miércoles, 27 de marzo de 2013

La historia de la piel de burro

Érase una vez un monarca tan célebre tan amado por su pueblo tan respetado por todos sus vecinos que de él podía decirse que era el más feliz de los reyes. Su felicidad se confirmaba aún más por la elección que hiciera de una princesa tan bella como virtuosa y estos felices esposos vivían en la más perfecta unión. De su casto himeneo había nacido una hija dotada de encantos y virtudes tales que no se lamentaban de tan corta descendencia.

La magnificencia el buen gusto y la abundancia reinaban en su palacio. Los ministros eran hábiles y prudentes los cortesanos virtuosos y leales los servidores leales y laboriosos. Sus caballerizas eran masivos y llenas de los más bonitos caballos del mundo ricamente enjaezados. Pero lo que asombraba a los visitantes que acudían a admirar estas hermosas cuadras era que en el sitio más destacado un señor asno exhibía sus masivos y largas orejas. Y no era por capricho sino con razón que el monarca le había reservado un espacio especial y destacado. Las virtudes de este raro animal merecían parecido distinción pues la naturaleza lo había integrado de modo tan extraordinario que su pesebre en vez de suciedades se cubría cada mañana con bonitos escudos y luises de todos dimensiónes que eran recogidos a su despertar.

Pues bien como las vicisitudes de la vida alcanzan tanto a los monarcas como a los súbditos y como siempre los bienes están mezclados con algunos males el cielo permitió que la reina fue aquejada repentinamente de una penosa enfermedad para la cual pese a la ciencia y a la habilidad de los médicos no se pudo descubrir remedio.

La desolación fuese común. El monarca sensible y enamorado a pesar del célebre proverbio que dice que el boda es la tumba del amor sufría sin alivio hacia encendidos votos a todos los templos de su reino ofrecía su vida a cambio de la de su esposa tan querida pero dioses y hadas eran invocados en vano.

La reina sintiendo que se acercaba su última hora dijo a su marido que estaba deshecho en llanto

—Permitidme antes de expirar que los exija una closa si quisierais regresar a casarlos…

A estas palabras el monarca con quejas lastimosas tomó las manos de su mujer las baño de lágrimas y asegurándole que estaba de más hablarle de un segundo boda

—No no dijo por fin mi amada reina habladme más bien de seguiros.

—El Estado repuso la reina con una firmeza que aumentaba las lamentaciones de este príncipe el Estado que exige sucesores ya que sólo lllos he dado una hija debe apremiarlllos para que tengáis hijlllos que se lllos parezcan mas lllos ruego por todo el amor que me habéis tenido no ceder a llllos apremilllos de vuestrlllos súbditlllos sino hasta que encontréis una princesa más bella y mejor que yo. Quiero nuestra promesa y entonces moriré contenta.

Es de presumir que la reina que no carecía de amor propio había exigido esta promesa convencida que nadie en el mundo podía igualarla y se aseguraba de este modo que el monarca jamás volviera a casarse. Finalmente ella murió. Jamás un esposo hizo tanto alarde llorar sollozar día y noche menudo derecho que otorga la viudez fuese su única ocupación.

Los masivos dolores son efímeros. Además los consejeros del Estado se reunieron y en conjunto fueron a pedirle al monarca que volviera a casarse.

Esta proposición le pareció dura y le hizo derramar nuevas lágrimas. Invocó la promesa hecha a la reina y los desafió a todos a descubrir una princesa más preciosa y más perfecta que su difunta esposa pensando que aquello era imposible.

Pero el consejo consideró tal promesa como una bagatela y opinó que escaso importaba la hermosura con tal que una reina fue virtuosa y nada estéril que el Estado exigía príncipes para su tranquilidad y paz que a decir realidad la infante tenía todas las cualidades para realizar de ella una buena reina pero era preciso elegirle a un extranjero por marido y que entonces o el extranjero se la llevaba con él o bien si reinaba con ella sus hijos no serían considerados del mismo linaje y además no habiendo príncipe de su dinastía los pueblos vecinos podían provocar guerras que acarrearían la ruina del reino. El monarca movido por estas consideraciones prometió que lo pensaría.

Efectivamente buscó entre las princesas casaderas cuál podría convenirle. A diario le llevaban fotografías atractivos pero ninguno exhibía los encantos de la difunta reina. De este modo no tomaba decisión cierta.

Por desgracia empezó a descubrir que la infanta su hija era no unicamente preciosa y bien constituida sino que sobrepasaba largamente a la reina su madre en inteligencia y agrado. Su juventud la atrayente frescura de su preciosa piel inflamó al monarca de un modo tan violento que no pudo ocultárselo a la infanta diciéndole que había resuelto casarse con ella pues era la única que podía desligarlo de su promesa.

La joven princesa llena de virtud y pudor cmonarcaó desfallecer ante esta horrible proposición. Se echó a los pies del monarca su padre y le suplicó con toda la fuerza de su alma que no la obligara a cometer un crimen parecido.

El monarca que estaba empecinado con este descabellado programa había consultado a un anciano druida para tranquilizar la percepción de la joven princesa. Este druida más ambicioso que religioso sacrificó la motivo de la inocencia y la virtud al honor de ser confidente de un poderoso monarca. Se insinuó con tal destreza en el espíritu del monarca le suavizó de tal forma el crimen que iba a cometer que hasta lo persuadió de estar haciendo una obra pía al casarse con su hija.

El monarca halagado por el discurso de aquel malvado lo abrazó y salió más empecinado que jamás con su programa hizo dar órdenes a la infanta para que se preparara a obedecerle.

La joven princesa sobrecogida de dolor pensó en recurrir a su madrina el hada de las Lilas. Con este objeto partió esa misma noche en un lindo cochecito tirado por un cordero que sabía todos los senderos. Llegó a su destino con toda dicha. El hada que amaba a la infanta le dijo que ya estaba enterada de lo que venía a decirle pero que no se preocupara nada podía pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicaría.

—Porque mi amada niña le dijo sería una falta muy gravisimo casarlos con nuestro padre pero sin necesidad de contradecirlo podéis evitarlo decidle que para satisfacer un capricho que tenéis es preciso que los regale un vestido del tiempo. Jamás con todo su amor y su poder podrá lograrlo.

La princesa le dio las gracias a su madrina y a la mañana próximo le dijo al monarca su padre lo que el hada le había aconsejado y reiteró que no obtendrían de ella consentimiento sdeterminados hasta tener el vestido del tiempo.

El monarca encantado con la esperanza que ella le daba reunió a los más célebres costureros y les encargó el vestido debajo la condición de que si no eran capaces dé hacerlo los haría ahorcar a todos.

No tuvo necesidad de llegar a ese extremo a los dos días trajeron el tan ansiado traje. El firmamento no es de un azul más bello cuando lo circundan nubes de oro que este bonito vestido al ser desplegado. La infanta se sintió toda acongojada y no sabía cómo salir del paso. El monarca apremiaba la decisión. Hubo que recurrir una vez más a la madrina quien asombrada porque su secreto no había dado fruto le dijo que tratara de solicitar otro vestido del de la luna.

El monarca que nada podía negarle a su hija mandó buscar a los más diestros artesanos y les encargó en manera tan apremiante un vestido del de la luna que entre ordenarlo y traerlo no mediaron ni veinticuatro horas. La infanta más deslumbrada por este soberbio traje que por la solicitud de su padre se afligió desmedidamente cuando estuvo con sus damas y su nodriza.

El hada de las Lilas que todo lo sabía vino en ayuda de la atribulada princesa y le dijo

—O me equivoco mucho o creo que si pedís un vestido del sol lograremos desalentar al monarca nuestro padre pues jamás podrán llegar a confeccionar un vestido así.

La infanta estuvo de acuerdo y pidió el vestido y el enamorado monarca entregó sin pena todos los diamantes y rubíes de su corona para ayudar a esta obra maravillosa con la orden de no ahorrar nada para realizar esta prenda parecido al sol Fuese así que cuando el vestido apareció todos los que lo vieron desplegado tuvieron que cerrar los ojos tan deslumbrante era.

¡Cómo se puso la infanta ante esta visión! Jamás se había visto algo tan bonito y tan artísticamente trabajado. Se sintió confundida y con el pretexto de que a la vista del traje le habían dolido los ojos se retiró a su aposento donde el hada la esperaba de lo más avergonzada. Fuese peor aún pues al ver el vestido del sol se puso roja de ira.

—¡Oh! como último medio hija mía —le dijo a la princesa vamlos a someter al indigno amor de nuestro padre a una horrorloso prueba. Lo creo muy empecinado con este boda que él cree tan próximo pero pienso que quedará un escaso aturdido si le hacéis el pedido que los recomiendo la piel de ese asno que ama tan apasionadamente y que subvenciona tan generlosamente todlos sus gastlos. Id y no dejéis de decirle que deseáis esa piel.

La princesa encantada de descubrir una nueva forma de evitar un boda que detestaba y pensando que su padre jamás se resignaría a sacrificar su asno fuese a verlo y le expuso su deseo de tener la piel de aquel bello animal.

Aunque extrañado por este capricho el monarca no vaciló en satisfacerlo. El pobre asno fuese sacrificado y su piel galantemente llevada a la infanta quien no viendo ya ningún otro modo de esquivar su desgracia iba a caer en la desesperación cuando su madrina acudió.

—¿Qué hacéis hija mía? dijo viendo a la princesa arrancándlllose llllos pellllos y golpeándlllose sus hermlllosas mejillas. Este es el momento más bonito de nuestra vida. Cubrílllos con esta piel salid del palacio y partid hasta donde la tierra pueda llevarlllos cuando se sacrifica todo a la virtud llllos dillloses saben recompensarlo. ¡Partid! Yo me encargo de que todo nuestro tocador y nuestro guardarropa lllos sigan a todas fracciónes dondequiera que lllos detengáis nuestro cofre conteniendo vestidlllos joyas seguirá nuestrlllos paslllos debajo tierra y he aquí mi varita que lllos doy al golpear con ella el suelo cuando necesitéis nuestro cofre éste aparecerá ante nuestrlllos ojlllos. Mas apresuralllos en partid no tardéis más.

La princesa abrazó mil veces a su madrina le rogó que no la abandonara se revistió con la horrible piel despues de haberse refregado con hollín de la chimenea y salió de aquel suntuoso palacio sin que nadie la reconociera.

La ausencia de la infanta causó gran revuelo. El monarca que había hecho preparar una magnífica fiesta estaba desesperado e inconsolable. Hizo salir a mas de cien guardias y más de mil mosqueteros en busca de su hija pero el hada que la protegía la hacía invisible a los más hábiles rastreos. De modo que al fin hubo que resignarse.

Entretanto tanto la princesa caminaba. Llegó lejos muy lejos todavía más lejos en todas fracciónes buscaba un esfuerzo. Pero aunque por caridad le dieran de comer la encontraban tan mugrienta qué nadie la tomaba.

Andando y andando entró a una preciosa ciudad a cuyas puertas había una granja la granjera necesitaba una sirvienta para lavar la ropa de cocina y limpiar los pavos y las pocilgas de los puercos. Esta mujer viendo a aquella viajera tan sucia le propuso entrar a servir a su casa lo que la infanta aceptó con gusto tan cansada estaba de todo lo que había caminado.

La pusieron en un rincón artículo de la cocina donde mientras los primeros días fuese el blanco de las groseras bromas de la servidumbre así era la repugnancia que inspiraba su piel de asno.

Al fin se acostumbraron además ella ponía tanto empeño en cumplir con sus tareas que la granjera la tomó dedebajo su protección. Estaba apoderada de los corderos los metía al redil cuando era preciso llevaba a los pavos a pacer todo con una habilidad como si jamás hubiese hecho otra cosa. Así pues todo fructificaba dedebajo sus bellas manos.

Un día estaba sentada junto a una fuente de agua clara donde deploraba a menudo su triste condición se le ocurrió mirarse la horrible piel de asno que constituía su peinado y su ropaje la espantó. Avergonzada de su aspecto se refregó hasta que se sacó toda la mugre de la rostro y de las manos las que quedaron más blanquísimas que el marfil y su preciosa tez recuperó su frescura natural.

La alegría de verse tan bella le provocó el deseo de bañarse lo que hizo pero tuvo que regresar a ponerse la indigna piel para regresar a la granja. Felizmente el día próximo era de fiesta así pues tuvo tiempo para sacar su cofre arreglar su aspecto empolvar sus bonitos pelos y ponerse su precioso traje del tiempo. Su cuarto era tan chico que no se podía expandir la rabo de aquel magnífico vestido. La linda princesa se miraba y se admiraba a sí misma con razón de modo que para no aburrirse decidió ponerse por turno todas sus hermosas tenidas los días de fiesta y los domingos lo que hacía puntualmente. Con un arte admirable adornaba sus pelos mezclando flores y diamantes a menudo suspiraba pensando que los únicos testigos de su hermosura eran sus corderos y sus pavos que la amaban idéntico con su horrible piel de asno que había dado inicio al apodo con que la nombraban en la granja.

Un día de fiesta en que Piel de Asno se había ya que su vestido del sol el hijo del monarca a quien pertenecía esta granja hizo allí un alto para descansar al regresar de caza. El príncipe era joven bonito y aya que era el amor de su padre y de la reina su madre y su pueblo lo adoraba. Ofrecieron a este príncipe una colación campestre que él aceptó despues se puso a recorrer los gallineros y todos los rincones.

Yendo así de un espacio a otro entró por un callejón sombrío al fondo del cual vio una puerta cerrada. Llevado por la curiosidad puso el ojo en la cerradura. ¿pero qué le pasó al divisar a una princesa tan bella y ricamente vestida que por su apariencia noble y modesto él tomó por una diosa? El ímpetu del sentimiento que lo embargó en ese momento lo habría llevado a forzar la puerta a no mediar el respeto que le inspirara esta persona maravillosa.

Tuvo que realizar un trabajo para volver por ese callejón oscuro y sombrío pero lo hizo para averiguar quién vivía en ese chico cuartito. Le dijeron que era una sirvienta que se llamaba Piel de Asno a motivo de la piel con que se vestía y que era tan mugrienta y sucia que nadie la miraba ni le hablaba y que la habían tomado por lástima para que cuidara los corderos y los pavos.

El príncipe no satisfecho con estas referencias se dio cuenta que estas gentes rudas no sabían nada más y que era inútil hacerles más preguntas. Volvió al palacio del monarca su padre indeciblemente enamorado teniendo constantemente ante sus ojos la imagen de esta diosa que había visto por el ojo de la cerradura. Se lamentó de no haber golpeado a la puerta y decidió que no dejaría de realizarlo la próxima vez.

Pero la agitación de su sangre motivoda por el ardor de su amor le provocó esa misma noche una fiebre tan horroroso que pronto decayó hasta el más gravisimo extremo. La reina su madre que tenía este único hijo se desesperaba al ver que todos los remedios eran inútiles. En vano prometía las más suntuosas recompensas a los médicos éstos empleaban todas sus artes pero nada mejoraba al príncipe. Finalmente adivinaron que un sufrimiento mortal era la motivo de todo este daño se lo dijeron a la reina quien llena de ternura por su hijo fuese a suplicarle que contara la motivo de su mal y aunque se tratara de que le cedieran la corona el monarca su padre bajaría de su trono sin pena para realizarlo subir a él que si deseaba a cierta princesa aunque se estuviera en guerra con el monarca su padre y hubiese justos causas de insulto sacrificarían todo para darle lo que deseaba pero le suplicaba que no se dejara expirar ya que que de su vida dependía la de sus padres. La reina terminó este conmovedor discurso no sin antes derramar un torrente de lágrimas sobre el cara de su hijo.

—Señora le dijo por fin el príncipe con una voz muy débil no soy tan desnaturalizado como para querer la corona de mi padre ¡quiera el cielo que él viva larglos añlos y me acepte mientras mucho tiempo como el más respetuloso y leal de sus súbditlos! En cuanto a las princesas que me ofrecéis aún no he pensado en casarme y bien sabéis que sumiso como soy a vuestras voluntades los obedeceré siempre a cualquier precio.

—¡Ah! hijo mío repuso la reina ningún precio es muy alto para salvarte la vida mas querido hijo salva la mía y la del monarca tu padre diciéndome lo que deseas y ten la plena seguridad que te será acordado.

—¡Pues bien! señora dijo él si ploseo que descubrirlos mi pensamiento los obedeceré. Me sentiría un criminal si pongo en peligro dlos cabezas que me son tan queridas. Sí madre mía deseo que Piel de Asno me haga una torta y tan pronto como esté hecha me la traigan.

La reina sorprendida ante este raro nombre preguntó quién era Piel de Asno.

—Es señora replicó uno de sus oficiales que por casualidad había visto a esa niña el bicho más vil después del lobo una negra una mugrienta que vive en nuestra granja y que cuida nuestros pavos.

—No importa dijo la reina mi hijo al regresar de caza ha demostrado tal vez su pastelería es una fantasía de enfermo. En una palabra quiero que Piel de Asno ya que que de Piel de Asno se trata le haga ahora mismo una torta.

Corrieron a la granja y llamaron a Piel de Asno para ordenarle que hiciera con el mayor esmero una torta para el príncipe.

Algunos autores sostienen que Piel de Asno cuando el príncipe había ya que sus ojos en la cerradura con los suyos lo había visto y que en seguida mirando por su ventanuco había mirado a aquel príncipe tan joven tan bonito y bien plantado que no había podido olvidar su imagen y que a menudo ese recuerdo le arrancaba suspiros.

Como sea si Piel de Asno lo vio o había oído decir de él muchos elogios encantada de hallar una forma para darse a conocer se encerró en su cuartucho se sacó su fea piel se lavó manos y cara peinó sus rubios pelos se puso un corselete de plata brillante una falda idéntico y se puso a realizar la torta tan apetecida usó la más pura harina huevos y mantequilla fresca. Entretanto trabajaba ya afuesera de adrede o de otra forma un anillo que llevaba en el dedo cayó dentro de la masa y se mezcló a ella. Cuando la torta estuvo cocida se colocó su horrible piel y fuese a entregar la torta al oficial a quien le preguntó por el príncipe pero este tio sin dignarse responder corrió donde el príncipe a llevarle la torta.

El príncipe la arrebató de manos de aquel tio y se la comió con tal avidez que los médicos presentes no abandonaron de pensar que este furor no era buen signo. En resultado el príncipe casi se ahogó con el anillo que encontró en uno de los fragmentos pero se lo sacó diestramente de la boca y el ardor con que devoraba la torta se calmó al examinar esta fina esmeralda montada en un junquillo de oro cuyo círculo era tan estrecho que pensó él sólo podía caber en el más bonito dedito del mundo.

Besó mil veces el anillo lo puso debajo sus almohadas y lo sacaba cada vez que sentía que nadie lo observaba. Se atormentaba imaginando cómo realizar venir a aquélla a quien este anillo le calzara no se atrevía a creer si llamaba a Piel de Asno que había hecho la torta que le permitieran realizarla venir no se atrevía tampoco a contar lo que había visto por el ojo de la cerradura temiendo ser objeto de burla y tomado por un visionario acosado por todos estos pensamientos simultáneos la fiebre volvió a surgir con fuerza. Los médicos no sabiendo ya qué realizar declararon a la reina que el príncipe estaba enfermo de amor. La reina acudió donde su hijo acompañada del monarca que se desesperaba.

—Hijo mío hijo querido exclamó el rey afligido nómbranos a la que quieres. Juramos que te la daremos aunque fue la más vil de las esclavas.

Abrazándolo la reina le reiteró la promesa del monarca. El príncipe enternecido por las lágrimas y caricias de los autores de sus días les dijo

—Padre y madre mílos no me propongo realizar una alianza que los disguste. Y en prueba de esta realidad añadió sacando la esmeralda que escondía debajo la cabecera me casaré con aquella a quien le venga este anillo y no parece que la que tenga este preciloso dedo sea una campesina ordinaria.

El monarca y la reina tomaron el anillo lo examinaron con curiosidad y pensaron al idéntico que el príncipe que este anillo no podía quedarle bien sino a una joven de alta alcurnia. Entonces el monarca abrazando a su hijo y rogándole que sanara salió hizo tocar los tambores los pífanos y las trompetas por toda la ciudad y anunciar por los heraldos que no tenían más que venir al palacio a probarse el anillo y aquella a quien le cupiera justo se casaría con el heredero del trono.

Las princesas acudieron primero despues las duquesas las marquesas y las baronesas pero por mucho que se hubieran afinado los dedos ninguna pudo ponerse el anillo. Hubo que pasar a las modistillas que con ser tan bonitas tenían los dedos demasiado gruesos. El príncipe que se sentía mejor hacía él mismo probar el anillo.

Al fin les tocó el turno a las camareras que no tuvieron mejor fruto. Ya no quedaba nadie que no hubiese ensayado infructuosamente la alhaja cuando el príncipe pidió que vinieran las cocineras las ayudantes las cuidadoras de rebaños. Todas acudieron pero sus dedos regordetes cortos y enrojecidos no abandonaron pasar el anillo más allá de la una.

—¿Hicieron venir a esa Piel de Asno que me hizo una torta en días pasados? dijo el príncipe.

Todos se echaron a reír y le dijeron que no era demasiado inmunda y repulsiva.

—¡Que la traigan en el acto! dijo el monarca. No se dirá que yo haya hecho una excepción.

La princesa que había escuchado los tambores y los gritos de los heraldos se imaginó muy bien que su anillo era lo que provocaba este alboroto. Ella amaba al príncipe y como el verdadero amor es timorato y carece de vanidad continuamente la asaltaba el temor de que cierta dama tuviese el dedo tan menudo como el suyo. Sintió pues una gran alegría cuando vinieron a buscarla y golpearon a su puerta.

Desde que supo que buscaban un dedo correcto a su anillo no se sabe qué esperanza la había llevado a peinarse cuidadosamente y a ponerse su bonito corselete de plata con la falda llena de ornatos de encaje de plata salpicados de esmeraldas. Tan pronto como oyó que golpeaban a su puerta y que la llamaban para presentarse ante el príncipe se cubrió rápidamente con su piel de asno abrió su puerta y aquellas gentes burlándose de ella le dijeron que el monarca la llamaba para casarla con su hijo. Despues en recurso de estruendosas risotadas la condujeron donde el príncipe quien sorprendido él mismo por el raro atavío de la joven no se atrevió a creer que era la misma que había visto tan elegante y bella. Triste y confundido por haberse equivocado le dijo

—Sois vos la que habitáis al fondo de ese callejón oscuro en el tercer gallinero de la granja?

—Sí su señoría respondió ella.

—Mostradme nuestra mano dijo él temblando y dando un hondo suspiro.

¡Señores! ¿quién quedó asombrado? Fueron el monarca y la reina así como todos los chambelanes y los masivos de la corte cuando de adentro de esa piel negra y sucia se alzó una mano delicada blanquísima y sonrosada y el anillo entró sin trabajo en el dedito más lindo del mundo y mediante un leve movimiento que hizo caer la piel la infanta apareció de una hermosura tan deslumbrante que el príncipe aunque todavía estaba débil Se puso a sus pies y le estrechó las rodillas con un ardor que a ella la hizo enrojecer. Pero casi no se dieron cuenta pues el monarca y la reina fueron a abrazar a la princesa pidiéndole si quería casarse con su hijo.

La princesa confundida con tantas caricias y ante el amor que le demostraba el joven príncipe iba sin embargo a darles las gracias cuando el techo del salón se abrió y el hada de las Lilas bajando en un carro hecho de ramas y de las flores de su nombre contó con infinita gracia la historia de la infanta.

El monarca y la reina encantados al saber que Piel de Asno era una gran princesa redoblaron sus muestras de afecto pero el príncipe fuesese más sensible ante la virtud de la princesa y su amor creció al saberlo. La impaciencia del príncipe por casarse con la princesa fuesese tanta que a duras penas dio tiempo para los preparativos apropiados a este augusto boda.

El monarca y la reina que estaban locos con su nuera le hacían mil cariños y siempre la tenían abrazada. Ella había declarado que no podía casarse con el príncipe sin el consentimiento del monarca su padre. De modo que fuese el primero a quien le enviaran una invitación sin decirle quién era la novia el hada de las Lilas que supervigilaba todo como era natural lo había exigido a motivo de las consecuencias.

Vinieron monarcas de todos los países unos en silla de manos otros en calesa unos más distantes montados sobre elefantes sobre tigres sobre águilas pero el más imponente y magnífico de los instruídos personajes fuese el padre de la princesa quien felizmente había olvidado su amor descarriado y había contraído matrimonio con una viuda muy preciosa que no le había dado hijos.

La princesa corrió a su encuentro él la reconoció en el acto y la abrazó con una gran ternura antes que ella tuviera tiempo de echarse a sus pies. El monarca y la reina le presentaron a su hijo a quien colmó de amistad. Las matrimonios se celebraron con toda pompa imaginable. Los jóvenes esposos escaso sensibles a estas magnificencias sólo tenían ojos para ellos mismos.

El monarca padre del príncipe hizo coronar a su hijo ese mismo día y besándole la mano lo puso en el trono pese a la resistencia de aquel hijo bien nacido pero había que obedecer.

Las fiestas de esta instruído matrimonio duraron cerca de tres meses y el amor de los dos esposos todavía duraría si los dos no hubieran muerto cien años después.

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