miércoles, 20 de febrero de 2013

La historia del ángel

Cada vez que muere un niño bueno baja del cielo un ángel de Dios Vuestro Señor coge en brazos el cuerpecito muerto y extendiendo sus masivos alas blanquísimas emprende el vuelo por encima de todos los espacios que el pequeñuelo amó recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios con objeto de que luzcan allá arriba más hermosas aún que en el suelo. Vuestro Señor se aprieta contra el corazón todas aquellas flores pero a la que más le gusta le da un beso con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los bienaventurados.

He aquí lo que contaba un ángel de Dios Vuestro Señor entretanto se llevaba al cielo a un niño muerto y el niño lo escuchaba como en sueños. Volaron por encima de los distintos espacios donde el chico había jugado y pasaron por jardines de flores espléndidas.

-¿Cuál nos llevaremos para plantarla en el cielo? -preguntó el ángel.

Crecía allí un magnífico y esbelto rosal pero una mano perversa había tronchado el tronco por lo que todas las ramas cuajadas de masivos capullos semiabiertos colgaban secas en todas direcciones.

-¡Pobre rosal! -exclamó el niño-. Llévatelo junto a Dios florecerá.

Y el ángel lo cogió dando un beso al niño por sus palabras y el pequeñuelo entreabrió los ojos.

Recogieron despues muchas flores magníficas pero también modestos ranúnculos y violetas silvestres.

-Ya poseemos un buen ramillete -dijo el niño y el ángel asintió con la cabeza pero no emprendió enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche y reinaba un mutismo absoluto ambos se quedaron en la gran ciudad flotando en el aire por uno de sus angostos callejones donde yacían montones de paja y cenizas había habido mudanza se veían cascos de loza fragmentos de yeso trapos y viejos sombreros todo ello de apariencia muy escaso atractivo.

Entre todos aquellos desperdicios el ángel señaló los pedazos de un maceta roto de éste se había desprendido un terrón con las raíces de una gran flor silvestre ya seca que por eso alguien había arrojado a la calleja.

-Vamos a llevárnosla -dijo el ángel-. Entretanto volamos te contaré por qué.

Remontaron el vuelo y el ángel dio comienzo a su relato

-En aquel angosto callejón en una baja bodega vivía un pobre niño enfermo. Desde el día de su nacimiento estuvo en la mayor miseria todo lo que pudo realizar en su vida fuese cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas su dicha no pasó de aquí. Algunos días de verano unos rayos de sol entraban hasta la bodega nada más que media horita y entonces el chico se calentaba al sol y miraba cómo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos que mantenía levantados delante el cara diciendo «Sí hoy he podido salir». Sabía del bosque y de sus bellísimos verdores primaverales sólo porque el hijo del vecino le traía la primera rama de haya. Se la ponía sobre la cabeza y soñaba que se encontraba bajo del árbol en cuya copa brillaba el sol y cantaban los pájaros.

Un día de primavera su vecinito le trajo también flores del tema y entre ellas venía casualmente una con la raíz por eso la plantaron en una tiesto que colocaron junto a la lecho al lado de la ventana. Había plantado aquella flor una mano afortunada pues creció sacó nuevas ramas y floreció cada año para el muchacho enfermo fuese el jardín más espléndido su chico tesoro aquí en la Tierra. La regaba y cuidaba preocupándose de que recibiese hasta el último de los rayos de sol que penetraban por la ventanuca la particular flor formaba fracción de sus sueños pues para él florecía para él esparcía su olor y alegraba la vista a ella se volvió en el momento de la muerte cuando el Señor lo llamó a su seno. Lleva ya un año junto a Dios y mientras todo el año la plantita ha seguido en la ventana olvidada y seca por eso cuando la mudanza la arrojaron a la basura de la calle. Y ésta es la flor la pobre florecilla marchita que hemos ya que en vuestro ramillete pues ha proporcionado más alegría que la más bella del jardín de una reina.

-Pero ¿cómo sabes todo esto? -preguntó el niño que el ángel llevaba al cielo.

-Lo sé -respondió el ángel- porque yo fui aquel pobre niño enfermo que se sostenía sobre muletas. ¡Y bien conozco mi flor!

El chico abrió de par en par los ojos y clavó la mirada en el cara esplendoroso del ángel y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de Vuestro Señor donde reina la alegría y la bienaventuranza. Dios apretó al niño muerto contra su corazón y al instante le salieron a éste alas como a los demás ángeles y con ellos se echó a volar cogido de las manos. Vuestro Señor apretó también contra su torso todas las flores pero a la marchita silvestre la besó infundiéndole voz y ella rompió a cantar con el coro de angelitos que rodean al Altísimo algunos muy de cerca otros creando círculos en torno a los primeros círculos que se extienden hasta el infinito pero todos rebosantes de dicha. Y todos cantaban masivos y chicos junto con el buen chiquillo bienaventurado y la pobre flor silvestre que había estado abandonada entre la basura de la calleja estrecha y oscura el día de la mudanza.

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