jueves, 28 de febrero de 2013

La historia del patito feo

¡Qué lindos eran los días de verano! ¡qué agradable resultaba pasear por e tema y ver el trigo amarillo la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos que se paraban un rato sobre cada pata. Alrededor de los temas había masivos bosques en recurso de los cuales se abrían hermosísimos lagos.

Sí era realmente encantador estar en el tema. Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso desde sus paredes hasta el margen del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas las mayores de las cuales eran lo suficientemente masivos para que un niño chico pudiese detenerse bajo de ellas. Aquel espacio resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques y era allí donde alguna pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos pero se demoraban tanto que la mamá comenzaba a perder la paciencia pues casi nadie venía a visitarla. A los otros patos les interesaba más nadar por el foso que llegarse a conversar con ella.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. ¡Pip pip! decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

—¡Cuac cuac! —dijo la mamá pata y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó realizar pues el verde es muy bueno para los ojos.

—¡Oh qué grande es el mundo! —dijeron los patitos. Y verdaderamente disponían de un lugar mayor que el que tenían dentro del huevo.

—¿Creen de casualida que esto es el mundo entero? —preguntó la pata—. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín hasta el prado mismo del pastor aunque yo jamás me he alejado tanto. Bueno espero que ya estén todos —agregó levantándose del nido—. ¡Ah pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.

Y fuese a sentarse de nuevo en su sitio.

—¡Vaya vaya! ¿Cómo anda eso? —preguntó una pata vieja que venía de visita.

—Ya no queda más que este huevo pero tarda tanto… —dijo la pata echada—. No hay manera de que rompa. Pero fíjate en los otros y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto jamás. Todos se parecen a su padre el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?

—Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper —dijo la anciana—. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fuese como me engatusaron alguna vez a mí. ¡El esfuerzo que me dieron aquellos pavitos¡ ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había manera de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba pero de nada me servía… Pero vamos a ver ese huevo… ¡Ah ése es un huevo de pava puedes estar segura! Déjalo y enseña a nadar a los otros.

—Creo que me quedaré sobre él un ratito aún —dijo la pata—. He estado tanto tiempo aquí sentada que un escaso más no me hará daño.

—Como quieras —dijo la pata vieja y se alejó contoneándose.

Por fin se rompió el huevo. ¡Pip pip! dijo el chico volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era y exclamó

—¡Dios mío qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y sin embargo me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos. Habrá de meterse en el agua aunque tenga que empujarlo yo misma.

Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y ¡plaf! saltó al agua.

—¡Cuac cuac! —llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor trabajo y a escaso estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.

—No es un pavo por cierto —dijo la pata—. Fíjense en la elegancia con que nada y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac cuac! Vamos vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos por si viene el gato.

Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila que a fin de cuentas fuese a detener al estómago del gato.

—¡Vean! ¡Así anda el mundo! —dijo la mamá relamiéndose el pico pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila—. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española por eso es tan regordeta. Fíjense además en que lleva una cinta roja atada a una pierna es la más alta distinción que se puede conseguir. Es tanto como decir que nadie pensad en deshacerse de ella y que deben respetarla todos los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia fuera como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!

Todos obedecieron pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz

—¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.

Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.

—¡Déjenlo tranquilo! —dijo la mamá—. No le está haciendo daño a nadie.

—Sí pero es tan desgarbado y raro —dijo el que lo había picoteado— que no quedará más remedio que despachurrarlo.

—¡Qué lindos niños tienes muchacha! —dijo la vieja pata de la cinta roja—. Todos son muy bonitos excepto uno al que le noto algo extraño. Me gustaría que pudierais realizarlo de nuevo.

—Eso ni pensarlo señora —dijo la mamá de los patitos—. No es bonito pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros y me atrevería a decir que hasta un escaso mejor. Espero que tome mejor apariencia cuando crezca y que con el tiempo no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo indispensable por eso no salió tan bello como los otros.

Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas. —De todos modos es macho y no importa tanto —añadió— Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá sendero en la vida.

—Estos otros patitos son encantadores —dijo la vieja pata—. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila pueden tráermela sin pena.

Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón y que tan feo les parecía a todos no recibió más que picotazos empujones y burlas lo mismo de los patos que de las gallinas.

—¡Qué feo es! —decían.

Y el pavo que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fuese encima con un cacareo tan estrepitoso que toda la rostro se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.

Así pasó el primer día. En los días próximos las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Inclusive sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían

—¡Ojalá te agarre el gato grandulón!

Hasta su misma mamá deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban las gallinas lo picoteaban y un día la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.

Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo saltó por encima de la cerca con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos que se echaron a volar por los aires.

¡Es porque soy tan feo! —pensó el patito cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que por fin llegó a los masivos pantanos donde viven los patos salvajes y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.

A la mañana próximo los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.

—¿Y tú qué cosa eres? —le preguntaron entretanto el patito les hacía reverencias en todas direcciones lo mejor que sabía.

—¡Eres más feo que un espantapájaros! —dijeron los patos salvajes—. Pero eso nos importa con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.

¡Pobre patito! Ni soñaba él con el boda. Sólo quería que lo dejasen estar pacífico entre los juncos y beber un poquito de agua del pantano.

Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido por eso eran tan impertinentes.

—Mira muchacho —comenzaron diciéndole— eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos en otro pantano viven unas gansitas salvajes muy presentables todas solteras que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida feo y todo como eres.

—¡Bang bang! —se escuchó en ese instante por encima de ellos y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una significativo cacería y los tiradores rodeaban los pantanos algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje y fueron a perderse lejos sobre el agua.

Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua y a su avance doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo que ya se disponía a esconder la cabeza debajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro la idioma le colgaba afuesera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico le enseñó sus agudos dientes y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fuese otra vez sin tocarlo!

El patito dio un suspiro de alivio.

—Por suerte soy tan feo que ni los perros tienen ganas de comerme —se dijo. Y se tendió allí muy quieto entretanto los perdigones repiqueteaban sobre los juncos y las descargas una tras otra atronaban los aires.

Era muy tarde cuando las cosas se calmaron y aún entonces el pobre no se atrevía a alzarse. Esperó todavía algúnas horas antes de arriesgarse a echar un vistazo y en cuanto lo hizo enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas pero hacía tanto viento que le costaba no escaso esfuerzo mantenerse sobre sus pies.

Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué fracción caerse y en la duda permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patitoo que éste tuvo que sentarse sobre su particular rabo para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.

En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato a quien la anciana llamaba Hijito sabía arquear el lomo y ronronear hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían ya que por nombre Chiquitita Piernascortas. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su particular hija.

Cuando llegó la mañana el gato y la gallina no tardaron en encontrar al raro patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.

—Pero ¿qué pasa? —preguntó la vieja mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido—. ¡Qué suerte! —dijo—. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.

Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para colocar al término de las cuales por supuesto no había ni rastros de huevo. Ahora bien en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña y siempre que hablaban de sí mismos solían decir nosotros y el mundo porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo y lo que es más la mitad más significativo. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.

—¿Puedes colocar huevos? —le preguntó.

—No.

—Pues entonces ¡cállate!

Y el gato le preguntó

—¿Puedes arquear el lomo o ronronear o echar chispas?

—No.

—Pues entonces guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.

Con lo que el patito fuesese a sentarse en un rincón muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que —¡no pudo evitarlo!— fuesese y se lo contó a la gallina.

—¡Vamos! ¿Qué te pasa? —le dijo ella—. Bien se ve que no tienes nada que realizar por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a colocar huevos o a ronronear.

—¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! —dijo el patito feo—. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!

—Sí muy agradable —dijo la gallina—. Me parece que te habéis vuelto demente. Pregúntale al gato ¡no hay nadie tan preparado como él! ¡Pregúntale a vuestra vieja ama la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?

—No me comprendes —dijo el patito.

—Pues si yo no te comprendo me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más erudito que el gato y la señora para no mencionarme a mí misma. ¡No seas bobo muchacho! ¿No te habéis encontrado un cuarto cálido y confortable donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un bobo y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu fracción y aprende a colocar huevos o a ronronear y echar chispas.

—Creo que me voy a recorrer el ancho mundo —dijo el patito.

—Sí vete —dijo la gallina.

Y así fuese como el patito se marchó. Nadó y se zambulló pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.

Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos y los cielos tomaron un apariencia hosco y frío. Las nubes colgaban bajas cargadas de granizo y nieve y el cuervo que solía posarse en la tapia graznaba ¡cau cau! de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.

Alguna tarde entretanto el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo emergió de entre los arbustos una bandada de masivos y hermosas aves. El patito no había visto jamás unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito extendieron sus largas sus magníficas alas y remontaron el vuelo alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.

Se elevaron muy alto muy alto allá entre los aires y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda estirando el cuello en la dirección que seguían que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah jamás podría olvidar aquellos bonitos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista se sumergió derecho hasta el fondo y se hallaba como afuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves ni de adónde se dirigían y sin embargo eran más significativos para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo sdeterminados ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen ¡pobre criatura estrafalaria que era!

¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más chico. Vino despues una helada tan fuerte que el patito para que el agua no se cerrase definitivamente ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin debilitado por el trabajo quedóse muy quieto y comenzó a helarse rápidamente sobre el hielo.

A la mañana próximo muy temprano lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera lo recogió y lo llevó a casa donde su mujer se encargó de revivirlo.

Los niños querían jugar con él pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y con el miedo fuese a meterse revoloteando en la paila de la leche que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire y él más asustado metióse de un vuelo en el barril de la mantequilla y desde allí lanzóse de cabeza al cajón de la harina de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían!… Fuese una suerte que la puerta estuviese libre. El patito se precipitó afuesera entre los arbustos y se hundió atolondrado entre la nieve recién caída.

Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y esfuerzos que el patito tuvo que pasar mientras aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo llegaba la preciosa primavera.

Entonces de repente probó sus alas el zumbido que hicieron fuese mucho más fueserte que otras veces y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh qué agradable era estar allí en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres bonitos cisnes blancos rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto alzar el vuelo y se sintió sobrecogido por un raro sentimiento de melancolía.

—¡Volaré hasta esas regias aves! —se dijo—. Me darán de picotazos hasta matarme por haberme atrevido feo como soy a aproximarme a ellas. Pero ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten a sufrir los pellizcos de los patos los picotazos de las gallinas los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.

Y así voló hasta el agua y nadó hacia los bonitos cisnes. En cuanto lo vieron se le acercaron con las plumas encrespadas.

—¡Sí mátenme mátenme! —gritó la desventurada criatura inclinando la cabeza hacia el agua en aguarda de la muerte. Pero ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris feo y repugnante no sino el reflejo de un cisne!

Escaso importa que se nazca en el corral de los patos siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos esfuerzos y desgracias pues esto lo auxiliada a apreciar mejor la alegría y la hermosura que le esperaban… Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.

En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua fragmentos de pan y semillas. El más chico exclamó

—¡Ahí va un nuevo cisne!

Y los otros niños corearon con gritos de alegría

—¡Sí hay un cisne nuevo!

Y batieron palmas y bailaron y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua y todo el mundo decía

—¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!

Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez y escondió la cabeza debajo el ala sin que supiese explicarse la razón. Era muy pero muy feliz aunque no había en él ni una pizca de orgullo pues este no cabe en los corazones benévolos. Y entretanto recordaba los desprecios y humillaciones del pasado oía como todos decían ahora que era el más bonito de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él bajándolas hasta el agua misma y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón

—Jamás soñé que podría haber tanta dicha allá en los tiempos en que era sólo un patito feo.

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