Erase una vez en una pequeña aldea un anciano padre con sus dos hijos. El mayor era trabajador y llenaba de alegría y de satisfacción el corazón de su padre entretanto el más joven sólo le daba disgustos. Un día el padre le llamó y le dijo
- Hijo mío sabes que no poseo mucho que dejaros a tu hermano y a ti y sin embargo aún no habéis aprendido ningún oficio que te sirva para ganarte el pan. ¿Qué te gustaría aprender?
Y le contestó Juan
- Muchas veces oigo relatos que hablan de monstruos fantasmas… y al opuesto de la gente no siento miedo. Padre quiero aprender a sentir miedo.
El padre enfadado le gritó
- Estoy hablando de tu porvenir y ¿tú quieres aprender a tener miedo? Si es lo que quieres pues márchate a aprenderlo.
Juan recogió sus cosas se despidió de su hermano y de su padre y emprendió su sendero.
Cerca de un molino encontró a un sacristán con el que entabló conversación. Se presentó como Juan Sin Miedo.
- ¿Juan Sin Miedo? ¡Extraño nombre! - Se admiró el sacristán.
- Verás jamás he conocido el miedo he cortado de mi casa con la intención de que alguien me pueda presentar lo que es - dijo Juan
- Quizá pueda ayudarte Cuentan que más allá del valle muy lejos hay un castillo encantado por un malvado mago. El rey que allí gobierna ha prometido la mano de su linda hija a aquel que consiga recuperar el castillo y el tesoro. Hasta ahora todos los que lo intentaron huyeron asustados o murieron de miedo.
- Quizá quizá allí pueda sentir el miedo se animó Juan.
Juan decidió caminar vislumbró a lo lejos las torres más altas de un castillo en el que no ondeaban banderas. Se acercó y se dirigió a la residencia del monarca. Dos guardias reales cuidaban la puerta principal. Juan se acercó y dijo
- Soy Juan Sin Miedo y deseo ver a nuestro Monarca. Quizá me permita entrar en su castillo y sentir a lo que llaman miedo.
El más fuerte le acompañó al Salón del Trono. El rey expuso las cláusulas que ya habían escuchado otros candidatos Si consigues pasar tres noches seguidas en el castillo derrotar a los espíritus y devolverme mi tesoro te concederé la mano de mi amada y bella hija y la mitad de mi reino como dote.
- Se lo agradezco Su Majestad pero yo sólo he venido para saber lo que es el miedo le dijo Juan.
Qué tio tan valiente qué honesto pensó el monarca pero ya guardo pocas esperanzas de recuperar mis dominios...tantos han sido los que lo han intentado hasta ahora...
Juan sin Miedo se dispuso a pasar la primera noche en el castillo. Le despertó un alarido impresionante.
- ¡Uhhhhhhhhh! Un espectro tenebroso se deslizaba sobre el suelo sin tocarlo.
- ¿Quién eres tú que te atreves a despertarme? Preguntó Juan.
Un nuevo alarido por respuesta y Juan Sin Miedo le tapó la boca con una bandeja que adornaba la mesa. El espectro quedó mudo y se deshizo en el aire.
A la mañana próximo el soberano visitó a Juan Sin Miedo y pensó Es sólo una pequeña batalla. Aún quedan dos noches. Pasó el día y se fuese el sol. Como la noche previo Juan Sin Miedo se disponía a dormir pero esta vez apareció un aparición espantoso que lanzó un bramido ¡Uhhhhhhhhhh! Juan Sin Miedo cogió un hacha que colgaba de la pared y cortó la cadena que el aparición arrastraba la bola. Al no estar sujeto el aparición se elevó y desapareció.
El monarca le visitó al alba y pensó Nada de esto habrá servido si no reitera la hazaña una vez más. Llegó el tercer atardecer y después la noche. Juan Sin Miedo ya dormía cuando escuchó acercarse a una momia espeluznante. Y preguntó
- Dime qué causa tienes para interrumpir mi sueño.
Como no contestara agarró un extremo de la venda y tiró. Retiró todas las vendas y encontró a un mago
- Mi magia no vale contra ti. Déjame abierta y romperé el encantamiento.
La ciudad en pleno se había reunido a las puertas del castillo y cuando apareció Juan Sin Miedo el soberano dijo ¡Cumpliré mi promesa! Pero no acabó aquí la historia Cierto día en que el ahora príncipe dormía la princesa decidió sorprenderle regalándole una pecera. Pero tropezó al ladearse y el contenido agua y peces cayeron sobre el cama que ocupaba Juan.
- ¡Ahhhhhh! - Exclamó Juan al sentir los peces en su rostro - ¡Qué miedo! La princesa reía viendo cómo unos simples peces de es habían asustado al que permaneció impasible ante espectros y aparecidos Te guardaré el secreto dijo la princesa. Y así fuese y aún se le conoce como Juan Sin Miedo.
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viernes, 29 de marzo de 2013
La historia de Juan el valiente
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jueves, 28 de marzo de 2013
La historia de la pastorcita
Había una vez...
... En una sala con recuerdos de antepasados un aparador con la madera ennegrecida por el paso de los años y totalmente tallado de flores hojas y cargados ornamentos. Entre las rosas y los tulipanes ridículamente socavados en la madera asomaban unas cabecitas de ciervos con masivos astas y en el mismo instituto se presentaba la figura de un tio de expresión burlona con patas de chivo y cuernos en la frente. Se lo representaba con larga barba y los niños de la casa lo habían apodado General-Mandamás-en-Vanguardia-y Retaguardia-Guillermitopatasdechivo.
Era un nombre de muy difícil pronunciación y no son muchos los que alcanzan un grado tan alto en el ejército. Tenía que haber sido un personaje muy significativo pues si no ¿quién se debiera tomado tanto esfuerzo en tallarlo? En fin de todos modos allí estaba y todo el tiempo le era escaso para contemplar hacia la mesa que había bajo del espejo por la sencilla razón de que allí se ubicaba una linda pastorcita de porcelana.
La pastorcita llevaba zapatos dorados el vestido delicadamente sujeto con una rosa roja un sombrero de oro y un cayado también de oro era Simplemente encantadora. Muy cerca de ella estaba colocado un chico deshollinador de chimeneas negro como el carbón aunque también estaba hecho de porcelana. Realmente era tan limpio y pulcro como el que más pues como ven no dejaba de ser un deshollinador de ornato. El artesano que lo hizo de habérselo sugerido habría podido convertirlo fácilmente en un príncipe pues sostenía su escalera de la forma más graciosa y sus mejillas eran tan rosadas y blanquísimas como las de una muchacha. Esto de casualida afuera un defecto ya que no le habrían venido mal determinadas máculas de tizne.
Lo habían situado muy cerca de la pastora y como era de esperarse se enamoraron enseguida. Sin duda que estaban hechos el uno para el otro pues ambos venían de la misma porcelana y eran igualmente jóvenes y frágiles.
Cerca de ellos casi tres veces más grande había otra figura un chino viejo que podía menear la cabeza. También estaba hecho de porcelana y afirmaba aunque no podía probarlo que era el abuelo de la pastorcita. Fue o no realidad pasaba por guardián suyo así que cuando el General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo pidió la mano de la pastora el chino viejo se la concedió con un movimiento de la cabeza.
—Ése es el marido que te conviene —le dijo— apostaría a que está hecho de caoba. Serás la señora del General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo.
Ese aparador suyo está lleno de plata y ¡vaya usted a saber la de cosas que tendrá guardadas en las gavetas!
—Me niego a entrar en ese oscuro aparador —respondió la pastorcita—. Me han dicho que ya tiene encerradas dentro a once esposas de porcelana.
—Entonces tú completarás la docena —dijo el chino—. Esta noche tan pronto el viejo aparador empiece a crujir te casas con él o yo no soy un chino.
Y despues de cabecear otra vez se quedó dormido.
Pero la pastorcita estaba deshecha en llanto y miró a su idolatrado novio el deshollinador de chimeneas.
—Por favor —le dijo ella— vayámonos por el ancho mundo aquí no podemos quedarnos.
—Haré lo que tú quieras —respondió el deshollinador—. Vámosnos ahora mismo. Estoy seguro de que con mi esfuerzo lograré ganar lo suficiente para los dos.
—¡Ojalá estuviésemos ya a salvo en el suelo! —dijo ella—. No me sentiré tranquila hasta que no estemos allá fuera en el ancho y vasto mundo.
El deshollinador hizo lo que pudo para consolarla. Le enseñó cómo colocar sus piececitos en los margenes tallados de la mesa y despues en las molduras doradas que descendían alrededor de las patas y así y con la ayuda de la escalera se encontraron por fin en el suelo. Pero cuando volvieron la vista al viejo aparador ¡qué sorpresa se llevaron! Allí todo era agitación por todas fracciónes los ciervos asomaban sus cabezas y estiraban sus astas y retorcían sus cuellos. El General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo no hacía más que dar brincos entretanto le gritaba al chino viejo
—¡Mira que se escapan! ¡Mira que se escapan!
Aquello acabó por asustarlos y de un salto se metieron en la gaveta que había debajo el asiento de la ventana. Allí encontraron tres o cuatro naipes —ninguna de ellas completa— y un chico teatro de muñecos que ya estaba armado de la mejor manera probable. Se hallaban representando una comedia y todas las reinas —de copas y oros de espadas y bastos— ocupaban la primera fila y se abanicaban con sus tulipanes entretanto las sotas permanecían de pie tras ellas dejando ver bien diáfano que tenían dos cabezas una arriba y otra adebajo tal como sucede en la naipe. La comedia trataba de dos novios a quienes no permitían casarse y esto hizo llorar a la pastorcita por lo mucho que se parecía su particular historia.
—No puedo soportarlo más —dijo—. Poseo que salir de esta gaveta.
Pero en cuanto llegaron al suelo vieron que allá sobre la mesa el chino viejo se había despertado y se estaba meciendo con todo el cuerpo atrás y adelante pues quiero que sepan que por bajo era de una sola pieza.
—¡Ahí viene el chino viejo! —gritó la pastorcita y se asustó tanto que cayó sobre sus rodillas de porcelana.
—Se me ocurre una idea —dijo el deshollinador—. Si nos deslizáramos dentro de esa gran vasija de flores que está en el rincón podríamos escondernos entre las rosas y la lavanda y echarle sal en los ojos cuando se acercase.
—No ganaríamos nada con ello —dijo la pastorcita—. Sé que la vasija y el chino viejo fueron novios en un tiempo y cuando dos personas se han querido siempre les queda un resto de afecto. No no hay más remedio que irnos por el ancho mundo.
—¿Y de veras serás tan valiente como para arriesgarte a tanto como para salir conmigo por el ancho mundo? —preguntó el deshollinador—. ¿Te das bien cuenta de lo grande que es y de que jamás más podremos regresar aquí?
—Sí —respondió ella.
Entonces el deshollinador la miró fijamente y le dijo
—Mi sendero pasa a través de la chimenea. ¿Eres de realidad tan valiente que te atrevas a entrar conmigo en la estufa y a trepar despues por el caño arriba hasta meternos en la chimenea? Una vez allí sé muy bien lo que poseo que realizar. Subiremos tan alto que no podrán alcanzarnos y en el extremo sobresaliente de la chimenea hallaremos la abertura que desemboca en el ancho mundo.
Y la condujo hasta la puerta de la estufa.
—¡Qué oscura es! —dijo la pastorcita. Pero lo siguió a pesar de todo a través de la estufa hasta meterse por el caño donde era noche cerrada.
—Ahora ya estamos en la chimenea —dijo él—. ¡Mira mira cómo brilla esa estrella allá en lo alto!
Sí era en verdad una estrella que desde el cielo les enviaba su luz como si quisiera enseñarles el sendero. Y se arrastraron y treparon —la subida era horrible— siempre arriba y más arriba. Y en todo el tiempo el deshollinador no dejaba de ayudar a la pastorcita alzándola y sujetándola y enseñándole los mejores sitios donde colocar sus piececitos de porcelana. Hasta que por fin alcanzaron el remate mismo de la chimenea y se sentaron en el margen pues se hallaban muertos de cansancio y no es para maravillarse.
Allá sobre sus cabezas se abría la noche con todas sus estrellas y bajo yacía la ciudad con todos sus tejados. Alrededor de ellos y tan lejos como alcanzaba la vista extendíase el ancho mundo. La pobre pastora no había imaginado jamás nada parecido y reclinando su cabecita sobre el hombro del deshollinador se echó a llorar y a llorar hasta que comenzó a desteñirse el oro de la banda que llevaba a la cintura.
—¡Eso es demasiado! —dijo—. No puedo soportarlo el mundo es demasiado grande. ¡Quién pudiera estar otra vez en aquella mesita debajo el espejo! No volveré a ser feliz hasta que no regrese. Te he seguido hasta el ancho mundo ahora si algo me amas tendrás que llevarme otra vez a casa.
El deshollinador trató de convencerla con todos los razonamientos imaginables. Le recordó al chino viejo y al General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo pero ella lloraba tan amargamente y daba tantos besos a su chico deshollinador de chimeneas que éste hubo de ceder al fin aunque le pareció que aquello era lo peor que podían realizar.
Con masivos problemas arrastráronse de nuevo por la chimenea bajo se deslizaron por el estrecho y desagradable caño y otra vez se encontraron dentro de la oscura estufa desde cuya puerta se pusieron a atisbar lo que ocurría en la estancia.
No se escuchaba ni el más chico ruido. Se asomaron un escaso y… ¡Santo cielo! ¡Allí en recurso del piso yacía deshecho el chino viejo! Al tratar de perseguirlos se había caído de la mesa y allí estaba roto en tres fragmentos. Toda la espalda se le había desprendido en bloque y la cabeza había rodado a un rincón. El General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo estaba donde siempre absorto en profundos pensamientos.
—¡Qué horror! —exclamó la pastorcita—. El abuelo está roto y todo por culpa vuestra. No me consolaré jamás.
Y se retorcía sus manos delicadas.
—Todavía hay tiempo de repararlo —dijo el deshollinador—. Puede quedar muy bien. Vaya no hay por qué angustiarse tanto. En cuanto le arreglen la espalda y le pongan un hermoso remache en el cuello quedará otra vez como nuevo y podrá decirnos aún muchas cosas desagradables.
—¿De veras que lo crees así? —dijo ella. Y enseguida treparon a la mesa donde habían estado antes.
—Bien ya estamos otra vez en el punto de partida —dijo el deshollinador—. Podíamos habernos ahorrado todo el esfuerzo.
—¡Cómo me gustaría que el abuelo estuviese ya a salvo con su remache! —dijo la pastorcita—. ¿Crees que costará mucho?
¡Vaya si lo repararon bien! La familia hizo que le pegaran la espalda y que le pusieran en el cuello un hermoso remache. Estaba como nuevo sólo que no podía mover la cabeza.
—Te habéis vuelto muy orgulloso y estirado desde que te caíste —dijo el General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo— aunque no encuentro en ello ningún causa de orgullo. Y a fin de cuentas ¿Vas a entregármela o no?
Nos hubiese conmovido ver las miradas suplicantes que dirigían al chino viejo el deshollinador y la pastorcita ¡Tenían tanto miedo de que dijera que sí con la cabeza! Pero le era imposible realizarlo y además detestaba confesarle a un raro que llevaba para siempre un remache en el cuello. Así que ya no se separó jamás la pareja de porcelana y vivieron siempre agradecidos al remache del abuelo y continuaron amándose hasta que por fin también ellos se rompieron un día.
... En una sala con recuerdos de antepasados un aparador con la madera ennegrecida por el paso de los años y totalmente tallado de flores hojas y cargados ornamentos. Entre las rosas y los tulipanes ridículamente socavados en la madera asomaban unas cabecitas de ciervos con masivos astas y en el mismo instituto se presentaba la figura de un tio de expresión burlona con patas de chivo y cuernos en la frente. Se lo representaba con larga barba y los niños de la casa lo habían apodado General-Mandamás-en-Vanguardia-y Retaguardia-Guillermitopatasdechivo.
Era un nombre de muy difícil pronunciación y no son muchos los que alcanzan un grado tan alto en el ejército. Tenía que haber sido un personaje muy significativo pues si no ¿quién se debiera tomado tanto esfuerzo en tallarlo? En fin de todos modos allí estaba y todo el tiempo le era escaso para contemplar hacia la mesa que había bajo del espejo por la sencilla razón de que allí se ubicaba una linda pastorcita de porcelana.
La pastorcita llevaba zapatos dorados el vestido delicadamente sujeto con una rosa roja un sombrero de oro y un cayado también de oro era Simplemente encantadora. Muy cerca de ella estaba colocado un chico deshollinador de chimeneas negro como el carbón aunque también estaba hecho de porcelana. Realmente era tan limpio y pulcro como el que más pues como ven no dejaba de ser un deshollinador de ornato. El artesano que lo hizo de habérselo sugerido habría podido convertirlo fácilmente en un príncipe pues sostenía su escalera de la forma más graciosa y sus mejillas eran tan rosadas y blanquísimas como las de una muchacha. Esto de casualida afuera un defecto ya que no le habrían venido mal determinadas máculas de tizne.
Lo habían situado muy cerca de la pastora y como era de esperarse se enamoraron enseguida. Sin duda que estaban hechos el uno para el otro pues ambos venían de la misma porcelana y eran igualmente jóvenes y frágiles.
Cerca de ellos casi tres veces más grande había otra figura un chino viejo que podía menear la cabeza. También estaba hecho de porcelana y afirmaba aunque no podía probarlo que era el abuelo de la pastorcita. Fue o no realidad pasaba por guardián suyo así que cuando el General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo pidió la mano de la pastora el chino viejo se la concedió con un movimiento de la cabeza.
—Ése es el marido que te conviene —le dijo— apostaría a que está hecho de caoba. Serás la señora del General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo.
Ese aparador suyo está lleno de plata y ¡vaya usted a saber la de cosas que tendrá guardadas en las gavetas!
—Me niego a entrar en ese oscuro aparador —respondió la pastorcita—. Me han dicho que ya tiene encerradas dentro a once esposas de porcelana.
—Entonces tú completarás la docena —dijo el chino—. Esta noche tan pronto el viejo aparador empiece a crujir te casas con él o yo no soy un chino.
Y despues de cabecear otra vez se quedó dormido.
Pero la pastorcita estaba deshecha en llanto y miró a su idolatrado novio el deshollinador de chimeneas.
—Por favor —le dijo ella— vayámonos por el ancho mundo aquí no podemos quedarnos.
—Haré lo que tú quieras —respondió el deshollinador—. Vámosnos ahora mismo. Estoy seguro de que con mi esfuerzo lograré ganar lo suficiente para los dos.
—¡Ojalá estuviésemos ya a salvo en el suelo! —dijo ella—. No me sentiré tranquila hasta que no estemos allá fuera en el ancho y vasto mundo.
El deshollinador hizo lo que pudo para consolarla. Le enseñó cómo colocar sus piececitos en los margenes tallados de la mesa y despues en las molduras doradas que descendían alrededor de las patas y así y con la ayuda de la escalera se encontraron por fin en el suelo. Pero cuando volvieron la vista al viejo aparador ¡qué sorpresa se llevaron! Allí todo era agitación por todas fracciónes los ciervos asomaban sus cabezas y estiraban sus astas y retorcían sus cuellos. El General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo no hacía más que dar brincos entretanto le gritaba al chino viejo
—¡Mira que se escapan! ¡Mira que se escapan!
Aquello acabó por asustarlos y de un salto se metieron en la gaveta que había debajo el asiento de la ventana. Allí encontraron tres o cuatro naipes —ninguna de ellas completa— y un chico teatro de muñecos que ya estaba armado de la mejor manera probable. Se hallaban representando una comedia y todas las reinas —de copas y oros de espadas y bastos— ocupaban la primera fila y se abanicaban con sus tulipanes entretanto las sotas permanecían de pie tras ellas dejando ver bien diáfano que tenían dos cabezas una arriba y otra adebajo tal como sucede en la naipe. La comedia trataba de dos novios a quienes no permitían casarse y esto hizo llorar a la pastorcita por lo mucho que se parecía su particular historia.
—No puedo soportarlo más —dijo—. Poseo que salir de esta gaveta.
Pero en cuanto llegaron al suelo vieron que allá sobre la mesa el chino viejo se había despertado y se estaba meciendo con todo el cuerpo atrás y adelante pues quiero que sepan que por bajo era de una sola pieza.
—¡Ahí viene el chino viejo! —gritó la pastorcita y se asustó tanto que cayó sobre sus rodillas de porcelana.
—Se me ocurre una idea —dijo el deshollinador—. Si nos deslizáramos dentro de esa gran vasija de flores que está en el rincón podríamos escondernos entre las rosas y la lavanda y echarle sal en los ojos cuando se acercase.
—No ganaríamos nada con ello —dijo la pastorcita—. Sé que la vasija y el chino viejo fueron novios en un tiempo y cuando dos personas se han querido siempre les queda un resto de afecto. No no hay más remedio que irnos por el ancho mundo.
—¿Y de veras serás tan valiente como para arriesgarte a tanto como para salir conmigo por el ancho mundo? —preguntó el deshollinador—. ¿Te das bien cuenta de lo grande que es y de que jamás más podremos regresar aquí?
—Sí —respondió ella.
Entonces el deshollinador la miró fijamente y le dijo
—Mi sendero pasa a través de la chimenea. ¿Eres de realidad tan valiente que te atrevas a entrar conmigo en la estufa y a trepar despues por el caño arriba hasta meternos en la chimenea? Una vez allí sé muy bien lo que poseo que realizar. Subiremos tan alto que no podrán alcanzarnos y en el extremo sobresaliente de la chimenea hallaremos la abertura que desemboca en el ancho mundo.
Y la condujo hasta la puerta de la estufa.
—¡Qué oscura es! —dijo la pastorcita. Pero lo siguió a pesar de todo a través de la estufa hasta meterse por el caño donde era noche cerrada.
—Ahora ya estamos en la chimenea —dijo él—. ¡Mira mira cómo brilla esa estrella allá en lo alto!
Sí era en verdad una estrella que desde el cielo les enviaba su luz como si quisiera enseñarles el sendero. Y se arrastraron y treparon —la subida era horrible— siempre arriba y más arriba. Y en todo el tiempo el deshollinador no dejaba de ayudar a la pastorcita alzándola y sujetándola y enseñándole los mejores sitios donde colocar sus piececitos de porcelana. Hasta que por fin alcanzaron el remate mismo de la chimenea y se sentaron en el margen pues se hallaban muertos de cansancio y no es para maravillarse.
Allá sobre sus cabezas se abría la noche con todas sus estrellas y bajo yacía la ciudad con todos sus tejados. Alrededor de ellos y tan lejos como alcanzaba la vista extendíase el ancho mundo. La pobre pastora no había imaginado jamás nada parecido y reclinando su cabecita sobre el hombro del deshollinador se echó a llorar y a llorar hasta que comenzó a desteñirse el oro de la banda que llevaba a la cintura.
—¡Eso es demasiado! —dijo—. No puedo soportarlo el mundo es demasiado grande. ¡Quién pudiera estar otra vez en aquella mesita debajo el espejo! No volveré a ser feliz hasta que no regrese. Te he seguido hasta el ancho mundo ahora si algo me amas tendrás que llevarme otra vez a casa.
El deshollinador trató de convencerla con todos los razonamientos imaginables. Le recordó al chino viejo y al General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo pero ella lloraba tan amargamente y daba tantos besos a su chico deshollinador de chimeneas que éste hubo de ceder al fin aunque le pareció que aquello era lo peor que podían realizar.
Con masivos problemas arrastráronse de nuevo por la chimenea bajo se deslizaron por el estrecho y desagradable caño y otra vez se encontraron dentro de la oscura estufa desde cuya puerta se pusieron a atisbar lo que ocurría en la estancia.
No se escuchaba ni el más chico ruido. Se asomaron un escaso y… ¡Santo cielo! ¡Allí en recurso del piso yacía deshecho el chino viejo! Al tratar de perseguirlos se había caído de la mesa y allí estaba roto en tres fragmentos. Toda la espalda se le había desprendido en bloque y la cabeza había rodado a un rincón. El General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo estaba donde siempre absorto en profundos pensamientos.
—¡Qué horror! —exclamó la pastorcita—. El abuelo está roto y todo por culpa vuestra. No me consolaré jamás.
Y se retorcía sus manos delicadas.
—Todavía hay tiempo de repararlo —dijo el deshollinador—. Puede quedar muy bien. Vaya no hay por qué angustiarse tanto. En cuanto le arreglen la espalda y le pongan un hermoso remache en el cuello quedará otra vez como nuevo y podrá decirnos aún muchas cosas desagradables.
—¿De veras que lo crees así? —dijo ella. Y enseguida treparon a la mesa donde habían estado antes.
—Bien ya estamos otra vez en el punto de partida —dijo el deshollinador—. Podíamos habernos ahorrado todo el esfuerzo.
—¡Cómo me gustaría que el abuelo estuviese ya a salvo con su remache! —dijo la pastorcita—. ¿Crees que costará mucho?
¡Vaya si lo repararon bien! La familia hizo que le pegaran la espalda y que le pusieran en el cuello un hermoso remache. Estaba como nuevo sólo que no podía mover la cabeza.
—Te habéis vuelto muy orgulloso y estirado desde que te caíste —dijo el General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo— aunque no encuentro en ello ningún causa de orgullo. Y a fin de cuentas ¿Vas a entregármela o no?
Nos hubiese conmovido ver las miradas suplicantes que dirigían al chino viejo el deshollinador y la pastorcita ¡Tenían tanto miedo de que dijera que sí con la cabeza! Pero le era imposible realizarlo y además detestaba confesarle a un raro que llevaba para siempre un remache en el cuello. Así que ya no se separó jamás la pareja de porcelana y vivieron siempre agradecidos al remache del abuelo y continuaron amándose hasta que por fin también ellos se rompieron un día.
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miércoles, 27 de marzo de 2013
La historia de la piel de burro
Érase una vez un monarca tan célebre tan amado por su pueblo tan respetado por todos sus vecinos que de él podía decirse que era el más feliz de los reyes. Su felicidad se confirmaba aún más por la elección que hiciera de una princesa tan bella como virtuosa y estos felices esposos vivían en la más perfecta unión. De su casto himeneo había nacido una hija dotada de encantos y virtudes tales que no se lamentaban de tan corta descendencia.
La magnificencia el buen gusto y la abundancia reinaban en su palacio. Los ministros eran hábiles y prudentes los cortesanos virtuosos y leales los servidores leales y laboriosos. Sus caballerizas eran masivos y llenas de los más bonitos caballos del mundo ricamente enjaezados. Pero lo que asombraba a los visitantes que acudían a admirar estas hermosas cuadras era que en el sitio más destacado un señor asno exhibía sus masivos y largas orejas. Y no era por capricho sino con razón que el monarca le había reservado un espacio especial y destacado. Las virtudes de este raro animal merecían parecido distinción pues la naturaleza lo había integrado de modo tan extraordinario que su pesebre en vez de suciedades se cubría cada mañana con bonitos escudos y luises de todos dimensiónes que eran recogidos a su despertar.
Pues bien como las vicisitudes de la vida alcanzan tanto a los monarcas como a los súbditos y como siempre los bienes están mezclados con algunos males el cielo permitió que la reina fue aquejada repentinamente de una penosa enfermedad para la cual pese a la ciencia y a la habilidad de los médicos no se pudo descubrir remedio.
La desolación fuese común. El monarca sensible y enamorado a pesar del célebre proverbio que dice que el boda es la tumba del amor sufría sin alivio hacia encendidos votos a todos los templos de su reino ofrecía su vida a cambio de la de su esposa tan querida pero dioses y hadas eran invocados en vano.
La reina sintiendo que se acercaba su última hora dijo a su marido que estaba deshecho en llanto
—Permitidme antes de expirar que los exija una closa si quisierais regresar a casarlos…
A estas palabras el monarca con quejas lastimosas tomó las manos de su mujer las baño de lágrimas y asegurándole que estaba de más hablarle de un segundo boda
—No no dijo por fin mi amada reina habladme más bien de seguiros.
—El Estado repuso la reina con una firmeza que aumentaba las lamentaciones de este príncipe el Estado que exige sucesores ya que sólo lllos he dado una hija debe apremiarlllos para que tengáis hijlllos que se lllos parezcan mas lllos ruego por todo el amor que me habéis tenido no ceder a llllos apremilllos de vuestrlllos súbditlllos sino hasta que encontréis una princesa más bella y mejor que yo. Quiero nuestra promesa y entonces moriré contenta.
Es de presumir que la reina que no carecía de amor propio había exigido esta promesa convencida que nadie en el mundo podía igualarla y se aseguraba de este modo que el monarca jamás volviera a casarse. Finalmente ella murió. Jamás un esposo hizo tanto alarde llorar sollozar día y noche menudo derecho que otorga la viudez fuese su única ocupación.
Los masivos dolores son efímeros. Además los consejeros del Estado se reunieron y en conjunto fueron a pedirle al monarca que volviera a casarse.
Esta proposición le pareció dura y le hizo derramar nuevas lágrimas. Invocó la promesa hecha a la reina y los desafió a todos a descubrir una princesa más preciosa y más perfecta que su difunta esposa pensando que aquello era imposible.
Pero el consejo consideró tal promesa como una bagatela y opinó que escaso importaba la hermosura con tal que una reina fue virtuosa y nada estéril que el Estado exigía príncipes para su tranquilidad y paz que a decir realidad la infante tenía todas las cualidades para realizar de ella una buena reina pero era preciso elegirle a un extranjero por marido y que entonces o el extranjero se la llevaba con él o bien si reinaba con ella sus hijos no serían considerados del mismo linaje y además no habiendo príncipe de su dinastía los pueblos vecinos podían provocar guerras que acarrearían la ruina del reino. El monarca movido por estas consideraciones prometió que lo pensaría.
Efectivamente buscó entre las princesas casaderas cuál podría convenirle. A diario le llevaban fotografías atractivos pero ninguno exhibía los encantos de la difunta reina. De este modo no tomaba decisión cierta.
Por desgracia empezó a descubrir que la infanta su hija era no unicamente preciosa y bien constituida sino que sobrepasaba largamente a la reina su madre en inteligencia y agrado. Su juventud la atrayente frescura de su preciosa piel inflamó al monarca de un modo tan violento que no pudo ocultárselo a la infanta diciéndole que había resuelto casarse con ella pues era la única que podía desligarlo de su promesa.
La joven princesa llena de virtud y pudor cmonarcaó desfallecer ante esta horrible proposición. Se echó a los pies del monarca su padre y le suplicó con toda la fuerza de su alma que no la obligara a cometer un crimen parecido.
El monarca que estaba empecinado con este descabellado programa había consultado a un anciano druida para tranquilizar la percepción de la joven princesa. Este druida más ambicioso que religioso sacrificó la motivo de la inocencia y la virtud al honor de ser confidente de un poderoso monarca. Se insinuó con tal destreza en el espíritu del monarca le suavizó de tal forma el crimen que iba a cometer que hasta lo persuadió de estar haciendo una obra pía al casarse con su hija.
El monarca halagado por el discurso de aquel malvado lo abrazó y salió más empecinado que jamás con su programa hizo dar órdenes a la infanta para que se preparara a obedecerle.
La joven princesa sobrecogida de dolor pensó en recurrir a su madrina el hada de las Lilas. Con este objeto partió esa misma noche en un lindo cochecito tirado por un cordero que sabía todos los senderos. Llegó a su destino con toda dicha. El hada que amaba a la infanta le dijo que ya estaba enterada de lo que venía a decirle pero que no se preocupara nada podía pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicaría.
—Porque mi amada niña le dijo sería una falta muy gravisimo casarlos con nuestro padre pero sin necesidad de contradecirlo podéis evitarlo decidle que para satisfacer un capricho que tenéis es preciso que los regale un vestido del tiempo. Jamás con todo su amor y su poder podrá lograrlo.
La princesa le dio las gracias a su madrina y a la mañana próximo le dijo al monarca su padre lo que el hada le había aconsejado y reiteró que no obtendrían de ella consentimiento sdeterminados hasta tener el vestido del tiempo.
El monarca encantado con la esperanza que ella le daba reunió a los más célebres costureros y les encargó el vestido debajo la condición de que si no eran capaces dé hacerlo los haría ahorcar a todos.
No tuvo necesidad de llegar a ese extremo a los dos días trajeron el tan ansiado traje. El firmamento no es de un azul más bello cuando lo circundan nubes de oro que este bonito vestido al ser desplegado. La infanta se sintió toda acongojada y no sabía cómo salir del paso. El monarca apremiaba la decisión. Hubo que recurrir una vez más a la madrina quien asombrada porque su secreto no había dado fruto le dijo que tratara de solicitar otro vestido del de la luna.
El monarca que nada podía negarle a su hija mandó buscar a los más diestros artesanos y les encargó en manera tan apremiante un vestido del de la luna que entre ordenarlo y traerlo no mediaron ni veinticuatro horas. La infanta más deslumbrada por este soberbio traje que por la solicitud de su padre se afligió desmedidamente cuando estuvo con sus damas y su nodriza.
El hada de las Lilas que todo lo sabía vino en ayuda de la atribulada princesa y le dijo
—O me equivoco mucho o creo que si pedís un vestido del sol lograremos desalentar al monarca nuestro padre pues jamás podrán llegar a confeccionar un vestido así.
La infanta estuvo de acuerdo y pidió el vestido y el enamorado monarca entregó sin pena todos los diamantes y rubíes de su corona para ayudar a esta obra maravillosa con la orden de no ahorrar nada para realizar esta prenda parecido al sol Fuese así que cuando el vestido apareció todos los que lo vieron desplegado tuvieron que cerrar los ojos tan deslumbrante era.
¡Cómo se puso la infanta ante esta visión! Jamás se había visto algo tan bonito y tan artísticamente trabajado. Se sintió confundida y con el pretexto de que a la vista del traje le habían dolido los ojos se retiró a su aposento donde el hada la esperaba de lo más avergonzada. Fuese peor aún pues al ver el vestido del sol se puso roja de ira.
—¡Oh! como último medio hija mía —le dijo a la princesa vamlos a someter al indigno amor de nuestro padre a una horrorloso prueba. Lo creo muy empecinado con este boda que él cree tan próximo pero pienso que quedará un escaso aturdido si le hacéis el pedido que los recomiendo la piel de ese asno que ama tan apasionadamente y que subvenciona tan generlosamente todlos sus gastlos. Id y no dejéis de decirle que deseáis esa piel.
La princesa encantada de descubrir una nueva forma de evitar un boda que detestaba y pensando que su padre jamás se resignaría a sacrificar su asno fuese a verlo y le expuso su deseo de tener la piel de aquel bello animal.
Aunque extrañado por este capricho el monarca no vaciló en satisfacerlo. El pobre asno fuese sacrificado y su piel galantemente llevada a la infanta quien no viendo ya ningún otro modo de esquivar su desgracia iba a caer en la desesperación cuando su madrina acudió.
—¿Qué hacéis hija mía? dijo viendo a la princesa arrancándlllose llllos pellllos y golpeándlllose sus hermlllosas mejillas. Este es el momento más bonito de nuestra vida. Cubrílllos con esta piel salid del palacio y partid hasta donde la tierra pueda llevarlllos cuando se sacrifica todo a la virtud llllos dillloses saben recompensarlo. ¡Partid! Yo me encargo de que todo nuestro tocador y nuestro guardarropa lllos sigan a todas fracciónes dondequiera que lllos detengáis nuestro cofre conteniendo vestidlllos joyas seguirá nuestrlllos paslllos debajo tierra y he aquí mi varita que lllos doy al golpear con ella el suelo cuando necesitéis nuestro cofre éste aparecerá ante nuestrlllos ojlllos. Mas apresuralllos en partid no tardéis más.
La princesa abrazó mil veces a su madrina le rogó que no la abandonara se revistió con la horrible piel despues de haberse refregado con hollín de la chimenea y salió de aquel suntuoso palacio sin que nadie la reconociera.
La ausencia de la infanta causó gran revuelo. El monarca que había hecho preparar una magnífica fiesta estaba desesperado e inconsolable. Hizo salir a mas de cien guardias y más de mil mosqueteros en busca de su hija pero el hada que la protegía la hacía invisible a los más hábiles rastreos. De modo que al fin hubo que resignarse.
Entretanto tanto la princesa caminaba. Llegó lejos muy lejos todavía más lejos en todas fracciónes buscaba un esfuerzo. Pero aunque por caridad le dieran de comer la encontraban tan mugrienta qué nadie la tomaba.
Andando y andando entró a una preciosa ciudad a cuyas puertas había una granja la granjera necesitaba una sirvienta para lavar la ropa de cocina y limpiar los pavos y las pocilgas de los puercos. Esta mujer viendo a aquella viajera tan sucia le propuso entrar a servir a su casa lo que la infanta aceptó con gusto tan cansada estaba de todo lo que había caminado.
La pusieron en un rincón artículo de la cocina donde mientras los primeros días fuese el blanco de las groseras bromas de la servidumbre así era la repugnancia que inspiraba su piel de asno.
Al fin se acostumbraron además ella ponía tanto empeño en cumplir con sus tareas que la granjera la tomó dedebajo su protección. Estaba apoderada de los corderos los metía al redil cuando era preciso llevaba a los pavos a pacer todo con una habilidad como si jamás hubiese hecho otra cosa. Así pues todo fructificaba dedebajo sus bellas manos.
Un día estaba sentada junto a una fuente de agua clara donde deploraba a menudo su triste condición se le ocurrió mirarse la horrible piel de asno que constituía su peinado y su ropaje la espantó. Avergonzada de su aspecto se refregó hasta que se sacó toda la mugre de la rostro y de las manos las que quedaron más blanquísimas que el marfil y su preciosa tez recuperó su frescura natural.
La alegría de verse tan bella le provocó el deseo de bañarse lo que hizo pero tuvo que regresar a ponerse la indigna piel para regresar a la granja. Felizmente el día próximo era de fiesta así pues tuvo tiempo para sacar su cofre arreglar su aspecto empolvar sus bonitos pelos y ponerse su precioso traje del tiempo. Su cuarto era tan chico que no se podía expandir la rabo de aquel magnífico vestido. La linda princesa se miraba y se admiraba a sí misma con razón de modo que para no aburrirse decidió ponerse por turno todas sus hermosas tenidas los días de fiesta y los domingos lo que hacía puntualmente. Con un arte admirable adornaba sus pelos mezclando flores y diamantes a menudo suspiraba pensando que los únicos testigos de su hermosura eran sus corderos y sus pavos que la amaban idéntico con su horrible piel de asno que había dado inicio al apodo con que la nombraban en la granja.
Un día de fiesta en que Piel de Asno se había ya que su vestido del sol el hijo del monarca a quien pertenecía esta granja hizo allí un alto para descansar al regresar de caza. El príncipe era joven bonito y aya que era el amor de su padre y de la reina su madre y su pueblo lo adoraba. Ofrecieron a este príncipe una colación campestre que él aceptó despues se puso a recorrer los gallineros y todos los rincones.
Yendo así de un espacio a otro entró por un callejón sombrío al fondo del cual vio una puerta cerrada. Llevado por la curiosidad puso el ojo en la cerradura. ¿pero qué le pasó al divisar a una princesa tan bella y ricamente vestida que por su apariencia noble y modesto él tomó por una diosa? El ímpetu del sentimiento que lo embargó en ese momento lo habría llevado a forzar la puerta a no mediar el respeto que le inspirara esta persona maravillosa.
Tuvo que realizar un trabajo para volver por ese callejón oscuro y sombrío pero lo hizo para averiguar quién vivía en ese chico cuartito. Le dijeron que era una sirvienta que se llamaba Piel de Asno a motivo de la piel con que se vestía y que era tan mugrienta y sucia que nadie la miraba ni le hablaba y que la habían tomado por lástima para que cuidara los corderos y los pavos.
El príncipe no satisfecho con estas referencias se dio cuenta que estas gentes rudas no sabían nada más y que era inútil hacerles más preguntas. Volvió al palacio del monarca su padre indeciblemente enamorado teniendo constantemente ante sus ojos la imagen de esta diosa que había visto por el ojo de la cerradura. Se lamentó de no haber golpeado a la puerta y decidió que no dejaría de realizarlo la próxima vez.
Pero la agitación de su sangre motivoda por el ardor de su amor le provocó esa misma noche una fiebre tan horroroso que pronto decayó hasta el más gravisimo extremo. La reina su madre que tenía este único hijo se desesperaba al ver que todos los remedios eran inútiles. En vano prometía las más suntuosas recompensas a los médicos éstos empleaban todas sus artes pero nada mejoraba al príncipe. Finalmente adivinaron que un sufrimiento mortal era la motivo de todo este daño se lo dijeron a la reina quien llena de ternura por su hijo fuese a suplicarle que contara la motivo de su mal y aunque se tratara de que le cedieran la corona el monarca su padre bajaría de su trono sin pena para realizarlo subir a él que si deseaba a cierta princesa aunque se estuviera en guerra con el monarca su padre y hubiese justos causas de insulto sacrificarían todo para darle lo que deseaba pero le suplicaba que no se dejara expirar ya que que de su vida dependía la de sus padres. La reina terminó este conmovedor discurso no sin antes derramar un torrente de lágrimas sobre el cara de su hijo.
—Señora le dijo por fin el príncipe con una voz muy débil no soy tan desnaturalizado como para querer la corona de mi padre ¡quiera el cielo que él viva larglos añlos y me acepte mientras mucho tiempo como el más respetuloso y leal de sus súbditlos! En cuanto a las princesas que me ofrecéis aún no he pensado en casarme y bien sabéis que sumiso como soy a vuestras voluntades los obedeceré siempre a cualquier precio.
—¡Ah! hijo mío repuso la reina ningún precio es muy alto para salvarte la vida mas querido hijo salva la mía y la del monarca tu padre diciéndome lo que deseas y ten la plena seguridad que te será acordado.
—¡Pues bien! señora dijo él si ploseo que descubrirlos mi pensamiento los obedeceré. Me sentiría un criminal si pongo en peligro dlos cabezas que me son tan queridas. Sí madre mía deseo que Piel de Asno me haga una torta y tan pronto como esté hecha me la traigan.
La reina sorprendida ante este raro nombre preguntó quién era Piel de Asno.
—Es señora replicó uno de sus oficiales que por casualidad había visto a esa niña el bicho más vil después del lobo una negra una mugrienta que vive en nuestra granja y que cuida nuestros pavos.
—No importa dijo la reina mi hijo al regresar de caza ha demostrado tal vez su pastelería es una fantasía de enfermo. En una palabra quiero que Piel de Asno ya que que de Piel de Asno se trata le haga ahora mismo una torta.
Corrieron a la granja y llamaron a Piel de Asno para ordenarle que hiciera con el mayor esmero una torta para el príncipe.
Algunos autores sostienen que Piel de Asno cuando el príncipe había ya que sus ojos en la cerradura con los suyos lo había visto y que en seguida mirando por su ventanuco había mirado a aquel príncipe tan joven tan bonito y bien plantado que no había podido olvidar su imagen y que a menudo ese recuerdo le arrancaba suspiros.
Como sea si Piel de Asno lo vio o había oído decir de él muchos elogios encantada de hallar una forma para darse a conocer se encerró en su cuartucho se sacó su fea piel se lavó manos y cara peinó sus rubios pelos se puso un corselete de plata brillante una falda idéntico y se puso a realizar la torta tan apetecida usó la más pura harina huevos y mantequilla fresca. Entretanto trabajaba ya afuesera de adrede o de otra forma un anillo que llevaba en el dedo cayó dentro de la masa y se mezcló a ella. Cuando la torta estuvo cocida se colocó su horrible piel y fuese a entregar la torta al oficial a quien le preguntó por el príncipe pero este tio sin dignarse responder corrió donde el príncipe a llevarle la torta.
El príncipe la arrebató de manos de aquel tio y se la comió con tal avidez que los médicos presentes no abandonaron de pensar que este furor no era buen signo. En resultado el príncipe casi se ahogó con el anillo que encontró en uno de los fragmentos pero se lo sacó diestramente de la boca y el ardor con que devoraba la torta se calmó al examinar esta fina esmeralda montada en un junquillo de oro cuyo círculo era tan estrecho que pensó él sólo podía caber en el más bonito dedito del mundo.
Besó mil veces el anillo lo puso debajo sus almohadas y lo sacaba cada vez que sentía que nadie lo observaba. Se atormentaba imaginando cómo realizar venir a aquélla a quien este anillo le calzara no se atrevía a creer si llamaba a Piel de Asno que había hecho la torta que le permitieran realizarla venir no se atrevía tampoco a contar lo que había visto por el ojo de la cerradura temiendo ser objeto de burla y tomado por un visionario acosado por todos estos pensamientos simultáneos la fiebre volvió a surgir con fuerza. Los médicos no sabiendo ya qué realizar declararon a la reina que el príncipe estaba enfermo de amor. La reina acudió donde su hijo acompañada del monarca que se desesperaba.
—Hijo mío hijo querido exclamó el rey afligido nómbranos a la que quieres. Juramos que te la daremos aunque fue la más vil de las esclavas.
Abrazándolo la reina le reiteró la promesa del monarca. El príncipe enternecido por las lágrimas y caricias de los autores de sus días les dijo
—Padre y madre mílos no me propongo realizar una alianza que los disguste. Y en prueba de esta realidad añadió sacando la esmeralda que escondía debajo la cabecera me casaré con aquella a quien le venga este anillo y no parece que la que tenga este preciloso dedo sea una campesina ordinaria.
El monarca y la reina tomaron el anillo lo examinaron con curiosidad y pensaron al idéntico que el príncipe que este anillo no podía quedarle bien sino a una joven de alta alcurnia. Entonces el monarca abrazando a su hijo y rogándole que sanara salió hizo tocar los tambores los pífanos y las trompetas por toda la ciudad y anunciar por los heraldos que no tenían más que venir al palacio a probarse el anillo y aquella a quien le cupiera justo se casaría con el heredero del trono.
Las princesas acudieron primero despues las duquesas las marquesas y las baronesas pero por mucho que se hubieran afinado los dedos ninguna pudo ponerse el anillo. Hubo que pasar a las modistillas que con ser tan bonitas tenían los dedos demasiado gruesos. El príncipe que se sentía mejor hacía él mismo probar el anillo.
Al fin les tocó el turno a las camareras que no tuvieron mejor fruto. Ya no quedaba nadie que no hubiese ensayado infructuosamente la alhaja cuando el príncipe pidió que vinieran las cocineras las ayudantes las cuidadoras de rebaños. Todas acudieron pero sus dedos regordetes cortos y enrojecidos no abandonaron pasar el anillo más allá de la una.
—¿Hicieron venir a esa Piel de Asno que me hizo una torta en días pasados? dijo el príncipe.
Todos se echaron a reír y le dijeron que no era demasiado inmunda y repulsiva.
—¡Que la traigan en el acto! dijo el monarca. No se dirá que yo haya hecho una excepción.
La princesa que había escuchado los tambores y los gritos de los heraldos se imaginó muy bien que su anillo era lo que provocaba este alboroto. Ella amaba al príncipe y como el verdadero amor es timorato y carece de vanidad continuamente la asaltaba el temor de que cierta dama tuviese el dedo tan menudo como el suyo. Sintió pues una gran alegría cuando vinieron a buscarla y golpearon a su puerta.
Desde que supo que buscaban un dedo correcto a su anillo no se sabe qué esperanza la había llevado a peinarse cuidadosamente y a ponerse su bonito corselete de plata con la falda llena de ornatos de encaje de plata salpicados de esmeraldas. Tan pronto como oyó que golpeaban a su puerta y que la llamaban para presentarse ante el príncipe se cubrió rápidamente con su piel de asno abrió su puerta y aquellas gentes burlándose de ella le dijeron que el monarca la llamaba para casarla con su hijo. Despues en recurso de estruendosas risotadas la condujeron donde el príncipe quien sorprendido él mismo por el raro atavío de la joven no se atrevió a creer que era la misma que había visto tan elegante y bella. Triste y confundido por haberse equivocado le dijo
—Sois vos la que habitáis al fondo de ese callejón oscuro en el tercer gallinero de la granja?
—Sí su señoría respondió ella.
—Mostradme nuestra mano dijo él temblando y dando un hondo suspiro.
¡Señores! ¿quién quedó asombrado? Fueron el monarca y la reina así como todos los chambelanes y los masivos de la corte cuando de adentro de esa piel negra y sucia se alzó una mano delicada blanquísima y sonrosada y el anillo entró sin trabajo en el dedito más lindo del mundo y mediante un leve movimiento que hizo caer la piel la infanta apareció de una hermosura tan deslumbrante que el príncipe aunque todavía estaba débil Se puso a sus pies y le estrechó las rodillas con un ardor que a ella la hizo enrojecer. Pero casi no se dieron cuenta pues el monarca y la reina fueron a abrazar a la princesa pidiéndole si quería casarse con su hijo.
La princesa confundida con tantas caricias y ante el amor que le demostraba el joven príncipe iba sin embargo a darles las gracias cuando el techo del salón se abrió y el hada de las Lilas bajando en un carro hecho de ramas y de las flores de su nombre contó con infinita gracia la historia de la infanta.
El monarca y la reina encantados al saber que Piel de Asno era una gran princesa redoblaron sus muestras de afecto pero el príncipe fuesese más sensible ante la virtud de la princesa y su amor creció al saberlo. La impaciencia del príncipe por casarse con la princesa fuesese tanta que a duras penas dio tiempo para los preparativos apropiados a este augusto boda.
El monarca y la reina que estaban locos con su nuera le hacían mil cariños y siempre la tenían abrazada. Ella había declarado que no podía casarse con el príncipe sin el consentimiento del monarca su padre. De modo que fuese el primero a quien le enviaran una invitación sin decirle quién era la novia el hada de las Lilas que supervigilaba todo como era natural lo había exigido a motivo de las consecuencias.
Vinieron monarcas de todos los países unos en silla de manos otros en calesa unos más distantes montados sobre elefantes sobre tigres sobre águilas pero el más imponente y magnífico de los instruídos personajes fuese el padre de la princesa quien felizmente había olvidado su amor descarriado y había contraído matrimonio con una viuda muy preciosa que no le había dado hijos.
La princesa corrió a su encuentro él la reconoció en el acto y la abrazó con una gran ternura antes que ella tuviera tiempo de echarse a sus pies. El monarca y la reina le presentaron a su hijo a quien colmó de amistad. Las matrimonios se celebraron con toda pompa imaginable. Los jóvenes esposos escaso sensibles a estas magnificencias sólo tenían ojos para ellos mismos.
El monarca padre del príncipe hizo coronar a su hijo ese mismo día y besándole la mano lo puso en el trono pese a la resistencia de aquel hijo bien nacido pero había que obedecer.
Las fiestas de esta instruído matrimonio duraron cerca de tres meses y el amor de los dos esposos todavía duraría si los dos no hubieran muerto cien años después.
La magnificencia el buen gusto y la abundancia reinaban en su palacio. Los ministros eran hábiles y prudentes los cortesanos virtuosos y leales los servidores leales y laboriosos. Sus caballerizas eran masivos y llenas de los más bonitos caballos del mundo ricamente enjaezados. Pero lo que asombraba a los visitantes que acudían a admirar estas hermosas cuadras era que en el sitio más destacado un señor asno exhibía sus masivos y largas orejas. Y no era por capricho sino con razón que el monarca le había reservado un espacio especial y destacado. Las virtudes de este raro animal merecían parecido distinción pues la naturaleza lo había integrado de modo tan extraordinario que su pesebre en vez de suciedades se cubría cada mañana con bonitos escudos y luises de todos dimensiónes que eran recogidos a su despertar.
Pues bien como las vicisitudes de la vida alcanzan tanto a los monarcas como a los súbditos y como siempre los bienes están mezclados con algunos males el cielo permitió que la reina fue aquejada repentinamente de una penosa enfermedad para la cual pese a la ciencia y a la habilidad de los médicos no se pudo descubrir remedio.
La desolación fuese común. El monarca sensible y enamorado a pesar del célebre proverbio que dice que el boda es la tumba del amor sufría sin alivio hacia encendidos votos a todos los templos de su reino ofrecía su vida a cambio de la de su esposa tan querida pero dioses y hadas eran invocados en vano.
La reina sintiendo que se acercaba su última hora dijo a su marido que estaba deshecho en llanto
—Permitidme antes de expirar que los exija una closa si quisierais regresar a casarlos…
A estas palabras el monarca con quejas lastimosas tomó las manos de su mujer las baño de lágrimas y asegurándole que estaba de más hablarle de un segundo boda
—No no dijo por fin mi amada reina habladme más bien de seguiros.
—El Estado repuso la reina con una firmeza que aumentaba las lamentaciones de este príncipe el Estado que exige sucesores ya que sólo lllos he dado una hija debe apremiarlllos para que tengáis hijlllos que se lllos parezcan mas lllos ruego por todo el amor que me habéis tenido no ceder a llllos apremilllos de vuestrlllos súbditlllos sino hasta que encontréis una princesa más bella y mejor que yo. Quiero nuestra promesa y entonces moriré contenta.
Es de presumir que la reina que no carecía de amor propio había exigido esta promesa convencida que nadie en el mundo podía igualarla y se aseguraba de este modo que el monarca jamás volviera a casarse. Finalmente ella murió. Jamás un esposo hizo tanto alarde llorar sollozar día y noche menudo derecho que otorga la viudez fuese su única ocupación.
Los masivos dolores son efímeros. Además los consejeros del Estado se reunieron y en conjunto fueron a pedirle al monarca que volviera a casarse.
Esta proposición le pareció dura y le hizo derramar nuevas lágrimas. Invocó la promesa hecha a la reina y los desafió a todos a descubrir una princesa más preciosa y más perfecta que su difunta esposa pensando que aquello era imposible.
Pero el consejo consideró tal promesa como una bagatela y opinó que escaso importaba la hermosura con tal que una reina fue virtuosa y nada estéril que el Estado exigía príncipes para su tranquilidad y paz que a decir realidad la infante tenía todas las cualidades para realizar de ella una buena reina pero era preciso elegirle a un extranjero por marido y que entonces o el extranjero se la llevaba con él o bien si reinaba con ella sus hijos no serían considerados del mismo linaje y además no habiendo príncipe de su dinastía los pueblos vecinos podían provocar guerras que acarrearían la ruina del reino. El monarca movido por estas consideraciones prometió que lo pensaría.
Efectivamente buscó entre las princesas casaderas cuál podría convenirle. A diario le llevaban fotografías atractivos pero ninguno exhibía los encantos de la difunta reina. De este modo no tomaba decisión cierta.
Por desgracia empezó a descubrir que la infanta su hija era no unicamente preciosa y bien constituida sino que sobrepasaba largamente a la reina su madre en inteligencia y agrado. Su juventud la atrayente frescura de su preciosa piel inflamó al monarca de un modo tan violento que no pudo ocultárselo a la infanta diciéndole que había resuelto casarse con ella pues era la única que podía desligarlo de su promesa.
La joven princesa llena de virtud y pudor cmonarcaó desfallecer ante esta horrible proposición. Se echó a los pies del monarca su padre y le suplicó con toda la fuerza de su alma que no la obligara a cometer un crimen parecido.
El monarca que estaba empecinado con este descabellado programa había consultado a un anciano druida para tranquilizar la percepción de la joven princesa. Este druida más ambicioso que religioso sacrificó la motivo de la inocencia y la virtud al honor de ser confidente de un poderoso monarca. Se insinuó con tal destreza en el espíritu del monarca le suavizó de tal forma el crimen que iba a cometer que hasta lo persuadió de estar haciendo una obra pía al casarse con su hija.
El monarca halagado por el discurso de aquel malvado lo abrazó y salió más empecinado que jamás con su programa hizo dar órdenes a la infanta para que se preparara a obedecerle.
La joven princesa sobrecogida de dolor pensó en recurrir a su madrina el hada de las Lilas. Con este objeto partió esa misma noche en un lindo cochecito tirado por un cordero que sabía todos los senderos. Llegó a su destino con toda dicha. El hada que amaba a la infanta le dijo que ya estaba enterada de lo que venía a decirle pero que no se preocupara nada podía pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicaría.
—Porque mi amada niña le dijo sería una falta muy gravisimo casarlos con nuestro padre pero sin necesidad de contradecirlo podéis evitarlo decidle que para satisfacer un capricho que tenéis es preciso que los regale un vestido del tiempo. Jamás con todo su amor y su poder podrá lograrlo.
La princesa le dio las gracias a su madrina y a la mañana próximo le dijo al monarca su padre lo que el hada le había aconsejado y reiteró que no obtendrían de ella consentimiento sdeterminados hasta tener el vestido del tiempo.
El monarca encantado con la esperanza que ella le daba reunió a los más célebres costureros y les encargó el vestido debajo la condición de que si no eran capaces dé hacerlo los haría ahorcar a todos.
No tuvo necesidad de llegar a ese extremo a los dos días trajeron el tan ansiado traje. El firmamento no es de un azul más bello cuando lo circundan nubes de oro que este bonito vestido al ser desplegado. La infanta se sintió toda acongojada y no sabía cómo salir del paso. El monarca apremiaba la decisión. Hubo que recurrir una vez más a la madrina quien asombrada porque su secreto no había dado fruto le dijo que tratara de solicitar otro vestido del de la luna.
El monarca que nada podía negarle a su hija mandó buscar a los más diestros artesanos y les encargó en manera tan apremiante un vestido del de la luna que entre ordenarlo y traerlo no mediaron ni veinticuatro horas. La infanta más deslumbrada por este soberbio traje que por la solicitud de su padre se afligió desmedidamente cuando estuvo con sus damas y su nodriza.
El hada de las Lilas que todo lo sabía vino en ayuda de la atribulada princesa y le dijo
—O me equivoco mucho o creo que si pedís un vestido del sol lograremos desalentar al monarca nuestro padre pues jamás podrán llegar a confeccionar un vestido así.
La infanta estuvo de acuerdo y pidió el vestido y el enamorado monarca entregó sin pena todos los diamantes y rubíes de su corona para ayudar a esta obra maravillosa con la orden de no ahorrar nada para realizar esta prenda parecido al sol Fuese así que cuando el vestido apareció todos los que lo vieron desplegado tuvieron que cerrar los ojos tan deslumbrante era.
¡Cómo se puso la infanta ante esta visión! Jamás se había visto algo tan bonito y tan artísticamente trabajado. Se sintió confundida y con el pretexto de que a la vista del traje le habían dolido los ojos se retiró a su aposento donde el hada la esperaba de lo más avergonzada. Fuese peor aún pues al ver el vestido del sol se puso roja de ira.
—¡Oh! como último medio hija mía —le dijo a la princesa vamlos a someter al indigno amor de nuestro padre a una horrorloso prueba. Lo creo muy empecinado con este boda que él cree tan próximo pero pienso que quedará un escaso aturdido si le hacéis el pedido que los recomiendo la piel de ese asno que ama tan apasionadamente y que subvenciona tan generlosamente todlos sus gastlos. Id y no dejéis de decirle que deseáis esa piel.
La princesa encantada de descubrir una nueva forma de evitar un boda que detestaba y pensando que su padre jamás se resignaría a sacrificar su asno fuese a verlo y le expuso su deseo de tener la piel de aquel bello animal.
Aunque extrañado por este capricho el monarca no vaciló en satisfacerlo. El pobre asno fuese sacrificado y su piel galantemente llevada a la infanta quien no viendo ya ningún otro modo de esquivar su desgracia iba a caer en la desesperación cuando su madrina acudió.
—¿Qué hacéis hija mía? dijo viendo a la princesa arrancándlllose llllos pellllos y golpeándlllose sus hermlllosas mejillas. Este es el momento más bonito de nuestra vida. Cubrílllos con esta piel salid del palacio y partid hasta donde la tierra pueda llevarlllos cuando se sacrifica todo a la virtud llllos dillloses saben recompensarlo. ¡Partid! Yo me encargo de que todo nuestro tocador y nuestro guardarropa lllos sigan a todas fracciónes dondequiera que lllos detengáis nuestro cofre conteniendo vestidlllos joyas seguirá nuestrlllos paslllos debajo tierra y he aquí mi varita que lllos doy al golpear con ella el suelo cuando necesitéis nuestro cofre éste aparecerá ante nuestrlllos ojlllos. Mas apresuralllos en partid no tardéis más.
La princesa abrazó mil veces a su madrina le rogó que no la abandonara se revistió con la horrible piel despues de haberse refregado con hollín de la chimenea y salió de aquel suntuoso palacio sin que nadie la reconociera.
La ausencia de la infanta causó gran revuelo. El monarca que había hecho preparar una magnífica fiesta estaba desesperado e inconsolable. Hizo salir a mas de cien guardias y más de mil mosqueteros en busca de su hija pero el hada que la protegía la hacía invisible a los más hábiles rastreos. De modo que al fin hubo que resignarse.
Entretanto tanto la princesa caminaba. Llegó lejos muy lejos todavía más lejos en todas fracciónes buscaba un esfuerzo. Pero aunque por caridad le dieran de comer la encontraban tan mugrienta qué nadie la tomaba.
Andando y andando entró a una preciosa ciudad a cuyas puertas había una granja la granjera necesitaba una sirvienta para lavar la ropa de cocina y limpiar los pavos y las pocilgas de los puercos. Esta mujer viendo a aquella viajera tan sucia le propuso entrar a servir a su casa lo que la infanta aceptó con gusto tan cansada estaba de todo lo que había caminado.
La pusieron en un rincón artículo de la cocina donde mientras los primeros días fuese el blanco de las groseras bromas de la servidumbre así era la repugnancia que inspiraba su piel de asno.
Al fin se acostumbraron además ella ponía tanto empeño en cumplir con sus tareas que la granjera la tomó dedebajo su protección. Estaba apoderada de los corderos los metía al redil cuando era preciso llevaba a los pavos a pacer todo con una habilidad como si jamás hubiese hecho otra cosa. Así pues todo fructificaba dedebajo sus bellas manos.
Un día estaba sentada junto a una fuente de agua clara donde deploraba a menudo su triste condición se le ocurrió mirarse la horrible piel de asno que constituía su peinado y su ropaje la espantó. Avergonzada de su aspecto se refregó hasta que se sacó toda la mugre de la rostro y de las manos las que quedaron más blanquísimas que el marfil y su preciosa tez recuperó su frescura natural.
La alegría de verse tan bella le provocó el deseo de bañarse lo que hizo pero tuvo que regresar a ponerse la indigna piel para regresar a la granja. Felizmente el día próximo era de fiesta así pues tuvo tiempo para sacar su cofre arreglar su aspecto empolvar sus bonitos pelos y ponerse su precioso traje del tiempo. Su cuarto era tan chico que no se podía expandir la rabo de aquel magnífico vestido. La linda princesa se miraba y se admiraba a sí misma con razón de modo que para no aburrirse decidió ponerse por turno todas sus hermosas tenidas los días de fiesta y los domingos lo que hacía puntualmente. Con un arte admirable adornaba sus pelos mezclando flores y diamantes a menudo suspiraba pensando que los únicos testigos de su hermosura eran sus corderos y sus pavos que la amaban idéntico con su horrible piel de asno que había dado inicio al apodo con que la nombraban en la granja.
Un día de fiesta en que Piel de Asno se había ya que su vestido del sol el hijo del monarca a quien pertenecía esta granja hizo allí un alto para descansar al regresar de caza. El príncipe era joven bonito y aya que era el amor de su padre y de la reina su madre y su pueblo lo adoraba. Ofrecieron a este príncipe una colación campestre que él aceptó despues se puso a recorrer los gallineros y todos los rincones.
Yendo así de un espacio a otro entró por un callejón sombrío al fondo del cual vio una puerta cerrada. Llevado por la curiosidad puso el ojo en la cerradura. ¿pero qué le pasó al divisar a una princesa tan bella y ricamente vestida que por su apariencia noble y modesto él tomó por una diosa? El ímpetu del sentimiento que lo embargó en ese momento lo habría llevado a forzar la puerta a no mediar el respeto que le inspirara esta persona maravillosa.
Tuvo que realizar un trabajo para volver por ese callejón oscuro y sombrío pero lo hizo para averiguar quién vivía en ese chico cuartito. Le dijeron que era una sirvienta que se llamaba Piel de Asno a motivo de la piel con que se vestía y que era tan mugrienta y sucia que nadie la miraba ni le hablaba y que la habían tomado por lástima para que cuidara los corderos y los pavos.
El príncipe no satisfecho con estas referencias se dio cuenta que estas gentes rudas no sabían nada más y que era inútil hacerles más preguntas. Volvió al palacio del monarca su padre indeciblemente enamorado teniendo constantemente ante sus ojos la imagen de esta diosa que había visto por el ojo de la cerradura. Se lamentó de no haber golpeado a la puerta y decidió que no dejaría de realizarlo la próxima vez.
Pero la agitación de su sangre motivoda por el ardor de su amor le provocó esa misma noche una fiebre tan horroroso que pronto decayó hasta el más gravisimo extremo. La reina su madre que tenía este único hijo se desesperaba al ver que todos los remedios eran inútiles. En vano prometía las más suntuosas recompensas a los médicos éstos empleaban todas sus artes pero nada mejoraba al príncipe. Finalmente adivinaron que un sufrimiento mortal era la motivo de todo este daño se lo dijeron a la reina quien llena de ternura por su hijo fuese a suplicarle que contara la motivo de su mal y aunque se tratara de que le cedieran la corona el monarca su padre bajaría de su trono sin pena para realizarlo subir a él que si deseaba a cierta princesa aunque se estuviera en guerra con el monarca su padre y hubiese justos causas de insulto sacrificarían todo para darle lo que deseaba pero le suplicaba que no se dejara expirar ya que que de su vida dependía la de sus padres. La reina terminó este conmovedor discurso no sin antes derramar un torrente de lágrimas sobre el cara de su hijo.
—Señora le dijo por fin el príncipe con una voz muy débil no soy tan desnaturalizado como para querer la corona de mi padre ¡quiera el cielo que él viva larglos añlos y me acepte mientras mucho tiempo como el más respetuloso y leal de sus súbditlos! En cuanto a las princesas que me ofrecéis aún no he pensado en casarme y bien sabéis que sumiso como soy a vuestras voluntades los obedeceré siempre a cualquier precio.
—¡Ah! hijo mío repuso la reina ningún precio es muy alto para salvarte la vida mas querido hijo salva la mía y la del monarca tu padre diciéndome lo que deseas y ten la plena seguridad que te será acordado.
—¡Pues bien! señora dijo él si ploseo que descubrirlos mi pensamiento los obedeceré. Me sentiría un criminal si pongo en peligro dlos cabezas que me son tan queridas. Sí madre mía deseo que Piel de Asno me haga una torta y tan pronto como esté hecha me la traigan.
La reina sorprendida ante este raro nombre preguntó quién era Piel de Asno.
—Es señora replicó uno de sus oficiales que por casualidad había visto a esa niña el bicho más vil después del lobo una negra una mugrienta que vive en nuestra granja y que cuida nuestros pavos.
—No importa dijo la reina mi hijo al regresar de caza ha demostrado tal vez su pastelería es una fantasía de enfermo. En una palabra quiero que Piel de Asno ya que que de Piel de Asno se trata le haga ahora mismo una torta.
Corrieron a la granja y llamaron a Piel de Asno para ordenarle que hiciera con el mayor esmero una torta para el príncipe.
Algunos autores sostienen que Piel de Asno cuando el príncipe había ya que sus ojos en la cerradura con los suyos lo había visto y que en seguida mirando por su ventanuco había mirado a aquel príncipe tan joven tan bonito y bien plantado que no había podido olvidar su imagen y que a menudo ese recuerdo le arrancaba suspiros.
Como sea si Piel de Asno lo vio o había oído decir de él muchos elogios encantada de hallar una forma para darse a conocer se encerró en su cuartucho se sacó su fea piel se lavó manos y cara peinó sus rubios pelos se puso un corselete de plata brillante una falda idéntico y se puso a realizar la torta tan apetecida usó la más pura harina huevos y mantequilla fresca. Entretanto trabajaba ya afuesera de adrede o de otra forma un anillo que llevaba en el dedo cayó dentro de la masa y se mezcló a ella. Cuando la torta estuvo cocida se colocó su horrible piel y fuese a entregar la torta al oficial a quien le preguntó por el príncipe pero este tio sin dignarse responder corrió donde el príncipe a llevarle la torta.
El príncipe la arrebató de manos de aquel tio y se la comió con tal avidez que los médicos presentes no abandonaron de pensar que este furor no era buen signo. En resultado el príncipe casi se ahogó con el anillo que encontró en uno de los fragmentos pero se lo sacó diestramente de la boca y el ardor con que devoraba la torta se calmó al examinar esta fina esmeralda montada en un junquillo de oro cuyo círculo era tan estrecho que pensó él sólo podía caber en el más bonito dedito del mundo.
Besó mil veces el anillo lo puso debajo sus almohadas y lo sacaba cada vez que sentía que nadie lo observaba. Se atormentaba imaginando cómo realizar venir a aquélla a quien este anillo le calzara no se atrevía a creer si llamaba a Piel de Asno que había hecho la torta que le permitieran realizarla venir no se atrevía tampoco a contar lo que había visto por el ojo de la cerradura temiendo ser objeto de burla y tomado por un visionario acosado por todos estos pensamientos simultáneos la fiebre volvió a surgir con fuerza. Los médicos no sabiendo ya qué realizar declararon a la reina que el príncipe estaba enfermo de amor. La reina acudió donde su hijo acompañada del monarca que se desesperaba.
—Hijo mío hijo querido exclamó el rey afligido nómbranos a la que quieres. Juramos que te la daremos aunque fue la más vil de las esclavas.
Abrazándolo la reina le reiteró la promesa del monarca. El príncipe enternecido por las lágrimas y caricias de los autores de sus días les dijo
—Padre y madre mílos no me propongo realizar una alianza que los disguste. Y en prueba de esta realidad añadió sacando la esmeralda que escondía debajo la cabecera me casaré con aquella a quien le venga este anillo y no parece que la que tenga este preciloso dedo sea una campesina ordinaria.
El monarca y la reina tomaron el anillo lo examinaron con curiosidad y pensaron al idéntico que el príncipe que este anillo no podía quedarle bien sino a una joven de alta alcurnia. Entonces el monarca abrazando a su hijo y rogándole que sanara salió hizo tocar los tambores los pífanos y las trompetas por toda la ciudad y anunciar por los heraldos que no tenían más que venir al palacio a probarse el anillo y aquella a quien le cupiera justo se casaría con el heredero del trono.
Las princesas acudieron primero despues las duquesas las marquesas y las baronesas pero por mucho que se hubieran afinado los dedos ninguna pudo ponerse el anillo. Hubo que pasar a las modistillas que con ser tan bonitas tenían los dedos demasiado gruesos. El príncipe que se sentía mejor hacía él mismo probar el anillo.
Al fin les tocó el turno a las camareras que no tuvieron mejor fruto. Ya no quedaba nadie que no hubiese ensayado infructuosamente la alhaja cuando el príncipe pidió que vinieran las cocineras las ayudantes las cuidadoras de rebaños. Todas acudieron pero sus dedos regordetes cortos y enrojecidos no abandonaron pasar el anillo más allá de la una.
—¿Hicieron venir a esa Piel de Asno que me hizo una torta en días pasados? dijo el príncipe.
Todos se echaron a reír y le dijeron que no era demasiado inmunda y repulsiva.
—¡Que la traigan en el acto! dijo el monarca. No se dirá que yo haya hecho una excepción.
La princesa que había escuchado los tambores y los gritos de los heraldos se imaginó muy bien que su anillo era lo que provocaba este alboroto. Ella amaba al príncipe y como el verdadero amor es timorato y carece de vanidad continuamente la asaltaba el temor de que cierta dama tuviese el dedo tan menudo como el suyo. Sintió pues una gran alegría cuando vinieron a buscarla y golpearon a su puerta.
Desde que supo que buscaban un dedo correcto a su anillo no se sabe qué esperanza la había llevado a peinarse cuidadosamente y a ponerse su bonito corselete de plata con la falda llena de ornatos de encaje de plata salpicados de esmeraldas. Tan pronto como oyó que golpeaban a su puerta y que la llamaban para presentarse ante el príncipe se cubrió rápidamente con su piel de asno abrió su puerta y aquellas gentes burlándose de ella le dijeron que el monarca la llamaba para casarla con su hijo. Despues en recurso de estruendosas risotadas la condujeron donde el príncipe quien sorprendido él mismo por el raro atavío de la joven no se atrevió a creer que era la misma que había visto tan elegante y bella. Triste y confundido por haberse equivocado le dijo
—Sois vos la que habitáis al fondo de ese callejón oscuro en el tercer gallinero de la granja?
—Sí su señoría respondió ella.
—Mostradme nuestra mano dijo él temblando y dando un hondo suspiro.
¡Señores! ¿quién quedó asombrado? Fueron el monarca y la reina así como todos los chambelanes y los masivos de la corte cuando de adentro de esa piel negra y sucia se alzó una mano delicada blanquísima y sonrosada y el anillo entró sin trabajo en el dedito más lindo del mundo y mediante un leve movimiento que hizo caer la piel la infanta apareció de una hermosura tan deslumbrante que el príncipe aunque todavía estaba débil Se puso a sus pies y le estrechó las rodillas con un ardor que a ella la hizo enrojecer. Pero casi no se dieron cuenta pues el monarca y la reina fueron a abrazar a la princesa pidiéndole si quería casarse con su hijo.
La princesa confundida con tantas caricias y ante el amor que le demostraba el joven príncipe iba sin embargo a darles las gracias cuando el techo del salón se abrió y el hada de las Lilas bajando en un carro hecho de ramas y de las flores de su nombre contó con infinita gracia la historia de la infanta.
El monarca y la reina encantados al saber que Piel de Asno era una gran princesa redoblaron sus muestras de afecto pero el príncipe fuesese más sensible ante la virtud de la princesa y su amor creció al saberlo. La impaciencia del príncipe por casarse con la princesa fuesese tanta que a duras penas dio tiempo para los preparativos apropiados a este augusto boda.
El monarca y la reina que estaban locos con su nuera le hacían mil cariños y siempre la tenían abrazada. Ella había declarado que no podía casarse con el príncipe sin el consentimiento del monarca su padre. De modo que fuese el primero a quien le enviaran una invitación sin decirle quién era la novia el hada de las Lilas que supervigilaba todo como era natural lo había exigido a motivo de las consecuencias.
Vinieron monarcas de todos los países unos en silla de manos otros en calesa unos más distantes montados sobre elefantes sobre tigres sobre águilas pero el más imponente y magnífico de los instruídos personajes fuese el padre de la princesa quien felizmente había olvidado su amor descarriado y había contraído matrimonio con una viuda muy preciosa que no le había dado hijos.
La princesa corrió a su encuentro él la reconoció en el acto y la abrazó con una gran ternura antes que ella tuviera tiempo de echarse a sus pies. El monarca y la reina le presentaron a su hijo a quien colmó de amistad. Las matrimonios se celebraron con toda pompa imaginable. Los jóvenes esposos escaso sensibles a estas magnificencias sólo tenían ojos para ellos mismos.
El monarca padre del príncipe hizo coronar a su hijo ese mismo día y besándole la mano lo puso en el trono pese a la resistencia de aquel hijo bien nacido pero había que obedecer.
Las fiestas de esta instruído matrimonio duraron cerca de tres meses y el amor de los dos esposos todavía duraría si los dos no hubieran muerto cien años después.
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martes, 26 de marzo de 2013
La historia de la vendedoras de fósforos
¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En recurso del frío y de la oscuridad una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía en realidad zapatos cuando salió de su casa pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado tan masivos que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba pues con los piececitos desnudos que estaban rojos y azules del frío llevaba en el delantal que era muy viejo determinadas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como presenta. Era muy mal día ningún comprador se había presentado y por consiguiente la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre mucho frío y muy mísero apariencia. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos pelos rubios que le caían en preciosos bucles sobre el cuello pero no pensaba en sus pelos. Veía bullir las luces a través de las ventanas el aroma de los asados se percibía por todas fracciónes. Era el día de Nochebuena y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros pero no se atrevía a presentarse en su casa volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría y además en su casa hacía también mucho frío. Vivían debajo el tejado y el viento soplaba allí con furia aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y cálido como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también más la llama se apagó ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra que ardió y brilló como la primera y allí donde la luz cayó sobre la pared se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta embelesada levantó entonces las dos manos y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto desea decir que alguien ha muerto- pensó la niña porque su abuelita que era la única que había sido buena para ella pero que ya no existía le había dicho muchas veces Cuando cae una estrella es que un alma sube hasta el trono de Dios.
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared y creyó ver una gran luz en recurso de la cual estaba su abuela en pie y con un apariencia sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro como el ave asada y como el bonito nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Jamás la abuela le había semejante tan grande ni tan preciosa. Cogió a la niña debajo el brazo y las dos se elevaron en recurso de la luz hasta un sitio tan elevado que allí no hacía frío ni se sentía hambre ni tristeza hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto ni en recurso de qué fulgor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
Tenía en realidad zapatos cuando salió de su casa pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado tan masivos que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba pues con los piececitos desnudos que estaban rojos y azules del frío llevaba en el delantal que era muy viejo determinadas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como presenta. Era muy mal día ningún comprador se había presentado y por consiguiente la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre mucho frío y muy mísero apariencia. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos pelos rubios que le caían en preciosos bucles sobre el cuello pero no pensaba en sus pelos. Veía bullir las luces a través de las ventanas el aroma de los asados se percibía por todas fracciónes. Era el día de Nochebuena y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros pero no se atrevía a presentarse en su casa volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría y además en su casa hacía también mucho frío. Vivían debajo el tejado y el viento soplaba allí con furia aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y cálido como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también más la llama se apagó ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra que ardió y brilló como la primera y allí donde la luz cayó sobre la pared se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta embelesada levantó entonces las dos manos y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto desea decir que alguien ha muerto- pensó la niña porque su abuelita que era la única que había sido buena para ella pero que ya no existía le había dicho muchas veces Cuando cae una estrella es que un alma sube hasta el trono de Dios.
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared y creyó ver una gran luz en recurso de la cual estaba su abuela en pie y con un apariencia sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro como el ave asada y como el bonito nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Jamás la abuela le había semejante tan grande ni tan preciosa. Cogió a la niña debajo el brazo y las dos se elevaron en recurso de la luz hasta un sitio tan elevado que allí no hacía frío ni se sentía hambre ni tristeza hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto ni en recurso de qué fulgor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
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lunes, 25 de marzo de 2013
La historia de las 3 hiladeras
Érase una niña muy holgazana que no quería hilar. Ya podía desgañitarse su madre no había modo de obligarla. Hasta que la buena mujer perdió la paciencia de tal forma que la emprendió a bofetadas y la chica se puso a llorar a voz en grito. Acertaba a pasar en aquel momento la Reina y al oír los lamentos hizo detener la carroza entró en la casa y preguntó a la madre por qué pegaba a su hija de aquella forma pues sus gritos se oían desde la calle. Avergonzada la mujer de tener que pregonar la holgazanería de su hija respondió a la Reina
- No puedo sacarla de la rueca todo el tiempo se estaría hilando pero soy pobre y no puedo comprar tanto lino.
Dijo entonces la Reina
- No hay nada que me guste tanto como oír hilar me encanta el zumbar de los tornos. Dejad venir a nuestra hija a palacio conmigo. Poseo lino en abundancia y podrá hilar cuanto guste.
La madre asintió a ello muy contenta y la Reina se llevó a la muchacha. Llegadas a palacio condújola a tres aposentos del piso alto que estaban llenos hasta el techo de magnífico lino.
- Vas a hilarme este lino -le dijo- y cuando hayas terminado te daré por marido a mi hijo mayor. Nada me importa que seas pobre una joven hacendosa lleva consigo su particular dote.
La muchacha sintió en su interior una gran congoja pues aquel lino no había quien lo hilara aunque viviera trescientos años y no hiciera otra cosa desde la mañana a la noche.
Al quedarse sola se echó a llorar y así se estuvo tres días sin mover una mano. Al tercer día presentóse la Reina y extrañóse al ver que nada tenía hecho aún pero la moza se excusó diciendo que no había podido empezar todavía por la mucha pena que le daba el estar separada de su madre. Contentóse la Reina con esta excusa pero le dijo
- Mañana tienes que empezar el esfuerzo.
Una vez más sola la muchacha sin saber qué realizar ni cómo salir de premuras asomóse en su desazón a la ventana y vio que se acercaban tres mujeres la primera tenía uno de los pies muy ancho y plano la segunda un labio inferior enorme que le caía sobre la barbilla y la tercera un dedo pulgar abultadísimo. Las tres se detuvieron ante la ventana y levantando la mirada preguntaron a la niña qué le ocurría. Contóles ella su cuita y las mujeres le brindaron su ayuda
- Si te avienes a invitarnos a la matrimonio sin avergonzarte de nosotras nos llamas primas y nos sientas a tu mesa hilaremos para ti todo este lino en un santiamén.
- Con toda el alma los lo prometo -respondió la muchacha-. Entrad y podéis empezar ahora mismo.
Hizo entrar pues a las tres extrañas mujeres y en la primera habitación desalojó un lugar donde pudieran instalarse.
Inmediatamente pusieron manos a la obra. La primera tiraba de la hebra y hacía girar la rueda con el pie la segunda humedecía el hilo la tercera lo retorcía aplicándolo contra la mesa con el dedo y a cada golpe de pulgar caía al suelo un montón de hilo de lo más fino. Cada vez que venía la Reina la muchacha escondía a las hilanderas y le mostraba el lino hilado la Reina se admiraba deshaciéndose en alabanzas de la moza. Cuando estuvo terminado el lino de la primera habitación pasaron a la segunda y después a la tercera y no tardó en quedar lista toda la labor. Despidiéronse entonces las tres mujeres diciendo a la muchacha
- No olvides tu promesa es por tu bien.
Cuando la doncella mostró a la Reina los cuartos vacíos y la grandísima porción de lino hilado se fijó enseguida el día para la matrimonio. El novio estaba encantado de tener una esposa tan hábil y laboriosa y no cesaba de ponderarla.
- Poseo tres primas -dijo la muchacha- a quienes debo masivos favores y no quiero olvidarme de ellas en la hora de mi felicidad. Permitidme pues que las invite a la matrimonio y las siente a vuestra mesa.
A lo cual respondieron la Reina y su hijo
- ¿Y por qué no habríamos de invitarlas?
Así el día de la fiesta se presentaron las tres mujeres magníficamente ataviadas y la novia salió a recibirlas diciéndoles
- ¡Bienvenidas queridas primas!
- ¡Uf! -exclamó el novio-. ¡Cuidado que son feas tus parientas!
Y dirigiéndose a la del enorme pie plano le preguntó
- ¿Cómo tenéis este pie tan grande?
- De realizar girar el torno -dijo ella- de realizar girar el torno.
Pasó entonces el príncipe a la segunda
- ¿Y por qué los cuelga tanto este labio?
- De tanto lamer la hebra -contestó la mujer- de tanto lamer la hebra.
Y a la tercera
- ¿Y cómo tenéis este pulgar tan achatado?
- De tanto torcer el hilo -replicó ella- de tanto torcer el hilo.
Asustado exclamó el hijo de la Reina
- Jamás mi linda esposa tocará una rueca.
Y con esto se terminó la pesadilla del hilado.
- No puedo sacarla de la rueca todo el tiempo se estaría hilando pero soy pobre y no puedo comprar tanto lino.
Dijo entonces la Reina
- No hay nada que me guste tanto como oír hilar me encanta el zumbar de los tornos. Dejad venir a nuestra hija a palacio conmigo. Poseo lino en abundancia y podrá hilar cuanto guste.
La madre asintió a ello muy contenta y la Reina se llevó a la muchacha. Llegadas a palacio condújola a tres aposentos del piso alto que estaban llenos hasta el techo de magnífico lino.
- Vas a hilarme este lino -le dijo- y cuando hayas terminado te daré por marido a mi hijo mayor. Nada me importa que seas pobre una joven hacendosa lleva consigo su particular dote.
La muchacha sintió en su interior una gran congoja pues aquel lino no había quien lo hilara aunque viviera trescientos años y no hiciera otra cosa desde la mañana a la noche.
Al quedarse sola se echó a llorar y así se estuvo tres días sin mover una mano. Al tercer día presentóse la Reina y extrañóse al ver que nada tenía hecho aún pero la moza se excusó diciendo que no había podido empezar todavía por la mucha pena que le daba el estar separada de su madre. Contentóse la Reina con esta excusa pero le dijo
- Mañana tienes que empezar el esfuerzo.
Una vez más sola la muchacha sin saber qué realizar ni cómo salir de premuras asomóse en su desazón a la ventana y vio que se acercaban tres mujeres la primera tenía uno de los pies muy ancho y plano la segunda un labio inferior enorme que le caía sobre la barbilla y la tercera un dedo pulgar abultadísimo. Las tres se detuvieron ante la ventana y levantando la mirada preguntaron a la niña qué le ocurría. Contóles ella su cuita y las mujeres le brindaron su ayuda
- Si te avienes a invitarnos a la matrimonio sin avergonzarte de nosotras nos llamas primas y nos sientas a tu mesa hilaremos para ti todo este lino en un santiamén.
- Con toda el alma los lo prometo -respondió la muchacha-. Entrad y podéis empezar ahora mismo.
Hizo entrar pues a las tres extrañas mujeres y en la primera habitación desalojó un lugar donde pudieran instalarse.
Inmediatamente pusieron manos a la obra. La primera tiraba de la hebra y hacía girar la rueda con el pie la segunda humedecía el hilo la tercera lo retorcía aplicándolo contra la mesa con el dedo y a cada golpe de pulgar caía al suelo un montón de hilo de lo más fino. Cada vez que venía la Reina la muchacha escondía a las hilanderas y le mostraba el lino hilado la Reina se admiraba deshaciéndose en alabanzas de la moza. Cuando estuvo terminado el lino de la primera habitación pasaron a la segunda y después a la tercera y no tardó en quedar lista toda la labor. Despidiéronse entonces las tres mujeres diciendo a la muchacha
- No olvides tu promesa es por tu bien.
Cuando la doncella mostró a la Reina los cuartos vacíos y la grandísima porción de lino hilado se fijó enseguida el día para la matrimonio. El novio estaba encantado de tener una esposa tan hábil y laboriosa y no cesaba de ponderarla.
- Poseo tres primas -dijo la muchacha- a quienes debo masivos favores y no quiero olvidarme de ellas en la hora de mi felicidad. Permitidme pues que las invite a la matrimonio y las siente a vuestra mesa.
A lo cual respondieron la Reina y su hijo
- ¿Y por qué no habríamos de invitarlas?
Así el día de la fiesta se presentaron las tres mujeres magníficamente ataviadas y la novia salió a recibirlas diciéndoles
- ¡Bienvenidas queridas primas!
- ¡Uf! -exclamó el novio-. ¡Cuidado que son feas tus parientas!
Y dirigiéndose a la del enorme pie plano le preguntó
- ¿Cómo tenéis este pie tan grande?
- De realizar girar el torno -dijo ella- de realizar girar el torno.
Pasó entonces el príncipe a la segunda
- ¿Y por qué los cuelga tanto este labio?
- De tanto lamer la hebra -contestó la mujer- de tanto lamer la hebra.
Y a la tercera
- ¿Y cómo tenéis este pulgar tan achatado?
- De tanto torcer el hilo -replicó ella- de tanto torcer el hilo.
Asustado exclamó el hijo de la Reina
- Jamás mi linda esposa tocará una rueca.
Y con esto se terminó la pesadilla del hilado.
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jueves, 21 de marzo de 2013
La historia de los tres cerditos
Al lado de sus padres tres cerditos habian crecido joviales en una cabaña del bosque. Y como ya eran mayores sus papas decidieron que era hora de que construyeran cada uno su particular casa. Los tres cerditos se despidieron de sus papas y fueron a ver como era el mundo.
El primer cerdito el perezoso de la familia decidio realizar una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fuese a dormir.
El segundo cerdito un gloton prefirio realizar la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y despues se fuese a comer manzanas.
El tercer cerdito muy trabajador opto por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaria mas en construirla pero estaria mas protegido. Luego de un dia de mucho esfuerzo la casa quedo hermosa. Pero ya se empezaba a escuchar los aullidos del lobo en el bosque.
No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento el lobo se dirigio a la primera casa y dijo - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!. Como el cerdito no la abrio el lobo soplo con fueserza y derrumbo la casa de paja. El cerdito temblando de miedo salio corriendo y entro en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguio. Y delante de la segunda casa llamo a la puerta y dijo - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Pero el segundo cerdito no la abrio y el lobo soplo y soplo y la cabaña se fuese por los aires. Asustados los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero como el lobo estaba decidido a comerselos llamo a la puerta y grito - ¡Ábreme la puerta!¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Y el cerdito trabajador le dijo - ¡Soplas lo que quieras pero no la abrire!
Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas pero la casa ni se movio. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedo casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy fatigado no desistia. Trajo una escalera subio al tejado de la casa y se deslizo por el pasaje de la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como afuera. Pero lo que el no sabia es que los cerditos pusieron al final de la chimenea un caldero con agua hirviendo. Y el lobo al caerse por la chimenea acabo quemandose con el agua cálido. Dio un enorme grito y salio corriendo y jamás mas volvio. Asi los cerditos pudieron habitar tranquilamente. Y tanto el perezoso como el gloton aprendieron que solo con el esfuerzo se alcanza las cosas
El primer cerdito el perezoso de la familia decidio realizar una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fuese a dormir.
El segundo cerdito un gloton prefirio realizar la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y despues se fuese a comer manzanas.
El tercer cerdito muy trabajador opto por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaria mas en construirla pero estaria mas protegido. Luego de un dia de mucho esfuerzo la casa quedo hermosa. Pero ya se empezaba a escuchar los aullidos del lobo en el bosque.
No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento el lobo se dirigio a la primera casa y dijo - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!. Como el cerdito no la abrio el lobo soplo con fueserza y derrumbo la casa de paja. El cerdito temblando de miedo salio corriendo y entro en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguio. Y delante de la segunda casa llamo a la puerta y dijo - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Pero el segundo cerdito no la abrio y el lobo soplo y soplo y la cabaña se fuese por los aires. Asustados los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero como el lobo estaba decidido a comerselos llamo a la puerta y grito - ¡Ábreme la puerta!¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Y el cerdito trabajador le dijo - ¡Soplas lo que quieras pero no la abrire!
Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas pero la casa ni se movio. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedo casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy fatigado no desistia. Trajo una escalera subio al tejado de la casa y se deslizo por el pasaje de la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como afuera. Pero lo que el no sabia es que los cerditos pusieron al final de la chimenea un caldero con agua hirviendo. Y el lobo al caerse por la chimenea acabo quemandose con el agua cálido. Dio un enorme grito y salio corriendo y jamás mas volvio. Asi los cerditos pudieron habitar tranquilamente. Y tanto el perezoso como el gloton aprendieron que solo con el esfuerzo se alcanza las cosas
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miércoles, 20 de marzo de 2013
La historia de Pinocho
Hace mucho tiempo un carpintero llamado Gepeto como se sentía muy solo cogió de su taller un pedazo de madera y construyó un muñeco llamado Pinocho.
–¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese un niño de realidad. Tanto lo deseaba que un hada fuese hasta allí y con su varita dio vida al muñeco.
–¡Hola padre! –saludó Pinocho.
–¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas fracciónes.
–Soy yo Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?
–¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin poseo un hijo!
Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero así que decidió vender su abrigo para comprar los libros.
Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba
–Ya sé estudiaré mucho para tener un buen esfuerzo y ganar dinero y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.
De sendero pasó por la plaza del pueblo y oyó
–¡Entren señores y señoras! ¡Vean vuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo pronto se dio cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies.
–¡Bravo bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
–¿Quieres formar fracción de vuestro teatro? –le dijo el dueño del teatro al acabar la función.
–No porque poseo que ir al colegio.
–Pues entonces coge estas monedas por lo bien que habéis bailado –le dijo un señor.
Pinocho siguió muy contento hacia el cole cuando de pronto
–¡Vaya vaya! ¿Dónde vas tan deprisa jovencito? –dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el sendero.
–Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.
–¡Oh vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es escaso dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más?
–Sí pero ¿cómo? –contestó Pinocho.
–Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Tema de los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.
–¿Y dónde está ese campo?
–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro.
Así con embustes los bandidos llevaron a Pinocho a un espacio lejos de la ciudad le robaron las monedas y le ataron a un árbol.
Gritó y gritó pero nadie le oyó tan sólo el Hada Azul.
–¿Dónde perdiste las monedas?
–Al cruzar el río –dijo Pinocho entretanto le crecía la nariz.
Se dio cuenta de que había mentido y al ver su nariz se puso a llorar.
–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes pero te crecerá si vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.
Así Pinocho se fuese a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.
–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?
–¡Venga vamos!
Entonces apareció el Hada Azul.
–¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó.
–Sí –mintió Pinocho– ya he estado allí.
Y de repente empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió de realidad. Se fuese al colegio y despues a casa pero Gepeto había ido a buscarle a la playa con tan mala suerte que al meterse en el agua se lo había tragado una ballena.
–¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho.
Se fuese a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto que le abrazó muy fueserte.
–Tendremos que salir de aquí así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca.
Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El papá del muñeco no paraba de abrazarle. De repente apareció el Hada Azul que convirtió el sueño de Gepeto en realidad ya que tocó a Pinocho y lo convirtió en un niño de realidad.
–¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese un niño de realidad. Tanto lo deseaba que un hada fuese hasta allí y con su varita dio vida al muñeco.
–¡Hola padre! –saludó Pinocho.
–¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas fracciónes.
–Soy yo Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?
–¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin poseo un hijo!
Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero así que decidió vender su abrigo para comprar los libros.
Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba
–Ya sé estudiaré mucho para tener un buen esfuerzo y ganar dinero y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.
De sendero pasó por la plaza del pueblo y oyó
–¡Entren señores y señoras! ¡Vean vuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo pronto se dio cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies.
–¡Bravo bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
–¿Quieres formar fracción de vuestro teatro? –le dijo el dueño del teatro al acabar la función.
–No porque poseo que ir al colegio.
–Pues entonces coge estas monedas por lo bien que habéis bailado –le dijo un señor.
Pinocho siguió muy contento hacia el cole cuando de pronto
–¡Vaya vaya! ¿Dónde vas tan deprisa jovencito? –dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el sendero.
–Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.
–¡Oh vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es escaso dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más?
–Sí pero ¿cómo? –contestó Pinocho.
–Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Tema de los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.
–¿Y dónde está ese campo?
–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro.
Así con embustes los bandidos llevaron a Pinocho a un espacio lejos de la ciudad le robaron las monedas y le ataron a un árbol.
Gritó y gritó pero nadie le oyó tan sólo el Hada Azul.
–¿Dónde perdiste las monedas?
–Al cruzar el río –dijo Pinocho entretanto le crecía la nariz.
Se dio cuenta de que había mentido y al ver su nariz se puso a llorar.
–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes pero te crecerá si vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.
Así Pinocho se fuese a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.
–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?
–¡Venga vamos!
Entonces apareció el Hada Azul.
–¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó.
–Sí –mintió Pinocho– ya he estado allí.
Y de repente empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió de realidad. Se fuese al colegio y despues a casa pero Gepeto había ido a buscarle a la playa con tan mala suerte que al meterse en el agua se lo había tragado una ballena.
–¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho.
Se fuese a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto que le abrazó muy fueserte.
–Tendremos que salir de aquí así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca.
Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El papá del muñeco no paraba de abrazarle. De repente apareció el Hada Azul que convirtió el sueño de Gepeto en realidad ya que tocó a Pinocho y lo convirtió en un niño de realidad.
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martes, 19 de marzo de 2013
La historia de Rapunzel
Había una vez una pareja que desde hacía mucho tiempo deseaba tener hijos. Aunque la aguarda fuese larga por fin sus sueños se hicieron verdad.
La futura madre miraba por la ventana las lechugas del huerto vecino. Se le hacía agua la boca nada más de pensar lo maravilloso que sería poder comerse una de esas lechugas.
Sin embargo el huerto le pertenecía a una bruja y por eso nadie se atrevía a entrar en él. Pronto la mujer ya no pensaba más que en esas lechugas y por no desear comer otra cosa empezó a enfermarse. Su marido preocupado resolvió entrar a escondidas en el huerto cuando cayera la noche para coger determinadas lechugas.
La mujer se las comió todas pero en vez de calmar su antojo lo empeoró. Entonces el marido regresó a la huerta. Esa noche la bruja lo descubrió.
-¿Cómo te atreves a hurtar mis lechugas? -chilló.
Aterrorizado el tio le explicó a la bruja que todo se debía a los antojos de su mujer.
-Puedes llevarte las lechugas que quieras -dijo la bruja - pero a cambio tendrás que darme al bebé cuando nazca.
El pobre tio no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto nació la bruja se llevó a la preciosa niña. La llamó Rapunzel. La hermosura de Rapunzel aumentaba día a día. La bruja resolvió entonces esconderla para que nadie más pudiera admirarla. Cuando Rapunzel llegó a la edad de los doce años la bruja se la llevó a lo más profundo del bosque y la encerró en una torre sin puertas ni escaleras para que no se pudiera fugar. Cuando la bruja iba a visitarla le decía desde bajo
-Rapunzel tu trenza deja caer.
La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza rubia y la bruja subía. Al cabo de unos años el destino quiso que un príncipe pasara por el bosque y escuchara la voz melodiosa de Rapunzel que cantaba para pasar las horas. El príncipe se sintió atraído por la preciosa voz y quiso saber de dónde provenía. Finalmente halló la torre pero no logró descubrir ninguna puerta para entrar. El príncipe quedó prendado de aquella voz. Iba al bosque tantas veces como le era probable. Por las noches regresaba a su castillo con el corazón destrozado sin haber encontrado la forma de entrar. Un buen día vio que una bruja se acercaba a la torre y llamaba a la muchacha.
-Rapunzel tu trenza deja caer.
El príncipe observó sorprendido. Entonces comprendió que aquella era la forma de llegar hasta la muchacha de la preciosa voz. Tan pronto se fuese la bruja el príncipe se acercó a la torre y repitió las mismas palabras
-Rapunzel tu trenza deja caer.
La muchacha dejó caer la trenza y el príncipe subió. Rapunzel tuvo miedo al comienzo pues jamás había visto a un tio. Sin embargo el príncipe le explicó con toda dulzura cómo se había sentido atraído por su preciosa voz. Despues le pidió que se casara con él. Sin dudarlo un instante Rapunzel aceptó. En vista de que Rapunzel no tenía manera de salir de la torre el príncipe le prometió llevarle un ovillo de seda cada vez que afuera a visitarla. Así podría tejer una escalera y fugar. Para que la bruja no sospechara nada el príncipe iba a visitar a su amada por las noches. Sin embargo un día Rapunzel le dijo a la bruja sin pensar
-Tú eres mucho más pesada que el príncipe.
-¡Me habéis estado engañando! -chilló la bruja enfurecida y cortó la trenza de la muchacha.
Con un hechizo la bruja envió a Rapunzel a una tierra apartada e inhóspita. Despues ató la trenza a un garfio junto a la ventana y esperó la llegada del príncipe. Cuando éste llegó comprendió que había caído en una trampa.
-Tu hermosa ave cantora ya no está -dijo la bruja con voz chillona - ¡y no volverás a verla jamás más!
Transido de dolor el príncipe saltó por la ventana de la torre. Por fortuna sobrevivió pues cayó en una enredadera de espinas. Por desgracia las espinas le hirieron los ojos y el desventurado príncipe quedó ciego.
¿Cómo buscaría ahora a Rapunzel?
Mientras muchos meses el príncipe vagó por los bosques sin detener de llorar. A todo aquel que se cruzaba por su sendero le preguntaba si había visto a una muchacha muy preciosa llamada Rapunzel. Nadie le daba razón.
Cierto día ya casi a punto de perder las esperanzas el príncipe escuchó a lo lejos una canción triste pero muy preciosa. Reconoció la voz de inmediato y se dirigió hacia el espacio de donde provenía llamando a Rapunzel.
Al verlo Rapunzel corrió a abrazar a su amado. Lágrimas de dicha cayeron en los ojos del príncipe. De repente algo extraordinario sucedió
¡El príncipe recuperó la vista!
El príncipe y Rapunzel lograron descubrir el sendero de regreso hacia el reino. Se casaron escaso tiempo después y fueron una pareja muy feliz.
La futura madre miraba por la ventana las lechugas del huerto vecino. Se le hacía agua la boca nada más de pensar lo maravilloso que sería poder comerse una de esas lechugas.
Sin embargo el huerto le pertenecía a una bruja y por eso nadie se atrevía a entrar en él. Pronto la mujer ya no pensaba más que en esas lechugas y por no desear comer otra cosa empezó a enfermarse. Su marido preocupado resolvió entrar a escondidas en el huerto cuando cayera la noche para coger determinadas lechugas.
La mujer se las comió todas pero en vez de calmar su antojo lo empeoró. Entonces el marido regresó a la huerta. Esa noche la bruja lo descubrió.
-¿Cómo te atreves a hurtar mis lechugas? -chilló.
Aterrorizado el tio le explicó a la bruja que todo se debía a los antojos de su mujer.
-Puedes llevarte las lechugas que quieras -dijo la bruja - pero a cambio tendrás que darme al bebé cuando nazca.
El pobre tio no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto nació la bruja se llevó a la preciosa niña. La llamó Rapunzel. La hermosura de Rapunzel aumentaba día a día. La bruja resolvió entonces esconderla para que nadie más pudiera admirarla. Cuando Rapunzel llegó a la edad de los doce años la bruja se la llevó a lo más profundo del bosque y la encerró en una torre sin puertas ni escaleras para que no se pudiera fugar. Cuando la bruja iba a visitarla le decía desde bajo
-Rapunzel tu trenza deja caer.
La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza rubia y la bruja subía. Al cabo de unos años el destino quiso que un príncipe pasara por el bosque y escuchara la voz melodiosa de Rapunzel que cantaba para pasar las horas. El príncipe se sintió atraído por la preciosa voz y quiso saber de dónde provenía. Finalmente halló la torre pero no logró descubrir ninguna puerta para entrar. El príncipe quedó prendado de aquella voz. Iba al bosque tantas veces como le era probable. Por las noches regresaba a su castillo con el corazón destrozado sin haber encontrado la forma de entrar. Un buen día vio que una bruja se acercaba a la torre y llamaba a la muchacha.
-Rapunzel tu trenza deja caer.
El príncipe observó sorprendido. Entonces comprendió que aquella era la forma de llegar hasta la muchacha de la preciosa voz. Tan pronto se fuese la bruja el príncipe se acercó a la torre y repitió las mismas palabras
-Rapunzel tu trenza deja caer.
La muchacha dejó caer la trenza y el príncipe subió. Rapunzel tuvo miedo al comienzo pues jamás había visto a un tio. Sin embargo el príncipe le explicó con toda dulzura cómo se había sentido atraído por su preciosa voz. Despues le pidió que se casara con él. Sin dudarlo un instante Rapunzel aceptó. En vista de que Rapunzel no tenía manera de salir de la torre el príncipe le prometió llevarle un ovillo de seda cada vez que afuera a visitarla. Así podría tejer una escalera y fugar. Para que la bruja no sospechara nada el príncipe iba a visitar a su amada por las noches. Sin embargo un día Rapunzel le dijo a la bruja sin pensar
-Tú eres mucho más pesada que el príncipe.
-¡Me habéis estado engañando! -chilló la bruja enfurecida y cortó la trenza de la muchacha.
Con un hechizo la bruja envió a Rapunzel a una tierra apartada e inhóspita. Despues ató la trenza a un garfio junto a la ventana y esperó la llegada del príncipe. Cuando éste llegó comprendió que había caído en una trampa.
-Tu hermosa ave cantora ya no está -dijo la bruja con voz chillona - ¡y no volverás a verla jamás más!
Transido de dolor el príncipe saltó por la ventana de la torre. Por fortuna sobrevivió pues cayó en una enredadera de espinas. Por desgracia las espinas le hirieron los ojos y el desventurado príncipe quedó ciego.
¿Cómo buscaría ahora a Rapunzel?
Mientras muchos meses el príncipe vagó por los bosques sin detener de llorar. A todo aquel que se cruzaba por su sendero le preguntaba si había visto a una muchacha muy preciosa llamada Rapunzel. Nadie le daba razón.
Cierto día ya casi a punto de perder las esperanzas el príncipe escuchó a lo lejos una canción triste pero muy preciosa. Reconoció la voz de inmediato y se dirigió hacia el espacio de donde provenía llamando a Rapunzel.
Al verlo Rapunzel corrió a abrazar a su amado. Lágrimas de dicha cayeron en los ojos del príncipe. De repente algo extraordinario sucedió
¡El príncipe recuperó la vista!
El príncipe y Rapunzel lograron descubrir el sendero de regreso hacia el reino. Se casaron escaso tiempo después y fueron una pareja muy feliz.
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lunes, 18 de marzo de 2013
La historia de Simbad el Marino
Hace muchos muchísmos años en la ciudad de Bagdag vivía un joven llamado Simbad. Era muy pobre y para ganarse la vida se veía obligado a transportar pesados fardos por lo que se le conocía como Simbad el Cargador.
- ¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!
Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una preciosa casa el cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven.
A través de maravillosos patios llenos de flores Simbad el Cargador fuese conducido hasta una sala de masivos tamaños.
En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas algúnas personas entre las que destacaba un anciano que habló de la próximo forma
-Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fácil. Para que lo comprendas te voy a contar mis aventuras...
Aunque mi padre me dejó al expirar una fortuna considerable fuese tanto lo que derroché que al fin me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo escaso que me quedaba y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos mientras semanas hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo tembló de repente y salimos todos proyectados en verdad la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco me dejé arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme tomé el primer barco que zarpó de vuelta a Bagdag...
L legado a este punto Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho 100 monedas de oro y le rogó que volviera al día próximo.
Así lo hizo Simbad y el anciano prosiguió con sus andanzas...
Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido y cuando desperté el barco se había marchado sin mí.
L legué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los que pude coger me até un pedazo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila me eligió como alimento para llevar a su nido sacándome así de aquel espacio.
Terminado el relato Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro con el ruego de que volviera al día próximo...
Debiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida pero me aburría y volví a embarcarme. Todo fuese bien hasta que nos sorprendió una gran tormenta y el barco naufragó.
Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles que nos cogieron prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un coloso que tenía un solo ojo y que comía carne humana. Al llegar la noche aprovechando la oscuridad le clavamos una estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel espantoso espacio.
De vuelta a Bagdag el tedio volvió a realizar presa en mí. Pero esto te lo contaré mañana...
Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro.
Inicié un nuevo viaje pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del monarca con quien me casé pero al escaso tiempo ésta murió. Había una tradición en el reino que el esposo debía ser enterrado con la esposa. Por suerte en el último momento logré escaparme y regresé a Bagdag cargado de alhajas...
Y así día tras día Simbad el Marino fuese narrando las fantásticas aventuras de sus viajes tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le había llevado muchas veces a enriquecerse para despues perder de nuevo su fortuna.
El anciano Simbad le contó que en el último de sus viajes había sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día huyendo de un elefante furioso Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que Simbad fuese a caer sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.
S imbad así lo comprendió y presentándose ante su amo le explicó dónde podría descubrir gran número de colmillos. En agradecimiento el mercader le concedió la libertad y le hizo muchos y preciados obsequios.
Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-. Como verás han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora alegría de todos los placeres también antes he conocido todos los padecimientos.
Cuando terminó de hablar el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara quedarse a habitar con él. El joven Simbad aceptó encantado y ya jamás más tuvo que soportar el peso de ningún fardo...
- ¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!
Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una preciosa casa el cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven.
A través de maravillosos patios llenos de flores Simbad el Cargador fuese conducido hasta una sala de masivos tamaños.
En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas algúnas personas entre las que destacaba un anciano que habló de la próximo forma
-Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fácil. Para que lo comprendas te voy a contar mis aventuras...
Aunque mi padre me dejó al expirar una fortuna considerable fuese tanto lo que derroché que al fin me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo escaso que me quedaba y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos mientras semanas hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo tembló de repente y salimos todos proyectados en verdad la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco me dejé arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme tomé el primer barco que zarpó de vuelta a Bagdag...
L legado a este punto Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho 100 monedas de oro y le rogó que volviera al día próximo.
Así lo hizo Simbad y el anciano prosiguió con sus andanzas...
Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido y cuando desperté el barco se había marchado sin mí.
L legué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los que pude coger me até un pedazo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila me eligió como alimento para llevar a su nido sacándome así de aquel espacio.
Terminado el relato Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro con el ruego de que volviera al día próximo...
Debiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida pero me aburría y volví a embarcarme. Todo fuese bien hasta que nos sorprendió una gran tormenta y el barco naufragó.
Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles que nos cogieron prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un coloso que tenía un solo ojo y que comía carne humana. Al llegar la noche aprovechando la oscuridad le clavamos una estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel espantoso espacio.
De vuelta a Bagdag el tedio volvió a realizar presa en mí. Pero esto te lo contaré mañana...
Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro.
Inicié un nuevo viaje pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del monarca con quien me casé pero al escaso tiempo ésta murió. Había una tradición en el reino que el esposo debía ser enterrado con la esposa. Por suerte en el último momento logré escaparme y regresé a Bagdag cargado de alhajas...
Y así día tras día Simbad el Marino fuese narrando las fantásticas aventuras de sus viajes tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le había llevado muchas veces a enriquecerse para despues perder de nuevo su fortuna.
El anciano Simbad le contó que en el último de sus viajes había sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día huyendo de un elefante furioso Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que Simbad fuese a caer sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.
S imbad así lo comprendió y presentándose ante su amo le explicó dónde podría descubrir gran número de colmillos. En agradecimiento el mercader le concedió la libertad y le hizo muchos y preciados obsequios.
Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-. Como verás han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora alegría de todos los placeres también antes he conocido todos los padecimientos.
Cuando terminó de hablar el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara quedarse a habitar con él. El joven Simbad aceptó encantado y ya jamás más tuvo que soportar el peso de ningún fardo...
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viernes, 15 de marzo de 2013
La historia de Wendy y Petter Pan
Wendy Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de Londres. Wendy la mayor había contagiado a sus hermanitos su admiración por Peter Pan. Todas las noches les contaba a sus hermanos las aventuras de Peter.
Una noche cuando ya casi dormían vieron una lucecita moverse por la habitación. campanilla
Era Campanilla el hada que acompaña siempre a Peter Pan y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Jamás Jamás donde vivían los Niños Perdidos...
- Campanilla llos ayudará. Basta con que llos eche un escaso de polvo mágico para que podáis volar.
Cuando ya se encontraban cerca del País de Jamás Jamás Peter les señaló
- Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac!
Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy así que adelantándose les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una saeta a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo pero por fortuna la saeta no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y también diáfano está de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles piratas pero éstos que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Jamás Jamás organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy a Michael y a John.
Para que Peter no pudiera rescatarles el Capitán Garfio decidió envenenarle contando para ello con la ayuda de Campanilla hada quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a tomar el agua Campanilla arrepentida de lo que había hecho se lanzó contra el vaso aunque no pudo eludir que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno una porción suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como gracias a los niños Campanilla se salvó.
Entretanto tanto vuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles cuando de repente oyeron una voz
- ¡Eh Capitán Garfio eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que alertado por Campanilla había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte alguna. Comenzaron a luchar. De pronto un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y del susto el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy probable que todavía hoy si viajáis por el mar podáis ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente perseguido por el infatigable cocodrilo.
El resto de los piratas no tardó en seguir el sendero de su capitán y todos acabaron dándose un sano baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños.
Ya era hora de regresar al hogar. Peter intentó persuadir a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Jamás Jamás pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban regresar así que Peter les llevó de nuevo a su casa.
- ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños.
- ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No los hagáis mayores jamás. Aunque crezcáis no perdáis jamás nuestra fantasía ni nuestra imaginación. De ese modo seguiremlos siempre juntlos.
- ¡Prometido! -gritaron los tres niños entretanto agitaban sus manos diciendo adiós.
Una noche cuando ya casi dormían vieron una lucecita moverse por la habitación. campanilla
Era Campanilla el hada que acompaña siempre a Peter Pan y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Jamás Jamás donde vivían los Niños Perdidos...
- Campanilla llos ayudará. Basta con que llos eche un escaso de polvo mágico para que podáis volar.
Cuando ya se encontraban cerca del País de Jamás Jamás Peter les señaló
- Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac!
Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy así que adelantándose les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una saeta a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo pero por fortuna la saeta no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y también diáfano está de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles piratas pero éstos que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Jamás Jamás organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy a Michael y a John.
Para que Peter no pudiera rescatarles el Capitán Garfio decidió envenenarle contando para ello con la ayuda de Campanilla hada quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a tomar el agua Campanilla arrepentida de lo que había hecho se lanzó contra el vaso aunque no pudo eludir que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno una porción suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como gracias a los niños Campanilla se salvó.
Entretanto tanto vuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles cuando de repente oyeron una voz
- ¡Eh Capitán Garfio eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que alertado por Campanilla había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte alguna. Comenzaron a luchar. De pronto un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y del susto el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy probable que todavía hoy si viajáis por el mar podáis ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente perseguido por el infatigable cocodrilo.
El resto de los piratas no tardó en seguir el sendero de su capitán y todos acabaron dándose un sano baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños.
Ya era hora de regresar al hogar. Peter intentó persuadir a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Jamás Jamás pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban regresar así que Peter les llevó de nuevo a su casa.
- ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños.
- ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No los hagáis mayores jamás. Aunque crezcáis no perdáis jamás nuestra fantasía ni nuestra imaginación. De ese modo seguiremlos siempre juntlos.
- ¡Prometido! -gritaron los tres niños entretanto agitaban sus manos diciendo adiós.
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jueves, 14 de marzo de 2013
La historia del acertijo
Érase una vez el hijo de un monarca a quien entraron deseos de correr mundo y se partió sin más compañía que la de un leal criado. Llegó un día a un extenso bosque y al anochecer no encontrando ningún albergue no sabía dónde pasar la noche. Vio entonces a una muchacha que se dirigía a una casita y al acercarse se dio cuenta de que era joven y preciosa. Dirigióse a ella y le dijo
- Mi buena niña ¿no nos acogerías por una noche en la casita a mí y al criado?
- De buen grado lo haría -respondió la muchacha con voz triste- pero no llos lo recomiendo. Mejor es que llos busquéis otro alojamiento.
- ¿Por qué? -preguntó el príncipe.
- Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los forasteros contestó la niña suspirando.
Bien se dio cuenta el príncipe de que aquella era la casa de una bruja pero como no era probable seguir andando en la noche cerrada y por otra fracción no era miedoso entró. La vieja que estaba sentada en un sillón junto al fuego miró a los pasajeros con sus ojos rojizos
- ¡Buenas noches! -dijo con voz gangosa que quería ser amable-. Sentaos a descansar-. Y sopló los carbones en los que se cocía algo en un puchero.
La hija advirtió a los dos hombres que no comiesen ni bebiesen nada pues la vieja estaba confeccionando brebajes nocivos. Ellos durmieron apaciblemente hasta la madrugada y cuando se dispusieron a reemprender la ruta estando ya el príncipe montado en su caballo dijo la vieja
- Espera un momento que tomarás un trago como despedida.
Entretanto entraba a buscar la bebida el príncipe se alejó a toda prisa y cuando volvió a salir la bruja con la bebida sólo halló al criado que se había entretenido arreglando la silla.
- ¡Lleva esto a tu señor! -le dijo. Pero en el mismo momento se rompió la jarra y el veneno salpicó al caballo tan virulento era que el animal se desplomó muerto como herido por un rayo. El criado echó a correr para dar cuenta a su amo de lo ocurrido pero no queriendo perder la silla volvió a buscarla. Al llegar junto al cadáver del caballo encontró que un cuervo lo estaba devorando.
«¿Quién sabe si cazaré hoy algo mejor?» se dijo el criado mató pues el cuervo y se lo metió en el zurrón.
Mientras toda la jornada estuvieron errando por el bosque sin descubrir la salida. Al anochecer dieron con una hospedería y entraron en ella. El criado dio el cuervo al posadero a fin de que se lo guisara para cenar. Pero resultó que había ido a detener a una guarida de ladrones y ya acceso la noche presentáronse doce bandidos que concibieron el propósito de asesinar y hurtar a los forasteros. Sin embargo antes de llevarlo a la práctica se sentaron a la mesa junto con el posadero y la bruja y se comieron una sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hubieron tomado un par de cucharadas cayeron todos muertos pues el cuervo estaba contaminado con el veneno del caballo.
Ya no quedó en la casa sino la hija del posadero que era una buena muchacha inocente por completo de los crímenes de aquellos hombres. Abrió a los forasteros todas las puertas y les mostró los tesoros acumulados. Pero el príncipe le dijo que podía quedarse con todo pues él nada quería de aquello y siguió su sendero con su criado.
Después de errar mucho tiempo sin rumbo fijo llegaron a una ciudad donde residía una orgullosa princesa hija del Monarca que había mandado pregonar su decisión de casarse con el tio que afuera capaz de plantearle un acertijo que ella no supiera descifrar con la condición de que si lo adivinaba el pretendiente sería decapitado. Tenía tres días de tiempo para resolverlo pero eran tan inteligente que siempre lo había resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve los pretendientes que habían sucumbido de aquel modo cuando llegó el príncipe y deslumbrado por su hermosura quiso colocar en juego su vida. Se presentó a la doncella y le planteó su enigma
- ¿Qué es -le dijo- una cosa que no mató a ninguno y sin embargo mató a doce?
En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la cabeza no acertaba a resolver el acertijo. Consultó su libro de enigmas pero no encontró nada había terminado sus recursos. No sabiendo ya qué realizar mandó a su doncella que se introdujese de escondidas en el dormitorio del príncipe y se pusiera al acecho pensando que tal vez hablaría en sueños y revelaría la respuesta del enigma. Pero el criado que era muy preparado se metió en la lecho en vez de su señor y cuando se acercó la doncella arrebatándole de un tirón el manto en que venía envuelta la echó del aposento a palos. A la segunda noche la princesa envió a su lechorera a ver si tenía mejor suerte. Pero el criado le quitó también el manto y la echó a palos.
Creyó entonces el príncipe que la tercera noche estaría seguro y se acostó en el cama. Pero fuese la particular princesa la que acudió envuelta en una capa de gris y se sentó a su lado. Cuando creyó que dormía y soñaba púsose a hablarle en voz queda con la esperanza de que respondería en sueños como muchos hacen. Pero él estaba despierto y lo oía todo perfectamente.
Preguntó ella
- Uno mató a ninguno ¿qué es esto?
Respondió él
- Un cuervo que comió de un caballo envenenado y murió a su vez.
Siguió ella preguntando
- Y mató sin embargo a doce ¿qué es esto?
- Son doce bandidos que se comieron el cuervo y murieron envenenados.
Sabiendo ya lo que quería la princesa trató de escabullirse pero el príncipe la sujetó por la capa que ella hubo de dejar. A la mañana la hija del Monarca anunció que había descifrado el enigma y mandando venir a los doce jueces dio la solución ante ellos. Pero el joven solicitó ser escuchado y dijo
- Mientras la noche la princesa se deslizó hasta mi cama y me lo preguntó sin esto jamás habría acertado.
Dijeron los jueces
- Danos una prueba.
Entonces el criado entró con los tres mantos y cuando los jueces vieron el gris que solía llevar la princesa fallaron la sentencia próximo
- Que este manto se margen en oro y plata será el de nuestra matrimonio.
- Mi buena niña ¿no nos acogerías por una noche en la casita a mí y al criado?
- De buen grado lo haría -respondió la muchacha con voz triste- pero no llos lo recomiendo. Mejor es que llos busquéis otro alojamiento.
- ¿Por qué? -preguntó el príncipe.
- Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los forasteros contestó la niña suspirando.
Bien se dio cuenta el príncipe de que aquella era la casa de una bruja pero como no era probable seguir andando en la noche cerrada y por otra fracción no era miedoso entró. La vieja que estaba sentada en un sillón junto al fuego miró a los pasajeros con sus ojos rojizos
- ¡Buenas noches! -dijo con voz gangosa que quería ser amable-. Sentaos a descansar-. Y sopló los carbones en los que se cocía algo en un puchero.
La hija advirtió a los dos hombres que no comiesen ni bebiesen nada pues la vieja estaba confeccionando brebajes nocivos. Ellos durmieron apaciblemente hasta la madrugada y cuando se dispusieron a reemprender la ruta estando ya el príncipe montado en su caballo dijo la vieja
- Espera un momento que tomarás un trago como despedida.
Entretanto entraba a buscar la bebida el príncipe se alejó a toda prisa y cuando volvió a salir la bruja con la bebida sólo halló al criado que se había entretenido arreglando la silla.
- ¡Lleva esto a tu señor! -le dijo. Pero en el mismo momento se rompió la jarra y el veneno salpicó al caballo tan virulento era que el animal se desplomó muerto como herido por un rayo. El criado echó a correr para dar cuenta a su amo de lo ocurrido pero no queriendo perder la silla volvió a buscarla. Al llegar junto al cadáver del caballo encontró que un cuervo lo estaba devorando.
«¿Quién sabe si cazaré hoy algo mejor?» se dijo el criado mató pues el cuervo y se lo metió en el zurrón.
Mientras toda la jornada estuvieron errando por el bosque sin descubrir la salida. Al anochecer dieron con una hospedería y entraron en ella. El criado dio el cuervo al posadero a fin de que se lo guisara para cenar. Pero resultó que había ido a detener a una guarida de ladrones y ya acceso la noche presentáronse doce bandidos que concibieron el propósito de asesinar y hurtar a los forasteros. Sin embargo antes de llevarlo a la práctica se sentaron a la mesa junto con el posadero y la bruja y se comieron una sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hubieron tomado un par de cucharadas cayeron todos muertos pues el cuervo estaba contaminado con el veneno del caballo.
Ya no quedó en la casa sino la hija del posadero que era una buena muchacha inocente por completo de los crímenes de aquellos hombres. Abrió a los forasteros todas las puertas y les mostró los tesoros acumulados. Pero el príncipe le dijo que podía quedarse con todo pues él nada quería de aquello y siguió su sendero con su criado.
Después de errar mucho tiempo sin rumbo fijo llegaron a una ciudad donde residía una orgullosa princesa hija del Monarca que había mandado pregonar su decisión de casarse con el tio que afuera capaz de plantearle un acertijo que ella no supiera descifrar con la condición de que si lo adivinaba el pretendiente sería decapitado. Tenía tres días de tiempo para resolverlo pero eran tan inteligente que siempre lo había resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve los pretendientes que habían sucumbido de aquel modo cuando llegó el príncipe y deslumbrado por su hermosura quiso colocar en juego su vida. Se presentó a la doncella y le planteó su enigma
- ¿Qué es -le dijo- una cosa que no mató a ninguno y sin embargo mató a doce?
En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la cabeza no acertaba a resolver el acertijo. Consultó su libro de enigmas pero no encontró nada había terminado sus recursos. No sabiendo ya qué realizar mandó a su doncella que se introdujese de escondidas en el dormitorio del príncipe y se pusiera al acecho pensando que tal vez hablaría en sueños y revelaría la respuesta del enigma. Pero el criado que era muy preparado se metió en la lecho en vez de su señor y cuando se acercó la doncella arrebatándole de un tirón el manto en que venía envuelta la echó del aposento a palos. A la segunda noche la princesa envió a su lechorera a ver si tenía mejor suerte. Pero el criado le quitó también el manto y la echó a palos.
Creyó entonces el príncipe que la tercera noche estaría seguro y se acostó en el cama. Pero fuese la particular princesa la que acudió envuelta en una capa de gris y se sentó a su lado. Cuando creyó que dormía y soñaba púsose a hablarle en voz queda con la esperanza de que respondería en sueños como muchos hacen. Pero él estaba despierto y lo oía todo perfectamente.
Preguntó ella
- Uno mató a ninguno ¿qué es esto?
Respondió él
- Un cuervo que comió de un caballo envenenado y murió a su vez.
Siguió ella preguntando
- Y mató sin embargo a doce ¿qué es esto?
- Son doce bandidos que se comieron el cuervo y murieron envenenados.
Sabiendo ya lo que quería la princesa trató de escabullirse pero el príncipe la sujetó por la capa que ella hubo de dejar. A la mañana la hija del Monarca anunció que había descifrado el enigma y mandando venir a los doce jueces dio la solución ante ellos. Pero el joven solicitó ser escuchado y dijo
- Mientras la noche la princesa se deslizó hasta mi cama y me lo preguntó sin esto jamás habría acertado.
Dijeron los jueces
- Danos una prueba.
Entonces el criado entró con los tres mantos y cuando los jueces vieron el gris que solía llevar la princesa fallaron la sentencia próximo
- Que este manto se margen en oro y plata será el de nuestra matrimonio.
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miércoles, 13 de marzo de 2013
La historia del caracol
Había una vez...
... Una amplia llanura donde pastaban las ovejas y las vacas. Y del otro lado de la extensa pradera se hallaba el bonito jardín rodeado de avellanos.
El instituto del jardín era dominado por un rosal totalmente cubierto de flores mientras todo el año. Y allí en ese aromático mundo de vivía un caracol con todo lo que representaba su mundo a cuestas pues sobre sus espaldas llevaba su casa y sus pertenencias.
Y se hablaba a sí mismo sobre su momento de ser útil en la vida –¡Paciencia! –decía el caracol–. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.
–Esperamos mucho de ti –dijo el rosal–. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?
–Necesito tiempo para pensar –dijo el caracol– ustedes siempre están de prisa. No así no se preparan las sorpresas.
Un año más tarde el caracol se hallaba bebiendo el sol casi en el mismo sitio que antes entretanto el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas siempre frescas siempre nuevas. El caracol sacó recurso cuerpo fuera estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.
–Nada ha cambiado –dijo–. No se prevée el más insignificante progreso. El rosal Seguid con sus rosas y eso es todo lo que hace.
Pasó el verano y vino el otoño y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra el caracol se escondió debajo el suelo.
Despues comenzó una nueva estación y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.
–Ahora ya eres un rosal viejo –dijo el caracol–. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya habéis dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está diáfano que no habéis hecho nada por tu desarrollo interno pues en ese caso tendrías resultados muy diferentes que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?
–Me asustas –dijo el rosal–. Jamás he pensado en ello.
–Claro jamás te habéis molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste cierta vez por qué florecías y cómo florecías por qué lo hacías de esa forma y de no de otra?
–No –contestó el caracol–. Florecía de puro contento porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa respiraba estaba vivo. De la tierra allá bajo me subía la fuerza que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una dicha que era siempre nueva profunda siempre y así tenía que florecer sin remedio. Esa era mi vida no podía realizar otra cosa.
–Tu vida fuese demasiado fácil –dijo el caracol (Sin pararse a observarse a sí mismo).
–Cierto –dijo el rosal–. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día... algún día.... ¿Pero ... de qué te sirve el pasar los años pensando sin realizar nada útil por el mundo?
–No no de ningún modo –dijo el caracol–. El mundo no tiene lugar para mí. ¿Qué poseo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.
–¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas pero tú en cambio que posees tantos dones ¿qué habéis dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?
–¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No implica nada para mí. Anda Seguid cultivando tus rosas es para lo único que sirves. Deja que los avellanos produzcan sus resultados deja que las vacas y las ovejas den su leche cada uno tiene su público y yo también poseo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y con estas palabras el caracol se metió dentro de su casa y la selló.
–¡Qué pena! –dijo el rosal–. Yo no poseo modo de esconderme por mucho que lo intente. Siempre he de regresar otra vez siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento aunque alguna vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones y cómo una bonita muchacha se prendía otra al torso y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien fuese una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos mi vida.
Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia entretanto el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.
Y pasaron los años.
El caracol se había vuelto tierra en la tierra y el rosal tierra en la tierra y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos y los nuevos caracoles seguían con la misma filosofía que aquél se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo que no significaba nada para ellos.
Y a través del tiempo la misma historia se continuó repitiendo...
... Una amplia llanura donde pastaban las ovejas y las vacas. Y del otro lado de la extensa pradera se hallaba el bonito jardín rodeado de avellanos.
El instituto del jardín era dominado por un rosal totalmente cubierto de flores mientras todo el año. Y allí en ese aromático mundo de vivía un caracol con todo lo que representaba su mundo a cuestas pues sobre sus espaldas llevaba su casa y sus pertenencias.
Y se hablaba a sí mismo sobre su momento de ser útil en la vida –¡Paciencia! –decía el caracol–. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.
–Esperamos mucho de ti –dijo el rosal–. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?
–Necesito tiempo para pensar –dijo el caracol– ustedes siempre están de prisa. No así no se preparan las sorpresas.
Un año más tarde el caracol se hallaba bebiendo el sol casi en el mismo sitio que antes entretanto el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas siempre frescas siempre nuevas. El caracol sacó recurso cuerpo fuera estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.
–Nada ha cambiado –dijo–. No se prevée el más insignificante progreso. El rosal Seguid con sus rosas y eso es todo lo que hace.
Pasó el verano y vino el otoño y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra el caracol se escondió debajo el suelo.
Despues comenzó una nueva estación y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.
–Ahora ya eres un rosal viejo –dijo el caracol–. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya habéis dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está diáfano que no habéis hecho nada por tu desarrollo interno pues en ese caso tendrías resultados muy diferentes que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?
–Me asustas –dijo el rosal–. Jamás he pensado en ello.
–Claro jamás te habéis molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste cierta vez por qué florecías y cómo florecías por qué lo hacías de esa forma y de no de otra?
–No –contestó el caracol–. Florecía de puro contento porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa respiraba estaba vivo. De la tierra allá bajo me subía la fuerza que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una dicha que era siempre nueva profunda siempre y así tenía que florecer sin remedio. Esa era mi vida no podía realizar otra cosa.
–Tu vida fuese demasiado fácil –dijo el caracol (Sin pararse a observarse a sí mismo).
–Cierto –dijo el rosal–. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día... algún día.... ¿Pero ... de qué te sirve el pasar los años pensando sin realizar nada útil por el mundo?
–No no de ningún modo –dijo el caracol–. El mundo no tiene lugar para mí. ¿Qué poseo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.
–¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas pero tú en cambio que posees tantos dones ¿qué habéis dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?
–¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No implica nada para mí. Anda Seguid cultivando tus rosas es para lo único que sirves. Deja que los avellanos produzcan sus resultados deja que las vacas y las ovejas den su leche cada uno tiene su público y yo también poseo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y con estas palabras el caracol se metió dentro de su casa y la selló.
–¡Qué pena! –dijo el rosal–. Yo no poseo modo de esconderme por mucho que lo intente. Siempre he de regresar otra vez siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento aunque alguna vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones y cómo una bonita muchacha se prendía otra al torso y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien fuese una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos mi vida.
Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia entretanto el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.
Y pasaron los años.
El caracol se había vuelto tierra en la tierra y el rosal tierra en la tierra y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos y los nuevos caracoles seguían con la misma filosofía que aquél se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo que no significaba nada para ellos.
Y a través del tiempo la misma historia se continuó repitiendo...
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martes, 12 de marzo de 2013
La historia del duende y la tienda
Érase una vez un alumno un alumno de realidad que vivía en una buhardilla y nada poseía y érase también un tendero un tendero de realidad que habitaba en la trastienda y era dueño de toda la casa y en su habitación moraba un duendecillo al que todos los años por Nochebuena obsequiaba aquél con un tazón de papas y un buen pedazo de mantequilla dentro. Bien podía realizarlo y el duende continuaba en la tienda y esto explica muchas cosas.
Un atardecer entró el alumno por la puerta trasera a comprarse una vela y el queso para su cena no tenía a quien enviar por lo que iba él mismo. Le dieron lo que pedía lo pagó y el tendero y su mujer le desearon las buenas noches con un gesto de la cabeza. La mujer sabía realizar algo más que gesticular con la cabeza era un pico de oro.
El alumno les correspondió de la misma forma y despues se quedó parado leyendo la hoja de papel que envolvía el queso. Era una hoja arrancada de un libro viejo que jamás debiera pensado que lo tratasen así pues era un libro de poesía.
-Todavía nos queda más -dijo el tendero- lo compré a una vieja por unos granos de café por ocho chelines se lo cedo entero.
-Muchas gracias -repuso el estudiante-. Démelo a cambio del queso. Puedo comer pan solo pero sería pecado destrozar este libro. Es usted un tio espléndido un tio práctico pero lo que es de poesía entiende menos que esa cuba.
La realidad es que fuese un tanto descortés al decirlo especialmente por la cuba pero tendero y alumno se echaron a reír pues el segundo había hablado en broma. Con todo el duende se picó al oír parecido comparación aplicada a un tendero que era dueño de una casa y encima vendía una mantequilla excelente.
Cerrado que hubo la noche y con ella la tienda y cuando todo el mundo estaba acostado excepto el alumno entró el duende en busca del pico de la dueña pues no lo utilizaba entretanto dormía fuese aplicándolo a todos los objetos de la tienda con lo cual éstos adquirían voz y Hablad. Y podían expresar sus pensamientos y sentimientos tan bien como la particular señora de la casa pero diáfano está sólo podía aplicarlo a un solo objeto a la vez y era una suerte pues de otro modo ¡menudo barullo!
El duende puso el pico en la cuba que contenía los diarios viejos.
-¿Es realidad que usted no sabe lo que es la poesía?
-Claro que lo sé -respondió la cuba-. Es una cosa que ponen en la fracción inferior de los periódicos y que la gente recorta poseo causas para creer que hay más en mí que en el alumno y esto que comparado con el tendero no soy sino una cuba de escaso más o menos.
Despues el duende colocó el pico en el molinillo de café. ¡Dios mío y cómo se soltó éste! Y después lo aplicó al barrilito de manteca y al cajón del dinero y todos compartieron la opinión de la cuba. Y cuando la mayoría coincide en una cosa no queda más remedio que respetarla y darla por buena.
-¡Y ahora al alumno! -pensó y subió calladito a la buhardilla por la escalera de la cocina. Había luz en el cuarto y el duendecillo miró por el ojo de la cerradura y vio al alumno que estaba leyendo el libro roto adquirido en la tienda. Pero ¡qué claridad irradiaba de él!
De las páginas emergía un vivísimo rayo de luz que iba transformándose en un tronco en un poderoso árbol que desplegaba sus ramas y cobijaba al alumno. Cada una de sus hojas era tierna y de un verde jugoso y cada flor una preciosa cabeza de doncella de ojos ya oscuros y llameantes ya azules y maravillosamente límpidos. Los resultados eran otras tantas rutilantes estrellas y un cántico y una música deliciosos resonaban en la destartalada habitación.
Jamás había imaginado el duendecillo una magnificencia como aquélla jamás había oído hablar de cosa parecido. Por eso permaneció de puntillas mirando hasta que se apagó la luz. Posiblemente el alumno había soplado la vela para acostarse pero el duende seguía en su sitio pues continuaba oyéndose el cántico dulce y solemne una deliciosa canción de cuna para el alumno que se entregaba al descanso.
-¡Asombroso! -se dijo el duende-. ¡Nunca lo debiera pensado! A lo mejor me quedo con el alumno... -
Y se lo estuvo rumiando buen rato hasta que al fin venció la sensatez y suspiró. -¡Pero el alumno no tiene papillas ni mantequilla!-. Y se volvió se volvió bajo a casa del tendero. Fuese una suerte que no tardase más pues la cuba había gastado casi todo el pico de la dueña a fuerza de pregonar todo lo que encerraba en su interior echada siempre de un lado y se disponía justamente a regresarse para empezar a contar por el lado contrario cuando entró el duende y le quitó el pico pero en adelante toda la tienda desde el cajón del dinero hasta la leña de bajo formaron sus opiniones calcándolas sobre las de la cuba todos la ponían tan alta y le otorgaban tal confianza que cuando el tendero leía en el periódico de la tarde las noticias de arte y teatrales ellos creían firmemente que procedían de la cuba.
En cambio el duendecillo ya no podía estarse quieto como antes escuchando toda aquella erudición y sabihondura de la planta baja sino que en cuanto veía lustrar la luz en la buhardilla era como si sus rayos fuesen unos potentes cables que lo remontaban a las alturas tenía que subir a contemplar por el ojo de la cerradura y siempre se sentía rodeado de una grandiosidad como la que experimentamos en el mar tempestuoso cuando Dios levanta sus olas y rompía a llorar sin saber él mismo por qué pero las lágrimas le hacían un gran bien. ¡Qué magnífico debía de ser estarse sentado debajo el árbol junto al estudiante! Pero no había que pensar en ello y se daba por satisfecho contemplándolo desde el ojo de la cerradura. Y allí seguía en el frío rellano cuando ya el viento otoñal se filtraba por los tragaluces y el frío iba arreciando. Sólo que el duendecillo no lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla y los melodiosos sones eran dominados por el pitar del viento. ¡Ujú cómo temblaba entonces y bajaba corriendo las escaleras para refugiarse en su cálido rincón donde tan bien se estaba! Y cuando volvió la Nochebuena con sus papillas y su buena bola de manteca se declaró resueltamente en favor del tendero.
Pero a media noche despertó al duendecillo un alboroto horrible un gran estrépito en los escaparates y gentes que iban y venían agitadas entretanto el sereno no cesaba de tocar el pito. Había estallado un incendio y toda la calle aparecía iluminada. ¿Sería su casa o la del vecino? ¿Dónde? ¡Había una alarma aterradora una confusión terrible! La mujer del tendero estaba tan consternada que se quitó los pendientes de oro de las orejas y se los guardó en el bolsillo para salvar algo. El tendero recogió sus láminas de fondos públicos y la criada su mantilla de seda que se había podido comprar a fuerza de ahorros. Cada cual quería salvar lo mejor y también el duendecillo y de un salto subió las escaleras y se metió en la habitación del alumno quien de pie junto a la ventana contemplaba tranquilamente el fuego que ardía en la casa de enfrente. El duendecillo cogió el libro maravilloso que estaba sobre la mesa y metiéndoselo en el gorro rojo lo sujetó convulsivamente con ambas manos el más precioso tesoro de la casa estaba a salvo. Despues se dirigió corriendo por el tejado a la punta de la chimenea y allí se estuvo iluminado por la casa en llamas apretando con ambas manos el gorro que contenía el tesoro. Sólo entonces se dio cuenta de dónde tenía ya que su corazón comprendió a quién pertenecía en verdad. Pero cuando el incendio estuvo apagado y el duendecillo hubo vuelto a sus ideas normales dijo
-Me he de repartir entre los dos. No puedo separarme del todo del tendero por motivo de las papillas.
Y en esto se comportó como un auténtico ser humano. Todos procuramos estar bien con el tendero... por las papillas.
Un atardecer entró el alumno por la puerta trasera a comprarse una vela y el queso para su cena no tenía a quien enviar por lo que iba él mismo. Le dieron lo que pedía lo pagó y el tendero y su mujer le desearon las buenas noches con un gesto de la cabeza. La mujer sabía realizar algo más que gesticular con la cabeza era un pico de oro.
El alumno les correspondió de la misma forma y despues se quedó parado leyendo la hoja de papel que envolvía el queso. Era una hoja arrancada de un libro viejo que jamás debiera pensado que lo tratasen así pues era un libro de poesía.
-Todavía nos queda más -dijo el tendero- lo compré a una vieja por unos granos de café por ocho chelines se lo cedo entero.
-Muchas gracias -repuso el estudiante-. Démelo a cambio del queso. Puedo comer pan solo pero sería pecado destrozar este libro. Es usted un tio espléndido un tio práctico pero lo que es de poesía entiende menos que esa cuba.
La realidad es que fuese un tanto descortés al decirlo especialmente por la cuba pero tendero y alumno se echaron a reír pues el segundo había hablado en broma. Con todo el duende se picó al oír parecido comparación aplicada a un tendero que era dueño de una casa y encima vendía una mantequilla excelente.
Cerrado que hubo la noche y con ella la tienda y cuando todo el mundo estaba acostado excepto el alumno entró el duende en busca del pico de la dueña pues no lo utilizaba entretanto dormía fuese aplicándolo a todos los objetos de la tienda con lo cual éstos adquirían voz y Hablad. Y podían expresar sus pensamientos y sentimientos tan bien como la particular señora de la casa pero diáfano está sólo podía aplicarlo a un solo objeto a la vez y era una suerte pues de otro modo ¡menudo barullo!
El duende puso el pico en la cuba que contenía los diarios viejos.
-¿Es realidad que usted no sabe lo que es la poesía?
-Claro que lo sé -respondió la cuba-. Es una cosa que ponen en la fracción inferior de los periódicos y que la gente recorta poseo causas para creer que hay más en mí que en el alumno y esto que comparado con el tendero no soy sino una cuba de escaso más o menos.
Despues el duende colocó el pico en el molinillo de café. ¡Dios mío y cómo se soltó éste! Y después lo aplicó al barrilito de manteca y al cajón del dinero y todos compartieron la opinión de la cuba. Y cuando la mayoría coincide en una cosa no queda más remedio que respetarla y darla por buena.
-¡Y ahora al alumno! -pensó y subió calladito a la buhardilla por la escalera de la cocina. Había luz en el cuarto y el duendecillo miró por el ojo de la cerradura y vio al alumno que estaba leyendo el libro roto adquirido en la tienda. Pero ¡qué claridad irradiaba de él!
De las páginas emergía un vivísimo rayo de luz que iba transformándose en un tronco en un poderoso árbol que desplegaba sus ramas y cobijaba al alumno. Cada una de sus hojas era tierna y de un verde jugoso y cada flor una preciosa cabeza de doncella de ojos ya oscuros y llameantes ya azules y maravillosamente límpidos. Los resultados eran otras tantas rutilantes estrellas y un cántico y una música deliciosos resonaban en la destartalada habitación.
Jamás había imaginado el duendecillo una magnificencia como aquélla jamás había oído hablar de cosa parecido. Por eso permaneció de puntillas mirando hasta que se apagó la luz. Posiblemente el alumno había soplado la vela para acostarse pero el duende seguía en su sitio pues continuaba oyéndose el cántico dulce y solemne una deliciosa canción de cuna para el alumno que se entregaba al descanso.
-¡Asombroso! -se dijo el duende-. ¡Nunca lo debiera pensado! A lo mejor me quedo con el alumno... -
Y se lo estuvo rumiando buen rato hasta que al fin venció la sensatez y suspiró. -¡Pero el alumno no tiene papillas ni mantequilla!-. Y se volvió se volvió bajo a casa del tendero. Fuese una suerte que no tardase más pues la cuba había gastado casi todo el pico de la dueña a fuerza de pregonar todo lo que encerraba en su interior echada siempre de un lado y se disponía justamente a regresarse para empezar a contar por el lado contrario cuando entró el duende y le quitó el pico pero en adelante toda la tienda desde el cajón del dinero hasta la leña de bajo formaron sus opiniones calcándolas sobre las de la cuba todos la ponían tan alta y le otorgaban tal confianza que cuando el tendero leía en el periódico de la tarde las noticias de arte y teatrales ellos creían firmemente que procedían de la cuba.
En cambio el duendecillo ya no podía estarse quieto como antes escuchando toda aquella erudición y sabihondura de la planta baja sino que en cuanto veía lustrar la luz en la buhardilla era como si sus rayos fuesen unos potentes cables que lo remontaban a las alturas tenía que subir a contemplar por el ojo de la cerradura y siempre se sentía rodeado de una grandiosidad como la que experimentamos en el mar tempestuoso cuando Dios levanta sus olas y rompía a llorar sin saber él mismo por qué pero las lágrimas le hacían un gran bien. ¡Qué magnífico debía de ser estarse sentado debajo el árbol junto al estudiante! Pero no había que pensar en ello y se daba por satisfecho contemplándolo desde el ojo de la cerradura. Y allí seguía en el frío rellano cuando ya el viento otoñal se filtraba por los tragaluces y el frío iba arreciando. Sólo que el duendecillo no lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla y los melodiosos sones eran dominados por el pitar del viento. ¡Ujú cómo temblaba entonces y bajaba corriendo las escaleras para refugiarse en su cálido rincón donde tan bien se estaba! Y cuando volvió la Nochebuena con sus papillas y su buena bola de manteca se declaró resueltamente en favor del tendero.
Pero a media noche despertó al duendecillo un alboroto horrible un gran estrépito en los escaparates y gentes que iban y venían agitadas entretanto el sereno no cesaba de tocar el pito. Había estallado un incendio y toda la calle aparecía iluminada. ¿Sería su casa o la del vecino? ¿Dónde? ¡Había una alarma aterradora una confusión terrible! La mujer del tendero estaba tan consternada que se quitó los pendientes de oro de las orejas y se los guardó en el bolsillo para salvar algo. El tendero recogió sus láminas de fondos públicos y la criada su mantilla de seda que se había podido comprar a fuerza de ahorros. Cada cual quería salvar lo mejor y también el duendecillo y de un salto subió las escaleras y se metió en la habitación del alumno quien de pie junto a la ventana contemplaba tranquilamente el fuego que ardía en la casa de enfrente. El duendecillo cogió el libro maravilloso que estaba sobre la mesa y metiéndoselo en el gorro rojo lo sujetó convulsivamente con ambas manos el más precioso tesoro de la casa estaba a salvo. Despues se dirigió corriendo por el tejado a la punta de la chimenea y allí se estuvo iluminado por la casa en llamas apretando con ambas manos el gorro que contenía el tesoro. Sólo entonces se dio cuenta de dónde tenía ya que su corazón comprendió a quién pertenecía en verdad. Pero cuando el incendio estuvo apagado y el duendecillo hubo vuelto a sus ideas normales dijo
-Me he de repartir entre los dos. No puedo separarme del todo del tendero por motivo de las papillas.
Y en esto se comportó como un auténtico ser humano. Todos procuramos estar bien con el tendero... por las papillas.
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lunes, 11 de marzo de 2013
La historia del enano brinca brinca
Cuentan que en un tiempo muy lejano el monarca decidió pasear por sus dominios que incluían una pequeña aldea en la que vivía un molinero junto con su bella hija. Al interesarse el monarca por ella el molinero mintió para darse relevancia - Además de bonita es capaz de convertir la paja en oro hilándola con una rueca. El monarca francamente contento con felicidad cualidad de la muchacha no lo dudó un instante y la llevó con él a palacio.
Una vez en el castillo el monarca ordenó que condujesen a la hija del molinero a una habitación repleta de paja donde había también una rueca - Tienes hasta el amanecer para demostrarme que tu padre decía la realidad y convertir esta paja en oro. De lo opuesto serás desterrada. La pobre niña lloró desconsolada pero he aquí que apareció un estrafalario enano que le ofreció hilar la paja en oro a cambio de su collar.
La hija del molinero le entregó la alhaja y... zis-zas zis-zas el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas hasta que no quedó ni una brizna de paja y la habitación refulgía por el oro. Cuando el monarca vio la proeza guiado por la avaricia espetó - Veremos si puedes realizar lo mismo en esta habitación. - Y le señaló una estancia más grande y más repleta de oro que la del día previo.
La muchacha estaba desesperada pues creía imposible cumplir la tarea pero como el día previo apareció el enano saltarín - ¿Qué me das si hilo la paja para convertirla en oro? - preguntó al hacerse visible. - Sólo poseo esta sortija - Dijo la doncella tendiéndole el anillo. - Empecemos pues - respondió el enano. Y zis-zas zis-zas toda la paja se convirtió en oro hilado.
Pero la codicia del monarca no tenía fin y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes anunció - Repetirás la hazaña una vez más si lo consigues te haré mi esposa - Pues pensaba que a pesar de ser hija de un molinero jamás encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha y de nuevo apareció el grotesco enano - ¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema? - Preguntó saltando a la chica.
- No poseo más alhajas que ofrecerte - y pensando que esta vez estaba perdida gimió desconsolada. - Bien en ese caso me darás tu primer hijo - demandó el enanillo. Aceptó la muchacha "Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro" - Dijo para sus adentros. Y como ya había sucedido antes la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el raro ser la hilaba.
Cuando el monarca entró en la habitación sus ojos brillaron más aún que el oro que estaba contemplando y convocó a sus súbditos para la celebración de los esponsales. Vivieron ambos felices y al cabo de una año tuvieron un precioso retoño. La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca la paja el oro y el enano y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende saltarín reclamando su recompensa.
- Por favor enano por favor ahora tengo riqueza te daré todo lo que quieras. - ¿Cómo puedes comdetener el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo - exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer que conmovió al enano - Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre si lo aciertas dejaré que te quedes con el niño.
Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano jamás acertaba la respuesta correcta. Al tercer día envió a sus exploradores a buscar nombres distintos por todos los confines del mundo. De vuelta uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto brincar a la puerta de una pequeña cabaña cantando - "Yo sólo tejo a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo"
Cuando volvió el enano la tercera noche y preguntó su propio nombre a la reina ésta le contestó - ¡Te llamas Rumpelstilzchen! - ¡No puede ser! - gritó él - ¡No lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo! - Y tanto y tan grande fuese su enfado que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad y cuando intentó sacarla el enano se partió por la mitad.
Una vez en el castillo el monarca ordenó que condujesen a la hija del molinero a una habitación repleta de paja donde había también una rueca - Tienes hasta el amanecer para demostrarme que tu padre decía la realidad y convertir esta paja en oro. De lo opuesto serás desterrada. La pobre niña lloró desconsolada pero he aquí que apareció un estrafalario enano que le ofreció hilar la paja en oro a cambio de su collar.
La hija del molinero le entregó la alhaja y... zis-zas zis-zas el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas hasta que no quedó ni una brizna de paja y la habitación refulgía por el oro. Cuando el monarca vio la proeza guiado por la avaricia espetó - Veremos si puedes realizar lo mismo en esta habitación. - Y le señaló una estancia más grande y más repleta de oro que la del día previo.
La muchacha estaba desesperada pues creía imposible cumplir la tarea pero como el día previo apareció el enano saltarín - ¿Qué me das si hilo la paja para convertirla en oro? - preguntó al hacerse visible. - Sólo poseo esta sortija - Dijo la doncella tendiéndole el anillo. - Empecemos pues - respondió el enano. Y zis-zas zis-zas toda la paja se convirtió en oro hilado.
Pero la codicia del monarca no tenía fin y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes anunció - Repetirás la hazaña una vez más si lo consigues te haré mi esposa - Pues pensaba que a pesar de ser hija de un molinero jamás encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha y de nuevo apareció el grotesco enano - ¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema? - Preguntó saltando a la chica.
- No poseo más alhajas que ofrecerte - y pensando que esta vez estaba perdida gimió desconsolada. - Bien en ese caso me darás tu primer hijo - demandó el enanillo. Aceptó la muchacha "Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro" - Dijo para sus adentros. Y como ya había sucedido antes la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el raro ser la hilaba.
Cuando el monarca entró en la habitación sus ojos brillaron más aún que el oro que estaba contemplando y convocó a sus súbditos para la celebración de los esponsales. Vivieron ambos felices y al cabo de una año tuvieron un precioso retoño. La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca la paja el oro y el enano y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende saltarín reclamando su recompensa.
- Por favor enano por favor ahora tengo riqueza te daré todo lo que quieras. - ¿Cómo puedes comdetener el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo - exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer que conmovió al enano - Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre si lo aciertas dejaré que te quedes con el niño.
Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano jamás acertaba la respuesta correcta. Al tercer día envió a sus exploradores a buscar nombres distintos por todos los confines del mundo. De vuelta uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto brincar a la puerta de una pequeña cabaña cantando - "Yo sólo tejo a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo"
Cuando volvió el enano la tercera noche y preguntó su propio nombre a la reina ésta le contestó - ¡Te llamas Rumpelstilzchen! - ¡No puede ser! - gritó él - ¡No lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo! - Y tanto y tan grande fuese su enfado que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad y cuando intentó sacarla el enano se partió por la mitad.
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viernes, 8 de marzo de 2013
La historia del flautista de Hamelin
Había una vez…
…Una pequeña ciudad al norte de Alemania llamada Hamelin. Su paisaje era placentero y su hermosura era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba por allí. Y sus moradores se enorgullecían de habitar en un espacio tan apacible y pintoresco.
Pero… un día la ciudad se vio atacada por una horroroso plaga ¡Hamelin estaba lleno de ratas!
Había tantas y tantas que se atrevían a desafiar a los perros perseguían a los gatos sus enemigos de toda la vida
se subían a las cunas para morder a los niños allí dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para despues comérselos sin abandonar una miguita. ¡Ah! y además… Metían los hocicos en todas las comidas husmeaban en los cucharones de los guisos que estaban preparando los cocineros roían las ropas domingueras de la gente practicaban agujeros en los costales de harina y en los barriles de sardinas saladas y hasta pretendían trepas por las anchas faldas de las charlatanas mujeres reunidas en la plaza ahogando las voces de las pobres asustadas con sus agudos y desafinados chillidos.
¡La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable!
…Pero llegó un día en que el pueblo se hartó de esta situación. Y todos en masa fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.
¡Qué exaltados estaban todos!
No hubo forma de calmar los ánimos de los allí reunidos.
-¡Abajo el alcalde! - gritaban unos.
-¡Ese tio es un pelele! - decían otros.
-¡Que los del Ayuntamiento nos den una solución! - exigían los de más allá.
Con las mujeres la cosa era peor.
- Pero ¿qué se creen? - vociferaban -. ¡Busquen el modo de librarnos de la plaga de las ratas! ¡O hallan el remedio de terminar con esta situación o los arrastraremos por las calles! ¡Así lo haremos como hay Dios!
Al oír tales amenazas el alcalde y los concejales quedaron consternados y temblando de miedo.
¿Qué hacer?
Una larga hora estuvieron sentados en el salón de la alcaldía discurriendo en la manera de lograr atacar a las ratas. Se sentían tan preocupados que no encontraban ideas para lograr una buena solución contra la plaga.
Por fin el alcalde se puso de pie para exclamar
-¡Lo que yo daría por una buena ratonera!
Apenas se hubo extinguido el eco de la última palabra cuando todos los reunidos oyeron algo inesperado. En la puerta del Concejo Municipal sonaba un ligero repiqueteo.
-¡Dios nos ampare! - gritó el alcalde lleno de pánico -. Parece que se oye el roer de una rata. ¿Me habrán oído?
Los ediles no respondieron pero el repiqueteo siguió oyéndose.
-¡Pase adelante el que llama! - vociferó el alcalde con voz temblorosa y dominando su terror.
Y entonces entró en la sala el más raro personaje que se puedan imaginar.
Llevaba una rara capa que le cubría del cuello a los pies y que estaba constituida por recuadros negros rojos y amarillos. Su portador era un tio alto delgado y con agudos ojos azules pequeños como cabezas de alfiler. El cabello le caía lacio y era de un amarillo diáfano en contraste con la piel del rostro que aparecía tostada ennegrecida por las inclemencias del tiempo. Su rostro era lisa sin bigotes ni barbas sus labios se contraían en una sonrisa que dirigía a unos y otros como si se hallara entre masivos amigos.
Alcalde y concejales le observaron boquiabiertos pasmados ante su alta figura y cautivados a la vez por su estrambótico atractivo.
El desconocido avanzó con gran simpatía y dijo
- Perdonen señores que me haya atrevido a interrumpir su significativo reunión pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz mediante un encanto secreto que tengo de seducir hacia mi persona a todos los seres que viven debajo el sol. Lo mismo da si se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua que si vuelan por el aire o corran sobre la tierra. Todos ellos me siguen como ustedes no pueden imaginárselo.
Principalmente uso de mi poder mágico con los animales que más daño hacen en los pueblos ya sean topos o sapos víboras o lagartijas. Las gentes me conocen como el Flautista Mágico.
En tanto lo escuchaban el alcalde y los concejales se dieron cuenta que en torno al cuello lucía una corbata roja con rayas amarillas de la que pendía una flauta.
También contemplaron que los dedos del raro visitante se movían inquietos al compás de sus palabras como si sintieran impaciencia por conseguir y tañer el artefacto que colgaba sobre sus raras vestiduras.
El flautista continuó hablando así
- Tengan en cuenta sin embargo que soy tio pobre. Por eso cobro por mi esfuerzo. El año pasado libré a los moradores de una aldea inglesa de una monstruosa invasión de murciélagos y a una ciudad asiática le saqué una plaga de mosquitos que los mantenía a todos enloquecidos por las picaduras.
Ahora bien si los libro de la preocupación que los molesta ¿me darían un millar de florines?
-¿Un millar de florines? ¡Cincuenta millares!- respondieron a una el asombrado alcalde y el concejo entero.
Escaso después bajaba el flautista por la calle principal de Hamelin. Llevaba una fina sonrisa en sus labios pues estaba seguro del gran poder que dormía en el alma de su mágico artefacto.
De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla al mismo tiempo que guiñaba sus ojos de azul verdoso. Chispeaban como cuando se espolvorea sal sobre una llama.
Arrancó tres vivísimas notas de la flauta.
Al momento se oyó un rumor. Pareció a todas las gentes de Hamelin como si lo hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Despues el murmullo se transformó en ruido y finalmente éste creció hasta convertirse en algo estruendoso.
¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas.
Salían a torrentes. Lo mismo las ratas masivos que los ratones chiquitos idéntico los roedores flacuchos que los gordinflones. Padres madres tías y primos ratoniles con sus tiesas colas y sus punzantes bigotes. Familias enteras de tales bichos se lanzaron en pos del flautista sin reparar en charcos ni hoyos.
Y el flautista seguía tocando sin cesar entretanto recorría calle tras calle. Y en pos iba todo el ejército ratonil danzando sin poder contenerse. Y así bailando bailando llegaron las ratas al río en donde fueron cayendo todas ahogándose por completo.
Sólo una rata logró fugar. Era una rata muy fueserte que nadó contra la corriente y pudo llegar a la otra orilla. Corriendo sin detener fuese a llevar la triste nueva de lo ocurrido a su país natal Ratilandia.
Una vez allí contó lo que había ocurrido.
- Idéntico les debiera ocurrido a todas ustedes. En cuanto llegaron a mis oídos las primeras notas de aquella flauta no pude resistir el deseo de seguir su música. Era como si ofreciesen todas las golosinas que encandilan a una rata. Imaginaba tener al alcance todos los mejores bocados me parecía una voz que me invitaba a comer a dos carrillos a roer cuanto quería a pasarme noche y día en perpetuo banquete y que me incitaba dulcemente diciéndome "¡Anda atrévete!" Cuando recuperé la noción de la verdad estaba en el río y a punto de ahogarme como las demás.
¡Gracias a mi fortaleza me he salvado!
Esto asustó mucho a las ratas que se apresuraron a ocultarse en sus agujeros.
Y desde despues no volvieron más a Hamelin.
¡Había que ver a las gentes de Hamelin!
Cuando comprobaron que se habían librado de la plaga que tanto les había molestado echaron al vuelo las campanas de todas las iglesias hasta el punto de realizar retemblar los campanarios.
El alcalde que ya no temía que le arrastraran parecía un jefe dando órdenes a los vecinos
-¡Vamos! ¡Busquen palos y ramas! ¡Hurguen en los nidos de las ratas y cierren despues las entradas! ¡Llamen a carpinteros y albañiles y procuren entre todos que no quede el menor rastro de las ratas!
Así estaba hablando el alcalde muy alegre y satisfecho. Hasta que de pronto al regresar la cabeza se encontró rostro a rostro con el flautista mágico cuya arrogante y extraña figura se destacaba en la plaza-mercado de Hamelin.
El flautista interrumpió sus órdenes al decirle
- Creo señor alcalde que ha llegado el momento de darme mis mil florines.
¡Mil florines! ¡Qué se pensaba! ¡Mil florines!
El alcalde miró hoscamente al tipo extravagante que se los pedía. Y lo mismo hicieron sus compañeros de corporación que le habían estado rodeando entretanto mandoteaba.
¿Quién pensaba en pagar a parecido vagabundo de la capa eada?
-¿Mil florines… ?- dijo el alcalde -. ¿Por qué?
- Por haber ahogado las ratas - respondió el flautista.
-¿Que tú habéis ahogado las ratas? - exclamó con fingido asombro la primera autoridad de Hamelin haciendo un guiño a sus concejales -. Ten muy en cuenta que nosotros trabajamos siempre a la orilla del río y allí hemos visto con vuestros propios ojos cómo se ahogaba aquella plaga. Y según creo lo que está bien muerto no vuelve a la vida. No vamos a regatearte un trago de vino para celebrar lo sucedido y también te daremos algún dinero para rellenar tu bolsa. Pero eso de los mil florines como te puedes figurar lo dijimos en broma. Además con la plaga hemos sufrido muchabéis pérdidas… ¡Mil florines! ¡Vamos vamos…! Coge cincuenta.
El flautista a medida que iba escuchando las palabras del alcalde iba poniendo un cara muy serio. No le gustaba que lo engañaran con palabras más o menos melosas y menos con que se cambiase el sentido de las cosas.
-¡No diga más tonterías alcalde! – exclamó -. No me gusta discutir. Hizo un pacto conmigo ¡cúmplalo!
-¿Yo? ¿Yo un pacto contigo? - dijo el alcalde fingiendo sorpresa y actuando sin ningún remordimiento pese a que había engañado y estafado al flautista.
Sus compañeros de corporación declararon también que tal cosa no era alguna.
El flautista advirtió muy serio
-¡Cuidado! No sigan excitando mi cólera porque darán espacio a que toque mi flauta de modo muy distinto.
Tales palabras enfurecieron al alcalde.
-¿Cómo se entiende? – bramó -. ¿Piensas que voy a tolerar tus amenazas? ¿Que voy a consentir en ser tratado peor que un cocinero? ¿Te olvidas que soy el alcalde de Hamelin? ¿Qué te habéis creído?
El tio quería esconder su falta de formalidad a fuerza de gritos como siempre ocurre con los que obran de este modo.
Así que siguió vociferando
-¡A mí no me insulta ningún haragán como tú aunque tenga una flauta mágica y unos ropajes como los que tú luces!
-¡Se arrepentirán!
-¿Aun sigues amenazando pícaro vagabundo?- aulló el alcalde mostrando el puño a su interlocutor -. ¡Haz lo que te parezca y sopla la flauta hasta que revientes!
El flautista dio media vuelta y se marchó de la plaza.
Empezó a andar por una calle bajo y entonces se llevó a los labios la larga y bruñida caña de su artefacto del que sacó tres notas. Tres notas tan dulces tan melodiosas como jamás músico sdeterminados ni el más hábil había conseguido realizar sonar.
Eran arrebatadoras encandilaban al que las oía.
Se despertó un murmullo en Hamelin. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por joviales grupos que se precipitaban hacia el flautista atropellándose en su apresuramiento.
Numerosos piececitos corrían batiendo el suelo menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en incremento. Y como pollos en un gran gallinero cuando ven llegar al que les trae su ración de cebada así salieron corriendo de casas y palacios todos los niños todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando corriendo gozosamente tras del maravilloso músico al que acompañaban con su vocerío y sus carcajadas.
El alcalde enmudeció de asombro y los concejales también.
Quedaron inmóviles como tarugos sin saber qué realizar ante lo que estaban viendo. Es más se sentían incapaces de dar un solo paso ni de arrojar el menor grito que impidiese aquella escapatoria de los niños.
No se les ocurrió otra cosa que seguir con la mirada es decir observar con muda estupidez la gozosa multitud que se iba en pos del flautista.
Sin embargo el alcalde salió de su pasmo y lo mismo les pasó a los concejales cuando vieron que el mágico músico se internaba por la calle Alta sendero del río.
¡Precisamente por la calle donde vivían sus propios hijos e hijas!
Por fortuna el flautista no parecía desear ahogar a los niños. En vez de ir hacia el río se encaminó hacia el sur dirigiendo sus pasos hacia la alta montaña que se alzaba próxima. Tras él siguió cada vez más presurosa la menuda tropa.
Parecido ruta hizo que la esperanza levantara los oprimidos torsos de los padres.
-¡Nunca podrá cruzar esa intrincada cumbre! - se dijeron las personas mayores -.
Además el cansancio le hará soltar la flauta y vuestros hijos dejarán de seguirlo.
Mas he aquí que apenas empezó el flautista a subir la falda de la montaña las tierras se agrietaron y se abrió un ancho y maravilloso portalón. Pareció como si cierta potente y misteriosa mano hubiese excavado repentinamente una enorme gruta.
Por allí penetró el flautista seguido de la turba de chiquillos. Y así que el último de ellos hubo entrado la fantástica puerta desapareció en un abrir y cerrar de ojos quedando la montaña idéntico que como estaba.
Sólo quedó afuera uno de los niños. Era cojo y no pudo acompañar a los otros en sus danzas y corridas.
A él acudieron el alcalde los concejales y los vecinos cuando se les pasó el susto ante lo sucedido.
Y lo hallaron triste y cariacontecido.
Como le reprocharon que no se sintiera contento por haberse salvado de la suerte de sus compañeros replicó
-¿Contento? ¡Al contrario! Me he perdido todas las cosas bonitas con que ahora se estarán recreando. También a mí me las prometió el flautista con su música si le seguía pero no pude.
-¿Y qué les prometía? - preguntó su padre curioso.
- Dijo que nos llevaría a todos a una tierra feliz cerca de esta ciudad donde abundan los manantiales cristalinos y se multiplican los árboles frutales donde las flores se ean con matices más bellos y todo es raro y jamás visto. Allí los gorriones brillan con es más bonitos que los de vuestros pavos reales los perros corren más que los gamos de por aquí. Y las abejas no tienen aguijón por lo que no hay miedo que nos hieran al arrebatarles la miel. Hasta los caballos son extraordinarios nacen con alas de águila.
- Entonces si tanto te cautivaba ¿por qué no lo seguiste?
- No pude por mi pierna enferma- se dolió el niño -. Cesó la música y me quedé inmóvil. Cuando me di cuenta que esto me pasaba vi que los demás habían desaparecido por la colina dejándome solo contra mi deseo.
¡Pobre ciudad de Hamelin! ¡Cara pagaba su avaricia!
El alcalde mandó gentes a todas fracciónes con orden de ofrecer al flautista plata y oro con qué rellenar sus bolsillos a cambio de que volviese trayendo los niños.
Cuando se convencieron de que perdían el tiempo y de que el flautista y los niños habían cortado para siempre ¡cuánto dolor experimentaron las gentes! ¡Cuántas lamentaciones y lágrimas! ¡Y todo por no cumplir con el pacto establecido!
Para que todos recordasen lo ocurrido el espacio donde vieron desaparecer a los niños lo titularon Calle del Flautista Mágico. Además el alcalde ordenó que todo aquel que se atreviese a tocar en Hamelin una flauta o un tamboril perdiera su ocupación para siempre. Prohibió también a cualquier hostería o mesón que en tal calle se instalase profanar con fiestas o algazaras la solemnidad del sitio.
Despues fuese grabada la historia en una columna y la pintaron también en el gran ventanal de la iglesia para que todo el mundo la conociese y recordasen cómo se habían perdido aquellos niños de Hamelin.
…Una pequeña ciudad al norte de Alemania llamada Hamelin. Su paisaje era placentero y su hermosura era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba por allí. Y sus moradores se enorgullecían de habitar en un espacio tan apacible y pintoresco.
Pero… un día la ciudad se vio atacada por una horroroso plaga ¡Hamelin estaba lleno de ratas!
Había tantas y tantas que se atrevían a desafiar a los perros perseguían a los gatos sus enemigos de toda la vida
se subían a las cunas para morder a los niños allí dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para despues comérselos sin abandonar una miguita. ¡Ah! y además… Metían los hocicos en todas las comidas husmeaban en los cucharones de los guisos que estaban preparando los cocineros roían las ropas domingueras de la gente practicaban agujeros en los costales de harina y en los barriles de sardinas saladas y hasta pretendían trepas por las anchas faldas de las charlatanas mujeres reunidas en la plaza ahogando las voces de las pobres asustadas con sus agudos y desafinados chillidos.
¡La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable!
…Pero llegó un día en que el pueblo se hartó de esta situación. Y todos en masa fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.
¡Qué exaltados estaban todos!
No hubo forma de calmar los ánimos de los allí reunidos.
-¡Abajo el alcalde! - gritaban unos.
-¡Ese tio es un pelele! - decían otros.
-¡Que los del Ayuntamiento nos den una solución! - exigían los de más allá.
Con las mujeres la cosa era peor.
- Pero ¿qué se creen? - vociferaban -. ¡Busquen el modo de librarnos de la plaga de las ratas! ¡O hallan el remedio de terminar con esta situación o los arrastraremos por las calles! ¡Así lo haremos como hay Dios!
Al oír tales amenazas el alcalde y los concejales quedaron consternados y temblando de miedo.
¿Qué hacer?
Una larga hora estuvieron sentados en el salón de la alcaldía discurriendo en la manera de lograr atacar a las ratas. Se sentían tan preocupados que no encontraban ideas para lograr una buena solución contra la plaga.
Por fin el alcalde se puso de pie para exclamar
-¡Lo que yo daría por una buena ratonera!
Apenas se hubo extinguido el eco de la última palabra cuando todos los reunidos oyeron algo inesperado. En la puerta del Concejo Municipal sonaba un ligero repiqueteo.
-¡Dios nos ampare! - gritó el alcalde lleno de pánico -. Parece que se oye el roer de una rata. ¿Me habrán oído?
Los ediles no respondieron pero el repiqueteo siguió oyéndose.
-¡Pase adelante el que llama! - vociferó el alcalde con voz temblorosa y dominando su terror.
Y entonces entró en la sala el más raro personaje que se puedan imaginar.
Llevaba una rara capa que le cubría del cuello a los pies y que estaba constituida por recuadros negros rojos y amarillos. Su portador era un tio alto delgado y con agudos ojos azules pequeños como cabezas de alfiler. El cabello le caía lacio y era de un amarillo diáfano en contraste con la piel del rostro que aparecía tostada ennegrecida por las inclemencias del tiempo. Su rostro era lisa sin bigotes ni barbas sus labios se contraían en una sonrisa que dirigía a unos y otros como si se hallara entre masivos amigos.
Alcalde y concejales le observaron boquiabiertos pasmados ante su alta figura y cautivados a la vez por su estrambótico atractivo.
El desconocido avanzó con gran simpatía y dijo
- Perdonen señores que me haya atrevido a interrumpir su significativo reunión pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz mediante un encanto secreto que tengo de seducir hacia mi persona a todos los seres que viven debajo el sol. Lo mismo da si se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua que si vuelan por el aire o corran sobre la tierra. Todos ellos me siguen como ustedes no pueden imaginárselo.
Principalmente uso de mi poder mágico con los animales que más daño hacen en los pueblos ya sean topos o sapos víboras o lagartijas. Las gentes me conocen como el Flautista Mágico.
En tanto lo escuchaban el alcalde y los concejales se dieron cuenta que en torno al cuello lucía una corbata roja con rayas amarillas de la que pendía una flauta.
También contemplaron que los dedos del raro visitante se movían inquietos al compás de sus palabras como si sintieran impaciencia por conseguir y tañer el artefacto que colgaba sobre sus raras vestiduras.
El flautista continuó hablando así
- Tengan en cuenta sin embargo que soy tio pobre. Por eso cobro por mi esfuerzo. El año pasado libré a los moradores de una aldea inglesa de una monstruosa invasión de murciélagos y a una ciudad asiática le saqué una plaga de mosquitos que los mantenía a todos enloquecidos por las picaduras.
Ahora bien si los libro de la preocupación que los molesta ¿me darían un millar de florines?
-¿Un millar de florines? ¡Cincuenta millares!- respondieron a una el asombrado alcalde y el concejo entero.
Escaso después bajaba el flautista por la calle principal de Hamelin. Llevaba una fina sonrisa en sus labios pues estaba seguro del gran poder que dormía en el alma de su mágico artefacto.
De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla al mismo tiempo que guiñaba sus ojos de azul verdoso. Chispeaban como cuando se espolvorea sal sobre una llama.
Arrancó tres vivísimas notas de la flauta.
Al momento se oyó un rumor. Pareció a todas las gentes de Hamelin como si lo hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Despues el murmullo se transformó en ruido y finalmente éste creció hasta convertirse en algo estruendoso.
¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas.
Salían a torrentes. Lo mismo las ratas masivos que los ratones chiquitos idéntico los roedores flacuchos que los gordinflones. Padres madres tías y primos ratoniles con sus tiesas colas y sus punzantes bigotes. Familias enteras de tales bichos se lanzaron en pos del flautista sin reparar en charcos ni hoyos.
Y el flautista seguía tocando sin cesar entretanto recorría calle tras calle. Y en pos iba todo el ejército ratonil danzando sin poder contenerse. Y así bailando bailando llegaron las ratas al río en donde fueron cayendo todas ahogándose por completo.
Sólo una rata logró fugar. Era una rata muy fueserte que nadó contra la corriente y pudo llegar a la otra orilla. Corriendo sin detener fuese a llevar la triste nueva de lo ocurrido a su país natal Ratilandia.
Una vez allí contó lo que había ocurrido.
- Idéntico les debiera ocurrido a todas ustedes. En cuanto llegaron a mis oídos las primeras notas de aquella flauta no pude resistir el deseo de seguir su música. Era como si ofreciesen todas las golosinas que encandilan a una rata. Imaginaba tener al alcance todos los mejores bocados me parecía una voz que me invitaba a comer a dos carrillos a roer cuanto quería a pasarme noche y día en perpetuo banquete y que me incitaba dulcemente diciéndome "¡Anda atrévete!" Cuando recuperé la noción de la verdad estaba en el río y a punto de ahogarme como las demás.
¡Gracias a mi fortaleza me he salvado!
Esto asustó mucho a las ratas que se apresuraron a ocultarse en sus agujeros.
Y desde despues no volvieron más a Hamelin.
¡Había que ver a las gentes de Hamelin!
Cuando comprobaron que se habían librado de la plaga que tanto les había molestado echaron al vuelo las campanas de todas las iglesias hasta el punto de realizar retemblar los campanarios.
El alcalde que ya no temía que le arrastraran parecía un jefe dando órdenes a los vecinos
-¡Vamos! ¡Busquen palos y ramas! ¡Hurguen en los nidos de las ratas y cierren despues las entradas! ¡Llamen a carpinteros y albañiles y procuren entre todos que no quede el menor rastro de las ratas!
Así estaba hablando el alcalde muy alegre y satisfecho. Hasta que de pronto al regresar la cabeza se encontró rostro a rostro con el flautista mágico cuya arrogante y extraña figura se destacaba en la plaza-mercado de Hamelin.
El flautista interrumpió sus órdenes al decirle
- Creo señor alcalde que ha llegado el momento de darme mis mil florines.
¡Mil florines! ¡Qué se pensaba! ¡Mil florines!
El alcalde miró hoscamente al tipo extravagante que se los pedía. Y lo mismo hicieron sus compañeros de corporación que le habían estado rodeando entretanto mandoteaba.
¿Quién pensaba en pagar a parecido vagabundo de la capa eada?
-¿Mil florines… ?- dijo el alcalde -. ¿Por qué?
- Por haber ahogado las ratas - respondió el flautista.
-¿Que tú habéis ahogado las ratas? - exclamó con fingido asombro la primera autoridad de Hamelin haciendo un guiño a sus concejales -. Ten muy en cuenta que nosotros trabajamos siempre a la orilla del río y allí hemos visto con vuestros propios ojos cómo se ahogaba aquella plaga. Y según creo lo que está bien muerto no vuelve a la vida. No vamos a regatearte un trago de vino para celebrar lo sucedido y también te daremos algún dinero para rellenar tu bolsa. Pero eso de los mil florines como te puedes figurar lo dijimos en broma. Además con la plaga hemos sufrido muchabéis pérdidas… ¡Mil florines! ¡Vamos vamos…! Coge cincuenta.
El flautista a medida que iba escuchando las palabras del alcalde iba poniendo un cara muy serio. No le gustaba que lo engañaran con palabras más o menos melosas y menos con que se cambiase el sentido de las cosas.
-¡No diga más tonterías alcalde! – exclamó -. No me gusta discutir. Hizo un pacto conmigo ¡cúmplalo!
-¿Yo? ¿Yo un pacto contigo? - dijo el alcalde fingiendo sorpresa y actuando sin ningún remordimiento pese a que había engañado y estafado al flautista.
Sus compañeros de corporación declararon también que tal cosa no era alguna.
El flautista advirtió muy serio
-¡Cuidado! No sigan excitando mi cólera porque darán espacio a que toque mi flauta de modo muy distinto.
Tales palabras enfurecieron al alcalde.
-¿Cómo se entiende? – bramó -. ¿Piensas que voy a tolerar tus amenazas? ¿Que voy a consentir en ser tratado peor que un cocinero? ¿Te olvidas que soy el alcalde de Hamelin? ¿Qué te habéis creído?
El tio quería esconder su falta de formalidad a fuerza de gritos como siempre ocurre con los que obran de este modo.
Así que siguió vociferando
-¡A mí no me insulta ningún haragán como tú aunque tenga una flauta mágica y unos ropajes como los que tú luces!
-¡Se arrepentirán!
-¿Aun sigues amenazando pícaro vagabundo?- aulló el alcalde mostrando el puño a su interlocutor -. ¡Haz lo que te parezca y sopla la flauta hasta que revientes!
El flautista dio media vuelta y se marchó de la plaza.
Empezó a andar por una calle bajo y entonces se llevó a los labios la larga y bruñida caña de su artefacto del que sacó tres notas. Tres notas tan dulces tan melodiosas como jamás músico sdeterminados ni el más hábil había conseguido realizar sonar.
Eran arrebatadoras encandilaban al que las oía.
Se despertó un murmullo en Hamelin. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por joviales grupos que se precipitaban hacia el flautista atropellándose en su apresuramiento.
Numerosos piececitos corrían batiendo el suelo menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en incremento. Y como pollos en un gran gallinero cuando ven llegar al que les trae su ración de cebada así salieron corriendo de casas y palacios todos los niños todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando corriendo gozosamente tras del maravilloso músico al que acompañaban con su vocerío y sus carcajadas.
El alcalde enmudeció de asombro y los concejales también.
Quedaron inmóviles como tarugos sin saber qué realizar ante lo que estaban viendo. Es más se sentían incapaces de dar un solo paso ni de arrojar el menor grito que impidiese aquella escapatoria de los niños.
No se les ocurrió otra cosa que seguir con la mirada es decir observar con muda estupidez la gozosa multitud que se iba en pos del flautista.
Sin embargo el alcalde salió de su pasmo y lo mismo les pasó a los concejales cuando vieron que el mágico músico se internaba por la calle Alta sendero del río.
¡Precisamente por la calle donde vivían sus propios hijos e hijas!
Por fortuna el flautista no parecía desear ahogar a los niños. En vez de ir hacia el río se encaminó hacia el sur dirigiendo sus pasos hacia la alta montaña que se alzaba próxima. Tras él siguió cada vez más presurosa la menuda tropa.
Parecido ruta hizo que la esperanza levantara los oprimidos torsos de los padres.
-¡Nunca podrá cruzar esa intrincada cumbre! - se dijeron las personas mayores -.
Además el cansancio le hará soltar la flauta y vuestros hijos dejarán de seguirlo.
Mas he aquí que apenas empezó el flautista a subir la falda de la montaña las tierras se agrietaron y se abrió un ancho y maravilloso portalón. Pareció como si cierta potente y misteriosa mano hubiese excavado repentinamente una enorme gruta.
Por allí penetró el flautista seguido de la turba de chiquillos. Y así que el último de ellos hubo entrado la fantástica puerta desapareció en un abrir y cerrar de ojos quedando la montaña idéntico que como estaba.
Sólo quedó afuera uno de los niños. Era cojo y no pudo acompañar a los otros en sus danzas y corridas.
A él acudieron el alcalde los concejales y los vecinos cuando se les pasó el susto ante lo sucedido.
Y lo hallaron triste y cariacontecido.
Como le reprocharon que no se sintiera contento por haberse salvado de la suerte de sus compañeros replicó
-¿Contento? ¡Al contrario! Me he perdido todas las cosas bonitas con que ahora se estarán recreando. También a mí me las prometió el flautista con su música si le seguía pero no pude.
-¿Y qué les prometía? - preguntó su padre curioso.
- Dijo que nos llevaría a todos a una tierra feliz cerca de esta ciudad donde abundan los manantiales cristalinos y se multiplican los árboles frutales donde las flores se ean con matices más bellos y todo es raro y jamás visto. Allí los gorriones brillan con es más bonitos que los de vuestros pavos reales los perros corren más que los gamos de por aquí. Y las abejas no tienen aguijón por lo que no hay miedo que nos hieran al arrebatarles la miel. Hasta los caballos son extraordinarios nacen con alas de águila.
- Entonces si tanto te cautivaba ¿por qué no lo seguiste?
- No pude por mi pierna enferma- se dolió el niño -. Cesó la música y me quedé inmóvil. Cuando me di cuenta que esto me pasaba vi que los demás habían desaparecido por la colina dejándome solo contra mi deseo.
¡Pobre ciudad de Hamelin! ¡Cara pagaba su avaricia!
El alcalde mandó gentes a todas fracciónes con orden de ofrecer al flautista plata y oro con qué rellenar sus bolsillos a cambio de que volviese trayendo los niños.
Cuando se convencieron de que perdían el tiempo y de que el flautista y los niños habían cortado para siempre ¡cuánto dolor experimentaron las gentes! ¡Cuántas lamentaciones y lágrimas! ¡Y todo por no cumplir con el pacto establecido!
Para que todos recordasen lo ocurrido el espacio donde vieron desaparecer a los niños lo titularon Calle del Flautista Mágico. Además el alcalde ordenó que todo aquel que se atreviese a tocar en Hamelin una flauta o un tamboril perdiera su ocupación para siempre. Prohibió también a cualquier hostería o mesón que en tal calle se instalase profanar con fiestas o algazaras la solemnidad del sitio.
Despues fuese grabada la historia en una columna y la pintaron también en el gran ventanal de la iglesia para que todo el mundo la conociese y recordasen cómo se habían perdido aquellos niños de Hamelin.
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