miércoles, 17 de septiembre de 2014

Cuentos infantiles, Discusión con la mamma III. Cuentos clásicos... y sádicos

En esta retahíla de argumentos que me estoy fabricando contra las apreciaciónes que hace mi madre sobre la violencia de los dibujitos modernos, hoy nos toca considerar a la mayoría de los cuentos clásicos, que según mi madre eran dulces y con moraleja, lo que servía para que aprendiéramos cosas importantes. Yo de lo segundo no dudo porque es realidad que los finales edulcorados de ahora, donde al malo se le perdona ?no una vez, eso estaría bien- millones de veces para que siga haciendo maldades sin reformarse ?ni una mijita?, sirven de bien escaso que hasta la pobre pelirroja me preguntó el otro día que por qué Mickey seguía siendo amigo de Pigg ?el gato coloso que parece de todo menos un gato- si siempre era malo con ellos y no supe qué decirle. Pero vamos a lo que vamos, que sí que tenían moraleja, pero ¿dulces? ¿estamos locos? Los hermanos Grimm eran los Stephen Kings del pasado, unos sádicos, así como todos sus compañeros escritores de cuentos... desde Esopo fíjese lo que le digo, que aquella anécdota del escorpión y la tortuga también tiene miga... Hagamos un breve repaso por los cuentos populares. - Los siete cabritillos. Que sí, que muchos cabritillos chiquitos y monos, pero al final le abren la barriga al lobo, se la rellenan de piedras, se la cosen y lo lanzan al río para que se ahogue. Ni perdón ni leches. Venganza al estilo mafia rusa. - Caperucita roja. En el cuento original, el lobo se había comido a la abuela ?nada de escondites en el armario que eso era muy gay para aquellos tiempos- y por eso el cazador se lía a tiros con él. Caperucita se salva, pero imagino que quedará traumatizada con el tema del lobo travestido con la ropa de su abuela difunta que aún no ha digerido, eso sin contar con el espectáculo de sangre que se sucedería en la casita. Ni Tarantino, oiga. - Blancanieves. Ya es bastante chungo que la pobre se pase media niñez fregando las escaleras de rodillas, pero que su madrastra mande asesinarla, eso es para traumatizar a cualquiera. Y por si no afuera suficiente, le pide al sicario que le traiga el corazón de la niña en un joyero ArtDecó. Venga ya... ¿eso es para todos los públicos? - Las zapatillas rojas. Ésta es sin duda la peor. Porque la niña, que se gasta el dinero que no debe en las zapatillas, se pasa bailando contra su voluntad todo el cuento en plan castigo agotador, pero por si no afuera bastante el maratón terrorífico de baile, al final para que paren, determina cortarse los pies y así aprende la lección. Total, no le queda otra. Como consuelo, el carpintero del pueblo le hace unos pinreles de madera la mar de cómodos. Vamos, una bicoca. Sádico hasta decir basta. Y así hasta el inifito...

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