viernes, 22 de febrero de 2013

La historia del soldadito de plomo

Había una vez veinticinco soldaditos de plomo hermanos todos ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente así era como estaban con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida cuando se levantó la tapa de la caja en que venían fuese ¡Soldaditos de plomo! Había sido un niño chico quien gritó esto batiendo palmas pues eran su obsequio de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.

Cada soldadito era la viva imagen de los otros con excepción de uno que mostraba una pequeña diferencia. Tenía una sola pierna pues al fundirlos había sido el último y el plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo allí estaba él tan firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia.

En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes pero el que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que rodeaban un chico espejo. Este espejo hacía las veces de lago en el que se reflejaban nadando unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso pero lo más hermoso de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro a forma de banda en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su rostro. La damisela tenía los dos brazos en alto pues han de saber ustedes que era bailarina y había alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba y creyó que como él sólo tenía una.

"Ésta es la mujer que me conviene para esposa" se dijo. "¡Pero qué fina es si hasta vive en un castillo! Yo en cambio sólo poseo una caja de cartón en la que ya habitamos veinticinco no es un espacio propio para ella. De todos modos pase lo que pase trataré de conocerla."

Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde allí podía contemplar a la elegante damisela que seguía parada sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.

Ya avanzada la noche a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda la gente de la casa se fuese a dormir. A esa hora los juguetes comenzaron sus juegos recibiendo visitas peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo que también querían participar de aquel alboroto se esforzaron ruidosamente dentro de su caja pero no consiguieron alzar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales y la tiza se divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes que el canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que ni pestañearon siquiera fueseron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía erguida sobre la punta del pie con los dos brazos al aire él no estaba menos firme sobre su única pierna y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.

De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y —¡crac!— abrióse la tapa de la caja de rapé... Mas ¿creen ustedes que contenía tabaco? No lo que allí había era un duende negro algo así como un muñeco de resorte.

—¡Soldadito de plomo! —gritó el duende—. ¿Quieres hacerme el favor de no contemplar más a la bailarina?

Pero el soldadito se hizo el sordo.

—Está bien aguarda a mañana y verás —dijo el duende negro.

Al otro día cuando los niños se levantaron alguien puso al soldadito de plomo en la ventana y ya fue obra del duende o de la corriente de aire la ventana se abrió de repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fuese una caída horroroso. Quedó con su única pierna en alto descansando sobre el casco y con la bayoneta clavada entre dos adoquines de la calle.

La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo pero aun cuando faltó escaso para que lo aplastasen no pudieron encontrarlo. Si el soldadito debiera gritado ¡Aquí estoy! lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos porque vestía uniforme militar.

Despues empezó a llover cada vez más y más fuerte hasta que la lluvia se convirtió en un aguacero torrencial. Cuando escampó pasaron dos muchachos por la calle.

—¡Qué suerte! —exclamó uno—. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a realizarlo navegar.

Y construyendo un barco con un periódico colocaron al soldadito en el instituto y allá se fuese por el agua de la cuneta bajo entretanto los dos muchachos corrían a su lado dando palmadas. ¡Santo cielo cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan fueserte había! Bueno después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de papel saltaba arriba y bajo y a veces giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía vértigos. Pero continuaba firme y sin mover un músculo mirando hacia adelante siempre con el fusil al hombro.

De buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla tan oscura como su particular caja de cartón.

Me gustaría saber adónde iré a parar" pensó. "Apostaría a que el duende tiene la culpa. Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo no me importaría que esto fue dos veces más oscuro.

Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la alcantarilla.

—¿Dónde está tu pasaporte? —preguntó la rata—. ¡A ver enséñame tu pasaporte!

Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra sino que apretó su fusil con más fuerza que jamás. El barco se precipitó adelante perseguido de cerca por la rata. ¡Ah! había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas que pasaban por allí.

—¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!

La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir la luz del día allá en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido atronador capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes! Justamente donde terminaba la alcantarilla el agua se precipitaba en un inmenso canal. Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos en un bote por una gigantesca catarata.

Por entonces estaba ya tan cerca que no logró pararse y el barco se abalanzó al canal. El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo nadie diría jamás de él que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta los margenes hallábase a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello el barquito se hundía más y más el papel de tan empapado comenzaba a deshacerse. El agua se iba cerrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina a la que no vería más y una antigua canción resonó en sus oídos

¡Adelante guerrero valiente!

¡Adelante te espera la muerte!

En ese momento el papel acabó de deshacerse en fragmentos y el soldadito se hundió sólo para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh y qué oscuridad había allí dentro! Era peor aún que el túnel y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme siempre con su fusil al hombro aunque estaba tendido cuan largo era.

Súbitamente el pez se agitó haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al escaso rato un haz de luz que parecía un relámpago lo atravesó todo brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba

—¡Un soldadito de plomo!

El pez había sido pescado llevado al mercado y vendido y se encontraba ahora en la cocina donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al soldadito por la cintura y lo condujo a la sala donde todo el mundo quería ver a aquel tio extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le daba la menor relevancia a todo aquello.

Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes. Allí estaban todos los mismos niños los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo bonito castillo con la linda y pequeña bailarina que permanecía aún sobre una sola pierna y mantenía la otra extendida muy alto en los aires pues ella había sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al soldadito que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. La contempló y ella le devolvió la mirada pero ninguno dijo una palabra.

De pronto uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a la chimenea. No tuvo causa sdeterminados para realizarlo era por supuesto aquel muñeco de resorte el que lo había movido a ello.

El soldadito se halló en recurso de intensos resplandores. Sintió un calor horroroso aunque no supo si era a motivo del fuesego o del amor. Había perdido todos sus brillantes es sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la bailarina lo miró ella y el soldadito sintió que se derretía pero continuó impávido con su fusil al hombro. Se abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina que voló como una sílfide hasta la chimenea y fuese a caer junto al soldadito de plomo donde ardió en una repentina llamarada y desapareció. Escaso después el soldadito se acabó de derretir. Cuando a la mañana próximo la sirvienta removió las cenizas lo encontró en manera de un chico corazón de plomo pero de la bailarina no había quedado sino su lentejuela y ésta era ahora negra como el carbón.

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