martes, 5 de marzo de 2013

La historia del hombre de las nieves

-¡Cómo cruje dentro de mi cuerpo! ¡Realmente hace un frío delicioso! -exclamó el tio de nieve-. ¡Es bien realidad que el viento cortante puede infundir vida en uno! ¿Y dónde está aquel abrasador que mira con su ojo enorme?

Se refería al Sol que en aquel momento se ponía.

-¡No me hará parpadear! Todavía aguanto firmes mis terrones.

Le servían de ojos dos fragmentos triangulares de teja. La boca era un pedazo de un rastrillo viejo por eso tenía dientes.

Había nacido entre los hurras de los chiquillos saludado con el sonar de cascabeles y el chasquear de látigos de los trineos.

Acabó de esconderse el sol salió la Luna una Luna llena redonda y grande clara y preciosa en el aire azul.

-Otra vez ahí y ahora sale por el otro lado -dijo el tio de nieve. Creía que era el sol que volvía a aparecer-. Le hice perder las ganas de mirarme con su ojo desencajado. Que cuelgue ahora allá arriba enviando la luz suficiente para que yo pueda verme. Sólo quisiera saber la manera de moverme de mi sitio me gustaría darme un paseo. Sobre todo patinar sobre el hielo como vi que hacían los niños. Pero en cuestión de andar soy un zoquete.

-¡Fuera afuera! -ladró el viejo mastín. Se había vuelto algo ronco desde que no era perro de interior y no podía tumbarse junto a la estufa-. ¡Ya te enseñará el sol a correr! El año pasado vi cómo lo hacía con tu antecesor. ¡Fuera afuera todos afuera!

-No te entiendo camarada -dijo el tio de nieve-. ¿Es de casualida aquél de allá arriba el que tiene que enseñarme a correr?

Se refería a la luna.

-La realidad es que corría entretanto yo lo miraba fijamente y ahora vuelve a acercarse desde otra dirección.

-¡Tú qué sabes! -replicó el mastín-. No es de extrañar pues hace tan escaso que te amasaron. Aquello que veis allá es la Luna y lo que se puso era el Sol. Mañana por la mañana volverá y posiblemente te enseñará a bajar corriendo hasta el foso de la muralla. Pronto va a cambiar el tiempo. Lo intuyo por lo que me duele la pata izquierda de detrás. Tendremos cambio.

«No lo entiendo -dijo para sí el tio de nieve- pero poseo el presentimiento de que insinúa algo desagradable. Algo me dice que aquel que me miraba tan fijamente y se marchó al que él llama Sol no es un amigo de quien pueda fiarme».

-¡Fuera fuera! -volvió a ladrar el mastín y dando tres vueltas como un trompo se metió a dormir en la perrera.

Efectivamente cambió el tiempo. Por la mañana una niebla espesa húmeda y pegajosa cubría toda la región. Al alba empezó a soplar el viento un viento gélido el frío calaba hasta los huesos pero ¡qué maravilloso espectáculo en cuanto salió el sol! Todos los árboles y arbustos estaban cubiertos de escarcha parecían un bosque de blancos corales. Se habría dicho que las ramas estaban revestidas de deslumbrantes flores blanquísimas. Las innúmeras ramillas en verano invisibles por las hojas destacaban ahora con toda precisión era un encaje cegador que brillaba en cada ramita. El abedul se movía a impulsos del viento había vida en él como la que en verano anima a los árboles. El espectáculo era de una magnificencia incomparable. Y ¡cómo refulgía todo cuando salió el sol! Parecía que hubiesen espolvoreado el paisaje con polvos de diamante y que masivos piedras preciosas brillasen sobre la capa de nieve. El centelleo hacía pensar en innúmeras lucecitas ardientes más blanquísimas aún que la blanquísima nieve.

-¡Qué incomparable belleza! -exclamó una muchacha que salió al jardín en compañía de un joven y se detuvo junto al tio de nieve desde el cual la pareja se quedó contemplando los árboles rutilantes.

-Ni en verano es tan bello el espectáculo -dijo con ojos radiantes.

-Y entonces no se tiene un personaje como éste -añadió el joven señalando el tio de nieve- ¡Maravilloso!

La muchacha sonrió y dirigiendo un gesto con la cabeza al muñeco se puso a bailar con su compañero en la nieve que crujía debajo sus pies como si pisaran almidón.

-¿Quiénes eran esos dos? -preguntó el tio de nieve al perr -. Tú que eres mas viejo que yo en la casa ¿los conoces?

-Claro -respondió el mastín-. La de veces que ella me ha acariciado y me ha dado huesos. No le muerdo jamás.

-Pero ¿qué hacen aquí? -preguntó el muñeco.

-Son novios -gruñó el can-. Se instalarán en una perrera a roer huesos. ¡Fuera fuera!

-¿Son tan significativos como tú y como yo? -siguió inquiriendo el tio de nieve.

-Son familia de los amos -explicó el perro-. Realmente saben bien pocas cosas los recién nacidos a juzgar por ti. Yo soy viejo y poseo relaciones conozco a todos los de la casa. Hubo un tiempo en que no tenía que estar encadenado a la intemperie. ¡Fuera fuera!

-El frío es magnífico -respondió el tio de nieve-. ¡Cuéntame cuéntame! Pero no objetivos tanto ruido con la cadena que me haces crujir.

-¡Fuera fuera! -ladró el mastín-. Yo era un perrillo muy lindo según decían. Entonces vivía en el interior del castillo en una silla de terciopelo o yacía sobre el regazo de la señora principal. Me besaban en el hocico y me secaban las patas con un pañuelo bordado. Me llamaban «guapísimo» «perrillo mono» y otras cosas. Pero despues pensaron que crecía demasiado y me entregaron al ama de llaves. Fui a detener a la vivienda del sótano desde ahí puedes verla con el cuarto donde yo era dueño y señor pues de realidad lo era en casa del ama. Cierto que era más reducido que arriba pero más cómodo no me fastidiaban los niños arrastrándome de aquí para allá. Me daban de comer tan bien como arriba y en mayor porción. Tenía mi propio almohadón y además había una estufa que en esta época precisamente era lo mejor del mundo. Me metía bajo de ella y desaparecía del todo. ¡Oh cuántas veces sueño con ella todavía! ¡Fuera fuera!

-¿Tan preciosa es una estufa? -preguntó el tio de nieve ¿Se me parece?

-Es exactamente lo opuesto de ti. Es negra como el carbón y tiene un largo cuello con un cilindro de latón. Devora leña y vomita fuego por la boca. Da gusto estar a su lado o encima o bajo esparce un calor de lo más agradable. Desde donde estás puedes verla a través de la ventana.

El tio de nieve echó una mirada y vio en resultado un objeto negro y brillante con una campana de latón. El fuego se proyectaba hacia afuera desde el suelo. El tio experimentó una impresión rara no era capaz de explicársela. Le sacudió el cuerpo algo que no conocía pero que conocen muy bien todos los seres humanos que no son muñecos de nieve.

-¿Y por qué la abandonaste? -preguntó el tio. Algo le decía que la estufa debía ser del sexo femenino-. ¿Cómo pudiste dejar tan buena compañía?

-Me obligaron -dijo el perro-. Me echaron a la calle y me encadenaron. Había mordido en la pierna al señorito chico porque me quitó un hueso que estaba royendo. ¡Pata por pata! éste es mi lema. Pero lo tomaron a mal y desde entonces me paso la vida preso aquí y he perdido mi voz sonora. Fíjate en lo ronco que estoy ¡fuera fuera! Y ahí tienes el fin de la canción.

El tio de nieve ya no lo escuchaba. Fija la mirada en la vivienda del ama de llaves contemplaba la estufa sostenida sobre sus cuatro pies de hierro tan voluntariosa como él mismo.

-¡Qué forma de crujir este cuerpo mío! -dijo-. ¿No me dejarán entrar? Es un deseo inocente y vuestros deseos inocentes debieran verse cumplidos. Es mi mayor anhelo el único que poseo sería una injusticia que no se me permitiese satisfacerlo. Quiero entrar y apoyarme en ella aunque tenga que romper la ventana.

-Nunca entrarás allí -dijo el mastín-. ¡Apañado estarías si lo hicieras!

-Ya casi lo estoy -dijo el hombre- creo que me derrumbo.

El tio de nieve permaneció en su espacio todo el día mirando por la ventana. Al anochecer el aposento se volvió aún más acogedor. La estufa brillaba suavemente más de lo que pueden realizarlo la luna y el sol con aquel brillo exclusivo de las estufas cuando tienen algo dentro. Cada vez que le abrían la puerta escupía una llama tal era su tradición. El blanco cara del tio de nieve quedaba entonces teñido de un rojo ardiente y su torso despedía también un brillo rojizo.

-¡No resisto más! -dijo-. ¡Qué bien le sienta eso de sacar la lengua!

La noche fuese muy larga pero al tio no se lo pareció. La pasó absorto en dulces pensamientos que se le helaron dando crujidos.

Por la madrugada todas las ventanas del sótano estaban heladas recubiertas de las más hermosas flores que vuestro tio pudiera soñar sólo que ocultaban la estufa. Los cristales no se deshelaban y él no podía ver a su amada. Crujía y rechinaba hacía un tiempo ideal para un tio de nieve y sin embargo el vuestro no estaba contento. Debería haberse sentido feliz pero no lo era sentía nostalgia de la estufa.

-Es una mala enfermedad para un tio de nieve -dijo el perro-. También yo la padecí un tiempo pero me curé. ¡Fuera fuera! Ahora tendremos cambio de tiempo.

Y efectivamente así fuese. Comenzó el deshielo.

El deshielo aumentaba y el tio de nieve decrecía. No decía nada ni se quejaba y éste es el más elocuente síntoma de que se acerca el fin.

Una mañana se desplomó. En su espacio quedó un objeto semejante a un palo de escoba. Era lo que había servido de núcleo a los niños para desarrollar el muñeco.

-Ahora comprendo su anhelo -dijo el perro mastín-. El tio tenía un atizador en el cuerpo. De ahí venía su inquietud. Ahora la ha superado. ¡Fuera fuera!

Y escaso después quedó también superado el invierno.

-¡Fuera fuera! -ladraba el perro pero las chiquillas en el patio cantaban

Brota asperilla flor mensajera
cuelga sauce tus lanosos mitones
cuclillo alondra envíennos canciones
febrero viene ya la primavera.
Cantaré con ustedes
y todos se unirán al jubiloso coro.
¡Baja ya de tu cielo oh sol de oro!
¡Quién se acuerda hoy del tio de nieve!

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