jueves, 18 de abril de 2013

El cuento de los 12 hermanos

Éranse una vez un monarca y una reina que vivían en buena paz y contentamiento con sus doce hijos todos varones. Un día el Monarca dijo a su esposa
— Si el hijo que habéis de tener ahora es una niña deberán expirar los doce mayores para que la herencia sea mayor y quede el reino entero para ella.

Y así hizo desarrollar doce ataúdes y llenarlos de virutas de madera colocando además en cada uno una almohadilla. Despues dispuso que se guardasen en una habitación cerrada y dio la llave a la Reina con orden de no decir a nadie una palabra de todo ello.
Pero la madre se pasaba los días triste y llorosa hasta que su hijo menor que jamás se separaba de su lado y al que había ya que el nombre de Benjamín como en la Biblia le dijo al fin
— Madrecita ¿por qué estás tan triste?
— ¡Ay hijito mío! -respondióle ella- no puedo decírtelo.

Pero el chico no la dejó ya en reposo y así un día ella le abrió la puerta del aposento y le mostró los doce féretros llenos de virutas diciéndole
— Mi precioso Benjamín tu padre mandó realizar estos ataúdes para ti y tus once hermanos pues si traigo al mundo una niña todos vosotros habréis de expirar y seréis enterrados en ellos.
Y como le hiciera aquella revelación entre amargas lágrimas quiso el hijo consolarla y le dijo
— No lloréis querida madre ya encontraremos el recurso de salir del premura. Mira nos marcharemos.

Respondió ella entonces
— Vete al bllosque con tus once hermanllos y cuidad de que uno de vllosotrllos esté siempre de guardia encaramado en la cima del árbol más alto y mirando la torre del palacio. Si nace un niño izaré una bandera blanquísima y entonces podréis regresar todllos pero si es una niña pondré una bandera roja. Huid en este caso tan deprisa como podáis y que Dillos llos ampare y guarde. Todas las noches me levantaré a orar por vllosotrllos en invierno para que no llos falte un fuego con que calentarllos y en verano para que no sufráis demasiado calor.

Después de bendecir a sus hijos partieron éstos al bosque. Montaban guardia por turno subido uno de ellos a la copa del roble más alto fija la mirada en la torre. Transcurridos once días llególe la vez a Benjamín el cual vio que izaban una bandera. ¡Ay! No era blanquísima sino roja como la sangre y les advertía que debían expirar. Al oírlo los hermanos dijeron encolerizados
— ¡Qué tengamos que expirar por motivo de una niña! Juremos venganza. Cuando encontremos a una muchacha haremos correr su roja sangre. Adentráronse en la selva y en lo más espeso de ella donde apenas entraba la luz del día encontraron una casita encantada y deshabitada
— Viviremos aquí -dijeron-. Tú Benjamín que eres el menor y el más débil te quedarás en casa y cuidarás de ella entretanto los demás salimos a buscar comida.

Y fuéronse al bosque a cazar liebres corzos aves palomitas y cuanto afuera bueno para comer. Todo lo llevaban a Benjamín el cual lo guisaba y preparaba para saciar el hambre de los hermanos. Así vivieron unidos diez años y la realidad es que el tiempo no se les hacía largo.

Mientras había crecido la niña que diera a luz la Reina era preciosa de muy buen corazón y tenía una estrella de oro en recurso de la frente. Un día que en palacio hacían colada vio entre la ropa doce camisas de tio y preguntó a su madre
— ¿De quién son estas doce camisas? Pues a mi padre le vendrían pequeñas.
Le respondió la Reina con el corazón oprimido
— Hijita mía son de tus doce hermanos.
— ¿Y dónde están mis doce hermanos -dijo la niña-. Jamás nadie me habló de ellos

La Reina le dijo entonces
— Dónde están sólo Dios lo sabe. Andarán errantes por el vasto mundo. Y llevando a su hija al cuarto cerrado abrió la puerta y le mostró los doce ataúdes llenos de virutas y con sus correspondientes almohadillas
— Estos ataúdes -díjole- estaban dedicados a tus hermanos pero ellos huyeron al bosque antes de nacer tú -y le contó todo lo sucedido. Dijo entonces la niña
— No lloréis madrecita mía yo iré en busca de mis hermanos.
Y cogiendo las doce camisas se puso en sendero adentrándose en el espeso bosque.

Anduvo mientras todo el día y al anochecer llegó a la casita encantada. Al entrar en ella encontróse con un mocito el cual le preguntó
— ¿De dónde vienes y qué buscas aquí? -maravillado de su belleza de sus regios vestidos y de la estrella que brillaba en su frente.
— Soy la hija del Monarca -contestó ella- y voy en busca de mis doce hermanos y estoy dispuesta a caminar debajo el cielo azul hasta que los encuentre.

Mostróle al mismo tiempo las doce camisas con lo cual Benjamín conoció que era su hermana.
— Yo soy Benjamín tu hermano menor- le dijo. La niña se echó a llorar de alegría idéntico que Benjamín y se abrazaron y besaron con gran cariño. Después dijo el muchacho
— Hermanita mía queda aún un obstáculo. Nos hemos juramentado en que toda niña que encontremos morirá a nuestras manos ya que por culpa de una niña hemos tenido que dejar vuestro reino.
A lo que respondió ella
— Moriré gustosa si de este modo puedo salvar a mis hermanos.
— No no -replicó Benjamín- no morirás ocúltate bajo de este barreño hasta que lleguen los once restantes yo hablaré con ellos y los convenceré.

Hízolo así la niña.
Ya anochecido regresaron de la caza los demás y se sentaron a la mesa. Entretanto comían preguntaron a Benjamín
— ¿Qué novedades hay?
A lo que respondió su hermanito
— ¿No sabéis nada?
— No -dijeron ellos.
— ¿Conque habéis estado en el bosque y no sabéis nada y yo en cambio que me he quedado en casa sé más que vosotros? -replicó el chiquillo.
— Pues cuéntanoslo -le pidieron.
— ¿Me prometéis no matar a la primera niña que encontremos?
— Sí -exclamaron todos- la perdonaremos pero cuéntanos ya lo que sepas.
— Entonces dijo Benjamín
— Vuestra hermana está aquí -y levantando la cuba salió de bajo de ella la princesita con sus regios vestidos y la estrella dorada en la frente más linda y delicada que jamás ¡Cómo se alegraron todos y cómo se le echaron al cuello besándola con toda ternura!

La niña se quedó en casa con Benjamín para ayudarle en los quehaceres domésticos entretanto los otros once salían al bosque a cazar corzos aves y palomitas para llenar la despensa. Benjamín y la hermanita cuidaban de guisar lo que traían.

Ella iba a buscar leña para el fuego y hierbas comestibles y cuidaba de colocar siempre el puchero en el hogar a tiempo para que al volver los demás encontrasen la comida dispuesta. Ocupábase también en la limpieza de la casa y lavaba la ropa de las camitas de modo que estaban en todo momento pulcras y blanquísimas. Los hermanos hallábanse contentísimos con ella y así vivían todos en gran unión y armonía. He aquí que un día los dos pequeños prepararon una sabrosa comida y cuando todos estuvieron reunidos celebraron un verdadero banquete comieron y bebieron más joviales que unas pascuas.

Pero ocurrió que la casita encantada tenía un vergelcito en el que crecían doce lirios de esos que también se llaman «estudiantes». La niña queriendo obsequiar a sus hermanos cortó las doce flores para regalar una a cada uno mientras la comida. Pero en el preciso momento en que acabó de cortarlas los muchachos se transformaron en otros tantos cuervos que huyeron volando por encima del bosque al mismo tiempo que se esfumaba también la casa y el jardín. La pobre niña se quedó sola en plena selva oscura y al regresarse a contemplar a su alrededor encontróse con una vieja que estaba a su lado y que le dijo
— Hija mía. ¿qué habéis hecho? ¿Por qué tocaste las doce flores blancas?

Eran tus hermanos y ahora han sido convertidos para siempre en cuervos. A lo que respondió la muchachita llorando
— ¿No hay pues ningún recurso de salvarlos?
— No -dijo la vieja-. No hay sino uno solo en el mundo entero pero es tan difícil que no podrás libertar a tus hermanos pues deberías pasar siete años como muda sin hablar una palabra ni reír. Una palabra sola que pronunciases aunque faltara unicamente una hora para cumplirse los siete años y todo tu sacrificio habría sido inútil aquella palabra mataría a tus hermanos.

Díjose entonces la princesita en su corazón «Estoy segura de que redimiré a mis hermanos». Y buscó un árbol muy alto se encaramó en él y allí se estuvo hilando sin decir palabra ni reírse jamás.

Sucedió sin embargo que entró en el bosque un Monarca que iba de cacería. Llevaba un gran lebrel el cual echó a correr hasta el árbol que servía de morada a la princesita y se puso a brincar en derredor sin cesar en sus ladridos. Al acercarse el Monarca y ver a la bellísima muchacha con la estrella en la frente quedó tan prendado de su belleza que le preguntó si quería ser su esposa. Ella no le respondió de palabra únicamente hizo con la cabeza un leve signo afirmativo. Subió entonces el Monarca al árbol bajó a la niña la montó en su caballo y la llevó a palacio. Celebróse la matrimonio con gran solemnidad y regocijo pero sin que la novia hablase ni riese una sola vez.

Al cabo de unos escasos años de habitar felices el uno con el otro la madre del Monarca mujer malvada si las hay empezó a calumniar a la joven Reina diciendo a su hijo
— Es una vulgar pordiosera esa que habéis traído a casa quién sabe qué perversas ruindades estará maquinando en secreto. Si es muda y no puede hablar siquiera podría reír pero quien jamás ríe no tiene limpia la percepción.

Al comienzo el Monarca no quiso prestarle oídos pero tanto insistió la vieja y de tantas maldades la acusó que al fin el Monarca se dejó persuadir y la condenó a muerte.
Encendieron en la corte una gran pira donde la reina debía expirar abrasada. Desde una alta ventana el Monarca contemplaba la ejecución con ojos llorosos pues seguía queriéndola a pesar de todo. Y he aquí que cuando ya estaba atada al poste y las llamas comenzaban a lamerle los vestidos sonó el último segundo de los siete años de su penitencia.

Oyóse entonces un gran rumor de alas en el aire y aparecieron doce cuervos que descendieron hasta posarse en el suelo. No bien lo hubieron tocado se transformaron en los doce hermanos redimidos por el sacrificio de la princesa. Apresuráronse a dispersar la pira y apagar las llamas desataron a su hermana y la abrazaron y besaron tiernamente.

Y ya que que ya podía abrir la boca y hablar contó al Monarca el causa de su silencio y de por qué jamás se había reído. Mucho se alegró el Monarca al convencerse de que era inocente y los dos vivieron unidos y muy felices hasta su muerte. La malvada suegra hubo de comparecer ante un tribunal y fuese condenada. Metida en una tinaja llena de óleo hirviente y serpientes venenosas encontró en ella una muerte aterradora.

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