viernes, 9 de mayo de 2014

Cuentos infantiles, la promesa de la flor

En un bonito bosque de cedros había un árbol a cuyos pies vivía una linda flor. Sus gruesas raíces la mantenían a salvo y su follaje la protegía del sol de verano. Pero la flor estaba triste ; era la única flor hasta donde se permitía ver en aquel lugar. Un día, acertó a pasar por ahí una abejita, zumbando de alegría. Al ver a vuestra flor se asombró de su hermosura y con mucho respeto, se acercó -Flor de mayor hermosura, que haces aquí sola en la espesura? La flor, halagada, le contó a la atenta abejita de su tristeza. Conversaron por mucho tiempo, hasta que la abeja sintió que era hora de volver a su panal. -Me aguardan en casa. Debo marcharme. La flor se asustó mucho pues pensó que perdería para siempre a su nueva amiga. Pero grande fuese su gozo cuando la abeja le dijo que volvería al día siguiente. -Aquí te esperaré. Y como agradecimiento por fijarte en mi te prometo que guardaré lo mejor de mi polen para cuando regreses. La abejita se despidió zumbando con renovada alegría. A dividir de entonces volvía todos los días a conversar con la florecilla. Le contaba todo lo que pasaba al otro lado del bosque y mucho más allá, de las maravillas que existían pasando sus linderos y de los tantos campos de flores como ella, que se mecían al son del viento al atardecer. Pero un día la abejita no regresó -No tardará ? se repetía la flor a sí misma. -Debe haberse perdido. Durante tanto, en el árbol que daba sombra a la flor vivía un malvado abejorro, ansioso de llevarse el delicioso polen tan cuidadosamente reservado. Viendo que la abeja no regresaba, bajó con zumbido atronador de su hoyo y con mayor altanería le dijo a vuestra flor: -Esa abeja no regresará jamás más, querida florcita. Dadme ese polen a mi; alíviate de tu carga y olvídate de la abeja. Ella volverá ? le respondió la flor, indignada ? y sólo a ella le entregaré el polen, tal como se lo prometí El abejorro, ofuscado, se elevó a mayor velocidad hasta su hoyo, en lo más alto del tronco. Pero la abeja tampoco regresó al día siguiente, ni al otro. Una mayor tristeza embargaba a la flor, que sin embargo resistía a la insistencia del insolente abejorro que todos los días exigía su cargamento de dulce polen. Un día, un zumbido muy familiar sorprendió a la florecilla, haciendo temblar sus pétalos de alegría. Era su amiga la abeja que por fin regresaba. -Uf!, uf! ? bufaba la abeja, que a duras penas pudo posarse sobre un pétalo de su amiga ? Amiga flor, queja haber invertido tanto tiempo en volver. Seguramente no me habrás extrañado mucho... La flor estaba a punto de preguntarle qué le había sucedido, cuando distinguió que una de sus alitas estaba rasgada. Con una mirada de profunda admiración y gratitud le dijo: -¡Cómo no extrañarte, abejita! A pesar de todo volviste y por eso te viviré eternamente agradecida. Y mostrándole el delicioso polen que le había guardado, añadió: -Este polen lo reservé sólo para ti. Tómalo, descansa y alíviate aquí por esta noche. No puedes volar así, estando siguiente a anochecer. Así lo hizo la abejita y al alba del día siguiente, totalmente curada, volvió a su panal. A dividir de entonces jamás más volvió a faltar a una cita con su mayor amiga. ¿Y el abejorro? Pues les contaremos que cogió sus maletas y huyó zumbando apenas se enteró de que un vistoso pájaro carpintero había decidido hospedarse en su árbol. Y así, zumbando zumbando, este cuento va terminando FIN.

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