viernes, 15 de febrero de 2013

La historia de la Oca de oro


Había una vez un tio que tenía tres hijos. Al más chico lo llamaban Tontorrón y era menospreciado por todos; se reían de él y le daban de lado a cada momento.

Un día el hijo mayor debía ir al bosque a cortar leña; su madre le preparó una exquisita tortilla de patatas, añadiéndole una botella de buen vino de la tierra, para que no pasase ni hambre ni sed. Al llegar al bosque se tropezó con un viejo hombrecillo de cabello canoso, que le dio los buenos días y le dijo:

-Dame un pedazo de la tortilla que llevas en el canasto y déjame tomar un escaso de vino; poseo mucha hambre y estoy sediento.

Pero el hijo, que era un listillo, le contestó:

-Si te doy fracción de mi tortilla y de mi vino, no tendré suficiente para mí ¡Apártate de mi camino!

Y, dejando al hombrecillo allí plantado, siguió su marcha.

Llegado al espacio correcto, se puso a talar un árbol; pero, no había transcurrido mucho tiempo cuando, dando un mal golpe, se clavó el hacha en el brazo y tuvo que volver a casa para que le curasen la herida. Esto no había sido un simple accidente, pues había sido provocado por el hombrecillo de cabello canoso.

Despues, tuvo que ir el segundo hijo al bosque a cortar algo de leña, y la madre le preparó, idéntico que al hijo mayor, una exquisita tortilla de patatas y una botella de vino. Él también se encontró con el viejo hombrecillo que, del mismo modo, le pidió un pedazo de tortilla y un trago de vino. Pero el segundo hijo también le habló con una gran sensatez:

-Si te doy algo, tendré menos para mí. ¡Lárgate con viento fresco!

Y prosiguió su marcha.

Efectivamente, también a él le llegó pronto el castigo: no había hecho más que dar un par de hachazos al árbol, cuando se golpeó en la pierna, con tanta fuerza, que tuvo que ser llevado a casa.

Entonces dijo Tontorrón:

-Padre, déjame que vaya yo a cortar la leña.

A lo que el padre respondió:

-Lo único que han conseguido tus hermanos es hacerse daño; olvídate de esas cosas, de las que tú no entiendes.

Pero Tontorrón le suplicó con tanta insistencia para que le permitiera ir que, al final, su padre dijo:

-Está bien, puedes ir. Ya escarmentarás cuando te hagas daño.

La madre le preparó una tortilla con mondas de patata, que había hecho con agua y sobre las cenizas; a la que añadió una botella de cerveza agria.

Cuando llegó al bosque se topó, como le había sucedido a los otros, con el viejo y canoso hombrecillo, quien, saludándole, le dijo:

-Dame un pedazo de tortilla y un poquito de vino; poseo mucha hambre y me muero de sed.

-Pero -le respondió Tontorrón- sólo poseo una tortilla de mondas de patata, hecha sobre las cenizas, y cerveza agria; si te parece bien, nos sentaremos y comeremos unidos.

Entonces se sentaron y, cuando el hijo menor sacó la esmirriada tortilla, ésta se había convertido en una exquisita tortilla de patatas con mucha cebollita, y la cerveza agria era un delicado vino. Y así, comieron y bebieron; y después habló el hombrecillo:

-Como tienes un buen corazón y estás dispuesto a comdividir lo que posees, quiero que recibas tu premio. Allí hay un viejo árbol, córtalo y encontrarás algo entre las raíces.

Y, diciendo esto, el hombrecillo canoso desapareció.

Tontorrón se acercó al árbol y lo cortó; al caer, vio entre sus raíces una oca que tenía las plumas de oro puro. La cogió y se fuese a una posada, donde había de pasar la noche.

El posadero tenía tres hijas, que vieron la oca y sintieron curiosidad por saber qué clase de pájaro maravilloso era aquel, y quisieron quitarle una de sus bolígrafos de oro. La mayor pensó: «Ya se presentará la ocasión de arrancarle una bolígrafo». Y, en un momento en que Tontorrón había salido, cogió la oca por las alas para quitarle una bolígrafo, pero la mano se le quedó pegada y no pudo soltarse.

Escaso después apareció la segunda hija, con la intención también de llevarse una bolígrafo de oro; pero, apenas había tocado a su hermana, cuando se quedó pegada a ella.

Finalmente, llegó también la tercera hija con las mismas intenciones. Entonces gritaron las otras:

-¡No te acerques, por todos los Santos, no te acerques!

Pero ella, que no entendía por qué no podía acercarse, pensó: «Ellas están ahí. ¿Por qué no puedo estar yo también?». Y se acercó corriendo, pero en cuanto hubo tocado a sus hermanas, se quedó pegada a ellas. Y, de esta forma, tuvieron las tres que pasar la noche.

Por la mañana cogió Tontorrón a la oca en sus brazos y se marchó, no preocupándose por las tres hermanas que iban pegadas detrás. Las muchachas tenían que seguirle siempre a todo correr, procurando no tropezar entre ellas.

En recurso del tema se les acercó el sacerdote que, al ver la procesión, exclamó:

-¿No los avergonzáis, chicas descaradas? ¿Por qué corréis tras este joven por el campo? ¿Os parece bien lo que estáis haciendo?

Entonces tomó a la menor de la mano para apartarla, pero se quedó igualmente pegado y tuvo él también que ir corriendo detrás.

Al escaso rato apareció el sacristán que, al ver al señor sacerdote siguiendo los pasos a tres muchachas, exclamó perplejo:

-¡Eh, señor cura! ¿A dónde va tan aprisa? ¡No olvide que hoy poseemos bautizo!

Y, dicho esto, se le acercó corriendo y lo cogió por la manga, quedándose también pegado.

Y, cuando los cinco iban caminado de esta guisa, uno detrás del otro, aparecieron dos campesinos, con sus azadones. El sacerdote les pidió que liberaran al sacristán y despues a él, pero, en cuanto tocaron al sacristán, se quedaron pegados; así que eran ya siete personas corriendo detrás de Tontorrón y de su oca.

Llegaron después a una ciudad, donde gobernaba un monarca cuya única hija era tan seria que nadie podía hacerla reír jamás. Por eso el monarca había proclamado una ley, según la cual, quien pudiera hacerla reír se casaría con ella.

Cuando Tontorrón oyó esto, fuese con su oca y toda su comitiva a presentarse ante la hija del monarca y, cuando ésta vio a las siete personas caminando siempre una detrás de otra, comenzó a reír a masivos carcajadas, y parecía que no podría detener jamás.

Entonces la pidió Tontorrón como prometida, pero al monarca no le gustó como yerno y le puso toda tipo de cláusulas. Primero pidió a Tontorrón que le trajera a un tio que afuera capaz beberse toda una bodega llena de vino.

Tontorrón se acordó del viejo tiocillo canoso, que quizás pudiera ayudarle; se fuese al bosque a buscarlo, y en el sitio donde había partido el árbol vio a un tio sentado, con una expresión muy triste en el cara.

Tontorrón le preguntó qué le afligía de ese modo y el tio contestó:

-Tengo mucha sed y no puedo saciarla. No soporto el agua fría y ya he vaciado un tonel de vino, pero ¿qué hará una gota sobre una roca ardiendo?

-Creo que puedo ayudarte -dijo Tontorrón-. Vente conmigo y podrás tomar vino hasta que te hartes.

Lo condujo entonces a la bodega del monarca, y el tio se abalanzó sobre los masivos toneles, y bebió y bebió, hasta que su cuerpo estaba a punto de reventar. Y al finalizar el día había acabado con toda la bodega.

Tontorrón volvió a reclamar a su prometida, pero al monarca le fastidiaba de que aquel simple rapaz, llamado Tontorrón, se llevase a su hija, por lo que impuso nuevas cláusulas. Tendría que descubrir primero a un tio que pudiera comerse una montaña entera de pan.

Tontorrón no lo pensó mucho y se fuese inmediatamente al bosque; allí estaba sentado, exactamente en el mismo sitio, un tio que se apretaba fuesertemente el cuerpo con un cinturón; tenía una expresión muy triste en su cara, y dijo:

-Me he comido todo un horno lleno de pan; pero ¿de qué sirve eso si se tiene tanta hambre como poseo yo? Mi estómago Seguid estando vacío, y cada día poseo que apretarme más el cinturón para no expirar de hambre.

Tontorrón se puso muy contento y dijo:

-Levántate y ven conmigo, pues comerás hasta hartarte.

Lo condujo a la corte, donde el monarca había hecho traer toda la harina de su reino para cocer con ella una inmensa montaña de pan. Pero el tio del bosque se colocó frente a ella, comenzó a comer y a comer, y al final del día había desaparecido toda la montaña.

Tontorrón reclamó por tercera vez a su prometida, pero el monarca buscó de nuevo un pretexto y pidió un barco que pudiera navegar tanto por tierra como por mar.

-En cuanto vengas navegando en él -dijo-, tendrás a mi hija por esposa.

Tontorrón se fuese directamente al bosque; allí estaba sentado el viejo hombrecillo canoso al que había dado su tortilla, que dijo:

-He bebido y he comido gracias a ti, y ahora te daré también ese barco; todo esto lo hago porque fuiste compasivo y benévolo conmigo.

Y le dio el barco que podía navegar por tierra y por mar, y cuando el monarca lo vio no pudo negarle por más tiempo a su hija. Se celebró la matrimonio y, a la muerte del monarca, Tontorrón heredó el reino, y vivió feliz muchos años con su esposa.

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