jueves, 30 de octubre de 2014

Cuentos infantiles, Cuento de la niña que fue una hada

Érase una vez una niña que solía sentarse a la orilla de la laguna, acompañada de simpáticos animalitos como grullas, patos o gallináceas que no se sentían incomodados con su presencia. Más bien al contrario, las aves permanecían con ella y las mariposas se posaban en sus manos. Imagen registrada* La niña irradiaba amor. Era una niña que hablaba escaso pues habían aprendido mesura y era consciente del poder de las palabras y de la relevancia de desprenderse de palabrería innecesaria. Esa actitud agranda el lugar interior y confiere un grado de alerta que nos faculta beber percepción de las emociones y de la intensidad con que experimentamos el ahora. Cuando la intensidad es máxima, adquiere un enorme poder creador capaz de cambiar las circunstancias. La niña sabía que su varita mágica sólo permitía ser agitada debajo la plena coge de percepción de la verdad presente, fusionándose con la vibración del instante. Imagen registrada* Todo a su alrededor contribuía a este propósito. Cuando estamos relajados, nos resulta más sencillo colaborar con lo que el momento nos trae, aceptarlo, integrarlo o inclusive apartar sin juzgar determinado fundamento que contiene el presente. Desde una actitud de aplomo de manera natural iniciamos vuestro diálogo con el momento presente y nos convertimos en él. Imagen registrada* La niña lo saludó: -Hola, conejito. -Hola ?le respondió él -. Te miro observar la tranquilidad de esta laguna. Me hace sentir bien verte así. La niña sabía que si nosotros nos sentimos bien abrimos una cadena de momentos en los que los demás también se sentirán bien. Resulta inevitable. Eres lo que atraes y provocas lo que eres. -Me encanta sentir la ligereza de la brisa ?le dijo la niña- pues me hace volar como las hadas. -Las hadas nos protegen y nos cuidan. Ellas conocen vuestro lenguaje animal ?añadió el conejo-¿Eres tú una hada?-preguntó a la niña. -No, ahora ?le dijo la niña- pero lo fui hace mucho tiempo. Ahora he venido en carne y hueso a volver la magia de las hadas a La Tierra. -Es algo que te agradezco ?le dijo el conejo -. La magia y la luz lo transforman todo y elevan todo a la vibración del amor. -¿Quieres jugar conmigo? ? preguntó el conejo a la niña. -Sí, diáfano ?le respondió ella. La niña y el conejo se fueron al bosque a jugar: saltaban imitando a las ranas y se lo pasaron en grande. Tras los árboles las hadas, los elfos, los duendes y los gnomos contemplaban la escenariorio sonrientes y felices. Los búhos apostados en las ramas de los árboles también observaban la escenariorio con sus ojos grandes. Los niños son sensibles a los animales y con algunos de ellos pueden llegar a emprender una relación especial que, de adultos, recordarán con cariño. A los niños el trato con los animales les resulta gratificante por el vínculo que comparten y lo que se aportan mútuamente. Se despidieron y la niña no olvidó arrojar un beso al aire a las hadas, los elfos, los duendes, los gnomos, los árboles y los búhos por los que se había sentido tan arropada, entretanto compartía sus juegos con su nuevo amigo. Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual

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