jueves, 11 de abril de 2013

El cuento del Conejo y el Erizo

Tenéis que saber muchachos que esta historia aunque se cuente de mentirijillas es totalmente verdadera pues mi abuelo que me la contó a mí siempre decía «Ha de ser alguna hijo mío pues de lo opuesto no podría contarse». Y así fuese como ocurrió

Sucedió un domingo de otoño por la mañana precisamente cuando florecía el alforfón. El sol brillaba en el cielo el viento mañanero soplaba cálido sobre los rastrojos las alondras cantaban en los campos las abejas zumbaban sobre la alfalfa y la gente iba a oír misa vestida con el traje de los domingos. Todas las criaturas se sentían gozosas y también por supuesto el erizo.

El erizo estaba en la puerta de su casa mirando al cielo distraídamente entretanto tarareaba una cancioncilla tan bien o tan mal como suele realizarlo cualquier erizo un domingo por la mañana cuando se le ocurrió de repente que entretanto su mujer vestía a los niños podía dar un chico paseo por los sembrados para ver cómo iban sus nabos. El sembrado estaba muy cerca de su casa y toda la familia comía de sus nabos con frecuencia por eso los consideraba de su propiedad. Y en resultado el erizo se dirigió al sembrado.

No muy lejos de su casa cuando se disponía a rodear el soto de endrinos que cercaba el tema para llegar hasta sus nabos le salió al paso la liebre que iba ocupada en parecidos temas ella iba a ver cómo estaban sus coles.

Cuando el erizo vio a la liebre le deseó amablemente muy buenos días. Pero la liebre que era a su modo toda una señora llena de exagerada arrogancia en vez de devolverle el saludo le preguntó haciendo una mueca con profundo sarcasmo

-¿Cómo es que andas tan de mañana por los sembrados?

-Voy de paseo -respondió el erizo.

-¿De paseo eh? -exclamó la liebre rompiendo a reír-. A mí me parece que podrías utilizar tus piernas con más provecho.

Tal respuesta indignó enormemente al erizo que lo toleraba todo excepto las observaciones sobre sus piernas porque era patizambo por naturaleza.

-¿Acaso te imaginas -replicó el erizo- que las tuyas son mejores en algo?

-Eso pienso -dijo la liebre.

-Hagamos una prueba -propuso el erizo- te apuesto lo que quieras a que te gano una carrera.

-¡No me hagas reír! ¡Tú con tus piernas torcidas! -dijo la liebre- pero si tantas ganas tienes por mí que no sea. ¿Qué apostamos?

-Una moneda de oro y una botella de aguardiente -propuso el erizo-. Pero aún estoy en ayunas quiero ir antes a casa y desayunar un escaso regresaré en media hora.

Y el erizo se fuese pues la liebre se mostró conforme. Por el sendero iba pensando el erizo «La liebre confía mucho en sus largas piernas pero yo le daré su merecido. Es verdaderamente toda una señora pero no por eso deja de ser una estúpida me las pagará». Cuando llegó a su casa dijo a su mujer

-Mujer vístete ahora mismo tienes que venir conmigo al tema.

-¿Qué ocurre? -preguntó la mujer.

-He apostado con la liebre una moneda de oro y una botella de aguardiente vamos a realizar una carrera a ver quién gana y necesito que estés presente.

-¡Oh Dios mío! -comenzó a gritar la mujer del erizo-. ¿Eres un idiota? ¿Perdiste la razón? ¿Cómo pretendes ganar una carrera a la liebre?

-¡Calla mujer -dijo el erizo- eso es cosa mía! No te objetivos en cosas de hombres. Andando vístete y ven conmigo.

¿Y qué otra cosa podía realizar la mujer del erizo? Quisiera o no tuvo que obedecer.

Por el sendero dijo el erizo a su mujer

-Y ahora pon atención a lo que te voy a decir. Mira en ese largo sembrado que hay allí vamos a correr. La liebre correrá por un surco y yo por otro y empezaremos desde allá arriba. Lo único que tienes que realizar es quedarte aquí bajo en el surco y cuando la liebre se acerque desde el otro lado le sales al encuentro y le dices «Ya estoy aquí».

Y estando en estas charlas llegaron al sembrado. El erizo señaló a la mujer su ya que y se fuese al otro extremo del sembrado. Cuando llegó la liebre ya estaba allí.

-¿Podemos empezar? -preguntó la liebre.

-¡Por supuesto! -dijo el erizo.

-¡Pues adelante!

Y cada uno de los dos se colocó en su surco. La liebre contó «uno dos tres» y salió disparada como un rayo por el sembrado. El erizo apenas dio unos tres pasitos se agachó en el surco y se quedó quieto.

Cuando la liebre se acercó corriendo como un bólido a la fracción baja del sembrado la mujer del erizo le gritó desde su ya que

-¡Ya estoy aquí!

La liebre se quedó perpleja y no fuese chico su asombro pues no pensó otra cosa sino que era el mismo erizo quien le hablaba ya que como es sabido la mujer del erizo tiene exactamente el mismo apariencia que el esposo. Pero la liebre pensó «Aquí hay gato encerrado» y gritó

-¡A correr otra vez! ¡De vuelta!

Y de nuevo salió como un bólido con las orejas ondeando al viento. La mujer del erizo permaneció quieta en su ya que. Cuando la liebre llegó a la fracción alta del tema el erizo le gritó desde su ya que

-¡Ya estoy aquí!

Pero la liebre indignada y afuera de sí gritó

-¡A correr otra vez! ¡De vuelta!

-A mí eso no me importa -respondió el erizo- por mí las veces que tú quieras.

Y de esta forma corrió la liebre otras setenta y tres veces y el erizo siempre accedía a repetir la carrera. Y cada vez que la liebre llegaba a un extremo o al otro decían el erizo o su mujer

-¡Ya estoy aquí!

Pero a la septuagésima cuarta vuelta la liebre no pudo llegar hasta el final. En recurso del tema se desplomó la sangre fluyó de su garganta y quedó muerta en el suelo. Y el erizo tomó la moneda de oro y la botella de aguardiente que había ganado llamó a su mujer desde su surco y ambos se fueron contentos a casa y si todavía no se han muerto seguirán con vida.

Así fuese cómo sucedió que en las campiñas de Buxtehude el erizo hizo correr a la liebre hasta la muerte y desde ese día no se le ha vuelto a ocurrir a ninguna liebre apostar en una carrera con un erizo de Buxtehude.

La moraleja de esta historia es primero que a nadie por muy principal que se considere se le debe ocurrir burlarse de un tio inferior aun cuando se trate de un erizo y segundo que resulta aconsejable cuando uno se desea casar beber por mujer a una de su condición y que sea idéntico de apariencia o sea un erizo ha de preocuparse de que su mujer sea también un erizo y así sucesivamente.

1 comentarios:

Unknown dijo...

tiene el vídeo del conejo y el erizo (la carrera donde el conejo pierde)

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