miércoles, 15 de octubre de 2014

Cuentos infantiles, CUENTOS INFANTILES II

Esta es otra batalla de mi paso por la EGB. Esta batalla no recuerdo dónde situarla, pero calculo que debe ser por 3º o 4º de la EGB. La fundamento de lo sucedido es porque antes las tiendas no tenían tantas cosas como ahora, y por supuesto, no había supermercados dónde se puede encotrar cualquier producto. Todo aparece cuando mi tía (madre del Tocayo) se quedó sin sal para el lavaplatos. En esta estación es imposible encontrarlo en una tienda de San Juan, esas cosas se compra a comienzo de mes en Ecorub (ya ha llovido ¿eh?).  ¿He dicho que mi tía es maestra del colegio dónde yo iba?. Pues si, entonces mi tía llamó a mi padre: ?Miguel, mandame con el niño un escaso de sal para el lavaplatos?. Mi padre en una bolsa transparente (como la de los huevos),  la llena de sal. También he de decir que por aquella estación la sal eran como pastillas, no venía molida como ahora. Lo de molerlo se lo planteraon los fabricantes después del día que llevé sal al colegio. Total. Me da mi padre la Sal y me dice que se lo dé a mi tía. Al cole siempre llegaba unos cinco minutos antes, y hablaba con los compys antes de que sonara la sirena. El asunto solía ser las manías que nos tenían los maestros. Pero antes de ir al lado de la valla, me paso por ?manolito? y me compro un duro de pictolines. Me meto uno en la boca, y me voy al sitio. Otro punto a mi favor es que mis compañeros eras unos gorrones. ?¡Qué estas comiendo!?- mi contestación: ?Caramelos caseros, ¡riquísimos!?. Todos allí como si de zombies se trataran, con las manos extendidas y con rostros desencajadas: ?dame, dame..? , por el fondo determinado que otro ?a mí, que yo soy más amigo que este?. Y yo cruzado de brazos y con gesto de enfado: ?no, no, no, no le doy a nadie?. Todos los zombies que me rodean, se pegan más a mí y entre ellos: ?¡Qué tienes una bolsa llena de caramelos!?.  Y es que soy tan buen amigo de todos que no puedo resistirme en repartir unos caramelos cuan cumpleaños se tratara. ?Toma, coge, coge y tú que me caes muy mal dos en vez de uno?. Para los zombies era un cerebro fresco, y prácticamente al únisono se metieron las pastillas en la boca. Yo le dije: ?chupad, chupas, que al comienzo sabe amargo?.?. Hasta que empezaron a escupir, babas, todos a la fuente a enjuagarse?un espectáculo. Yo me reí y me quedé tan ancho, sono la sirena y me fui a clase. La noticia de intento de envenenamiento masivo no tardó mucho en llegar al director de colegio. Viene a la clase: ?Miguel, qué habéis repartido, que tienes en una bolsa??. Menos mal que había cumplido con mi función de mensajero, y ya no tenía nada. ?Yo nada, yo nada??. Pero tardaron 0?3 en encadenar cabos y darse cuenta de que era sal para el lavaplatos. Y siguieron el procedimiento estándar que me aplicaban: llamaron a mis padres. Mis padres me reñirían y castigarían, lo normal, pero no me acuerdo. Lo que si abandonaron de usarme de mensajero, y por otro lado, la sal ya no viene en pastillas. No se si llego a Calgonit la historia. Como última defensa al reparto de ?caramelos?, decir que mi intención no era envenenar a la gente, sólo reirme, pero con esa edad no veía más allá de esas risas. Pero el mundo adulto ya se sabe: ?¡Es que si un niño se coge una pastilla entera de sal, le puede abandonar tontol!?. No, mire Ud. señor director, si hay un niño que se coge la pastilla entera, entonces es que es gilipollas, y la tontura no le viene de un escaso de sal. ¡Qué solo tiene que escupirla!. Y esa es la anécdota de los caramelos y la sal. ¡Así que cuidadín con lo que me pedís!

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