miércoles, 27 de febrero de 2013

La historia del pescador y el genio

Había una vez un pescador de bastante edad y tan pobre que apenas ganaba lo indispensable para alimentarse con su esposa y sus tres hijos. Todas las mañanas muy temprano se iba a pescar y tenía por tradición echar sus redes no más de cuatro veces al día. Un día antes de que la luna desapareciera totalmente se dirigió a la playa y por tres veces arrojó sus redes al agua. Cada vez sacó un bulto pesado. Su desagrado y desesperación fueron masivos la primera vez sacó un asno la segunda un canasto lleno de piedras y la tercera una masa de barro y conchas.

En cuanto la luz del día empezó a clarear dijo sus oraciones como buen musulmán y se encomendó a sí mismo y sus necesidades al Creador. Hecho esto lanzó sus redes al agua por cuarta vez y como antes las sacó con gran problema. Pero en vez de peces no encontró otra cosa que un jarrón de cobre dorado con un estampilla de plomo por cubierta. Este golpe de fortuna regocijó al pescador.

—Lo venderé al fundidor —dijo— y con el dinero compraré un almud de trigo.

Examinó el jarrón por todos lados y lo sacudió para ver si su contenido hacía algún ruido pero nada oyó. Esto y el estampilla grabado sobre la cubierta de cobre le hicieron pensar que encerraba algo precioso. Para satisfacer su curiosidad tomó su cuchillo y abrió la tapa. Puso el jarrón boca bajo pero con gran sorpresa suya nada salió de su interior. Lo colocó junto a sí y entretanto se sentó a mirarlo atentamente empezó a aparecer un humo muy espeso que lo obligó a retirarse dos o tres pasos. El humo ascendió hacia las nubes y extendiéndose sobre el mar y la playa formó una gran niebla con extremado asombro del pescador. Cuando el humo salió enteramente del jarrón se reconcentró y se transformó en una masa sólida y ésta se convirtió en un Genio dos veces más alto que el mayor de los gigantes.

A la vista de tal monstruo el pescador debiera querido fugar volando pero se asustó tanto que no pudo moverse.

El Genio lo observó con mirada fiera y con voz horroroso exclamó
—Prepárate a expirar pues con seguridad te mataré.
—¡Ay! —respondió el pescador— ¿por qué razón me matarías?
Acabo de ponerte en libertad ¿tan pronto habéis olvidado mi bondad?
—Sí lo recuerdo —dijo el Genio— pero eso no salvará tu vida. Sólo un favor puedo concederte.
—¿Y cuál es? —preguntó el pescador.
—Es —contestó el Genio— darte a escoger la forma como te gustaría que te matase.
—Mas ¿en qué te he ofendido? —preguntó el pescador—.
¿Esa es tu recompensa por el servicio que te he hecho? —No puedo tratarte de otro modo —dijo el Genio—. Y si quieres saber la razón de ello escucha mi historia

"Soy uno de esos espíritus rebeldes que se opusieron a la voluntad de los cielos. Salomón hijo de David me ordenó reconocer su poder y someterme a sus órdenes. Rehusé realizarlo y le dije que más bien me expondría a su coraje que jurar la lealtad por él exigida. Para castigarme me encerró en este jarrón de cobre.

"Y a fin de que yo no rompiera mi prisión él mismo estampó sobre esta etapa de plomo su estampilla con el gran nombre de Dios sobre él. Despues dio el jarrón a otro Genio con instrucciones de arrojarme al mar.

"Mientras los primeros cien años de mi prisión prometí que si alguien me liberaba antes de ese período lo haría rico. Mientras el segundo hice juramento de que otorgaría todos los tesoros de la tierra a quien pudiera liberarme. Mientras el tercero prometí realizar de mi libertador un poderoso rey estar siempre espiritualmente a su lado y concederle cada día tres peticiones cualquiera que fue su naturaleza. Por último irritado por encontrarme debajo tan largo cautiverio juré que si alguien me liberaba lo mataría sin piedad sin concederle otro favor que darle a escoger la forma de morir."

—Por lo tanto —concluyó el Genio— dado que tú me habéis liberado hoy te ofrezco esa elección.

El pescador estaba extremadamente afligido no tanto por sí mismo como a motivo de sus tres hijos y la manera de mi muerte te conjuro por el gran nombre que estaba grabado sobre el estampilla del profeta Salomón hijo de David a contestarme verazmente la pregunta que voy a hacerte.

El Genio encontrándose obligado a dar una respuesta afirmativa a este conjuro tembló. Despues respondió al pescador
—Pregunta lo que quieras pero hazlo pronto.
—Deseo saber —consultó el pescador— si efectivamente estabas en este jarrón. ¿Te atreves a jurarlo por el gran nombre de Dios?
—Sí —replicó el Genio— me atrevo a jurar por ese gran nombre que así era.
—De buena e —contestó el pescador— no te puedo creer. El jarrón no es capaz de contener ninguno de tus miembros. ¿Cómo es probable que todo tu cuerpo pudiera reposar en él?
—¿Es probable —replicó el Genio— que tú no me creas después del solemne juramento que acabo de hacer?
—En realidad no puedo creerte —dijo el pescador—. Ni podré creerte a menos que tú entres en el jarrón otra vez.

De inmediato el cuerpo del Genio se disolvió y se cambio a sí mismo en humo extendiéndose como antes sobre la playa. Y por último recogiéndose empezó a entrar de nuevo en el jarrón en lo cual continuó hasta que ninguna porción quedó fuera. Apresuradamente el pescador cogió la cubierta de plomo y con gran rapidez la volvió a ubicar sobre el ron.

—Genio —gritó— ahora es tu turno de rogar mi favor y ayuda. Pero yo te lanzaré al mar d encontrabas. Después construiré una casa playa donde residiré y advertiré a todos los pescadores que vengan a lanzar sus redes para que se de un Genio tan malvado como tú que habéis hecho juramento de matar a la persona que te ponga e libertad.

El Genio empezó a implorar al pescador —Abre el jarrón —decía— Dadme la libertad te prometo satisfacerte a tu entero agrado.
Eres un traidor —respondió el pescado. volvería a estar en peligro de perder mi vida tan demente como para confiar en ti.

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