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martes, 19 de agosto de 2014
Cuentos infantiles, El sastrecillo valiente
No hace mucho tiempo que existía un humilde sastrecillo que se ganaba la vida trabajando con sus hilos y su costura, sentado sobre su mesa, junto a la ventana; risueño y de buen humor, se había ya que a coser a todo trapo. En esto pasó par la calle una campesina que gritaba: ?¡Rica mermeladaaaa... Barataaaa! ¡Rica mermeladaaa, barataaa. Este pregón sonó a gloria en sus oídos. Asomando el sastrecito su fina cabeza por la ventana, llamó: ?¡Eh, mi amiga! ¡Sube, que aquí te aliviaremos de tu mercancía! Subió la campesina los tres sectores de escalera con su pesada cesta a cuestas, y el sastrecito le hizo abrir todos y cada uno de sus pomos. Los inspeccionó uno por uno acercándoles la nariz y, por fin, dijo: ?Esta mermelada no me parece mala; así que pásame cuatro onzas, muchacha, y si te pasas del cuarto de libra, no vamos a pelearnos por eso. La mujer, que esperaba una mejor venta, se marchó malhumorada y refunfuñando: ?¡Vaya! ?exclamo el sastrecito, frotándose las manos?. ¡Que Dios me bendiga esta mermelada y me de salud y fuerza! Y, sacando el pan del armario, cortó una mayor rebanada y la untó a su gusto. «Parece que no sabrá mal», se dijo. «Pero antes de probarla, terminaré esta chaqueta.» Dejó el pan sobre la mesa y reanudó la costura; y tan contento estaba, que las puntadas le salían cada vez mas largas. Durante tanto, el dulce olor que se desprendía del pan subía hasta donde estaban las moscas sentadas en mayor número y éstas, sintiéndose atraídas por el olor, bajaron en verdaderas legiones. ?¡Eh, quién las invitó a ustedes! ?dijo el sastrecito, tratando de espantar a tan indeseables huéspedes. Pero las moscas, que no entendían su idioma, lejos de hacerle caso, volvían a la carga en bandadas cada vez más numerosas. Por fin el sastrecito perdió la paciencia, sacó un fragmento de paño del hueco que había debajo su mesa, y exclamando: «¡Esperen, que yo mismo voy a servirles!», descargó sin piedad un mayor golpe sobre ellas, y otro y otro. Al retirar el paño y contarlas, vio que por lo menos había aniquilado a veinte. «¡De lo que soy capaz!», se dijo, admirado de su particular audacia. «La ciudad entera tendrá que enterarse de esto» y, de prisa y corriendo, el sastrecito se cortó un cinturón a su medida, lo cosió y despues le bordó en masivos letras el próximo letrero: SIETE DE UN GOLPE. «¡Qué digo la ciudad!», añadió. «¡El mundo entero se enterará de esto!» Y de puro contento, el corazón le temblaba como el cola al corderito. Luego se ciñó el cinturón y se dispuso a salir por el mundo, convencido de que su taller era demasiado chico para su valentía. Antes de marcharse, estuvo rebuscando por toda la casa a ver si encontraba algo que le sirviera para el viaje; pero sólo encontró un queso viejo que se guardó en el bolsillo. Frente a la puerta vio un pájaro que se había enredado en un matorral, y también se lo guardó en el bolsillo para que acompañara al queso. Luego se puso animosamente en camino, y como era ágil y ligero de pies, no se cansaba nunca. El sendero lo llevó por una montaña arriba. Cuando llegó a lo mas alto, se encontró con un coloso que estaba allí sentado, mirando pacíficamente el paisaje. El sastrecito se le acercó animoso y le dijo: ?¡Buenos días, camarada! ¿Qué, contemplando el ancho mundo? Por él me voy yo, precisamente, a correr fortuna. ¿Te decides a venir conmigo? El coloso lo miró con desprecio y dijo: ?¡Quítate de mi vista, monigote, miserable criatura! ?¿Ah, sí? ?contestó el sastrecito, y, desabrochándose la chaqueta, le enseñó el cinturón?-¡Aquí puedes leer qué clase de tio soy! El coloso leyó: SIETE DE UN GOLPE, y pensando que se tratara de tíos derribados por el sastre, empezó a tenerle un escaso de respeto. De todos modos decidió ponerlo a prueba. Agarró una piedra y la exprimió hasta sacarle unas gotas de agua. ?¡A ver si lo haces ?dijo?, ya que eres tan fuerte! ?¿Nada más que eso? ?contestó el sastrecito?. ¡Es un juego de niños! Y metiendo la mano en el bolsillo sacó el queso y lo apretó hasta sacarle todo el jugo. ?¿Qué me dices? Un poco mejor, ¿no te parece? El coloso no supo qué contestar, y apenas permitía creer que hiciera tal cosa aquel hombrecito. Bebiendo entonces otra piedra, la demostro tan alto que la vista apenas permitía seguirla. ?Anda, fragmento de hombre, a ver si haces algo parecido. ?Un buen tiro ?dijo el sastre?, aunque la piedra volvió a caer a tierra. Ahora verás ?y sacando al pájaro del bolsillo, lo demostro al aire. El pájaro, encantado con su libertad, alzó veloz el vuelo y se perdió de vista. ?¿Qué te pareció este tiro, camarada? ?preguntó el sastrecito. ?Tirar, sabes ?admitió el gigante?. Ahora veremos si puedes soportar cierta carga digna de este nombre?y llevando al sastrecito hasta un inmenso roble que estaba derribado en el suelo, le dijo?: Ya que te las das de forzudo, ayúdame a sacar este árbol del bosque. ?Con gusto ?respondió el sastrecito?. Tú cárgate el tronco al hombro y yo me encargaré del ramaje, que es lo más pesado . En cuanto estuvo el tronco en su puesto, el sastrecito se acomodó sobre una rama, de modo que el gigante, que no permitía volverse, tuvo de cargar también con él, asimismo de todo el peso del árbol. El sastrecito iba de lo más contento allí detrás, silbando aquella tonadilla que dice: «A caballo salieron los tres sastres», como si la tarea de cargar árboles fue un juego de niños. El gigante, después de arrastrar un buen trecho la pesada carga, no pudo más y gritó: ?¡Eh, tú! ¡Cuidado, que poseo que soltar el árbol! El sastre saltó ágilmente al suelo, sujetó el roble con los dos brazos, como si lo hubiese sostenido así todo el tiempo, y dijo: ?¡Un grandullón como tú y ni siquiera eres capaz de cargar un árbol! Siguieron andando y, al pasar junto a un cerezo, el coloso, echando mano a la copa, donde colgaban las frutas maduras, inclinó el árbol hacia bajo y lo puso en manos del sastre, invitándolo a comer las cerezas. Pero el hombrecito era demasiado débil para sujetar el árbol, y en cuanto lo soltó el coloso, volvió la copa a su primera posición, arrastrando consigo al sastrecito por los aires. Cayó al suelo sin hacerse daño, y el coloso le dijo: ?¿Qué es eso? ¿No tienes fuerza para sujetar este tallito enclenque? ?No es que me falte fuerza ?respondió el sastrecito?. ¿Crees que parecido minucia es para un tio que mató a siete de un golpe? Es que salté por arriba del árbol, porque hay unos cazadores allá bajo disparando contra los matorrales. ¡Haz tú lo mismo, si puedes! El coloso lo intentó, pero se quedó colgando entre las ramas; de modo que también esta vez el sastrecito se llevó la victoria. Dijo entonces el coloso: ?Ya que eres tan valiente, ven conmigo a vuestra casa y pasa la noche con nosotros. El sastrecito aceptó la invitación y lo siguió. Cuando llegaron a la caverna, encontraron a varios gigantes sentados junto al fuego: cada uno tenía en la mano un cordero asado y se lo estaba comiendo. El sastrecito miró a su alrededor y pensó: «Esto es mucho más espacioso que mi taller.» El coloso le enseñó una lecho y lo invitó a acostarse y dormir. La lecho, sin embargo, era demasiado grande para el hombrecito; así que, en vez de acomodarse en ella, se acurrucó en un rincón. A medianoche, creyendo el coloso que su invitado estaría profundamente dormido, se levantó y, empuñando una enorme barra de hierro, descargó un formidable golpe sobre la lecho. Luego volvió a acostarse, en la certeza de que había despachado para siempre a tan impertinente grillo. A la madrugada, los colosos, sin acordarse ya del sastrecito, se disponían a marcharse al bosque cuando, de pronto, lo vieron tan gozoso y pacífico como de costumbre. Aquello fuese más de lo que podían soportar, y pensando que iba a matarlos a todos, salieron corriendo, cada uno por su lado. El sastrecito prosiguió su camino, siempre con su puntiaguda nariz por delante. Tras mucho caminar, llegó al vergel de un palacio real, y como se sentía muy cansado, se echó a dormir sobre la hierba. Durante estaba así durmiendo, se le acercaron varios cortesanos, lo examinaron par todas fracciónes y leyeron la inscripción: SIETE DE UN GOLPE. ?¡Ah! ?exclamaron?. ¿Qué hace aquí tan horroroso tio de guerra, ahora que estamos en paz? Sin duda, será determinado poderoso caballero. Y corrieron a dar la noticia al monarca, diciéndole que en su opinión sería un tio extremadamente apreciado en caso de guerra y que en modo sdeterminados debía perder la oportunidad de ponerlo a su servicio. Al monarca le complació el consejo, y envió a uno de sus nobles para que le hiciese una oferta tan pronto despertara. El emisario permaneció en guardia junto al durmiente, y cuando vio que éste se estiraba y abría los ojos, le comunicó la proposición del monarca. ?Justamente he venido con ese objetivo ?contestó el sastrecito?. Estoy dispuesto a servir al monarca ?así que lo recibieron honrosamente y le prepararon toda una residencia para él solo. Pero los soldados del monarca lo miraban con malos ojos y, en realidad, deseaban tenerlo a mil millas de distancia. ?¿En qué parará todo esto? ?comentaban entre sí?. Si nos peleamos con él y la emprende con nosotros, a cada golpe derribará a siete. No hay aquí quien pueda enfrentársele. Tomaron, pues, la decisión de presentarse al monarca y pedirle que los licenciase del ejército. ?No estamos listos ?le dijeron? para luchar al lado de un tio capaz de matar a siete de un golpe. El monarca se disgustó mucho cuando vio que por culpa de uno iba a perder tan leales servidores: ya se lamentaba hasta de haber visto al sastrecito y de muy buena gana se habría deshecho de él. Pero no se atrevía a despedirlo, por miedo a que acabara con él y todos los suyos, y despues se instalara en el trono. Estuvo pensándolo por horas y horas y, al fin, encontró una solución. Mandó decir al sastrecito que, siendo tan poderoso tio de armas como era, tenía una oferta que hacerle. En un bosque del país vivían dos gigantes que causaban enormes daños con sus robos, asesinatos, incendios y otras atrocidades; nadie permitía acercárseles sin correr peligro de muerte. Si el sastrecito lograba vencer y exterminar a estos gigantes, obtendría la mano de su hija y la mitad del reino como recompensa. Además, cien soldados de caballería lo auxiliarían en la empresa. «¡No está mal para un tio como tú!» se dijo el sastrecito. «Que a uno le ofrezcan una bella princesa y la mitad de un reino es cosa que no sucede todos los días.» Así que contestó: ?Claro que acepto. Acabaré muy pronto con los dos gigantes. Y no me hacen falta los cien jinetes. El que derriba a siete de un golpe no tiene por qué asustarse con dos. Así, pues, el sastrecito se puso en camino, seguido por cien jinetes. Cuando llegó a las afueras del bosque, dijo a sus seguidores: ?Esperen aquí. Yo solo acabaré con los gigantes. Y de un salto se internó en el bosque, donde empezó a buscar a diestro y siniestro. Al cabo de un rato descubrió a los dos gigantes. Estaban durmiendo al pie de un árbol y roncaban tan fuerte, que las ramas se balanceaban arriba y abajo. El sastrecito, ni corto ni perezoso, eligió especialmente dos masivos piedras que guardó en los bolsillos y trepó al árbol. A recurso sendero se deslizó por una rama hasta situarse justo arriba de los durmientes, y, acto seguido, hizo muy buena puntería (pues no permitía fallar) pues de lo opuesto estaría perdido. Los gigantes, al recibir cada uno un fuerte golpe con la piedra, despertaron echándose entre ellos las culpas de los golpes. Uno dio un empujón a su compañero y le dijo: ?¿Por qué me pegas? ?Estás soñando ?respondió el otro?. Yo no te he pegado. Se volvieron a dormir, y entonces el sastrecito le tiró una piedra al segundo. ?¿Qué implica esto? ?gruñó el gigante?. ¿Por qué me tiras piedras? ?Yo no te he tirado nada ?gruñó el primero. Discutieron todavía un rato; pero como los dos estaban cansados, abandonaron las cosas como estaban y cerraron otra vez los ojos. El sastrecito volvió a las andadas. Eligiendo la más grande de sus piedras, la tiró con toda su fuerza al torso del primer gigante. ?¡Esto ya es demasiado! ?vociferó furioso. Y saltando como un loco, arremetió contra su compañero y lo empujó con tal fuerza contra el árbol, que lo hizo estremecerse hasta la copa. El segundo coloso le pagó con la misma moneda, y los dos se enfurecieron tanto que arrancaron de cuajo dos árboles enteros y estuvieron aporreándose el uno al otro hasta que los dos cayeron muertos. Entonces bajó del árbol el sastrecito. «Suerte que no arrancaron el árbol en que yo estaba», se dijo, «pues habría tenido que brincar a otro como una ardilla. Menos mal que nosotros los sastres somos livianos.» Y desenvainando la espada, dio un par de tajos a cada uno en el pecho. Enseguida se presentó donde estaban los caballeros y les dijo: ?Se acabaron los gigantes, aunque debo confesar que la faena fuese dura. Se pusieron a arrancar árboles para defenderse. ¡Venirle con tronquitos a un tio como yo, que mata a siete de un golpe! ?¿Y no estás herido? ?preguntaron los jinetes. ?No piensen tal cosa ?dijo el sastrecito?. Ni siquiera, despeinado. Los jinetes no podían creerlo. Se internaron con él en el bosque y allí encontraron a los dos gigantes flotando en su particular sangre y, a su alrededor, los árboles arrancados de cuajo. El sastrecito se presentó al monarca para pedirle la recompensa ofrecida; pero el monarca se hizo el remolón y maquinó otra forma de deshacerse del héroe. ?Antes de que recibas la mano de mi hija y la mitad de mi reino ?le dijo?, tendrás que llevar a cabo una nueva hazaña. Por el bosque corre un unicornio que hace masivos destrozos, y debes capturarlo primero. ?Menos temo yo a un unicornio que a dos gigantes ?respondió el sastrecito?-Siete de un golpe: ésa es mi especialidad. Y se internó en el bosque con un hacha y una cuerda, después de haber rogado a sus seguidores que lo aguardasen afuera. No tuvo que buscar mucho. El unicornio se presentó de pronto y lo embistió ferozmente, decidido a ensartarlo de una vez con su único cuerno. ?Poco a poco; la cosa no es tan sencillo como piensas ?dijo el sastrecito. Plantándose muy quieto delante de un árbol, esperó a que el unicornio estuviese cerca y, entonces, saltó ágilmente detrás del árbol. Como el unicornio había embestido con fuerza, el cuerno se clavó en el tronco tan profundamente, que por más que hizo no pudo sacarlo, y quedó prisionero. «¡Ya cayó el pajarito!», dijo el sastre, saliendo de detrás del árbol. Ató la cuerda al cuello de la bestia, cortó el cuerno de un hachazo y llevó su presa al rey. Pero éste aún no quiso entregarle el premio ofrecido y le exigió un tercer trabajo. Antes de que la matrimonio se celebrase, el sastrecito tendría que cazar un feroz jabalí que rondaba por el bosque causando enormes daños. Para ello contaría con la ayuda de los cazadores. ?¡No faltaba más! ?dijo el sastrecito?. ¡Si es un juego de niños! Dejó a los cazadores a la acceso del bosque, con mayor gozo de ellos, pues de tal modo los había recibido el feroz jabalí en otras ocasiones, que no les quedaban ganas de enfrentarse con él de nuevo. Tan pronto vio al sastrecito, el jabalí lo acometió con los agudos colmillos de su boca espumeante, y ya estaba a punto de derribarlo, cuando el héroe huyó a todo correr, se precipitó dentro de una capilla que se levantaba por aquellas cercanías. subió de un salto a la ventana del fondo y, de otro salto, estuvo enseguida afuera. El jabalí se abalanzó tras él en la capilla; pero ya el sastrecito había dado la vuelta y le cerraba la puerta de un golpe, con lo que la enfurecida bestia quedó prisionera, pues era demasiado torpe y pesada para brincar a su vez por la ventana. El sastrecito se apresuró a llamar a los cazadores, para que la contemplasen con su propios ojos. El monarca tuvo ahora que cumplir su promesa y le dio la mano de su hija y la mitad del reino, agregándole: «Ya eres mi heredero al trono». Se celebró la matrimonio con mayor esplendor, y allí fuese que se convirtió en todo un monarca el sastrecito valiente
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