viernes, 3 de octubre de 2014

Cuentos infantiles, Cuentos infantiles,

Me encontraba en una de las decenas de estaciones de metro de Barcelona. Ni recuerdo ni importa cual. Estaba sentada, esperando, tras una mañana mas bien mala y con pocas expectativas de mejorar. En un túnel lejano, pero suficientemente cerca como para sentirlo, pasó un tren a toda velocidad. Quizás fue un tren de cercanías, un talgo, o inclusive un AVE, pero definitivamente no un metro. Era demasiado rápido. La época entera empezó a temblar y el murmullo invadió todo el lugar sonoro. El andén formaba un cuarto de círculo, cuyo otro cuarto, tras una pared, correspondía al andén contrario, y cuya otra mitad del círculo descansaba sólida debajo las vías. Las paredes, oscuras y mugrientas, que se tornaban techos en determinado punto indefinido, estaban cubiertas con unas finas y no muy bien encajadas placas de metal gris. La vibración del tren las hizo tintinear entre ellas. Vibraba el suelo, la pared, el techo, las vías, y los tímpanos. Mas cerca, luchando por ser escuchada, una voz femenina grabada repetía un mensaje por megafonía.  Para su seguridad, ésta época está dotada de cámaras de videovigilancia. Y no permitía para mí, sonar mas estúpido ese mensaje. Me recordó a ese capítulo de los Simpson, en que Bart es dueño de una fábrica preliminarmente abandonada y emplea a su amigo Milhouse como vigilante nocturno. A la mañana próximo estaba derruida.  ?¿Pero qué ha pasado Milhouse? ¡Te dije que vigilaras!? ?Y estaba vigilando... ¡Lo he visto todo! Primero las paredes empezaron a tambalearse ¡Y despues se vino todo abajo!?.

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