miércoles, 17 de abril de 2013

El cuento de los cisnes salvajes

Lejos de nuestras tierras allá adonde van las golondrinas cuando el invierno llega a nosotros vivía un monarca que tenía once hijos y una hija llamada Elisa. Los once hermanos eran príncipes llevaban una estrella en el torso y sable al cinto para ir a la escuela escribían con pizarrín de diamante sobre pizarras de oro y aprendían de memoria con la misma facilidad con que leían en seguida se notaba que eran príncipes. Elisa la hermana se sentaba en un escabel de reluciente cristal y tenía un libro de estampas que había costado lo que valía la mitad del reino.

¡Qué bien lo pasaban aquellos niños! Lástima que aquella dicha no pudiese durar siempre.

Su padre Monarca de todo el país casó con una reina perversa que odiaba a los pobres niños. Ya al primer día pudieron ellos darse cuenta. Fuese el caso que había gran gala en todo el palacio y los pequeños jugaron a «visitas» pero en vez de recibir pasteles y manzanas asadas como se suele en tales ocasiones la nueva Reina no les dio más que arena en una taza de té diciéndoles que imaginaran que era otra cosa.

A la semana próximo mandó a Elisa al tema a habitar con unos labradores y antes de mucho tiempo le había ya dicho al Monarca tantas cosas malas de los príncipes que éste acabó por desentenderse de ellos.

-¡A volar por el mundo y apáñense por su cuenta! -exclamó un día la perversa mujer- ¡a volar como masivos aves sin voz!

Pero no pudo llegar al extremo de maldad que habría querido los niños se transformaron en once hermosísimos cisnes salvajes. Con un raro grito emprendieron el vuelo por las ventanas de palacio y cruzando el parque desaparecieron en el bosque.

Era aún de madrugada cuando pasaron por el espacio donde su hermana Elisa yacía dormida en el cuarto de los campesinos y aunque describieron varios círculos sobre el tejado estiraron los largos cuellos y estuvieron aleteando vigorosamente nadie los oyó ni los vio. Hubieron de proseguir remontándose basta las nubes por esos mundos de Dios y se dirigieron hacia un gran bosque tenebroso que se extendía hasta la misma orilla del mar.

La pobre Elisita seguía en el cuarto de los labradores jugando con una hoja verde único juguete que poseía. Abriendo en ella un agujero miró el sol a su través y le pareció como si viera los ojos límpidos de sus hermanos y cada vez que los rayos del sol le daban en la rostro creía sentir el calor de sus besos.

Pasaban los días monótonos e iguales. Cuando el viento soplaba por entre los masivos setos de rosales plantados delante de la casa susurraba a las rosas

-¿Qué puede haber más bonito que ustedes?

Pero las rosas meneaban la cabeza y respondían

-Elisa es más preciosa.

Cuando la vieja de la casa sentada los domingos en el umbral leía su devocionario el viento le volvía las hojas y preguntaba al libro

-¿Quién puede ser más piadoso que tú?

-Elisa es más piadosa -replicaba el devocionario y lo que decían las rosas y el libro era la pura realidad. Porque aquel libro no podía mentir.

Habían convenido en que la niña regresaría a palacio cuando cumpliese los quince años pero al ver la Reina lo preciosa que era sintió rencor y odio y la habría transfigurado en cisne como a sus hermanos sin embargo no se atrevió a realizarlo en seguida porque el Monarca quería ver a su hija.

Por la mañana muy temprano fuese la Reina al cuarto de danza que era todo él de mármol y estaba adornado con espléndidos almohadones y cortinajes y cogiendo tres sapos los besó y dijo al primero

-Súbete sobre la cabeza de Elisa cuando esté en el baño para que se vuelva estúpida como tú. Ponte sobre su frente -dijo al segundo- para que se vuelva como tú de fea y su padre no la reconozca.

Y al tercero

-Siéntate sobre su corazón e infúndele malos sentimientos para que sufra.

Echó despues los sapos al agua clara que inmediatamente se tiñó de verde y llamando a Elisa la desnudó mandándole entrar en el baño y al realizarlo uno de los sapos se le puso en la cabeza el otro en la frente y el tercero en el torso sin que la niña pareciera notario y en cuanto se incorporó tres rojas flores de adormidera aparecieron flotando en el agua. Aquellos animales eran ponzoñosos y habían sido besados por la bruja de lo opuesto se habrían transfigurado en rosas encarnadas. Sin embargo se convirtieron en flores por el solo hecho de haber estado sobre la cabeza y sobre el corazón de la princesa la cual era demasiado buena e inocente para que los hechizos tuviesen acción sobre ella.

Al verlo la malvada Reina la frotó con jugo de nuez de modo que su cuerpo adquirió un tinte pardo negruzco le untó despues la rostro con una pomada apestosa y le desgreñó el pelo. Era imposible reconocer a la preciosa Elisa.

Por eso se asustó su padre al verla y dijo que no era su hija. Nadie la reconoció excepto el perro mastín y las golondrinas pero eran pobres animales cuya opinión no contaba.

La pobre Elisa rompió a llorar pensando en sus once hermanos ausentes. Salió angustiada de palacio y mientras todo el día estuvo vagando por campos y eriales adentrándose en el bosque inmenso. No sabía adónde dirigirse pero se sentía acongojada y anhelante de descubrir a sus hermanos que a buen seguro andarían también vagando por el amplio mundo. Hizo el propósito de buscarlos.

Llevaba escaso rato en el bosque cuando se hizo de noche la doncella había perdido el sendero. Se tendió sobre el blando musgo y rezadas sus oraciones vespertinas reclinó la cabeza sobre un tronco de árbol. Reinaba un mutismo absoluto el aire estaba tibio y en la hierba y el musgo que la rodeaban lucían las verdes lucecitas de centenares de luciérnagas cuando tocaba con la mano una de las ramas los insectos luminosos caían al suelo como estrellas fugaces.

Toda la noche estuvo soñando en sus hermanos. De nuevo los veía de niños jugando escribiendo en la pizarra de oro con pizarrín de diamante y contemplando el maravilloso libro de estampas que había costado recurso reino pero no escribían en el tablero como antes ceros y rasgos sino las osadísimas gestas que habían realizado y todas las cosas que habían visto y vivido y en el libro todo cobraba vida los pájaros cantaban y las personas salían de las páginas y hablaban con Elisa y sus hermanos pero cuando volvía la hoja saltaban de nuevo al interior para que no se produjesen confusiones en el texto.

Cuando despertó el sol estaba ya alto sobre el horizonte. Elisa no podía verlo pues los altos árboles formaban un techo de espesas ramas pero los rayos jugueteaban allá afuera como un ondeante velo de oro. El tema esparcía sus olores y las avecillas venían a posarse casi en sus hombros oía el chapoteo del agua pues fluían en aquellos alrededores muchas y caudalosas fuentes que iban a desaguar en un lago de límpido fondo arenoso. Había si matorrales muy espesos pero en un punto los ciervos habían hecho una ancha abertura y por ella bajó Elisa al agua. Era ésta tan cristalina que de no haber agitado el viento las ramas y matas la muchacha habría podido pensar que estaban pintadas en el suelo tal era la claridad con que se reflejaba cada hoja tanto las bañadas por el sol como las que se hallaban en la sombra.

Al ver su propio cara tuvo un gran sobresalto tan negro y feo era pero en cuanto se hubo frotado los ojos y la frente con la mano mojada volvió a lustrar su blanquísima piel. Se desnudó y se metió en el agua pura en el mundo entero no se habría encontrado una princesa tan preciosa como ella.

Vestida ya de nuevo y trenzado el largo pelo se dirigió a la fuente borboteante bebió del hueco de la mano y prosiguió su marcha por el bosque a la ventura sin saber adónde. Pensaba en sus hermanos y en Dios misericordioso que posiblemente no la abandonaría El hacía aumentar las manzanas silvestres para alimentar a los hambrientos y la guió hasta uno de aquellos árboles cuyas ramas se doblaban dedebajo el peso del resultado. Comió de él y después de ubicar apoyos para las ramas se adentró en la fracción más oscura de la selva. Reinaba allí un mutismo tan profundo que la muchacha oía el rumor de sus propios pasos y el de las hojas secas que se doblaban dedebajo sus pies. No se veía ni un pájaro ni un rayo de sol se filtraba por entre las corpulentas y densas ramas de los árboles cuyos altos troncos estaban tan cerca unos de otros que al contemplar la doncella a lo alto le parecía verse rodeada por un enrejado de vigas. Era una soledad como jamás había conocido.

La noche próximo fuese muy oscura ni una diminuta luciérnaga brillaba en el musgo. Ella se echó triste a dormir y entonces tuvo la impresión de que se apartaban las ramas extendidas encima de su cabeza y que Dios Vuestro Señor la miraba con ojos benévolos entretanto unos angelitos le rodeaban y asomaban por entre sus brazos.

Al despertarse por la mañana no sabía si había soñado o si todo aquello había sido verdad.

Anduvo unos pasos y se encontró con una vieja que llevaba bayas en una cesta. La mujer le dio unas cuantas y Elisa le preguntó si por casualidad había visto a los once príncipes cabalgando por el bosque.

-No -respondió la vieja- pero ayer vi once cisnes con coronas de oro en la cabeza que iban río bajo.

Acompañó a Elisa un trecho hasta una ladera a cuyo pie serpenteaba un riachuelo. Los árboles de sus orillas extendían sus largas y frondosas ramas al encuentro unas de otras y allí donde no se alcanzaban por su crecimiento natural las raíces salían al exterior y formaban un entretejido por encima del agua.

Elisa dijo adiós a la vieja y siguió por la borde del río hasta el punto en que éste se vertía en el gran mar abierto.

Frente a la doncella se extendía el soberbio océano pero en él no se divisaba ni una vela ni un bote. ¿Cómo seguir adelante? Consideró las innúmeras piedrecitas de la playa redondeadas y pulimentadas por el agua. Cristal hierro piedra todo lo acumulado allí había sido moldeado por el agua a pesar de ser ésta mucho más blanda que su mano. «La ola se mueve incesantemente y así alisa las cosas duras pues yo seré tan incansable como ella. Gracias por su lección olas claras y saltarinas algún día me lo dice el corazón me llevarán al lado de mis hermanos queridos».

Entre las algas arrojadas por el mar a la playa yacían once blanquísimas plumas de cisne que la niña recogió haciendo un haz con ellas. Estaban cuajadas de gotitas de agua rocío o lágrimas ¿quién sabe?. Se hallaba sola en la orilla pero no sentía la soledad pues el mar cambiaba constantemente en unas horas se transformaba más veces que los lagos en todo un año. Si avanzaba una gran nube negra el mar parecía decir «¡Ved qué tenebroso puedo ponerme!». Despues soplaba viento y las olas volvían al exterior su fracción blanquísima. Pero si las nubes eran de rojo y los vientos dormían el mar podía comdetenerse con un pétalo de rosa era ya verde ya blanco aunque por mucha calma que en él reinara en la orilla siempre se percibía un leve movimiento el agua se levantaba débilmente como el torso de un niño dormido.

A la hora del ocaso Elisa vio que se acercaban volando once cisnes salvajes coronados de oro iban alineados uno tras otro creando una larga cinta blanquísima. Elisa remontó la ladera y se escondió detrás de un matorral los cisnes se posaron muy cerca de ella agitando las masivos alas blanquísimas.

No bien el sol hubo desaparecido debajo el horizonte se desprendió el plumaje de las aves y aparecieron once apuestos príncipes los hermanos de Elisa. Lanzó ella un agudo grito pues aunque sus hermanos habían cambiado mucho la muchacha comprendió que eran ellos algo en su interior le dijo que no podían ser otros. Se arrojó en sus brazos llamándolos por sus nombres y los mozos se sintieron indeciblemente felices al ver y reconocer a su hermana tan mayor ya y tan preciosa. Reían y lloraban a la vez y pronto se contaron mutuamente el cruel proceder de su madrastra.

-Nosotros -dijo el hermano mayor- volamos convertidos en cisnes salvajes entretanto el sol está en el cielo pero en cuanto se ha ya que recobramos vuestra figura humana por eso debemos cuidar siempre de tener un punto de apoyo para los pies a la hora del anochecer pues entonces si volásemos hacia las nubes nos precipitaríamos al abismo al recuperar vuestra condición de hombres. No habitamos aquí allende el océano hay una tierra tan preciosa como ésta pero el sendero es muy largo a través de todo el mar y sin islas donde pernoctar sólo un arrecife solitario emerge de las aguas justo para descansar en él pegados unos a otros y si el mar está muy movido sus olas saltan por encima de nosotros pero con todo damos gracias a Dios de que la roca esté allí. En ella pasamos la noche en figura humana si no la debiera jamás podríamos visitar vuestra amada tierra natal pues la travesía nos lleva dos de los días más largos del año. Una sola vez al año podemos regresar a la patria donde nos está permitido permanecer por lugar de once días volando por encima del bosque desde el cual vemos el palacio en que nacimos y que es morada de vuestro padre y el alto campanario de la iglesia donde está enterrada vuestra madre. Estando allí nos parece como si árboles y matorrales fuesen familiares vuestros los caballos salvajes corren por la estepa como los vimos en vuestra infancia los carboneros cantan las viejas canciones a cuyo ritmo bailábamos de pequeños es vuestra patria que nos atrae y en la que te hemos encontrado hermanita querida. Poseemos aún dos días para quedarnos aquí pero despues deberemos cruzar el mar en busca de una tierra espléndida pero que no es la vuestra. ¿Cómo llevarte con nosotros? no tenemos ningún barco ni un mísero bote nada en absoluto que pueda flotar.

-¿Cómo podría yo redimirlos? -preguntó la muchacha.

Estuvieron hablando casi toda la noche y durmieron bien pocas horas.

Elisa despertó con el aleteo de los cisnes que pasaban volando sobre su cabeza. Sus hermanos transformados de nuevo volaban en masivos círculos y se alejaron pero uno de ellos el menor de todos se había quedado en tierra reclinó la cabeza en su regazo y ella le acarició las blanquísimas alas y así pasaron unidos todo el día. Al anochecer regresaron los otros y cuando el sol se puso recobraron todos su figura natural.

-Mañana nos marcharemos de aquí para no regresar hasta dentro de un año pero no podemos dejarte de este modo. ¿Te sientes con valor para venir con nosotros? Mi brazo es lo bastante robusto para llevarte a través del bosque y ¿no tendremos entre todos la fuerza suficiente para transportarte volando por encima del mar?

-¡Sí llévenme con ustedes! -dijo Elisa.

Emplearon toda la noche tejiendo una grande y resistente red con juncos y flexible corteza de sauce. Se tendió en ella Elisa y cuando salió el sol y los hermanos se hubieron transfigurado en cisnes salvajes cogiendo la red con los picos echaron a volar con su hermanita que aún dormía en ella y se remontaron hasta las nubes. Al ver que los rayos del sol le daban de lleno en la rostro uno de los cisnes se situó volando sobre su cabeza para hacerle sombra con sus anchas alas extendidas.

Estaban ya muy lejos de tierra cuando Elisa despertó. Creía soñar aún pues tan raro le parecía verse en los aires transportada por encima del mar. A su lado tenía una rama llena de exquisitas bayas rojas y un manojo de raíces aromáticas. El hermano menor las había recogido y ya que junto a ella.

Elisa le dirigió una sonrisa de gratitud pues lo reconoció era el que volaba encima de su cabeza haciéndole sombra con las alas.

Iban tan altos que el primer barco que vieron a sus pies parecía una blanquísima gaviota posada sobre el agua. Tenían a sus espaldas una gran nube era una montaña en la que se proyectaba la sombra de Elisa y de los once cisnes ello demostraba la enorme altura de su vuelo. El cuadro era magnífico como jamás viera la muchacha pero al elevarse más el sol y quedar rezagada la nube se desvaneció la preciosa silueta.

Siguieron volando mientras todo el día raudos como zumbantes flechas y sin embargo llevaban menos velocidad que de tradición pues los frenaba el peso de la hermanita. Se levantó mal tiempo y el atardecer se acercaba Elisa veía angustiada cómo el sol iba hacia su ocaso sin que se vislumbrase el solitario arrecife en la superficie del mar. Se daba cuenta de que los cisnes aleteaban con mayor fuerza. ¡Ah! ella tenía la culpa de que no pudiesen avanzar con la ligereza necesaria al desaparecer el sol se transformarían en seres humanos se precipitarían en el mar y se ahogarían. Desde el fondo de su corazón elevó una plegaria a Dios misericordioso pero el acantilado no aparecía. Los negros nubarrones se aproximaban por momentos y las fuertes ráfagas de viento anunciaban la tempestad. Las nubes formaban un único arco grande y amenazador que se adelantaba como si fue de plomo y los rayos se sucedían sin interrupción.

El sol se hallaba ya al nivel del mar. A Elisa le palpitaba el corazón los cisnes descendieron bruscamente con tanta rapidez que la muchacha tuvo la sensación de caerse pero en seguida reanudaron el vuelo. El círculo solar había desaparecido en su mitad bajo del horizonte cuando Elisa distinguió por primera vez el arrecife al fondo tan chico que se habría dicho la cabeza de una foca asomando afuera del agua. El sol seguía ocultándose rápidamente ya no era mayor que una estrella cuando su pie tocó tierra firme y en aquel mismo momento el astro del día se apagó cual la última chispa en un papel encendido. Vio a sus hermanos rodeándola cogidos todos del brazo había el sitio justo para los doce el mar azotaba la roca proyectando sobre ellos una lluvia de agua pulverizada el cielo parecía una enorme hoguera y los truenos retumbaban sin interrupción. Los hermanos cogidos de las manos cantaban salmos y encontraban en ellos confianza y valor.

Al alba el cielo purísimo estaba en calma no bien salió el sol los cisnes reemprendieron el vuelo alejándose de la isla con Elisa. El mar seguía aún muy agitado cuando los pasajeros estuvieron a gran altura les pareció como si las blanquísimas crestas de espuma que se destacaban sobre el agua verde negruzca fuesen millones de cisnes nadando entre las olas.

Al elevarse más el sol Elisa vio ante sí a lo lejos flotando en el aire una tierra montañosa con las rocas cubiertas de brillantes masas de hielo en el instituto se extendía un palacio que bien mediría una milla de extensión con atrevidas columnatas superpuestas bajo ondeaban palmerales y magníficas flores masivos como ruedas de molino. Preguntó si era aquél el país de destino pero los cisnes sacudieron la cabeza negativamente lo que veía era el soberbio castillo de nubes de la Fata Morgana eternamente cambiante no había allí espacio para criaturas humanas. Elisa clavó en él la mirada y vio cómo se derrumbaban las montañas los bosques y el castillo quedando reemplazados por veinte altivos templos todos iguales con altas torres y ventanales puntiagudos. Creyó oír los sones de los órganos pero lo que en verdad oía era el rumor del mar. Estaba ya muy cerca de los templos cuando éstos se transformaron en una gran flota que navegaba bajo de ella y al contemplar al fondo vio que eran brumas marinas deslizándose sobre las aguas. Visiones constantemente cambiantes desfilaban ante sus ojos hasta que al fin vislumbró la tierra real término de su viaje con grandiosas montañas azules cubiertas de bosques de cedros ciudades y palacios. Mucho antes de la puesta del sol se encontró en la cima de una roca frente a una gran cueva revestida de delicadas y verdes plantas trepadoras comparables a bordadas alfombras.

-Vamos a ver lo que sueñas aquí esta noche -dijo el menor de los hermanos mostrándole el dormitorio.

-¡Quiera el Cielo que sueñe la forma de salvarlos! -respondió ella aquella idea no se le iba de la mente y rogaba a Dios de todo corazón pidiéndole ayuda hasta en sueños le rezaba. Y he aquí que le pareció como si saliera volando a gran altura hacia el castillo de la Fata Morgana el hada hermosísima y reluciente salía a su encuentro y sin embargo se parecía a la vieja que le había dado bayas en el bosque y hablado de los cisnes con coronas de oro.

-Tus hermanos pueden ser redimidos -le dijo- pero ¿tendrás tú valor y constancia suficientes? Cierto que el agua moldea las piedras a pesar de ser más blanda que tus finas manos pero no siente el dolor que sentirán tus dedos y no tiene corazón no experimenta la angustia y la pena que tú habrás de soportar. ¿Ves esta ortiga que poseo en la mano? Pues alrededor de la cueva en que duermes crecen muchas de su especie pero fíjate bien en que únicamente sirven las que crecen en las tumbas del cementerio. Tendrás que recogerlas por más que te llenen las manos de ampollas ardientes rompe las ortigas con los pies y obtendrás lino con el cual tejerás once camisones los echas sobre los once cisnes y el embrujo desaparecerá. Pero recuerda bien que desde el instante en que empieces la labor hasta que la termines no te está permitido pronunciar una palabra aunque el esfuerzo dure años. A la primera que pronuncies un puñal homicida se hundirá en el corazón de tus hermanos. De tu idioma depende sus vidas. No olvides nada de lo que te he dicho.

El hada tocó entonces con la ortiga la mano de la dormida doncella y ésta despertó como al contacto del fuego. Era ya pleno día y muy cerca del espacio donde había dormido crecía una ortiga idéntica a la que viera en sueños. Cayó de rodillas para dar gracias a Dios misericordioso y salió de la cueva dispuesta a iniciar su esfuerzo.

Cogió con sus delicadas manos las horribles plantas que quemaban como fuego y se le formaron masivos ampollas en manos y brazos pero todo lo resistía gustosamente con tal de poder liberar a sus hermanos. Partió las ortigas con los pies descalzos y trenzó el verde lino.

Al anochecer llegaron los hermanos los cuales se asustaron al descubrir a Elisa muda. Creyeron que se trataba de algún nuevo embrujo de su perversa madrastra pero al ver sus manos comprendieron el sacrificio que su hermana se había impuesto por su amor el más chico rompió a llorar y donde caían sus lágrimas se le mitigaban los dolores y le desaparecían las abrasadoras ampollas.

Pasó la noche trabajando pues no quería tomarse un momento de descanso hasta que hubiese redimido a sus hermanos queridos y continuó mientras todo el día próximo en ausencia de los cisnes y aunque estaba sola jamás pasó para ella el tiempo tan de prisa. Tenía ya terminado un camisón y comenzó el segundo.

En esto resonó un cuerno de caza en las montañas y la princesa se asustó. Los sones se acercaban progresivamente acompañados de ladridos de perros por lo que Elisa corrió a esconderse en la cueva y atando en un fajo las ortigas que había recogido y peinado se sentó encima.

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