jueves, 4 de abril de 2013

El cuento dela pequeña figurita

El cuarto de los niños estaba lleno de juguetes. En lo más alto del armario estaba la hucha era de arcilla y tenía figura de cerdo con una rendija en la espalda naturalmente rendija que habían agrandado con un cuchillo para que pudiesen introducirse escudos de plata y contenía ya dos de ellos amén de muchos chelines. El cerdito-hucha estaba tan lleno que al agitarlo ya no sonaba lo cual es lo máximo que a una hucha puede pedirse. Allí se estaba en lo alto del armario elevado y digno mirando altanero todo lo que quedaba por bajo de él bien sabía que con lo que llevaba en la barriga habría podido comprar todo el resto y a eso se le llama estar seguro de sí mismo.

Lo mismo pensaban los restantes objetos aunque se lo callaban pues no faltaban asuntos de conversación. El cajón de la cómoda recurso abierto permitía ver una gran muñeca más bien vieja y con el cuello remachado. Mirando al exterior dijo

-Ahora jugaremos a personas que siempre es divertido.

-¡El alboroto que se armó! Hasta los cuadros se volvieron de rostro a la pared -pues bien sabían que tenían un reverso- pero no es que tuvieran nada que oponer.

Era medianoche la luz de la luna entraba por la ventana iluminando gratis la habitación. Era el momento de empezar el juego todos fueron invitados inclusive el cochecito de los niños a pesar de que contaba entre los juguetes más bastos.

-Cada uno tiene su mérito propio -dijo el cochecito-. No todos podemos ser nobles. Alguien tiene que realizar el esfuerzo como suele decirse.

El cerdo-hucha fuese el único que recibió una invitación escrita estaba demasiado alto para suponer que oiría la invitación oral. No contestó si pensaba o no acudir y de hecho no acudió. Si tenía que beber fracción en la fiesta lo haría desde su propio espacio. Que los demás obraran en consecuencia y así lo hicieron.

El chico teatro de títeres fuese colocado de manera que el cerdo lo viera de frente empezarían con una representación teatral despues habría un té y debate común pero comenzaron con el debate el caballo-columpio habló de ejercicios y de pura sangre el cochecito lo hizo de trenes y vapores cosas todas que estaban dentro de sus respectivas especialidades y de las que podían disertar con conocimiento de motivo. El reloj de pared habló de los tiquismiquis de la política. Sabía la hora que había dado la campana aun cuando alguien afirmaba que jamás andaba bien. El bastón de bambú se hallaba también presente orgulloso de su virola de latón y de su pomo de plata pues iba acorazado por los dos extremos. Sobre el sofá yacían dos almohadones bordados muy monos y con muchos pajarillos en la cabeza. La comedia podía empezar pues.

Se sentaron todos los espectadores y se les dijo que podían chasquear crujir y repiquetear según les viniera en gana para presentar su regocijo. Pero el látigo dijo que él no chasqueaba por los viejos sino únicamente por los jóvenes y sin compromiso.

-Pues yo lo hago por todos -replicó el petardo.

-Bueno en un sitio u otro hay que estar -opinó la escupidera.

Tales eran pues los pensamientos de cada cual entretanto presenciaba la función. No es que ésta valiera gran cosa pero los actores actuaban bien todos volvían el lado pintado hacia los espectadores pues estaban construidos para mirarlos sólo por aquel lado y no por el contrario. Trabajaron estupendamente siempre en primer plano de la escena tal vez el hilo resultaba demasiado largo pero así se veían mejor. La muñeca remachada se emocionó tanto que se le soltó el remache y en cuanto al cerdo-hucha se impresionó también a su forma por lo que pensó realizar algo en favor de uno de los artistas decidió acordarse de él en su testamento y disponer que cuando llegase su hora fue enterrado con él en el panteón de la familia.

Se divertían tanto con la comedia que se renunció al té contentándose con el debate. Esto es lo que ellos llamaban jugar a «hombres y mujeres» y no había en ello ninguna malicia pues era sólo un juego. Cada cual pensaba en sí mismo y en lo que debía pensar el cerdo éste fuese el que estuvo cavilando por más tiempo pues reflexionaba sobre su testamento y su entierro que por muy lejano que estuviesen siempre llegarían demasiado pronto. Y de repente ¡cataplum! se cayó del armario y se hizo mil fragmentos en el suelo entretanto los chelines saltaban y bailaban las piezas menores gruñían las masivos rodaban por el piso y un escudo de plata se empeñaba en salir a correr mundo. Y salió lo mismo que los demás en tanto que los cascos de la hucha iban a detener a la basura pero ya al día próximo había en el armario una nueva hucha también en figura de cerdo. No tenía aún ni un chelín en la barriga por lo que no podía matraquear en lo cual se parecía a su antecesora todo es comenzar y con este comienzo pondremos punto final al cuento.

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