jueves, 28 de marzo de 2013

La historia de la pastorcita

Había una vez...

... En una sala con recuerdos de antepasados un aparador con la madera ennegrecida por el paso de los años y totalmente tallado de flores hojas y cargados ornamentos. Entre las rosas y los tulipanes ridículamente socavados en la madera asomaban unas cabecitas de ciervos con masivos astas y en el mismo instituto se presentaba la figura de un tio de expresión burlona con patas de chivo y cuernos en la frente. Se lo representaba con larga barba y los niños de la casa lo habían apodado General-Mandamás-en-Vanguardia-y Retaguardia-Guillermitopatasdechivo.

Era un nombre de muy difícil pronunciación y no son muchos los que alcanzan un grado tan alto en el ejército. Tenía que haber sido un personaje muy significativo pues si no ¿quién se debiera tomado tanto esfuerzo en tallarlo? En fin de todos modos allí estaba y todo el tiempo le era escaso para contemplar hacia la mesa que había bajo del espejo por la sencilla razón de que allí se ubicaba una linda pastorcita de porcelana.

La pastorcita llevaba zapatos dorados el vestido delicadamente sujeto con una rosa roja un sombrero de oro y un cayado también de oro era Simplemente encantadora. Muy cerca de ella estaba colocado un chico deshollinador de chimeneas negro como el carbón aunque también estaba hecho de porcelana. Realmente era tan limpio y pulcro como el que más pues como ven no dejaba de ser un deshollinador de ornato. El artesano que lo hizo de habérselo sugerido habría podido convertirlo fácilmente en un príncipe pues sostenía su escalera de la forma más graciosa y sus mejillas eran tan rosadas y blanquísimas como las de una muchacha. Esto de casualida afuera un defecto ya que no le habrían venido mal determinadas máculas de tizne.

Lo habían situado muy cerca de la pastora y como era de esperarse se enamoraron enseguida. Sin duda que estaban hechos el uno para el otro pues ambos venían de la misma porcelana y eran igualmente jóvenes y frágiles.

Cerca de ellos casi tres veces más grande había otra figura un chino viejo que podía menear la cabeza. También estaba hecho de porcelana y afirmaba aunque no podía probarlo que era el abuelo de la pastorcita. Fue o no realidad pasaba por guardián suyo así que cuando el General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo pidió la mano de la pastora el chino viejo se la concedió con un movimiento de la cabeza.

—Ése es el marido que te conviene —le dijo— apostaría a que está hecho de caoba. Serás la señora del General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo.
Ese aparador suyo está lleno de plata y ¡vaya usted a saber la de cosas que tendrá guardadas en las gavetas!

—Me niego a entrar en ese oscuro aparador —respondió la pastorcita—. Me han dicho que ya tiene encerradas dentro a once esposas de porcelana.

—Entonces tú completarás la docena —dijo el chino—. Esta noche tan pronto el viejo aparador empiece a crujir te casas con él o yo no soy un chino.

Y despues de cabecear otra vez se quedó dormido.

Pero la pastorcita estaba deshecha en llanto y miró a su idolatrado novio el deshollinador de chimeneas.

—Por favor —le dijo ella— vayámonos por el ancho mundo aquí no podemos quedarnos.

—Haré lo que tú quieras —respondió el deshollinador—. Vámosnos ahora mismo. Estoy seguro de que con mi esfuerzo lograré ganar lo suficiente para los dos.

—¡Ojalá estuviésemos ya a salvo en el suelo! —dijo ella—. No me sentiré tranquila hasta que no estemos allá fuera en el ancho y vasto mundo.

El deshollinador hizo lo que pudo para consolarla. Le enseñó cómo colocar sus piececitos en los margenes tallados de la mesa y despues en las molduras doradas que descendían alrededor de las patas y así y con la ayuda de la escalera se encontraron por fin en el suelo. Pero cuando volvieron la vista al viejo aparador ¡qué sorpresa se llevaron! Allí todo era agitación por todas fracciónes los ciervos asomaban sus cabezas y estiraban sus astas y retorcían sus cuellos. El General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo no hacía más que dar brincos entretanto le gritaba al chino viejo

—¡Mira que se escapan! ¡Mira que se escapan!

Aquello acabó por asustarlos y de un salto se metieron en la gaveta que había debajo el asiento de la ventana. Allí encontraron tres o cuatro naipes —ninguna de ellas completa— y un chico teatro de muñecos que ya estaba armado de la mejor manera probable. Se hallaban representando una comedia y todas las reinas —de copas y oros de espadas y bastos— ocupaban la primera fila y se abanicaban con sus tulipanes entretanto las sotas permanecían de pie tras ellas dejando ver bien diáfano que tenían dos cabezas una arriba y otra adebajo tal como sucede en la naipe. La comedia trataba de dos novios a quienes no permitían casarse y esto hizo llorar a la pastorcita por lo mucho que se parecía su particular historia.

—No puedo soportarlo más —dijo—. Poseo que salir de esta gaveta.

Pero en cuanto llegaron al suelo vieron que allá sobre la mesa el chino viejo se había despertado y se estaba meciendo con todo el cuerpo atrás y adelante pues quiero que sepan que por bajo era de una sola pieza.

—¡Ahí viene el chino viejo! —gritó la pastorcita y se asustó tanto que cayó sobre sus rodillas de porcelana.

—Se me ocurre una idea —dijo el deshollinador—. Si nos deslizáramos dentro de esa gran vasija de flores que está en el rincón podríamos escondernos entre las rosas y la lavanda y echarle sal en los ojos cuando se acercase.

—No ganaríamos nada con ello —dijo la pastorcita—. Sé que la vasija y el chino viejo fueron novios en un tiempo y cuando dos personas se han querido siempre les queda un resto de afecto. No no hay más remedio que irnos por el ancho mundo.

—¿Y de veras serás tan valiente como para arriesgarte a tanto como para salir conmigo por el ancho mundo? —preguntó el deshollinador—. ¿Te das bien cuenta de lo grande que es y de que jamás más podremos regresar aquí?

—Sí —respondió ella.

Entonces el deshollinador la miró fijamente y le dijo

—Mi sendero pasa a través de la chimenea. ¿Eres de realidad tan valiente que te atrevas a entrar conmigo en la estufa y a trepar despues por el caño arriba hasta meternos en la chimenea? Una vez allí sé muy bien lo que poseo que realizar. Subiremos tan alto que no podrán alcanzarnos y en el extremo sobresaliente de la chimenea hallaremos la abertura que desemboca en el ancho mundo.

Y la condujo hasta la puerta de la estufa.

—¡Qué oscura es! —dijo la pastorcita. Pero lo siguió a pesar de todo a través de la estufa hasta meterse por el caño donde era noche cerrada.

—Ahora ya estamos en la chimenea —dijo él—. ¡Mira mira cómo brilla esa estrella allá en lo alto!

Sí era en verdad una estrella que desde el cielo les enviaba su luz como si quisiera enseñarles el sendero. Y se arrastraron y treparon —la subida era horrible— siempre arriba y más arriba. Y en todo el tiempo el deshollinador no dejaba de ayudar a la pastorcita alzándola y sujetándola y enseñándole los mejores sitios donde colocar sus piececitos de porcelana. Hasta que por fin alcanzaron el remate mismo de la chimenea y se sentaron en el margen pues se hallaban muertos de cansancio y no es para maravillarse.

Allá sobre sus cabezas se abría la noche con todas sus estrellas y bajo yacía la ciudad con todos sus tejados. Alrededor de ellos y tan lejos como alcanzaba la vista extendíase el ancho mundo. La pobre pastora no había imaginado jamás nada parecido y reclinando su cabecita sobre el hombro del deshollinador se echó a llorar y a llorar hasta que comenzó a desteñirse el oro de la banda que llevaba a la cintura.

—¡Eso es demasiado! —dijo—. No puedo soportarlo el mundo es demasiado grande. ¡Quién pudiera estar otra vez en aquella mesita debajo el espejo! No volveré a ser feliz hasta que no regrese. Te he seguido hasta el ancho mundo ahora si algo me amas tendrás que llevarme otra vez a casa.

El deshollinador trató de convencerla con todos los razonamientos imaginables. Le recordó al chino viejo y al General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo pero ella lloraba tan amargamente y daba tantos besos a su chico deshollinador de chimeneas que éste hubo de ceder al fin aunque le pareció que aquello era lo peor que podían realizar.

Con masivos problemas arrastráronse de nuevo por la chimenea bajo se deslizaron por el estrecho y desagradable caño y otra vez se encontraron dentro de la oscura estufa desde cuya puerta se pusieron a atisbar lo que ocurría en la estancia.

No se escuchaba ni el más chico ruido. Se asomaron un escaso y… ¡Santo cielo! ¡Allí en recurso del piso yacía deshecho el chino viejo! Al tratar de perseguirlos se había caído de la mesa y allí estaba roto en tres fragmentos. Toda la espalda se le había desprendido en bloque y la cabeza había rodado a un rincón. El General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo estaba donde siempre absorto en profundos pensamientos.

—¡Qué horror! —exclamó la pastorcita—. El abuelo está roto y todo por culpa vuestra. No me consolaré jamás.

Y se retorcía sus manos delicadas.

—Todavía hay tiempo de repararlo —dijo el deshollinador—. Puede quedar muy bien. Vaya no hay por qué angustiarse tanto. En cuanto le arreglen la espalda y le pongan un hermoso remache en el cuello quedará otra vez como nuevo y podrá decirnos aún muchas cosas desagradables.

—¿De veras que lo crees así? —dijo ella. Y enseguida treparon a la mesa donde habían estado antes.

—Bien ya estamos otra vez en el punto de partida —dijo el deshollinador—. Podíamos habernos ahorrado todo el esfuerzo.

—¡Cómo me gustaría que el abuelo estuviese ya a salvo con su remache! —dijo la pastorcita—. ¿Crees que costará mucho?

¡Vaya si lo repararon bien! La familia hizo que le pegaran la espalda y que le pusieran en el cuello un hermoso remache. Estaba como nuevo sólo que no podía mover la cabeza.

—Te habéis vuelto muy orgulloso y estirado desde que te caíste —dijo el General-Mandamás-en-Vanguardia-y-Retaguardia-Guillermitopatasdechivo— aunque no encuentro en ello ningún causa de orgullo. Y a fin de cuentas ¿Vas a entregármela o no?

Nos hubiese conmovido ver las miradas suplicantes que dirigían al chino viejo el deshollinador y la pastorcita ¡Tenían tanto miedo de que dijera que sí con la cabeza! Pero le era imposible realizarlo y además detestaba confesarle a un raro que llevaba para siempre un remache en el cuello. Así que ya no se separó jamás la pareja de porcelana y vivieron siempre agradecidos al remache del abuelo y continuaron amándose hasta que por fin también ellos se rompieron un día.

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