jueves, 7 de marzo de 2013

La historia del gigante

Cada tarde a la salida de la escuela los niños se iban a jugar al jardín del Coloso. Era un jardín amplio y bonito con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá entre la hierba se abrían flores luminosas como estrellas y había doce albaricoqueros que mientras la Primavera se cubrían con delicadas flores rosa y nácar y al llegar el Otoño se cargaban de ricos resultados aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para oir sus trinos.
"¡Qué felices somos aquí!" -se decían unos a otros.
Pero un día el Coloso regresó. Había ido a visitar a su amigo el Ogro de Cornish y se había quedado con él mientras los últimos siete años. Mientras ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir pues su conversación era escasa y el Coloso sintió el deseo de regresar a su mansión. Al llegar lo primero que vio fuese a los niños jugando en el jardín.
"¿Qué hacéis aquí?" surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
"Este jardín es mío. Es mi jardín propio" dijo el Coloso "todo el mundo debe comprender eso y no dejaré que nadie se objetivo a jugar aquí."
Y de inmediato alzó una pared muy alta y en la puerta puso un cartel que decía

Acceso ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
Debajo LAS PENAS CONSIGUIENTES

Era un Coloso egoísta…
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar a la autopista pero estaba llena de polvo estaba plagada de pedruscos y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Coloso y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
"¡Qué dichosos éramos allí!" se decían unos a otros.
"La Primavera se olvidó de este jardín" se dijeron "así que nos quedaremos aquí el resto del año."

Cuando la primavera volvió toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo en el jardín del Coloso Egoísta permanecía el invierno. Como no había niños los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba pero apenas vio el cartel se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse debajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que se sentían a gusto allí eran la Nieve y la Escarcha.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín mientras todo el día desganchando las plantas y derribando las chimeneas.

"¡Qué espacio más agradable" dijo. "Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también."
Y vino el Granizo. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión hasta que rompió la mayor fracción de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
"No entiendo porqué la Primavera tarda tanto en llegar aquí" decía el Coloso Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco "espero que pronto cambie el tiempo."
Pero la Primavera no llegó jamás ni tampoco el Verano. El Otoño dio resultados dorados en todos los vergeles pero al jardín del Coloso no le dio ninguno.
"Es un coloso demasiado egoísta" decían los frutales.
De esta forma el jardín del Coloso quedó para siempre sumido en el Invierno y el Viento del Norte el Granizo la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.

Una mañana el Coloso estaba en la lecho todavía cuando oyó que una música muy preciosa llegaba desde fuera. Sonaba tan dulce en sus oídos que pensó que tenía que ser el monarca de los elfos que pasaba por allí. En verdad era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana pero hacía tanto tiempo que el Coloso no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín que le pareció oir la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su baile y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
"¡Qué bien! Parece que por fin llegó la Primavera" dijo el Coloso y saltó de la lecho para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños y habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño y los árboles estaban tan felices de tenerlos una vez más con ellos que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos y los chicos reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón se mantenía el Invierno. Era el rincón más artículo del jardín y en él se encontraba un niño pero era tan chico que no lograba conseguir las ramas del árbol y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
"¡Súbete a mí niñito!" decía el árbol inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado chico.

El Coloso sintió que el corazón se le derretía.
"¡Cuán egoísta he sido!" exclamó. Ahora sé porqué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a tirar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un espacio de juegos para los niños.
Estaba realmente arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo quedó aquel pequeñín del rincón más alejado porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Coloso. Entonces el Coloso se le acercó por detrás lo cogió suavemente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas y el niño se abrazó al cuello del Coloso y le besó. Y los otros niños cuando vieron que el Coloso ya no era malo volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera volvió al jardín.
"Desde ahora el jardín será para vosotros hijos míos" dijo el Coloso y asiendo un hacha enorme echó bajo el muro.

Al mediodía cuando la gente se dirigía al mercado todos pudieron ver al Coloso jugando con los niños en el jardín más bonito que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Coloso.
"Pero ¿dónde está el más pequeñito?" preguntó el Coloso "¿ese niño que subí al árbol del rincón?"
El Coloso lo quería más que a los otros porque el chico le había dado un beso.
"No lo sabemos" respondieron los niños "se marchó solito."
"Decidle que vuelva mañana" dijo el Coloso.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que jamás lo habían visto antes. Y el Coloso se quedó muy triste.

Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Coloso. Pero al más pequeñito a ese que el Coloso más quería no lo volvieron a ver jamás más. El Coloso era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
"¡Cómo me gustaría volverlo a ver!" repetía.
Fueron pasando los años y el Coloso envejeció y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar pero sentado en un enorme sillón miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
"Tengo muchas flores hermosas" decía "pero los niños son las flores más hermosas de todas."
Una mañana de Invierno miró por la ventana entretanto se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida y que las flores estaban descansando.
Sin embargo de pronto se restregó los ojos maravillado y miró miró…
Lo que estaba viendo era realmente maravilloso. En el rincón más alejado del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blanquísimas. Todas sus ramas eran doradas y de ellas colgaban resultados de plata. Bajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Coloso bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su cara enrojeció de ira y dijo
"¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?" Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos y también había huellas de clavos en sus pies.
"¿Pero quién se atrevió a herirte?" gritó el Coloso. "Dímelo para coger mi espada y matarlo."
"¡No!" respondió el niño. "Estas son las heridas del Amor."
"¿Quién eres tú mi chico niñito?" preguntó el Coloso y un raro temor lo invadió y cayó de rodillas ante el chico.
Entonces el niño sonrió al Coloso y le dijo
"Una vez tú me abandonaste jugar en tu jardín hoy jugarás conmigo en mi jardín que es el Paraíso."
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Coloso muerto bajo del árbol. Parecía dormir y estaba enteramente cubierto de flores blancas…

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