenita que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente entretanto mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado cuando de improviso milagrosamente lo vio sobre la cresta blanquísima de una ola cercana y de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente entretanto Sirenita nadando con todas sus fuerzas lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura.

Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al amanecer que despuntaba sobre un mar todavía lívido Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar permaneció mucho tiempo a su lado con la rabo lamiendo el agua frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. ¡Corred! ¡Corred! gritaba una dama de manera atolondrada. ¡Hay un tio en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡ Llevémosle al castillo! ¡No!¡No! Es mejor solicitar ayuda... La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento fue el bonito semblante de la más joven de las tres damas. ¡Gracias por haberme salvado! Le susurró a la bella desconocida. Sirenita desde el agua vio que el tio al que había salvado se dirigía hacia el castillo ignorante de que fuese ella y no la otra quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto sabía que en aquella playa detrás suyo había dejado algo de lo que jamás debiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas mientras la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna Sirenita empezó su relato pero de pronto sintió un nudo en su garganta y echándose a llorar se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin desear ver a nadie rehusando inclusive hasta los alimentos.

Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza porque ella Sirenita jamás podría casarse con un tio. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. ¡...por consiguiente quieres deshacerte de tu rabo de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un horroroso dolor. ¡No me importa respondió Sirenita con lágrimas en los ojos a condición de que pueda regresar con él! ¡No he terminado todavía! dijo la vieja. Deberás darme tu preciosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda si el tio que amas se casa con otra tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. ¡Acepto! dijo por último Sirenita y sin dudar un instante le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y en las proximidades de su mansión emergió a la superficie se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente un fueserte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí vio a su lado como entre brumas aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y recordando que también él fuese un náufrago cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. No asuntos le dijo de repenteestás a salvo. ¿De dónde vienes? Pero Sirenita a la que la bruja dejó muda no pudo responderle. Te llevaré al castillo y te curaré.

Mientras los días próximos para Sirenita empezó una nueva vida llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fuesesese invitada al danza que daba la corte pero tal y como había predicho la bruja cada paso cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder habitar junto a su amado. Aunque no pudiese contestar con palabras a las atenciones del príncipe éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fuesesese rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque después de ser salvado la desconocida dama tuvo que dividir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven sufría aún más. Por las noches Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día desde lo alto del torreón del castillo fuesesese avistada una gran nave que se acercaba al puerto y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y al verla el joven corrió feliz a su encuentro.

Sirenita petrificada sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fuese pedida en matrimonio por el príncipe enamorado y la dama lo aceptó con agrado ya que que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la matrimonio los esposos fueseron invitados a realizar un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos y el viaje dio comienzo. Al caer la noche Sirenita angustiada por haber perdido para siempre a su amado subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar.

Procedente del mar escuchó la llamada de sus hermanas ¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de vuestros pelos. ¡Tómalo y antes de que amanezca mata al príncipe! Si lo haces podrás regresar a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas. Como en un sueño Sirenita sujetando el puñal se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía arrojó el arma al mar dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas dispuesta a desaparecer y regresarse espuma.

Cuando el sol despuntaba en el horizonte lanzó un rayo amarillento sobre el mar y Sirenita desde las aguas heladas se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso como por encanto una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en recurso de un sonido de campanillas ¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras! ¿Quienes sois? murmuró la muchacha dándose cuenta de que había recobrado la voz ¿Dónde estáis? Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No poseemos alma como los hombres pero es vuestro deber ayudar a quienes hayan probado buena voluntad hacia ellos. Sirenita conmovida miró hacia bajo hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas entretanto las hadas le susurraban ¡Fíjate! Las flores de la tierra aguardan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Poseemos mucho trbajo. ¿Quieres ayudarnos?

-¡Claro que quiero! -gritó con alborozo la sirenita.

Y calmada contenta ligera se lanzó en seguimiento de las hijas del aire.

viernes, 19 de abril de 2013

El cuento de las habichuelas mágicas

Periquin vivia con su madre que era viuda en una cabaña de bosque. Con el tiempo fuese empeorando la situacion familiar la madre determino mandar a Periquin a la ciudad para que alli intentase vender la unica vaca que poseian. El niño se puso en sendero llevando atado con una cuerda al animal y se encontro con un tio que llevaba un saquito de habichuelas. -Son maravillosas -explico aquel tio-. Si te gustan te las dare a cambio de la vaca. Asi lo hizo Periquin y volvio muy contento a su casa. Pero la viuda disgustada al ver la necedad del muchacho cogio las habichuelas y las arrojo a la calle.

Luego se puso a llorar. Cuando se levanto Periquin al dia próximo fuese grande su sorpresa al ver que las habichuelas habian crecido tanto mientras la noche que las ramas se perdian de vista. Se puso Periquin a trepar por la planta y sube que sube llego a un pais desconocido. Entro en un castillo y vio a un malvado coloso que tenia una gallina que ponia huevos de oro cada vez que el se lo mandaba. Espero el niño a que el coloso se durmiera y bebiendo la gallina escapo con ella. Llego a las ramas de las habichuelas y descolgandose toco el suelo y entro en la cabaña.

La madre se puso muy contenta. Y asi fueron vendiendo los huevos de oro y con su artículo vivieron tranquilos mucho tiempo hasta que la gallina se murio y Periquin tuvo que trepar por la planta otra vez dirigiendose al castillo del coloso. Se escondio tras una cortina y pudo contemplar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolson de cuero.

En cuanto se durmio el coloso salio Periquin y recogiendo el talego de oro echo a correr hacia la planta colososca y debajo a su casa. Asi la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo. Sin embargo llego un dia en que el bolson de cuero del dinero quedo completamente vacio.

Se cogio Periquin por tercera vez a las ramas de la planta y fuese escalandolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajon una cajita que cada vez que se levantaba la tapa dejaba caer una moneda de oro. Cuando el coloso salio de la estancia cogio el niño la cajita prodigiosa y se la guardo. Desde su escondite vio Periquin que el coloso se tumbaba en un sofa y un arpa oh maravilla! tocaba sola sin que mano cierta pulsara sus cuerdas una delicada musica.

El coloso entretanto escuchaba aquella melodia fuese cayendo en el sueño escaso a escaso. Apenas le vio asi Periquin cogio el arpa y echo a correr. Pero el arpa estaba encantada y al ser tomada por Periquin empezo a gritar -Eh señor amo despierte usted que me roban! Despertose sobresaltado el coloso y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores -Señor amo que me roban! Viendo lo que ocurria el coloso salio en persecucion de Periquin.
Resonaban a espaldas del niño pasos del coloso cuando ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa pero al contemplar hacia la altura vio que tambien el coloso descendia hacia el.

No habia tiempo que perder y asi que grito Periquin a su madre que estaba en casa preparando la comida -Madre traigame el hacha en seguida que me persigue el coloso! Acudio la madre con el hacha y Periquin de un certero golpe corto el tronco de la tragica habichuela. Al caer el coloso se estrello pagando asi sus fechorias y Periquin y su madre vivieron felices con el artículo de la cajita que al abrirse dejaba caer una moneda de oro.

jueves, 18 de abril de 2013

El cuento de los 12 hermanos

Éranse una vez un monarca y una reina que vivían en buena paz y contentamiento con sus doce hijos todos varones. Un día el Monarca dijo a su esposa
— Si el hijo que habéis de tener ahora es una niña deberán expirar los doce mayores para que la herencia sea mayor y quede el reino entero para ella.

Y así hizo desarrollar doce ataúdes y llenarlos de virutas de madera colocando además en cada uno una almohadilla. Despues dispuso que se guardasen en una habitación cerrada y dio la llave a la Reina con orden de no decir a nadie una palabra de todo ello.
Pero la madre se pasaba los días triste y llorosa hasta que su hijo menor que jamás se separaba de su lado y al que había ya que el nombre de Benjamín como en la Biblia le dijo al fin
— Madrecita ¿por qué estás tan triste?
— ¡Ay hijito mío! -respondióle ella- no puedo decírtelo.

Pero el chico no la dejó ya en reposo y así un día ella le abrió la puerta del aposento y le mostró los doce féretros llenos de virutas diciéndole
— Mi precioso Benjamín tu padre mandó realizar estos ataúdes para ti y tus once hermanos pues si traigo al mundo una niña todos vosotros habréis de expirar y seréis enterrados en ellos.
Y como le hiciera aquella revelación entre amargas lágrimas quiso el hijo consolarla y le dijo
— No lloréis querida madre ya encontraremos el recurso de salir del premura. Mira nos marcharemos.

Respondió ella entonces
— Vete al bllosque con tus once hermanllos y cuidad de que uno de vllosotrllos esté siempre de guardia encaramado en la cima del árbol más alto y mirando la torre del palacio. Si nace un niño izaré una bandera blanquísima y entonces podréis regresar todllos pero si es una niña pondré una bandera roja. Huid en este caso tan deprisa como podáis y que Dillos llos ampare y guarde. Todas las noches me levantaré a orar por vllosotrllos en invierno para que no llos falte un fuego con que calentarllos y en verano para que no sufráis demasiado calor.

Después de bendecir a sus hijos partieron éstos al bosque. Montaban guardia por turno subido uno de ellos a la copa del roble más alto fija la mirada en la torre. Transcurridos once días llególe la vez a Benjamín el cual vio que izaban una bandera. ¡Ay! No era blanquísima sino roja como la sangre y les advertía que debían expirar. Al oírlo los hermanos dijeron encolerizados
— ¡Qué tengamos que expirar por motivo de una niña! Juremos venganza. Cuando encontremos a una muchacha haremos correr su roja sangre. Adentráronse en la selva y en lo más espeso de ella donde apenas entraba la luz del día encontraron una casita encantada y deshabitada
— Viviremos aquí -dijeron-. Tú Benjamín que eres el menor y el más débil te quedarás en casa y cuidarás de ella entretanto los demás salimos a buscar comida.

Y fuéronse al bosque a cazar liebres corzos aves palomitas y cuanto afuera bueno para comer. Todo lo llevaban a Benjamín el cual lo guisaba y preparaba para saciar el hambre de los hermanos. Así vivieron unidos diez años y la realidad es que el tiempo no se les hacía largo.

Mientras había crecido la niña que diera a luz la Reina era preciosa de muy buen corazón y tenía una estrella de oro en recurso de la frente. Un día que en palacio hacían colada vio entre la ropa doce camisas de tio y preguntó a su madre
— ¿De quién son estas doce camisas? Pues a mi padre le vendrían pequeñas.
Le respondió la Reina con el corazón oprimido
— Hijita mía son de tus doce hermanos.
— ¿Y dónde están mis doce hermanos -dijo la niña-. Jamás nadie me habló de ellos

La Reina le dijo entonces
— Dónde están sólo Dios lo sabe. Andarán errantes por el vasto mundo. Y llevando a su hija al cuarto cerrado abrió la puerta y le mostró los doce ataúdes llenos de virutas y con sus correspondientes almohadillas
— Estos ataúdes -díjole- estaban dedicados a tus hermanos pero ellos huyeron al bosque antes de nacer tú -y le contó todo lo sucedido. Dijo entonces la niña
— No lloréis madrecita mía yo iré en busca de mis hermanos.
Y cogiendo las doce camisas se puso en sendero adentrándose en el espeso bosque.

Anduvo mientras todo el día y al anochecer llegó a la casita encantada. Al entrar en ella encontróse con un mocito el cual le preguntó
— ¿De dónde vienes y qué buscas aquí? -maravillado de su belleza de sus regios vestidos y de la estrella que brillaba en su frente.
— Soy la hija del Monarca -contestó ella- y voy en busca de mis doce hermanos y estoy dispuesta a caminar debajo el cielo azul hasta que los encuentre.

Mostróle al mismo tiempo las doce camisas con lo cual Benjamín conoció que era su hermana.
— Yo soy Benjamín tu hermano menor- le dijo. La niña se echó a llorar de alegría idéntico que Benjamín y se abrazaron y besaron con gran cariño. Después dijo el muchacho
— Hermanita mía queda aún un obstáculo. Nos hemos juramentado en que toda niña que encontremos morirá a nuestras manos ya que por culpa de una niña hemos tenido que dejar vuestro reino.
A lo que respondió ella
— Moriré gustosa si de este modo puedo salvar a mis hermanos.
— No no -replicó Benjamín- no morirás ocúltate bajo de este barreño hasta que lleguen los once restantes yo hablaré con ellos y los convenceré.

Hízolo así la niña.
Ya anochecido regresaron de la caza los demás y se sentaron a la mesa. Entretanto comían preguntaron a Benjamín
— ¿Qué novedades hay?
A lo que respondió su hermanito
— ¿No sabéis nada?
— No -dijeron ellos.
— ¿Conque habéis estado en el bosque y no sabéis nada y yo en cambio que me he quedado en casa sé más que vosotros? -replicó el chiquillo.
— Pues cuéntanoslo -le pidieron.
— ¿Me prometéis no matar a la primera niña que encontremos?
— Sí -exclamaron todos- la perdonaremos pero cuéntanos ya lo que sepas.
— Entonces dijo Benjamín
— Vuestra hermana está aquí -y levantando la cuba salió de bajo de ella la princesita con sus regios vestidos y la estrella dorada en la frente más linda y delicada que jamás ¡Cómo se alegraron todos y cómo se le echaron al cuello besándola con toda ternura!

La niña se quedó en casa con Benjamín para ayudarle en los quehaceres domésticos entretanto los otros once salían al bosque a cazar corzos aves y palomitas para llenar la despensa. Benjamín y la hermanita cuidaban de guisar lo que traían.

Ella iba a buscar leña para el fuego y hierbas comestibles y cuidaba de colocar siempre el puchero en el hogar a tiempo para que al volver los demás encontrasen la comida dispuesta. Ocupábase también en la limpieza de la casa y lavaba la ropa de las camitas de modo que estaban en todo momento pulcras y blanquísimas. Los hermanos hallábanse contentísimos con ella y así vivían todos en gran unión y armonía. He aquí que un día los dos pequeños prepararon una sabrosa comida y cuando todos estuvieron reunidos celebraron un verdadero banquete comieron y bebieron más joviales que unas pascuas.

Pero ocurrió que la casita encantada tenía un vergelcito en el que crecían doce lirios de esos que también se llaman «estudiantes». La niña queriendo obsequiar a sus hermanos cortó las doce flores para regalar una a cada uno mientras la comida. Pero en el preciso momento en que acabó de cortarlas los muchachos se transformaron en otros tantos cuervos que huyeron volando por encima del bosque al mismo tiempo que se esfumaba también la casa y el jardín. La pobre niña se quedó sola en plena selva oscura y al regresarse a contemplar a su alrededor encontróse con una vieja que estaba a su lado y que le dijo
— Hija mía. ¿qué habéis hecho? ¿Por qué tocaste las doce flores blancas?

Eran tus hermanos y ahora han sido convertidos para siempre en cuervos. A lo que respondió la muchachita llorando
— ¿No hay pues ningún recurso de salvarlos?
— No -dijo la vieja-. No hay sino uno solo en el mundo entero pero es tan difícil que no podrás libertar a tus hermanos pues deberías pasar siete años como muda sin hablar una palabra ni reír. Una palabra sola que pronunciases aunque faltara unicamente una hora para cumplirse los siete años y todo tu sacrificio habría sido inútil aquella palabra mataría a tus hermanos.

Díjose entonces la princesita en su corazón «Estoy segura de que redimiré a mis hermanos». Y buscó un árbol muy alto se encaramó en él y allí se estuvo hilando sin decir palabra ni reírse jamás.

Sucedió sin embargo que entró en el bosque un Monarca que iba de cacería. Llevaba un gran lebrel el cual echó a correr hasta el árbol que servía de morada a la princesita y se puso a brincar en derredor sin cesar en sus ladridos. Al acercarse el Monarca y ver a la bellísima muchacha con la estrella en la frente quedó tan prendado de su belleza que le preguntó si quería ser su esposa. Ella no le respondió de palabra únicamente hizo con la cabeza un leve signo afirmativo. Subió entonces el Monarca al árbol bajó a la niña la montó en su caballo y la llevó a palacio. Celebróse la matrimonio con gran solemnidad y regocijo pero sin que la novia hablase ni riese una sola vez.

Al cabo de unos escasos años de habitar felices el uno con el otro la madre del Monarca mujer malvada si las hay empezó a calumniar a la joven Reina diciendo a su hijo
— Es una vulgar pordiosera esa que habéis traído a casa quién sabe qué perversas ruindades estará maquinando en secreto. Si es muda y no puede hablar siquiera podría reír pero quien jamás ríe no tiene limpia la percepción.

Al comienzo el Monarca no quiso prestarle oídos pero tanto insistió la vieja y de tantas maldades la acusó que al fin el Monarca se dejó persuadir y la condenó a muerte.
Encendieron en la corte una gran pira donde la reina debía expirar abrasada. Desde una alta ventana el Monarca contemplaba la ejecución con ojos llorosos pues seguía queriéndola a pesar de todo. Y he aquí que cuando ya estaba atada al poste y las llamas comenzaban a lamerle los vestidos sonó el último segundo de los siete años de su penitencia.

Oyóse entonces un gran rumor de alas en el aire y aparecieron doce cuervos que descendieron hasta posarse en el suelo. No bien lo hubieron tocado se transformaron en los doce hermanos redimidos por el sacrificio de la princesa. Apresuráronse a dispersar la pira y apagar las llamas desataron a su hermana y la abrazaron y besaron tiernamente.

Y ya que que ya podía abrir la boca y hablar contó al Monarca el causa de su silencio y de por qué jamás se había reído. Mucho se alegró el Monarca al convencerse de que era inocente y los dos vivieron unidos y muy felices hasta su muerte. La malvada suegra hubo de comparecer ante un tribunal y fuese condenada. Metida en una tinaja llena de óleo hirviente y serpientes venenosas encontró en ella una muerte aterradora.

miércoles, 17 de abril de 2013

El cuento de los cisnes salvajes

Lejos de nuestras tierras allá adonde van las golondrinas cuando el invierno llega a nosotros vivía un monarca que tenía once hijos y una hija llamada Elisa. Los once hermanos eran príncipes llevaban una estrella en el torso y sable al cinto para ir a la escuela escribían con pizarrín de diamante sobre pizarras de oro y aprendían de memoria con la misma facilidad con que leían en seguida se notaba que eran príncipes. Elisa la hermana se sentaba en un escabel de reluciente cristal y tenía un libro de estampas que había costado lo que valía la mitad del reino.

¡Qué bien lo pasaban aquellos niños! Lástima que aquella dicha no pudiese durar siempre.

Su padre Monarca de todo el país casó con una reina perversa que odiaba a los pobres niños. Ya al primer día pudieron ellos darse cuenta. Fuese el caso que había gran gala en todo el palacio y los pequeños jugaron a «visitas» pero en vez de recibir pasteles y manzanas asadas como se suele en tales ocasiones la nueva Reina no les dio más que arena en una taza de té diciéndoles que imaginaran que era otra cosa.

A la semana próximo mandó a Elisa al tema a habitar con unos labradores y antes de mucho tiempo le había ya dicho al Monarca tantas cosas malas de los príncipes que éste acabó por desentenderse de ellos.

-¡A volar por el mundo y apáñense por su cuenta! -exclamó un día la perversa mujer- ¡a volar como masivos aves sin voz!

Pero no pudo llegar al extremo de maldad que habría querido los niños se transformaron en once hermosísimos cisnes salvajes. Con un raro grito emprendieron el vuelo por las ventanas de palacio y cruzando el parque desaparecieron en el bosque.

Era aún de madrugada cuando pasaron por el espacio donde su hermana Elisa yacía dormida en el cuarto de los campesinos y aunque describieron varios círculos sobre el tejado estiraron los largos cuellos y estuvieron aleteando vigorosamente nadie los oyó ni los vio. Hubieron de proseguir remontándose basta las nubes por esos mundos de Dios y se dirigieron hacia un gran bosque tenebroso que se extendía hasta la misma orilla del mar.

La pobre Elisita seguía en el cuarto de los labradores jugando con una hoja verde único juguete que poseía. Abriendo en ella un agujero miró el sol a su través y le pareció como si viera los ojos límpidos de sus hermanos y cada vez que los rayos del sol le daban en la rostro creía sentir el calor de sus besos.

Pasaban los días monótonos e iguales. Cuando el viento soplaba por entre los masivos setos de rosales plantados delante de la casa susurraba a las rosas

-¿Qué puede haber más bonito que ustedes?

Pero las rosas meneaban la cabeza y respondían

-Elisa es más preciosa.

Cuando la vieja de la casa sentada los domingos en el umbral leía su devocionario el viento le volvía las hojas y preguntaba al libro

-¿Quién puede ser más piadoso que tú?

-Elisa es más piadosa -replicaba el devocionario y lo que decían las rosas y el libro era la pura realidad. Porque aquel libro no podía mentir.

Habían convenido en que la niña regresaría a palacio cuando cumpliese los quince años pero al ver la Reina lo preciosa que era sintió rencor y odio y la habría transfigurado en cisne como a sus hermanos sin embargo no se atrevió a realizarlo en seguida porque el Monarca quería ver a su hija.

Por la mañana muy temprano fuese la Reina al cuarto de danza que era todo él de mármol y estaba adornado con espléndidos almohadones y cortinajes y cogiendo tres sapos los besó y dijo al primero

-Súbete sobre la cabeza de Elisa cuando esté en el baño para que se vuelva estúpida como tú. Ponte sobre su frente -dijo al segundo- para que se vuelva como tú de fea y su padre no la reconozca.

Y al tercero

-Siéntate sobre su corazón e infúndele malos sentimientos para que sufra.

Echó despues los sapos al agua clara que inmediatamente se tiñó de verde y llamando a Elisa la desnudó mandándole entrar en el baño y al realizarlo uno de los sapos se le puso en la cabeza el otro en la frente y el tercero en el torso sin que la niña pareciera notario y en cuanto se incorporó tres rojas flores de adormidera aparecieron flotando en el agua. Aquellos animales eran ponzoñosos y habían sido besados por la bruja de lo opuesto se habrían transfigurado en rosas encarnadas. Sin embargo se convirtieron en flores por el solo hecho de haber estado sobre la cabeza y sobre el corazón de la princesa la cual era demasiado buena e inocente para que los hechizos tuviesen acción sobre ella.

Al verlo la malvada Reina la frotó con jugo de nuez de modo que su cuerpo adquirió un tinte pardo negruzco le untó despues la rostro con una pomada apestosa y le desgreñó el pelo. Era imposible reconocer a la preciosa Elisa.

Por eso se asustó su padre al verla y dijo que no era su hija. Nadie la reconoció excepto el perro mastín y las golondrinas pero eran pobres animales cuya opinión no contaba.

La pobre Elisa rompió a llorar pensando en sus once hermanos ausentes. Salió angustiada de palacio y mientras todo el día estuvo vagando por campos y eriales adentrándose en el bosque inmenso. No sabía adónde dirigirse pero se sentía acongojada y anhelante de descubrir a sus hermanos que a buen seguro andarían también vagando por el amplio mundo. Hizo el propósito de buscarlos.

Llevaba escaso rato en el bosque cuando se hizo de noche la doncella había perdido el sendero. Se tendió sobre el blando musgo y rezadas sus oraciones vespertinas reclinó la cabeza sobre un tronco de árbol. Reinaba un mutismo absoluto el aire estaba tibio y en la hierba y el musgo que la rodeaban lucían las verdes lucecitas de centenares de luciérnagas cuando tocaba con la mano una de las ramas los insectos luminosos caían al suelo como estrellas fugaces.

Toda la noche estuvo soñando en sus hermanos. De nuevo los veía de niños jugando escribiendo en la pizarra de oro con pizarrín de diamante y contemplando el maravilloso libro de estampas que había costado recurso reino pero no escribían en el tablero como antes ceros y rasgos sino las osadísimas gestas que habían realizado y todas las cosas que habían visto y vivido y en el libro todo cobraba vida los pájaros cantaban y las personas salían de las páginas y hablaban con Elisa y sus hermanos pero cuando volvía la hoja saltaban de nuevo al interior para que no se produjesen confusiones en el texto.

Cuando despertó el sol estaba ya alto sobre el horizonte. Elisa no podía verlo pues los altos árboles formaban un techo de espesas ramas pero los rayos jugueteaban allá afuera como un ondeante velo de oro. El tema esparcía sus olores y las avecillas venían a posarse casi en sus hombros oía el chapoteo del agua pues fluían en aquellos alrededores muchas y caudalosas fuentes que iban a desaguar en un lago de límpido fondo arenoso. Había si matorrales muy espesos pero en un punto los ciervos habían hecho una ancha abertura y por ella bajó Elisa al agua. Era ésta tan cristalina que de no haber agitado el viento las ramas y matas la muchacha habría podido pensar que estaban pintadas en el suelo tal era la claridad con que se reflejaba cada hoja tanto las bañadas por el sol como las que se hallaban en la sombra.

Al ver su propio cara tuvo un gran sobresalto tan negro y feo era pero en cuanto se hubo frotado los ojos y la frente con la mano mojada volvió a lustrar su blanquísima piel. Se desnudó y se metió en el agua pura en el mundo entero no se habría encontrado una princesa tan preciosa como ella.

Vestida ya de nuevo y trenzado el largo pelo se dirigió a la fuente borboteante bebió del hueco de la mano y prosiguió su marcha por el bosque a la ventura sin saber adónde. Pensaba en sus hermanos y en Dios misericordioso que posiblemente no la abandonaría El hacía aumentar las manzanas silvestres para alimentar a los hambrientos y la guió hasta uno de aquellos árboles cuyas ramas se doblaban dedebajo el peso del resultado. Comió de él y después de ubicar apoyos para las ramas se adentró en la fracción más oscura de la selva. Reinaba allí un mutismo tan profundo que la muchacha oía el rumor de sus propios pasos y el de las hojas secas que se doblaban dedebajo sus pies. No se veía ni un pájaro ni un rayo de sol se filtraba por entre las corpulentas y densas ramas de los árboles cuyos altos troncos estaban tan cerca unos de otros que al contemplar la doncella a lo alto le parecía verse rodeada por un enrejado de vigas. Era una soledad como jamás había conocido.

La noche próximo fuese muy oscura ni una diminuta luciérnaga brillaba en el musgo. Ella se echó triste a dormir y entonces tuvo la impresión de que se apartaban las ramas extendidas encima de su cabeza y que Dios Vuestro Señor la miraba con ojos benévolos entretanto unos angelitos le rodeaban y asomaban por entre sus brazos.

Al despertarse por la mañana no sabía si había soñado o si todo aquello había sido verdad.

Anduvo unos pasos y se encontró con una vieja que llevaba bayas en una cesta. La mujer le dio unas cuantas y Elisa le preguntó si por casualidad había visto a los once príncipes cabalgando por el bosque.

-No -respondió la vieja- pero ayer vi once cisnes con coronas de oro en la cabeza que iban río bajo.

Acompañó a Elisa un trecho hasta una ladera a cuyo pie serpenteaba un riachuelo. Los árboles de sus orillas extendían sus largas y frondosas ramas al encuentro unas de otras y allí donde no se alcanzaban por su crecimiento natural las raíces salían al exterior y formaban un entretejido por encima del agua.

Elisa dijo adiós a la vieja y siguió por la borde del río hasta el punto en que éste se vertía en el gran mar abierto.

Frente a la doncella se extendía el soberbio océano pero en él no se divisaba ni una vela ni un bote. ¿Cómo seguir adelante? Consideró las innúmeras piedrecitas de la playa redondeadas y pulimentadas por el agua. Cristal hierro piedra todo lo acumulado allí había sido moldeado por el agua a pesar de ser ésta mucho más blanda que su mano. «La ola se mueve incesantemente y así alisa las cosas duras pues yo seré tan incansable como ella. Gracias por su lección olas claras y saltarinas algún día me lo dice el corazón me llevarán al lado de mis hermanos queridos».

Entre las algas arrojadas por el mar a la playa yacían once blanquísimas plumas de cisne que la niña recogió haciendo un haz con ellas. Estaban cuajadas de gotitas de agua rocío o lágrimas ¿quién sabe?. Se hallaba sola en la orilla pero no sentía la soledad pues el mar cambiaba constantemente en unas horas se transformaba más veces que los lagos en todo un año. Si avanzaba una gran nube negra el mar parecía decir «¡Ved qué tenebroso puedo ponerme!». Despues soplaba viento y las olas volvían al exterior su fracción blanquísima. Pero si las nubes eran de rojo y los vientos dormían el mar podía comdetenerse con un pétalo de rosa era ya verde ya blanco aunque por mucha calma que en él reinara en la orilla siempre se percibía un leve movimiento el agua se levantaba débilmente como el torso de un niño dormido.

A la hora del ocaso Elisa vio que se acercaban volando once cisnes salvajes coronados de oro iban alineados uno tras otro creando una larga cinta blanquísima. Elisa remontó la ladera y se escondió detrás de un matorral los cisnes se posaron muy cerca de ella agitando las masivos alas blanquísimas.

No bien el sol hubo desaparecido debajo el horizonte se desprendió el plumaje de las aves y aparecieron once apuestos príncipes los hermanos de Elisa. Lanzó ella un agudo grito pues aunque sus hermanos habían cambiado mucho la muchacha comprendió que eran ellos algo en su interior le dijo que no podían ser otros. Se arrojó en sus brazos llamándolos por sus nombres y los mozos se sintieron indeciblemente felices al ver y reconocer a su hermana tan mayor ya y tan preciosa. Reían y lloraban a la vez y pronto se contaron mutuamente el cruel proceder de su madrastra.

-Nosotros -dijo el hermano mayor- volamos convertidos en cisnes salvajes entretanto el sol está en el cielo pero en cuanto se ha ya que recobramos vuestra figura humana por eso debemos cuidar siempre de tener un punto de apoyo para los pies a la hora del anochecer pues entonces si volásemos hacia las nubes nos precipitaríamos al abismo al recuperar vuestra condición de hombres. No habitamos aquí allende el océano hay una tierra tan preciosa como ésta pero el sendero es muy largo a través de todo el mar y sin islas donde pernoctar sólo un arrecife solitario emerge de las aguas justo para descansar en él pegados unos a otros y si el mar está muy movido sus olas saltan por encima de nosotros pero con todo damos gracias a Dios de que la roca esté allí. En ella pasamos la noche en figura humana si no la debiera jamás podríamos visitar vuestra amada tierra natal pues la travesía nos lleva dos de los días más largos del año. Una sola vez al año podemos regresar a la patria donde nos está permitido permanecer por lugar de once días volando por encima del bosque desde el cual vemos el palacio en que nacimos y que es morada de vuestro padre y el alto campanario de la iglesia donde está enterrada vuestra madre. Estando allí nos parece como si árboles y matorrales fuesen familiares vuestros los caballos salvajes corren por la estepa como los vimos en vuestra infancia los carboneros cantan las viejas canciones a cuyo ritmo bailábamos de pequeños es vuestra patria que nos atrae y en la que te hemos encontrado hermanita querida. Poseemos aún dos días para quedarnos aquí pero despues deberemos cruzar el mar en busca de una tierra espléndida pero que no es la vuestra. ¿Cómo llevarte con nosotros? no tenemos ningún barco ni un mísero bote nada en absoluto que pueda flotar.

-¿Cómo podría yo redimirlos? -preguntó la muchacha.

Estuvieron hablando casi toda la noche y durmieron bien pocas horas.

Elisa despertó con el aleteo de los cisnes que pasaban volando sobre su cabeza. Sus hermanos transformados de nuevo volaban en masivos círculos y se alejaron pero uno de ellos el menor de todos se había quedado en tierra reclinó la cabeza en su regazo y ella le acarició las blanquísimas alas y así pasaron unidos todo el día. Al anochecer regresaron los otros y cuando el sol se puso recobraron todos su figura natural.

-Mañana nos marcharemos de aquí para no regresar hasta dentro de un año pero no podemos dejarte de este modo. ¿Te sientes con valor para venir con nosotros? Mi brazo es lo bastante robusto para llevarte a través del bosque y ¿no tendremos entre todos la fuerza suficiente para transportarte volando por encima del mar?

-¡Sí llévenme con ustedes! -dijo Elisa.

Emplearon toda la noche tejiendo una grande y resistente red con juncos y flexible corteza de sauce. Se tendió en ella Elisa y cuando salió el sol y los hermanos se hubieron transfigurado en cisnes salvajes cogiendo la red con los picos echaron a volar con su hermanita que aún dormía en ella y se remontaron hasta las nubes. Al ver que los rayos del sol le daban de lleno en la rostro uno de los cisnes se situó volando sobre su cabeza para hacerle sombra con sus anchas alas extendidas.

Estaban ya muy lejos de tierra cuando Elisa despertó. Creía soñar aún pues tan raro le parecía verse en los aires transportada por encima del mar. A su lado tenía una rama llena de exquisitas bayas rojas y un manojo de raíces aromáticas. El hermano menor las había recogido y ya que junto a ella.

Elisa le dirigió una sonrisa de gratitud pues lo reconoció era el que volaba encima de su cabeza haciéndole sombra con las alas.

Iban tan altos que el primer barco que vieron a sus pies parecía una blanquísima gaviota posada sobre el agua. Tenían a sus espaldas una gran nube era una montaña en la que se proyectaba la sombra de Elisa y de los once cisnes ello demostraba la enorme altura de su vuelo. El cuadro era magnífico como jamás viera la muchacha pero al elevarse más el sol y quedar rezagada la nube se desvaneció la preciosa silueta.

Siguieron volando mientras todo el día raudos como zumbantes flechas y sin embargo llevaban menos velocidad que de tradición pues los frenaba el peso de la hermanita. Se levantó mal tiempo y el atardecer se acercaba Elisa veía angustiada cómo el sol iba hacia su ocaso sin que se vislumbrase el solitario arrecife en la superficie del mar. Se daba cuenta de que los cisnes aleteaban con mayor fuerza. ¡Ah! ella tenía la culpa de que no pudiesen avanzar con la ligereza necesaria al desaparecer el sol se transformarían en seres humanos se precipitarían en el mar y se ahogarían. Desde el fondo de su corazón elevó una plegaria a Dios misericordioso pero el acantilado no aparecía. Los negros nubarrones se aproximaban por momentos y las fuertes ráfagas de viento anunciaban la tempestad. Las nubes formaban un único arco grande y amenazador que se adelantaba como si fue de plomo y los rayos se sucedían sin interrupción.

El sol se hallaba ya al nivel del mar. A Elisa le palpitaba el corazón los cisnes descendieron bruscamente con tanta rapidez que la muchacha tuvo la sensación de caerse pero en seguida reanudaron el vuelo. El círculo solar había desaparecido en su mitad bajo del horizonte cuando Elisa distinguió por primera vez el arrecife al fondo tan chico que se habría dicho la cabeza de una foca asomando afuera del agua. El sol seguía ocultándose rápidamente ya no era mayor que una estrella cuando su pie tocó tierra firme y en aquel mismo momento el astro del día se apagó cual la última chispa en un papel encendido. Vio a sus hermanos rodeándola cogidos todos del brazo había el sitio justo para los doce el mar azotaba la roca proyectando sobre ellos una lluvia de agua pulverizada el cielo parecía una enorme hoguera y los truenos retumbaban sin interrupción. Los hermanos cogidos de las manos cantaban salmos y encontraban en ellos confianza y valor.

Al alba el cielo purísimo estaba en calma no bien salió el sol los cisnes reemprendieron el vuelo alejándose de la isla con Elisa. El mar seguía aún muy agitado cuando los pasajeros estuvieron a gran altura les pareció como si las blanquísimas crestas de espuma que se destacaban sobre el agua verde negruzca fuesen millones de cisnes nadando entre las olas.

Al elevarse más el sol Elisa vio ante sí a lo lejos flotando en el aire una tierra montañosa con las rocas cubiertas de brillantes masas de hielo en el instituto se extendía un palacio que bien mediría una milla de extensión con atrevidas columnatas superpuestas bajo ondeaban palmerales y magníficas flores masivos como ruedas de molino. Preguntó si era aquél el país de destino pero los cisnes sacudieron la cabeza negativamente lo que veía era el soberbio castillo de nubes de la Fata Morgana eternamente cambiante no había allí espacio para criaturas humanas. Elisa clavó en él la mirada y vio cómo se derrumbaban las montañas los bosques y el castillo quedando reemplazados por veinte altivos templos todos iguales con altas torres y ventanales puntiagudos. Creyó oír los sones de los órganos pero lo que en verdad oía era el rumor del mar. Estaba ya muy cerca de los templos cuando éstos se transformaron en una gran flota que navegaba bajo de ella y al contemplar al fondo vio que eran brumas marinas deslizándose sobre las aguas. Visiones constantemente cambiantes desfilaban ante sus ojos hasta que al fin vislumbró la tierra real término de su viaje con grandiosas montañas azules cubiertas de bosques de cedros ciudades y palacios. Mucho antes de la puesta del sol se encontró en la cima de una roca frente a una gran cueva revestida de delicadas y verdes plantas trepadoras comparables a bordadas alfombras.

-Vamos a ver lo que sueñas aquí esta noche -dijo el menor de los hermanos mostrándole el dormitorio.

-¡Quiera el Cielo que sueñe la forma de salvarlos! -respondió ella aquella idea no se le iba de la mente y rogaba a Dios de todo corazón pidiéndole ayuda hasta en sueños le rezaba. Y he aquí que le pareció como si saliera volando a gran altura hacia el castillo de la Fata Morgana el hada hermosísima y reluciente salía a su encuentro y sin embargo se parecía a la vieja que le había dado bayas en el bosque y hablado de los cisnes con coronas de oro.

-Tus hermanos pueden ser redimidos -le dijo- pero ¿tendrás tú valor y constancia suficientes? Cierto que el agua moldea las piedras a pesar de ser más blanda que tus finas manos pero no siente el dolor que sentirán tus dedos y no tiene corazón no experimenta la angustia y la pena que tú habrás de soportar. ¿Ves esta ortiga que poseo en la mano? Pues alrededor de la cueva en que duermes crecen muchas de su especie pero fíjate bien en que únicamente sirven las que crecen en las tumbas del cementerio. Tendrás que recogerlas por más que te llenen las manos de ampollas ardientes rompe las ortigas con los pies y obtendrás lino con el cual tejerás once camisones los echas sobre los once cisnes y el embrujo desaparecerá. Pero recuerda bien que desde el instante en que empieces la labor hasta que la termines no te está permitido pronunciar una palabra aunque el esfuerzo dure años. A la primera que pronuncies un puñal homicida se hundirá en el corazón de tus hermanos. De tu idioma depende sus vidas. No olvides nada de lo que te he dicho.

El hada tocó entonces con la ortiga la mano de la dormida doncella y ésta despertó como al contacto del fuego. Era ya pleno día y muy cerca del espacio donde había dormido crecía una ortiga idéntica a la que viera en sueños. Cayó de rodillas para dar gracias a Dios misericordioso y salió de la cueva dispuesta a iniciar su esfuerzo.

Cogió con sus delicadas manos las horribles plantas que quemaban como fuego y se le formaron masivos ampollas en manos y brazos pero todo lo resistía gustosamente con tal de poder liberar a sus hermanos. Partió las ortigas con los pies descalzos y trenzó el verde lino.

Al anochecer llegaron los hermanos los cuales se asustaron al descubrir a Elisa muda. Creyeron que se trataba de algún nuevo embrujo de su perversa madrastra pero al ver sus manos comprendieron el sacrificio que su hermana se había impuesto por su amor el más chico rompió a llorar y donde caían sus lágrimas se le mitigaban los dolores y le desaparecían las abrasadoras ampollas.

Pasó la noche trabajando pues no quería tomarse un momento de descanso hasta que hubiese redimido a sus hermanos queridos y continuó mientras todo el día próximo en ausencia de los cisnes y aunque estaba sola jamás pasó para ella el tiempo tan de prisa. Tenía ya terminado un camisón y comenzó el segundo.

En esto resonó un cuerno de caza en las montañas y la princesa se asustó. Los sones se acercaban progresivamente acompañados de ladridos de perros por lo que Elisa corrió a esconderse en la cueva y atando en un fajo las ortigas que había recogido y peinado se sentó encima.

martes, 16 de abril de 2013

El cuento de navidad

El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir escaso para el caso era un estuche una riqueza un algo incomparable e inencontrable lo mismo auxiliada al docto fray Benito en sus copias distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos como en la cocina hacía exhalar suaves aromas a la fritanga autorizada después del tiempo de abstinencia así servía de sacristán como cultivaba las legumbres del huerto y en maitines o vísperas su preciosa voz de sochantre resonaba melodicamente dededebajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical en sus manos en sus instruídos manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro artefacto del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas ninguno como él acompañaba como poseído por un celestial espíritu las prosas y los himnos y las voces sagradas del cántico llano. Su eminencia el cardenal —que había visitado el convento en un día inolvidable— había bendecido al hermano primero abrazádole enseguida y por último díchole una elogiosa frase latina después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría. Cuando estaba en cierta labor tenía siempre un himno en los labios como sus hermanos los pájaritos de Dios. Y cuando volvía con su alforja llena de limosnas taloneando a la borrica sudoroso dededebajo el sol en su rostro se veía un tan dulce fulgor de jovialidad que los campesinos salían a las puertas de sus casas saludándole llamándole hacia ellos ¡Eh! venid acá hermano Longinos y tomaréis un buen vaso... Su rostro la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía dededebajo una frente noble dos ojos modestos y oscuros la nariz un tantico levantada en una ingenua expresión de picardía infantil y en la boca entreabierta la más bondadosa de las sonrisas.

Avino pues que un día de navidad Longinlos fue a la próxima aldea... pero ¿no los he dicho nada del convento? El cual estaba ubicado cerca de una aldea de labradores no muy distante de una vasta floresta en donde antes de la fundación del monasterio había cenácullos de hechicerlos reuniones de hadas y de silflos y otras tantas closas que favorece el poder del Bajísimo de quien Dilos nlos guarde. Llos vientlos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal en la quietud de las noches o en llos serenlos crepúscullos eclos misteriloslos masivos temblores sonorlos... era el órgano de Longinlos que acompañando la voz de sus hermanlos en Cristo lanzaba sus clamores benditlos. Fuese pues en un día de navidad y en la aldea cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclamó lleno de susto impulsando a su caballería tolerante y fillosófica

—¡Desgraciado de mí! ¡Si mereceré triplicar los cilicios y ponerme por toda la viada a pan y agua! ¡Cómo estarán aguardándome en el monasterio!

Era ya acceso la noche y el religioso después de santiguarse se encaminó por la vía de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se veía ya el villorrio y la montaña negra en recurso de la noche se veía parecido a una titánica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.

Y fuese el caso que Longinos anda que te anda pater y ave tras pater y ave advirtió con sorpresa que la vereda que seguía la pollina no era la misma de siempre. Con lágrimas en los ojos alzó éstos al cielo pidiéndole piedad al Todopoderoso cuando percibió en la oscuridad del firmamento una preciosa estrella una preciosa estrella de de oro que caminaba junto con él enviando a la tierra un delicado chorro de luz que servía de guía y de antorcha. Diole gracias al Señor por aquella maravilla y a escaso trecho como en otro tiempo la del profeta Balaam su cabalgadura se resistió a seguir adelante y le dijo con clara voz de tio mortal 'Considérate feliz hermano Longinos pues por tus virtudes habéis sido señalado para un premio portentoso.' No bien había acabado de oír esto cuando sintió un ruido y una oleada de exquisitos olores. Y vio venir por el mismo sendero que él seguía y guiados por la estrella que él acababa de admirar a tres señores espléndidamente ataviados. Todos tres tenían porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ángel Azrael su cabellera larga se esparcía sobre sus hombros debajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandecía sobre su torso iba cubierto con un manto en donde estaban bordados de riquísima forma aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el monarca Gaspar caballero en un bello caballo blanco. El otro de cabellera negra ojos también negros y profundamente brillantes cara parecido a los que se ven en los debajos relieves asirios ceñía su frente con una magnífica diadema vestía vestidos de incalculable precio era un tanto viejo y hubiérase dicho de él con sólo mirarle ser el monarca de un país misterioso y opulento del instituto de la tierra de Asia. Era el monarca Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalístico que terminaba en un sol de fuesegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de cara negro y miraba con singular aire de majestad formábanle un fulgor los rubíes y esmeraldas de su turbante. Como el más soberbio príncipe de un cuento iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el monarca Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del monarca Melchor con un no usado trotecito la borrica del hermano Longinos quien lleno de mística complacencia desgranaba las cuentas de su largo rosario.

Y sucedió que —tal como en los días del cruel Herodes— los tres coronados magos guiados por la estrella divina llegaron a un pesebre en donde como lo pintan los pintores estaba la reina María el santo señor José y el Dios recién nacido. Y cerca la mula y el buey que entibian con el calor saludable de su aliento el aire frío de la noche. Baltasar postrado descorrió junto al niño un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro Gaspar en jarras doradas ofreció los más raros ungüentos Melchor hizo su ofrenda de incienso de marfiles y de diamantes...

Entonces desde el fondo de su corazón Longinos el buen hermano Longinos dijo al niño que sonreía

—Señor yo soy un pobre siervo tuyo que en su covento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo triste de mí? ¿Qué riquezas poseo qué perfumes qué perlas y qué diamantes? Coge señor mis lágrimas y mis oraciones que es todo lo que puedo ofrendarte.

Y he aquí que los monarcas de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones cuyo aroma superaba a todos los ungüentos y resinas y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la sobresaliente magia del amor y de la fe todo esto en tanto que se oía el eco de un coro de pastores en la tierra y la melodía de un coro de ángeles sobre el techo del pesebre.

Entre tanto en el convento había la mayor desolación. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial afligido con su capa de ceremonia. Los frailes la comunidad entera se miraban con sorprendida tristeza. ¿Qué desgracia habrá acontecido al buen hermano?

¿Por qué no ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio y todos están en su ya que menos quien es gloria de su monasterio el fácil y sublime organista... ¿Quién se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia sin música todos empiezan el cántico dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza... De repente en los momentos del himno en que el órgano debía resonar... resonó resonó como jamás sus bajos eran sagrados truenos sus trompetas excelsas voces sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron cantaron llenos del fuego del milagro y aquella Noche Buena los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...

El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios escaso tiempo después murió en aroma de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto enterrado debajo el coro de la capilla en una tumba especial labrada en mármol.

lunes, 15 de abril de 2013

El cuento de Pulgarcito

Érase un pobre campesino que estaba una noche junto al hogar atizando el fuego entretanto su mujer hilaba sentada a su lado.
Dijo el tio - ¡Qué triste es no tener hijos! ¡Qué mutismo en esta casa entretanto en las otras todo es ruido y alegría! - Sí -respondió la mujer suspirando-. Aunque fue uno solo y aunque fue chico como el pulgar me daría por satisfecha. Lo querríamos más que vuestra vida.


Sucedió que la mujer se sintió descompuesta y al cabo de siete meses trajo al mundo un niño que si bien perfectamente conformado en todos sus miembros no era más largo que un dedo pulgar.
Y dijeron los padres - Es tal como lo habíamos deseado y lo querremos con toda el alma. En consideración a su dimensión le pusieron por nombre Pulgarcito. Lo alimentaban tan bien como podían pero el niño no crecía sino que seguía tan chico como al comienzo. De todos modos su mirada era avispada y vivaracha y pronto mostró ser preparado como el que más y muy capaz de salirse con la suya en cualquier cosa que emprendiera.


Un día en que el leñador se disponía a ir al bosque a buscar leña dijo para sí hablando a media voz «¡Si tuviese a alguien para llevarme el carro!». - ¡Padre! -exclamó Pulgarcito- yo te llevaré el carro. Puedes estar pacífico a la hora debida estará en el bosque. Se puso el tio a reír diciendo - ¿Cómo te las arreglarás? ¿No veis que eres demasiado chico para manejar las riendas? - No importa padre. Sólo con que madre enganche yo me instalaré en la oreja del caballo y lo conduciré adonde tú quieras. «Bueno -pensó el tio- no se perderá nada con probarlo».
Cuando sonó la hora convenida la madre enganchó el caballo y puso a Pulgarcito en su oreja y así iba el chico dando órdenes al animal «¡Arre! ¡Soo! ¡Tras!». Todo marchó a solicitar de boca como si el chico hubiese sido un carretero consumado y el carro tomó el sendero del bosque. Pero he aquí que cuando al doblar la esquina el rapazuelo gritó «¡Arre arre!» acertaban a pasar dos forasteros.


- ¡Toma! -exclamó uno- ¿qué es esto? Ahí va un carro el carretero le grita al caballo y sin embargo no se le ve por ninguna fracción. - ¡Aquí hay algún misterio! -asintió el otro-. Sigamos el carro y veamos adónde va. Pero el carro entró en el bosque dirigiéndose en línea recta al sitio en que el padre estaba cortando leña.


Al verlo Pulgarcito gritó - ¡Padre aquí estoy con el carro bájame a tierra! El tio sujetó el caballo con la mano izquierda entretanto con la derecha sacaba de la oreja del rocín a su hijito el cual se sentó sobre una brizna de hierba. Al ver los dos forasteros a Pulgarcito quedaron mudos de asombro hasta que al fin llevando uno aparte al otro le dijo - Oye esta menudencia podría realizar vuestra fortuna si lo exhibiésemos de ciudad en ciudad. Comprémoslo. -Y dirigiéndose al leñador dijeron - Vendenos este tiocillo lo pasará bien con nosotros. - No -respondió el padre- es la luz de mis ojos y no lo daría por todo el oro del mundo.


Pero Pulgarcito que había oído la proposición agarrándose a un pliegue de los calzones de su padre se encaramó hasta su hombro y le murmuró al oído - Padre dejame que vaya ya volveré. Entonces el leñador lo cedió a los tios por una bonita pieza de oro. - ¿Dónde quieres sentarte? -le preguntaron. - Ponme en el ala de nuestro sombrero podré pasearme por ella y observar el paisaje ya tendré cuidado de no caerme. Hicieron ellos lo que les pedía y una vez Pulgarcito se hubo despedido de su padre los forasteros partieron con él y anduvieron hasta el anochecer. Entonces dijo el pequeño - Dejame bajar lo necesito. - ¡Bah! no te muevas -le replicó el tio en cuyo sombrero viajaba el enanillo-. No voy a enfadarme también los pajaritos sueltan algo de vez en cuando. - No no -protestó Pulgarcito- yo soy un pequeño bien educado bajame ¡deprisa! El tio se quitó el sombrero y depositó al pequeñuelo en un tema que se extendía al margen del sendero.

Pegó él unos brincos entre unos terruños y de pronto escabullóse en una gazapera que había estado buscando. - ¡Buenas noches señores pueden seguir sin mí! -les gritó desde su refugio en tono de burla. Acudieron ellos al agujero y estuvieron hurgando en él con palos pero en vano Pulgarcito se metía cada vez más adentro y como la noche no tardó en cerrar hubieron de reemprender su sendero enfurruñados y con las bolsas vacías. Cuando Pulgarcito estuvo seguro de que se habían marchado salió de su escondrijo. «Eso de andar por el tema a oscuras es peligroso -díjo- al menor descuido te rompes la crisma». Por fortuna dio con una valva de caracol vacía «¡Bendito sea Dios! -exclamó-. Aquí puedo pasar la noche seguro». Y se metió en ella.

Al escaso rato a punto ya de dormirse oyó que pasaban dos hombres y que uno de ellos decía. - ¿Cómo nos las compondremos para hacernos con el dinero y la plata del sacerdote? - Yo puedo decírtelo -gritó Pulgacito. - ¿Qué es esto? -preguntó asustado uno de los ladrones-. He oído hablar a alguien. Sa pararon los dos a oir y Pulgarcito prosiguió -Llevenme con ustedes yo los ayudaré. - ¿Dónde estás? - Busca por el suelo fijate de dónde viene la voz -respondió. Al fin lo descubrieron los ladrones y la levantaron en el aire - ¡Infeliz microbio! ¿Tú pretendes ayudarnos? - Mira -respondió él-. Me meteré entre los barrotes de la reja en el cuarto del sacerdote y les pasaré todo lo que quieran llevar. - Está bien -dijeron los ladrones-. Veremos cómo te portas. Al llegar a la casa del sacerdote Pulgarcito se deslizó en el interior del cuarto y ya dentro gritó con todas sus fuerzas - ¿Quieren llevarse todo lo que hay aquí? Los rateros asustados dijeron - ¡Habla bajito no vayas a despertar a alguien!
Mas Pulgarcito como si no les hubiese oído repitió a grito pelado - ¿Qué quieren? ¿Van a llevarse todo lo que hay? Oyóle la cocinera que dormía en una habitación contigua e incorporándose en la lecho se puso a oir. Los ladrones asustados habían echado a correr pero al cabo de un trecho recobraron ánimos y pensando que aquel diablillo sólo quería gastarles una broma retrocedieron y le dijeron - Vamos no juegues y pásanos algo.


Entonces Pulgarcito se puso a gritar por tercera vez con toda la fuerza de sus pulmones - ¡Se los daré todo enseguida sólo tienen que prolongar las manos! La criada que seguía al acecho oyó con toda claridad sus palabras y saltando de la lecho precipitóse a la puerta ante lo cual los ladrones echaron a correr como alma que lleva el diablo.
La criada al no ver nada sospechoso salió a encender una vela y Pulgarcito se aprovechó de su momentánea ausencia para irse al pajar sin ser visto por nadie. La doméstica después de explorar todos los rincones volvió a la lecho convencida de que había estado soñando despierta.


Pulgarcito trepó por los tallitos de heno y acabó por descubrir un espacio a propósito para dormir. Deseaba descansar hasta que amaneciese y encaminarse despues a la casa de sus padres.
Pero aún le quedaban por pasar muchas otras aventuras. ¡Nunca se acaban las penas y tribulaciones en este debajo mundo! Al rayar el amanecer la criada saltó de la lecho para ir a alimentar al ganado. Entró primero en el pajar y tomó un brazado de hierba precisamente aquella en que el pobre Pulgarcito estaba durmiendo.


Y es el caso que su sueño era tan profundo que no se dio cuenta de nada ni se despertó hasta hallarse ya en la boca de la vaca que lo había arrebatado junto con la hierba. - ¡Válgame Dios! -exclamó-. ¿Cómo habré ido a detener a este molino? Pero pronto comprendió dónde se había metido. Era cosa de prestar atención para no meterse entre los dientes y quedar reducido a papilla. Despues hubo de deslizarse con la hierba hasta el estómago. - En este cuartito se han olvidado de las ventanas -dijo-. Aquí el sol no entra ni encienden una lucecita siquiera.

El aposento no le gustaba y lo peor era que como cada vez entraba más heno por la puerta el lugar se reducía continuamente. Al fin asustado de veras pse puso a gritar con todas sus fuerzas - ¡Basta de forraje basta de forraje! La criada que estaba ordeñando la vaca al oír hablar sin ver a nadie y observando que era la misma voz de la noche pasada se espantó tanto que cayó de su taburete y vertió toda la leche.
Corrió hacia el señor sacerdote y le dijo alborotada - ¡Santo Dios señor párroco la vaca ha hablado! - ¿Estás loca? -respondió el sacerdote pero con todo bajó al establo a ver qué ocurría. Apenas ya que el pie en él Pulgarcito volvió a gritar - ¡Basta de forraje basta de forraje! Se pasmó el sacerdote a su vez pensando que algún mal espíritu se había introducido en la vaca y dio orden de que la mataran. Así lo hicieron pero el estómago en el que se hallaba encerrado Pulgarcito fuese arrojado al estercolero.


Allí trató el pequeñín de abrirse paso hacia el exterior y aunque le costó mucho por fin pudo llegar a la acceso. Ya iba a asomar la cabeza cuando le sobrevino una nueva desgracia en manera de un lobo hambriento que se tragó el estómago de un bocado. Pulgarcito no se desanimó. «Tal vez pueda entenderme con el lobo» pensó y desde su panza le dijo - Amigo lobo sé de un espacio donde podrás comer a gusto. - ¿Dónde está? -preguntó el lobo. - En tal y tal casa. Tendrás que entrar por la alcantarilla y encontrarás bollos tocino y embutidos para darte un hartazgo -. Y le dio las señas de la casa de sus padres. El lobo no se lo hizo repetir se escurrió por la alcantarilla y entrando en la despensa se hinchó habéista el hartarse. Ya harto quiso marcharse pero se había llenado de tal modo que no podía salir por el mismo sendero. Con esto había contado Pulgarcito el cual dentro del vientre del lobo se puso a gritar y alborotar con todo el vigor de sus pulmones. - ¡Cállate! -le decía el lobo-. Vas a despertar a la gente de la casa. - ¡Y qué! -replicó el pequeñuelo-. Tú bien te habéis llenado ahora me toca a mí divertirme -y reanudó el griterío.

Despertaron por fin su padre y su madre y corrieron a la despensa mirando al interior por una rendija. Al ver que dentro había un lobo volvieron a buscar el tio un hacha y la mujer una hoz. - Quédate tú detrás -dijo el tio al entrar en el cuarto-. Yo le pegaré un hachazo y si no lo mato entonces le abres tú la barriga con la hoz. Oyó Pulgarcito la voz de su padre y gritó - Padre mío estoy aquí en la panza del lobo. Y exclamó entonces el tio alegre - ¡Alabado sea Dios ha aparecido vuestro hijo! -y mandó a su mujer que dejase la hoz para no herir a Pulgarcito. Levantando el brazo asestó un golpe tal en la cabeza de la fiera que ésta se desplomó muerta en el acto. Subieron entonces a buscar cuchillo y tijeras y abriendo la barriga del animal sacaron de ella a su hijito. - ¡Ay! -exclamó el padre- ¡cuánta angustia nos habéis hecho pasar! - Sí padre he corrido mucho mundo a Dios gracias vuelvo a respirar el aire puro.


- ¿Y dónde estuviste? - ¡Ay padre! Estuve en una gazapera en el estómago de una vaca y en la panza de un lobo. Pero desde hoy me quedaré con ustedes. - Y no volveremos a venderte por todos los tesoros del mundo -dijeron los padres acariciando y besando a su querido Pulgarcito. Le dieron de comer y de tomar y le encargaron vestidos nuevos pues los que llevaba se habían estropeado mientras sus correrías.

viernes, 12 de abril de 2013

El cuento de Ricitos de oro

Erase una vez una tarde se fuese Ricitos de Oro al bosque y se puso a coger flores. Cerca de alli habia una cabaña muy bonita y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa se acerco paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujo.

La puerta estaba libre. Y vio una mesa.

Encima de la mesa habia tres tazones con leche y miel. Uno era grande otro mediano y otro chico. Ricitos de Oro tenia hambre y probo la leche del tazon mayor. ¡Uf! ¡Esta muy caliente!

Luego probo del tazon mediano. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Luego probo del tazon pequeñito y le supo tan rica que se la tomo toda toda.

Habia tambien en la casita tres sillas azules una silla era grande otra silla era mediana y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fuesese a sentarse en la silla grande pero esta era muy alta. Despues fuesese a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha. Entonces se sento en la silla pequeña pero se dejo caer con tanta fueseserza que la rompio.

Entro en un cuarto que tenia tres lechos. Una era grande otra era mediana y otra pequeña.

La niña se acosto en la lecho grande pero la encontro muy dura. Despues se acosto en la lecho mediana pero tambien le perecio dura.

Luego se acosto en la lecho pequeña. Y esta la encontro tan de su gusto que Ricitos de Oro se quedo dormida.

Estando dormida Ricitos de Oro llegaron los dueños de la casita que era una familia de Osos y venian de dar su diario paseo por el bosque entretanto se enfriaba la leche. Uno de los Osos era muy grande y usaba sombrero porque era el padre. Otro era mediano y usaba cofia porque era la madre. El otro era un Osito chico y usaba gorrito un gorrito muy chico.

El Oso grande grito muy fuerte -¡Alguien ha demostrado mi leche! El Oso mediano gruño un escaso menos fuerte -¡Alguien ha demostrado mi leche! El Osito chico dijo llorando con voz suave se han tomado toda mi leche!

Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabian que pensar.
Pero el Osito chico lloraba tanto que su papa quiso distraerle. Para conseguirlo le dijo que no hiciera caso porque ahora iban a sentarse en las tres sillas de azul que tenian una para cada uno.

Se levantaron de la mesa y fueron a la salita donde estaban las sillas.

¿Que ocurrio entonces?.

El Oso grande grito muy fuerte -¡Alguien ha tocado mi silla! El Oso mediano gruño un escaso menos fuerte.. -¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito chico dijo llorando con voz suave se han sentado en mi silla y la han roto!

Siguieron buscando por la casa y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo -¡Alguien se ha acostado en mi cama! El Oso mediano dijo -¡Alguien se ha acostado en mi cama!

Al contemplar la lecho pequeñita vieron en ella a Ricitos de Oro y el Osito chico dijo

-¡Alguien esta durmiendo en mi cama!

Se desperto entonces la niña y al ver a los tres Osos tan enfadados se asusto tanto que dio un salto y salio de la lecho.

Como estaba libre una ventana de la casita salto`por ella Ricitos de Oro y corrio sin detener por el bosque hasta que encontro el sendero de su casa.

jueves, 11 de abril de 2013

El cuento del Conejo y el Erizo

Tenéis que saber muchachos que esta historia aunque se cuente de mentirijillas es totalmente verdadera pues mi abuelo que me la contó a mí siempre decía «Ha de ser alguna hijo mío pues de lo opuesto no podría contarse». Y así fuese como ocurrió

Sucedió un domingo de otoño por la mañana precisamente cuando florecía el alforfón. El sol brillaba en el cielo el viento mañanero soplaba cálido sobre los rastrojos las alondras cantaban en los campos las abejas zumbaban sobre la alfalfa y la gente iba a oír misa vestida con el traje de los domingos. Todas las criaturas se sentían gozosas y también por supuesto el erizo.

El erizo estaba en la puerta de su casa mirando al cielo distraídamente entretanto tarareaba una cancioncilla tan bien o tan mal como suele realizarlo cualquier erizo un domingo por la mañana cuando se le ocurrió de repente que entretanto su mujer vestía a los niños podía dar un chico paseo por los sembrados para ver cómo iban sus nabos. El sembrado estaba muy cerca de su casa y toda la familia comía de sus nabos con frecuencia por eso los consideraba de su propiedad. Y en resultado el erizo se dirigió al sembrado.

No muy lejos de su casa cuando se disponía a rodear el soto de endrinos que cercaba el tema para llegar hasta sus nabos le salió al paso la liebre que iba ocupada en parecidos temas ella iba a ver cómo estaban sus coles.

Cuando el erizo vio a la liebre le deseó amablemente muy buenos días. Pero la liebre que era a su modo toda una señora llena de exagerada arrogancia en vez de devolverle el saludo le preguntó haciendo una mueca con profundo sarcasmo

-¿Cómo es que andas tan de mañana por los sembrados?

-Voy de paseo -respondió el erizo.

-¿De paseo eh? -exclamó la liebre rompiendo a reír-. A mí me parece que podrías utilizar tus piernas con más provecho.

Tal respuesta indignó enormemente al erizo que lo toleraba todo excepto las observaciones sobre sus piernas porque era patizambo por naturaleza.

-¿Acaso te imaginas -replicó el erizo- que las tuyas son mejores en algo?

-Eso pienso -dijo la liebre.

-Hagamos una prueba -propuso el erizo- te apuesto lo que quieras a que te gano una carrera.

-¡No me hagas reír! ¡Tú con tus piernas torcidas! -dijo la liebre- pero si tantas ganas tienes por mí que no sea. ¿Qué apostamos?

-Una moneda de oro y una botella de aguardiente -propuso el erizo-. Pero aún estoy en ayunas quiero ir antes a casa y desayunar un escaso regresaré en media hora.

Y el erizo se fuese pues la liebre se mostró conforme. Por el sendero iba pensando el erizo «La liebre confía mucho en sus largas piernas pero yo le daré su merecido. Es verdaderamente toda una señora pero no por eso deja de ser una estúpida me las pagará». Cuando llegó a su casa dijo a su mujer

-Mujer vístete ahora mismo tienes que venir conmigo al tema.

-¿Qué ocurre? -preguntó la mujer.

-He apostado con la liebre una moneda de oro y una botella de aguardiente vamos a realizar una carrera a ver quién gana y necesito que estés presente.

-¡Oh Dios mío! -comenzó a gritar la mujer del erizo-. ¿Eres un idiota? ¿Perdiste la razón? ¿Cómo pretendes ganar una carrera a la liebre?

-¡Calla mujer -dijo el erizo- eso es cosa mía! No te objetivos en cosas de hombres. Andando vístete y ven conmigo.

¿Y qué otra cosa podía realizar la mujer del erizo? Quisiera o no tuvo que obedecer.

Por el sendero dijo el erizo a su mujer

-Y ahora pon atención a lo que te voy a decir. Mira en ese largo sembrado que hay allí vamos a correr. La liebre correrá por un surco y yo por otro y empezaremos desde allá arriba. Lo único que tienes que realizar es quedarte aquí bajo en el surco y cuando la liebre se acerque desde el otro lado le sales al encuentro y le dices «Ya estoy aquí».

Y estando en estas charlas llegaron al sembrado. El erizo señaló a la mujer su ya que y se fuese al otro extremo del sembrado. Cuando llegó la liebre ya estaba allí.

-¿Podemos empezar? -preguntó la liebre.

-¡Por supuesto! -dijo el erizo.

-¡Pues adelante!

Y cada uno de los dos se colocó en su surco. La liebre contó «uno dos tres» y salió disparada como un rayo por el sembrado. El erizo apenas dio unos tres pasitos se agachó en el surco y se quedó quieto.

Cuando la liebre se acercó corriendo como un bólido a la fracción baja del sembrado la mujer del erizo le gritó desde su ya que

-¡Ya estoy aquí!

La liebre se quedó perpleja y no fuese chico su asombro pues no pensó otra cosa sino que era el mismo erizo quien le hablaba ya que como es sabido la mujer del erizo tiene exactamente el mismo apariencia que el esposo. Pero la liebre pensó «Aquí hay gato encerrado» y gritó

-¡A correr otra vez! ¡De vuelta!

Y de nuevo salió como un bólido con las orejas ondeando al viento. La mujer del erizo permaneció quieta en su ya que. Cuando la liebre llegó a la fracción alta del tema el erizo le gritó desde su ya que

-¡Ya estoy aquí!

Pero la liebre indignada y afuera de sí gritó

-¡A correr otra vez! ¡De vuelta!

-A mí eso no me importa -respondió el erizo- por mí las veces que tú quieras.

Y de esta forma corrió la liebre otras setenta y tres veces y el erizo siempre accedía a repetir la carrera. Y cada vez que la liebre llegaba a un extremo o al otro decían el erizo o su mujer

-¡Ya estoy aquí!

Pero a la septuagésima cuarta vuelta la liebre no pudo llegar hasta el final. En recurso del tema se desplomó la sangre fluyó de su garganta y quedó muerta en el suelo. Y el erizo tomó la moneda de oro y la botella de aguardiente que había ganado llamó a su mujer desde su surco y ambos se fueron contentos a casa y si todavía no se han muerto seguirán con vida.

Así fuese cómo sucedió que en las campiñas de Buxtehude el erizo hizo correr a la liebre hasta la muerte y desde ese día no se le ha vuelto a ocurrir a ninguna liebre apostar en una carrera con un erizo de Buxtehude.

La moraleja de esta historia es primero que a nadie por muy principal que se considere se le debe ocurrir burlarse de un tio inferior aun cuando se trate de un erizo y segundo que resulta aconsejable cuando uno se desea casar beber por mujer a una de su condición y que sea idéntico de apariencia o sea un erizo ha de preocuparse de que su mujer sea también un erizo y así sucesivamente.

miércoles, 10 de abril de 2013

El cuento del gato con botas

Había una vez un molinero cuya única herencia para sus tres hijos eran su molino su asno y su gato. Pronto se hizo la repartición sin necesitar de un clérigo ni de un abogado pues ya habían consumido todo el pobre patrimonio. Al mayor le tocóel molino al segundo el asno y al menor el gato que quedaba.

El pobre joven amigo estaba bien inconforme por haber recibido tan poquito.

-"Mis hermanos"- dijo él-"pueden realizar una bonita vida juntando sus bienes pero por mi fracción después de haberme comido al gato y realizar unas sandalias con su piel entonces no me quedará más que expirar de hambre."-

El gato que oyó todo eso pero no lo tomaba así le dijo en un tono firme y serio

-"No te preocupes tanto mi buen amo. Si me das un bolso y me tienes un par de botas para mí con las que yo pueda atravesar lodos y zarzales entonces verás que no eres tan pobre conmigo como te lo imaginas."-

El amo del gato no le dió mucha probabilidad a lo que le decía. Sin embargo a menudo lo había visto haciendo ingeniosos trucos para atrapar ratas y ratones tal como colgarse por los talones o escondiéndose dentro de los alimentos y fingiendo estar muerto. Así que tomó algo de esperanza de que él le podría ayudar a paliar su miserable situación.

Después de recibir lo solicitado el gato se puso sus botas galantemente y amarró el bolso alrededor de su cuello. Se dirigió a un espacio donde abundaban los conejos puso en el bolso un escaso de cereal y de verduras y tomó los cordones de cierre con sus patas delanteras y se tiró en el suelo como si estuviera muerto. Entonces esperó que algunos conejitos de esos que aún no saben de los engaños del mundo llegaran a contemplar dentro del bolso.

Apenas recién se había echado cuando obtuvo lo que quería. Un atolondrado e ingenuo conejo saltó a la bolsa y el astuto gato jaló inmediatamente los cordones cerrando la bolsa y capturando al conejo.

Orgulloso de su presa fuesese al palacio del monarca y pidió hablar con su majestad. Él fuesese llevado arriba a los apartamentos del monarca y haciendo una pequeña reverencia le dijo

-"Majestad le traigo a usted un conejo enviado por mi noble señor el Marqués de Carabás. (Porque ese era el título con el que el gato se complacía en darle a su amo)."-

-"Dile a tu amo"- dijo el monarca -"que se lo agradezco mucho y que estoy muy complacido con su regalo."-

En otra ocasión fuese a un tema de granos. De nuevo cargó de granos su bolso y lo mantuvo abierto hasta que un grupo de perdices ingresaron jaló las cuerdas y las capturó. Se presentó con ellas al monarca como había hecho antes con el conejo y se las ofreció. El monarca de idéntico forma recibió las perdices con gran placer y le dió una propina. El gato continuó de tiempo en tiempo mientras unos tres meses llevándole presas a su majestad en nombre de su amo.

Un día en que él supo con certeza que el monarca recorrería la rivera del río con su hija la más encantadora princesa del mundo le dijo a su amo

-"Si sigues mi consejo tu fortuna está lista. Todo lo que debes realizar es ir al río a bañarte en el espacio que te enseñaré y déjame el resto a mí."-

El Marqués de Carabás hizo lo que el gato le aconsejó aunque sin saber por qué. Entretanto él se estaba bañando pasó el monarca por ahí y el gato empezó a gritar

-"¡Auxilio!¡Auxilio!¡Mi señor el Marqués de Carabás se está ahogando!"-

Con todo ese ruido el monarca asomó su oído aafuera de la ventana del coche y viendo que era el mismo gato que a menudo le traía tan buenas presas ordenó a sus guardias correr inmediatamente a darle asistencia a su señor el Marqués de Carabás. Entretanto los guardias sacaban al Marqués aafuera del río el gato se acercó al coche y le dijo al monarca que entretanto su amo se bañaba algunos rufianes llegaron y le robaron sus vestidos a pesar de que gritó algúnas veces tan alto como pudo

-"¡Ladrones!¡Ladrones!"-

En verdad el astuto gato había escondido los vestidos debajo una gran piedra.

El monarca inmediatamente ordenó a los oficiales de su ropero correr y traer uno de sus mejores vestidos para el Marqués de Carabás. El monarca entonces lo recibió muy cortésmente. Y ya que los vestidos del monarca le daban una aspecto muy atractiva (además de que era apuesto y bien proporcionado) la hija del monarca tomó una secreta inclinación sentimental hacia él. El Marqués de Carabás sólo tuvo que dar dos o tres respetuosas y algo tiernas miradas a ella para que ésta se sintiera fuertemente enamorada de él. El monarca le pidió que entrara al coche y los acompañara en su recorrido.

El gato sumamente complacido del éxito que iba alcanzando su programa corrió adelantándose. Reunió a algunos lugareños que estaban preparando un terreno y les dijo

-"Mis buenos amigos si ustedes no le dicen al monarca que los terrenos que ustedes están trabajando pertenecen al Marqués de Carabás los harán en picadillo de carne."-

Cuando pasó el monarca éste no tardó en preguntar a los trabajadores de quién eran esos terrenos que estaban limpiando.

-"Son de mi señor el Marqués de Carabás."- contestaron todos a la vez pues las amenazas del gato los habían amedrentado.

-"Puede ver señor"- dijo el Marqués -"estos son terrenos que jamás fallan en dar una excelente cosecha cada año."-

El hábil gato siempre corriendo adelante del coche reunió a algunos segadores y les dijo

-"Mis buenos amigos si ustedes no le dicen al monarca que todos estos granos pertenecen al Marqués de Carabás los harán en picadillo de carne."-

El monarca que pasó momentos después les preguntó a quien pertenecían los granos que estaban segando.

-"Pertenecen a mi señor el Marqués de Carabás."- replicaron los segadores lo que complació al monarca y al marqués. El monarca lo felicitó por tan buena cosecha. El leal gato siguió corriendo adelante y decía lo mismo a todos los que encontraba y reunía. El monarca estaba asombrado de las amplias propiedades del señor Marqués de Carabás.

Por fin el astuto gato llegó a un majestuoso castillo cuyo dueño y señor era un ogro el más rico que se debiera conocido entonces. Todas las tierras por las que había pasado el monarca anteriormente pertenecían en verdad a este castillo. El gato que con anterioridad se había listo en saber quien era ese ogro y lo que podía realizar pidió hablar con él diciendo que era imposible pasar tan cerca de su castillo y no tener el honor de darle sus respetos.

El ogro lo recibió tan cortésmente como podría realizarlo un ogro y lo invitó a sentarse.

-"Yo he oído"- dijo el gato -"que eres capaz de cambiarte a la manera de cualquier criatura en la que pienses. Que tú puedes por ejemplo convertirte en león elefante u otro similar."-

-"Es cierto"- contestó el ogro muy contento -"Y para que te convenzas me haré un león."-

El gato se aterrorizó tanto por ver al león tan cerca de él que saltó hasta el techo lo que lo puso en más problema pues las botas no le ayudaban para caminar sobre el tejado. Sin embargo el ogro volvió a su manera natural y el gato bajó diciéndole que verdaderamente estuvo muy asustado.

-"También he oído"- dijo el gato -"que también te puedes transformar en los animales más pequeñitos como una rata o un ratón. Pero eso me cuesta creerlo. Debo admitirte que yo pienso que realmente eso es imposible."-

-"¿Imposible?"- Gritó el ogro -"¡Ya lo verás!"-

Inmediatamente se transformó en un chico ratón y comenzó a correr por el piso. En cuanto el gato vio aquello lo atrapó y se lo tragó.

Entretanto tanto llegó el monarca y al pasar vio el bonito castillo y decidió entrar en él. El gato que oyó el ruido del coche acercándose y pasando el puente corrió y le dijo al monarca

-"Su majestad es bienvenido a este castillo de mi señor el Marqués de Carabás."-

-"¿Qué?¡Mi señor Marqués!" exclamó el monarca -"¿Y este castillo también te pertenece? No he conocido nada más fino que esta corte y todos los edificios y propiedades que lo rodean. Entremos si no te importa."-

El marqués brindó su mano a la princesa para ayudarle a bajar y siguieron al monarca quien iba adelante. Ingresaron a una espaciosa sala donde estaba lista una magnífica fiesta que el ogro había listo para sus amistades que llegaban exactamente ese mismo día pero no se atrevían a entrar al saber que el monarca estaba allí.